

Literatura
Agatha Christie, un siglo y toda la vigencia
Por Milena Heinrich (*)
Hace 100 años Agatha Christie marcaba el comienzo de la leyenda que la convertiría en la dama del misterio y en la escritora más vendida de la historia de la literatura: con su novela El misterioso caso de Styles, protagonizada por Hércules Poirot, dio vida a una prolífica obra de casi un centenar de títulos, y un siglo después sigue poniendo a prueba su capacidad de cosechar un magnetismo inusitado en quienes incursionan en el género, como coinciden las escritoras María Inés Krimer y Liliana Escliar.
¿Qué fecha es merecedora de un aniversario: el nacimiento, la muerte, un hecho emblemático? Para Agatha Christie este año motoriza no solo una sino dos celebraciones porque recuerda el debut de su novela El misterio caso de Styles, que se gestó como resultado de una apuesta con su hermana Madge y tuvo varios rechazos editoriales hasta que publicó en 1920, y porque también se cumplen 130 años de su nacimiento en 1890 en Torquay, al sur de Inglaterra, donde recibió una clásica formación victoriana y desplegó su interés por la música, el canto, las matemáticas y los juegos de palabras.
Las cartas de presentación de la escritora que se volvió leyenda y se convirtió en una de las novelistas más vendidas de la historia -solo superada por la Biblia y Shakespeare- con dos mil millones de ejemplares en más de 45 lenguas, impulsan el regreso a su obra, al tiempo que invitan a las nuevas generaciones a conocerla a través de sus libros o a través de algunas de los cientos de adaptaciones audiovisuales que se hicieron de sus textos.

De hecho, este año el sello Booket de la editorial Planeta lanzó una reedición de sus mejores novelas, y también se esperan novedades en materia de películas porque en octubre próximo se prevé el estreno de la Muerte en el Nilo, dirigida por Kenneth Branagh, quien hace algunos años versionó Asesinato en el Expreso de Oriente y en algunas entrevistas manifestó su interés por continuar con la creación del universo de Christie.
Pero más allá de ediciones y adaptaciones, una de las fórmulas que aportan alguna pista sobre la vigencia de la escritora británica (1890-1976), recordada por novelas como Diez negritos, El asesinato de Roger Ackroyd, Cita con la muerte o El misterio de la guía de ferrocarriles, está en la complicidad con las y los lectores, a quienes aporta casi toda la información elemental para resolver el caso antes de que termine la trama. Pero también, incluso a sus más fieles seguidores, es capaz de engañarlos sin levantar sospechas.
Para Liliana Escliar, autora de Tumbas rotas, “la obra de Agatha Christie sigue vigente por sus múltiples adaptaciones pero, sobre todo, porque suele ser una de las primeras aproximaciones que los lectores de policial tenemos al género y por eso tenemos un ‘enganche’ que es también afectivo. Empezamos leyéndola a ella y seguimos jugando al detective con ella. Nos da pistas, nos engaña, nos invita a investigar con Poirot o con Miss Marple y, sobre todo, nos entretiene”.
Algo similar sobre de ese primer encuentro con este tipo de narrativa rescata María Inés Krimer, autora con varios títulos en el género: “Mi vinculación con el género negro arranca con las historietas que leía de chica. Después vinieron las novelas de Agatha Christie que papá traía de una biblioteca pública. Fui lectora fiel de la reina del crimen hasta que la abandoné por Hammett, Goodis, Thompson, James Cain”.

“Más que tramas más o menos ingeniosas, me importaban los autores. ¿A quién le interesaban las mansiones inglesas, los envenenadores, el Orient Express o los consumidores de opio? Chandler ya había sacado el jarrón veneciano a las calles. Ahora el único enigma que proponía el género negro era el sistema capitalista y las novelas debían ser leídas como síntomas. Los finales podían ser abiertos”, plantea Krimer en diálogo con la agencia de noticias Télam.
“Pero años después, con algo de cosecha propia en el género negro, por pura curiosidad volví a Diez negritos, la mejor novela de Christie. Fue como si nunca la hubiera leído y creo que ahí radica su vigencia. Leer un policial de Christie es ir en busca de esa ansiedad irrepetible que experimenté en la infancia por llegar al final y saber quién es el asesino”, confía la autora de Sangre fashion.
Sin embargo, a pesar de esa suerte de magnetismo que despierta para quienes comienzan a indagar en el género, Christie parece ser la puerta a nuevas lecturas ¿por qué, entonces, no se agota? “Me parece que la clave -sostiene por su parte Escliar- es que además de sus tramas, son sus personajes, extravagantes y sin embargo verdaderos. Son psicológicamente complejos, son verosímiles, tienen motivaciones reales y ésta característica la comparten con los personajes de las nuevas series”.
Si bien ahora la cosa está más repartida, a nivel local la narrativa policial y de misterio ha sido predominantemente escrita por varones ¿cómo leer la figura de Agatha con una perspectiva de género? Por lo pronto, Agatha tuvo como protagonista además de su famoso detective belga Hércules Poirot a Miss Marple, una señora detective amateur.

