

Artes Visuales
Andrea Suárez Córica: “Mi práctica artística está ligada a mirar con todos los sentidos”
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Todo se transforma, las calles se ensanchan en los pasillos de la memoria, son senderos nuevos, territorios escondidos, universos invisibles, palabras que mutan sobre la superficie de una hoja, voces texturadas, sonidos que nos habitan en el espacio cotidiano.
A veces, sólo basta mirar. Detenerse en el instante, retenerlo entre las pestañas, palpar sus formas, oler sus límites, percibir los fragmentos que descansan sobre las baldosas, degustar sus texturas. Sólo para preservarlos en los pasillos de la memoria, sólo para que logren transformarse en el interior de los ojos que aún no han visto la eternidad del instante.
Andrea Suárez Córica es artista visual y naturalista autodidacta. El espacio urbano es el territorio donde su arte logra transformar los pequeños retazos de cada día en verdaderos tesoros que atraviesan sus obras.
En diálogo virtual con ContArte Cultura invita a recorrer las calles, a sumergirse en el paisaje arbóreo y a detenerse para mirar más allá de lo evidente.
—¿En qué ramificaciones de tu vida descubriste tu vocación por el arte?
—Durante muchos años llevé a cabo una serie de actividades que no sabía que tenían que ver con el mundo del arte, esto es, recolectaba objetos que encontraba en la calle y formaba colecciones. No cualquier objeto, sino aquellos rotos, desgastados, incompletos, de algún modo con cierta orfandad e intemperie. Y, claro, también inutilidad. Incluso, dentro de ese universo, tenía una predilección especial por los metales oxidados, descubrí esa poética del óxido y de lo que hace el paso del tiempo con las cosas. Hasta que realicé un seminario con Roger Colom, artista y curador, en La Fabriquera y todo cambió. Su mirada sobre ese corpus, la basura, el detritus o “lo que queda”, como prefiero llamarlo, como materia del arte contemporáneo y la inscripción del mismo en un circuito por fuera de mi casa y dentro de los espacios de arte, me posibilitó descubrirme o, mejor dicho, reconocerme como artista. Su propuesta para realizar mi primera muestra y mi aceptación para involucrarme en eso, me fundó como artista visual.

—¿Cuál es la importancia de la observación para un artista visual? ¿Creés que es posible “mirar” con todos los sentidos?
—Diría que mi práctica artística está ligada a mirar con todos los sentidos desde el mismo momento en que mis trabajos tienen mucho que ver con lo urbano, con las recolecciones, los recorridos por la ciudad. La presencia del cuerpo implicado en sus ritmos, direcciones, sensaciones, cambios de velocidad. Y cuando hablo de recolección, no me refiero solo a lo material, sino a la recolección de ideas, pensamientos, incipientes poemas, imágenes. Me gusta llamarme espigadora urbana, en homenaje a Agnés Varda. Mi amiga Leonor Arnao, artista plástica, me recomendó sus películas, en especial, Los espigadores y la espigadora. Antes de Varda me consideraba ciruja, que en definitiva es lo mismo, es ir detrás de los restos.
—Si la memoria fuera un baúl donde pudieras guardar tus tesoros, ¿qué objetos, espacios, territorios o sensaciones formarían parte de esa colección imaginaria?
—La memoria es una construcción y por lo tanto está en permanente movimiento. Esos tesoros, por ende, cambian, se transforman. Pero dentro de esas variaciones, guardo mi infancia junto a mi madre, mi infancia ya sin ella, pero con abuelos, mis vagabundeos con mis hermanos y la bandita del barrio por el centro de la ciudad, luego, con mis hijos, esos paseos donde descubríamos el barrio, sus casas, sus jardines, los perros, en definitiva, donde ejercíamos el bautismo pagano de nuestro propio universo. También atesoro mi colección de cuadernos y libretas y el herbario con unas 1000 hojas de árboles.

—¿Cuáles son los materiales con los que trabajás habitualmente? ¿Qué elementos del espacio urbano se convierten en disparadores de tus obras?
—Se me hace difícil poder describir todos mis procesos de producción y los materiales que llaman mi atención, por su gran diversidad. Mis intereses son múltiples, me dejo llevar por lo que me atrae, sin prejuicios sobre qué tipo de artista soy. Tengo cuadernos donde voy anotando los proyectos que van surgiendo: con las colecciones de hojas de árboles, de aerosoles aplastados o de patas de madera de muebles viejos. También reflexiono sobre mí hacer, me interesa conceptualizar sobre las prácticas, su devenir, sus cruces. Escribir manifiestos como “Los siete pecados de un artista” “O decir después en el arte es el suicidio de la oportunidad (kairós)”. Escribo poesía, he publicado Alas del alma (1993) e Imágenes rotas (1994). Realizo inventarios de las cosas que encuentro, desplegando ahí una maquinaria administrativa. Construyo cuadernos de artista como La gramática del embalaje, de 50 por 70 cm, y con 490 íconos de cartón pegados, es decir, enorme, y también El libro rojo del peronismo, de tamaño estándar, con una temática bien específica, el peronismo. Libro que después se publicó en formato fanzine, a pedido del público. Los dos libros tienen la técnica del collage, del “busco, recorto y pego” de la escuela primaria. Organizo archivos que luego devienen obras o performances como La niña y el archivo (2019). Realizo instalaciones, como Modos de nombrar y no nombrar (2016), trabajo vinculado a la memoria de nuestro pasado reciente y al lenguaje. Colecciono relatos oníricos desde 1987, sobre mis propios sueños. De hecho, en 1996 publiqué el libro Atravesando la noche, 79 sueños y testimonio acerca del genocidio. Volviendo a la pregunta, pienso que la ciudad es generosa conmigo, tenemos un muy buen diálogo cotidiano. Transitarla es para mí una fiesta, mantengo una especie de atención visual flotante que me permite mantener renovado el asombro propio de la niñez.

—¿En qué consiste el Proyecto Arbórea?
—Es una investigación poética sobre los árboles de la ciudad. Es descubrir la ciudad desde sus árboles, en una mirada que cruza arte, ciencia y ambientalismo. Propone el goce estético de su contemplación, el conocimiento de los ejemplares desde la botánica y su importancia para la vida, para la ciudad, el ambiente y los seres vivos. Empezó en 2008 junto a mi hijo Juan Manuel de siete años, en ese entonces lo llamamos Bosque Ambulante porque llevaba a las escuelas una valija con frutos, hojas y fotografías. Luego, se sumaron mapeos, registros fotográficos en diversas escalas, los herbarios y carpotecas más sistematizados, cuadernos de artista, “cuadros de apoyo” para las muestras en espacios de arte y también las caminatas, observando los árboles de las veredas, que son los que más me interesan en tanto son los que vemos a diario, los que tenemos a mano en nuestro andar cotidiano. Se trata de entrenar la mirada, entrando en el detalle de cada ejemplar para luego llegar al nombre de la especie. Creo que cuanto más conocemos, mejor podemos cuidar nuestro patrimonio vivo. De hecho, el Proyecto Arbórea integra el Foro en Defensa del Árbol de La Plata, que se propone visibilizar el arbolado público, su importancia y su preservación. Y además, acaba de ser declarado de interés municipal por unanimidad. Enorme alegría.
—Contanos acerca de la muestra “El abrazo de los objetos, ejercicios de memoria”, que se puede visitar en el Centro de Arte de la UNLP.
—La muestra indaga, por un lado, en la poética de los objetos (libros, ropa, adornos, discos, fotos) que pertenecían a mi madre, Luisa Marta Córica -víctima del Genocidio en 1975-, y por otro, en la posibilidad del arte de aportar a la construcción de la memoria de nuestro pasado reciente. Se pregunta por el tipo de sentidos a los que abre, si posibilitan o clausuran la reflexión sobre el Genocidio. Sabemos que las políticas en torno a la memoria generan determinadas condiciones de posibilidad en cada contexto. Lo que se puede decir, lo que se debe callar, lo que se puede o no nombrar. El Nunca Más, por ejemplo, constituyó un gran aporte en su momento, pero la memoria que aporta está vinculada principalmente a lo que nos hicieron, al horror de la tortura, de los centros clandestinos de detención, a los operativos de los grupos de tarea. Su lectura es insoportable. Uno espera cerrar el libro definitivamente. Esta muestra, si bien nos está hablando de una ausencia, la de Luisa, nos habla principalmente de una vida, de sus sueños y su lucha, sus gustos e intereses, alegrías y tristezas. Del amor, de los hijos y de la militancia. Humaniza la cifra 30.000. Le pone nombre, rostro, identidad política, un modo concreto de habitar este mundo. En este sentido, los objetos operan como poleas de transmisión entre las distintas generaciones, la de los compañeros de Luisa, sus hijos y sus nietos. Contrario a lo que impuso el Proceso de Reorganización Nacional, como el aislamiento, la muerte, el silencio, la diáspora, esta muestra nos permite juntarnos, ejercer la palabra y el disenso y construir de manera colectiva nuestra historia reciente.
—¿En qué nuevos proyectos estás trabajando por estos días?
—La pandemia trastocó cualquier plan que tuvimos pero, a su vez, permitió que afloraran cosas quizá impensadas. El año pasado, en condiciones similares, fui haciendo un libro de artista que se llama Carne. Contiene imágenes y textos sobre artistas y escritores que influyen en mi trabajo, como Marcel Duchamp, Edgardo Vigo, Agnés Varda, Mark Dion, Joseph Cornell, Guillermo Hudson y también reflexiones y digresiones en torno a mi propia producción. La incertidumbre hoy por hoy continúa, al igual que el confinamiento, así que ese es el marco desde donde pensar y producir. La virtualidad gana terreno y repliega los cuerpos. Todas las expediciones urbanas quedaron en suspenso, por lo que me gustaría poder organizar un taller para transmitir el “método Arbórea”, si es que podemos llamarlo así, en todo caso un método inacabado en permanente construcción y transformación. También estoy con un proyecto editorial, trabajando con una ilustradora platense de lujo, pero no quiero adelantar mucho sobre esto. Y, además, estoy con la re-edición de Atravesando la noche, un libro fundante de mi propia existencia y que jamás ha perdido su vigencia en estos 25 años, que es permanentemente solicitado. Respecto a las caminatas, tal vez organice recorridos personalizados que podrían ser una buena opción tanto para evitar aglomeraciones como para no extrañar el caminar y conversar con otros por los distintos barrios de la ciudad.