“La Christie se divorció cuando nadie lo hacía, apostó a su vocación cuando las mujeres se quedaban en la cocina y trascendió largamente su género. En una tradición como la anglosajona, rica de autoras mujeres, ella se destacó como la más prolífica y la mejor. Dejó de ser una mujer que escribía para ocupar el lugar de La Dama del crimen, codo a codo -y tomando la delantera- con los más exitosos autores del género. Una equidad que también llevó a sus novelas de Miss Marple, que resuelve los misterios con tanta sagacidad o más que Monsieur Poirot”, sostiene Escliar.
A pesar de haber escrito una autobiografía, Christie escondió con recelo su vida privada, por timidez -sufría ante la exposición en público- o por llevar las claves enigmáticas de su ficción también a su vida, en sintonía con sus historias. Es famosa su misteriosa desaparición durante once días en diciembre de 1926 cuando se le perdió el rastro y solo se encontró su auto. El manto de misterio que rondó el episodio fue leído por algunos como una estrategia de publicidad, por otros como síntomas de depresión.
Lo cierto es que tras una intensa búsqueda policial, que incluyó una cobertura mediática y hasta fue portada del New York Times, se supo que la escritora había pasado una semana en un hotel, donde se registró con el mismo apellido de la mujer por la que la había abandonado su esposo Archibald Christie unos días antes. Pero nunca se supo qué ocurrió realmente.
A lo largo de su vida, la británica publicó 66 novelas y 14 libros de cuentos y escribió obras de teatro como la famosa La ratonera con funciones permanentes. Después de su muerte un 12 de enero de 1976, salió a la luz su autobiografía, en la que daba cuenta de su infancia o su segundo matrimonio con el arqueólogo Max Mallowan, que la aficionó a la arqueología y a los viajes, dos vectores que subyacen en muchas de sus obras.
Sin embargo, su nombre como su obra son una leyenda y aunque nunca dio muchas pistas sobre el universo que construyó al ritmo vertiginoso de un libro por año, dejó una pista como un proverbio: “La mejor receta para la novela policíaca: el detective no debe saber nunca más que el lector”.
(*) Agencia de noticias Telam

Literatura
Se celebra en la Argentina el Día del Escritor

Este 13 de junio, como sucede cada años, se celebra en la Argentina el Día del Escritor. La conmemoración es en honor al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938), un artista que a través de sus variadas obras lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX.
Lugones nació en la localidad cordobesa de Villa María del Río Seco, se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel del Tigre y fue la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), la que estableció la fecha de su nacimiento para esta conmemoración.
Poeta, narrador, bibliotecario, pedagogo y ensayista, en su obra forjó de hecho una vanguardia literaria que rompió con la herencia hispanista y sentó así las bases de una literatura moderna, siempre en la búsqueda de una lengua propia para nuestro país.
Fue autor de una treintena de libros, entre ellos, “Los crepúsculos del jardín”, “Las fuerzas extrañas”, “Las horas doradas” y “La guerra gaucha”, que fue llevada al cine en 1942 por Lucas Demare.
Para Lugones el rol del escritor estaba unido al destino de su país y, por lo tanto, debía ser parte de su acción política. Admirador de las bibliotecas populares, dirigió hasta su muerte la Biblioteca Nacional de Maestros y contribuyó a diseñar una reforma para la educación secundaria argentina.
Al mismo tiempo, algunos de sus ensayos se constituyeron en hitos de la cultura argentina. Las conferencias que brindó en el teatro Odeón sobre el “Martín Fierro”, en las que comparaba al guacho con la épica homérica, tienen mucho que ver en su constitución como “libro nacional”.
Textos para escuchar
Amigos por el viento – Liliana Bodoc

Julieta Díaz lee el cuento Amigos por el viento, de Liliana Bodoc.
A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.Así ocurrió el día que papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.
– Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
– Me parece bien – mentí.Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:
– No me lo estás deciendo muy convencida…
– Yo no tengo que estar convencida.
– ¿Y eso que significa? – preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.Me vi obligada a levantar los ojos del libro:
– Significa que es tu cumpleaños, y no el mío – respondí.
La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.– Se van a entender bien – dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.
La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. “Se me acaba de romper una copa”, inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías.Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Después pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.– Me voy a arreglar un poco – dijo mamá mirándose las manos. – Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
– ¿Qué te vas a poner? – le pregunté en un supremo esfuerzo de amor.
– El vestido azul.Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarían pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.– ¡Mamá! – grité pegada a la puerta del baño.
– ¿Qué pasa? – me respondió desde la ducha.
– ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.
– ¿Palabras que parecen ruidos? – repitió.
– Sí. – Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg…¡Ring!
– Por favor – dijo mamá -, están llamando.
No tuve más remedio que abrir la puerta.
– ¡Hola! – dijeron las rosas que traía Ricardo.
– ¡Hola! – dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.Yo mira a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas.– Podrían ir a escuchar música a tu habitación – sugirió la mujer que cumplía años, desesperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados.
Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:– ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?
Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.
– Cuatro años – contestó.
Pero mi rabia no se conformó con eso:
– ¿Y cómo fue? – volví a preguntar.
Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.– Fue… fue como un viento – dijo.
Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?
– ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? – pregunté.
– Sí, es ese.
– ¿Y también susurra…?
– Mi viento susurraba – dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
– Yo tampoco entendí. – Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.Pasó un silencio.
– Un viento tan fuerte que movió los edificios – dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces…
Pasó una respiración.
– A mí se me ensuciaron los ojos – dije.
Pasaron dos.
– A mí también.
– ¿Tu papá cerró las ventanas? – pregunté.
– Sí.
– Mi mamá también.
– ¿Por qué lo habrán hecho? – Juanjo parecía asustado.
– Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
– Si querés vamos a comer cocadas – le dije.
Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizá ya era tiempo de abrir las ventanas.
(Audio extraído del programa Calibroscopio del Canal Pakapaka)
Historias Reflejadas
“Más allá de la luna”

Más allá de la Luna
Alguien se había robado la luna. O una parte de ella. Justo ahora que la otra Luna se había ido sin avisar. En eso estaba el niño, que más tarde sería un grande, cuando pudo escuchar lo que los animales comentaban.
No importa lo que dijo la rana, ni el gato, ni los otros gatos del tejado. Ni siquiera es importante lo que susurró la paloma. Lo verdaderamente terrible es que, fuera por el motivo que fuera, la luna había desaparecido. ¿Cuántas lunas había? ¡Qué confusión!
Tal vez, pensaba el niño, a la luna le gustaba cambiar y como era muy coqueta había días en los que no se dejaba ver. En esas noches oscuras, cuando ella estaba sin estar, muchos artistas la pintaban en cielos dibujados para que nadie dejara de admirarla. “¿Y mi Luna?” se preguntaba.
Había que buscar las tres caras de la luna. ¡Además de la suya! ¿Sólo por coquetería a veces se escondía? Era necesario bucear en las noches, mirar un poco más allá para que la luna valiera la pena.
En medio de tanto enredo, el niño, que después fue un grande, hizo un descubrimiento que le permitió mirar el lado oculto de las cosas, las cercanas y las lejanas.
Cierta tarde, cuando sus preguntas se habían enmarañado en una tristeza inexplicable, una lágrima se convirtió en respuesta. Primero fue una idea y muy pronto su imaginación se puso en marcha. Fue justamente por eso que a partir de entonces la vida del niño se transformó. Había nacido un genio, de esos que inventan cosas para que las verdades se revelen.
Un tiempo después, aquel pequeño inventor miraba por la ventana con un gran catalejo todo lo que había más allá de la luna. A su lado otra Luna, que había estado jugando a las escondidas, movía la cola.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Galileo y el cataestrellas”, con textos de Carlos Pinto e ilustraciones de Leo Bolzicco; “Una luna junto a la laguna”, de Adela Basch con ilustraciones de Alberto Pez; “La mejor luna”, de Liliana Bodoc; y “El hombre que creía en la luna”, de Esteban Valentino.
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