Artes Plásticas
Dos nuevas exposiciones en la Casa Nacional del Bicentenario

La Casa Nacional del Bicentenario invitó a la inauguración de dos exposiciones que celebran la diversidad cultural, el patrimonio fotográfico y la creación artística contemporánea, en el marco de su programación federal.
Una historia sobre la luz
Legado y rescate del archivo Foto Martínez
Martes 2 de septiembre a las 18
Curada por Fernando Cocchi y Martín Guillén, esta muestra presenta por primera vez en Buenos Aires el archivo fotográfico de Doroteo y Luis Martínez, dos fotógrafos de General Viamonte que documentaron más de ocho décadas de vida social, política y cultural del centro bonaerense.
El proyecto, impulsado por el Municipio de General Viamonte y el Museo de Arte e Historia de Los Toldos (MAHLT), propone un recorrido visual y documental por más de 80.000 piezas, incluyendo negativos, copias, cámaras, mobiliario y un telón escenográfico pintado a mano de principios del siglo XX, recientemente recuperado. La exposición destaca el rol de los museos en la preservación de la memoria local y el acceso a los bienes culturales.
Se podrá visitar en el Espacio de Arte Nacional (2° piso) hasta el domingo 12 de octubre.
Confluencia
Artistas de todo el país
Miércoles 3 de septiembre a las 18
La Secretaría de Cultura de la Nación, a través de la Red de Casas de la Cultura inaugura “Confluencia”, exhibición que reúne obras de Malcon D’Stefano, Sonia Höger, Nora Pareja, Paula Picciani, Paz Secundini y María Florencia Villanueva, artistas provenientes de diferentes regiones de la Argentina que exploran estéticas emergentes desde diversas escenas provinciales, a través de distintos soportes, como fotografía, pintura o dibujo, que dan cuenta de un recorrido visual y poético por distintos territorios. Un encuentro que enriquece el lazo entre artistas y espectadores, celebra la diversidad cultural y demuestra cómo lo local puede inspirar nuevos sentidos.
La selección de 17 trabajos estuvo a cargo del equipo de la Red de Casas de la Cultura, la Casa Nacional del Bicentenario y de los artistas Leo Mayer y Pepa Figueroa Cuéllar.
La exposición podrá visitarse hasta el domingo 28 de septiembre.
(Fuente: Área de Prensa y Comunicación – Casa Nacional del Bicentenario)
Artes Plásticas
Dos nuevas muestras inauguran en la Casa Nacional del Bicentenario

Dos nuevas muestras se inaugurarán en la Casa Nacional del Bicentenario, ubicada en calle Riobamba 985 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con entrada gratuita:
Un mapa para lo frágil

Obras de Ana Laura Amante, Julieta Cantarelli, Romina Tejerina y Graciela San Román. Conformada por once trabajos en diversos soportes —instalaciones site-specific, frottages, piezas textiles, esculturas cerámicas, obra sonora, pintura y obra sobre papel—, la muestra propone una reflexión sobre los modos de habitar, cuidar y percibir los territorios. En diálogo con los recientes acontecimientos climáticos en la región, las piezas se acercan al paisaje no como fondo, sino como interlocutor: lo escuchan, lo atraviesan, lo traducen. Curada por Ana Larrere.
Del 14 de agosto al 5 de octubre.
Y además…
Charla
Romina Tejerina (artista integrante del colectivo Guardianes del Estuario), brindará una charla abierta, en el marco de la exposición “Un mapa para lo frágil”, sobre el estuario de Bahía Blanca, un humedal costero de enorme valor ecológico que, pese a su riqueza biológica, sigue siendo un territorio desconocido incluso para quienes viven junto a él. A partir de su experiencia como observadora de aves y trabajadora en territorio, Tejerina compartirá una mirada situada sobre el vínculo entre arte, biodiversidad y afecto en tiempos de crisis climática. Será el viernes 15 de agosto a las 17.
Lucila Sancineti. nido matinal, mortaja del mundo

Se exhiben en el microespacio de la Casa dos instalaciones de la artista Lucila Sancineti.
Inspirándose en exoesqueletos, piezas de corsetería, armaduras -dispositivos para cubrir, proteger, sostener-, Sancineti elabora piezas combinando morfologías y experimentando con materiales que aportan textura, flexibilidad y rigidez.
Del 14 de agosto al 28 de septiembre.
(Fuente: Área de Prensa y Comunicación – Casa Nacional del Bicentenario)
Artes Visuales
Triple inauguración en el Centro Cultural Recoleta

El jueves 14 de agosto a las 18 se inaugurarán tres nuevas exposiciones de artes visuales en el Centro Cultural Recoleta, espacio ubicado en calle Junín al 1930 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En la sala 5 la artista salteña Soledad Dahbar presentará “La gravedad del brillo” y en la sala 6 Celeste Martínez Abburrá y Marcela González exhibirán “Un final programado”. Ambas muestras fueron seleccionadas en la Convocatoria de Artes Visuales 2025 del Centro Cultural. En paralelo, en la sala 13 Milagros Schmoll presentará su primera exposición individual titulada “Mi alma gemela”, curada por Rodrigo Alonso.
“La gravedad del brillo” investiga los vínculos que establecen las personas como seres humanos con modos de existencia no orgánicos, como metales y minerales provenientes de entornos tanto naturales como industriales. Su práctica se articula en torno a la minería, su historia colonial y extractiva, y su impacto social y económico en el presente.
“Un final programado” (sala 6) es una exposición que propone un recorrido por una serie de instalaciones, esculturas y videos generando un paisaje tenue. Ambos artistas desarrollan desde hace tres años una práctica colaborativa que cruza arte, ciencia y tecnología para reflexionar sobre los límites entre el cuerpo, la tecnología y la percepción.
“Mi alma gemela” (sala 13) despliega unas veinte obras exhibidas por la artista en los últimos quince años en distintas partes del mundo que ahora se exponen, en conjunto, por primera vez en Buenos Aires. En el universo de Schmoll predomina la pintura. El visitante recorrerá obras en óleo sobre tela, acrílico, cera y otros materiales. Se trata de piezas eminentemente abstractas, de texturas marcadas y un tratamiento tonal medido, con colores predominantes, que colaboran en la consolidación del equilibrio y la armonía. Los títulos de las mismas remiten a espacios y sensaciones que acercan al público a la interioridad y pensamiento de la artista.
Las tres exposiciones se podrán visitar en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) de martes a viernes de 12 a 21 y sábados, domingos y feriados de 11 a 21. Programación completa en: http://www.centroculturalrecoleta.org/ .
(Fuente: Cecilia Gamboa – Comunicación & Prensa)
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