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Literatura

Ediciones Diotima reveló sus novedades de junio

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UN ALTAR EN LA CURVA

CLAUDIA CHAMUDIS

RELATOS

Todo se adentra en la casa de la escritura: los animales, los vecinos, el lenguaje, la infancia; una casa que antes fue otra cosa, aunque siempre rural: bar y almacén. En estos catorce cuentos, titulados con nombres propios, lo desconocido se nos vuelve muy pronto íntimo, acogiéndonos con oralidad, claroscuros, paisaje. Un altar en la curva con las puertas abiertas, para observar la vida siendo la vida y rendirle homenaje todavía con asombro. Igual de asombrosa y conmovedora es la escritura de Claudia.
Katya Adaui

RESTOS DEL VERANO

BELÉN VÁZQUEZ

NOVELA

En Restos del verano, la pérdida es algo constante. A orillas de la costa argentina, un espacio tan vasto como desigual, convergen historias que se entrelazan o apenas se rozan. Turistas de paso, trabajadores golondrina, familias alegres o agobiadas por la quietud: todos forman parte de un mosaico donde el ocio y el trabajo marcan las distancias y también los encuentros.
La novela está escrita desde el fragmento, retazos de un verano que debe reconstruirse. La costa, con su ruido constante y su horizonte en apariencia inagotable, se convierte en testigo de esos vínculos fugaces.

Restos del verano escarba en la memoria y en los espacios compartidos con un lenguaje preciso e inquietante. Revela así, cómo las vidas fragmentadas se cruzan y se sostienen en un territorio donde lo que se pierde define define lo que fatalmente permanece.

LOS TRES PIQUETEROS

JULIÁN ÁLVAREZ SANSONE

NOVELA

Los tres piqueteros narra la odisea de un muchacho correntino de apenas veinte años que llega a Buenos Aires con un objetivo inédito: convertirse en piquetero. Lo acompaña la bendición de su padre quien, después de cebarle unos mates, lo despide como a un héroe popular: confiándole un cuchillo que “defendió a la familia durante generaciones” y su viejo rastrojero para que se abra camino en la gran ciudad.

A partir de esta premisa tan absurda como fascinante, el politólogo Julián Alvarez Sansone despliega una historia cargada de humor, acción y crítica social, donde el protagonista se enfrenta a un mundo de secretos, traiciones y luchas de poder. En su camino se cruza con referentes movimientos sociales, altos funcionarios y un sinfín de personajes tan delirantes como entrañables, mientras recorre calles del conurbano y de la Capital, plazas, ministerios, barrios privados y pasillos ocultos del poder.

Con ecos paródicos de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, y un estilo que se enmarca en el género del absurdo, la novela propone una relectura sarcástica de la política argentina reciente, sus íconos y sus mitologías urbanas. Una novela donde también se presentan tramas y subtramas en las cuales diversos funcionarios y los tres referentes piqueteros de los movimientos sociales más grandes del país se debaten sobre lógicas de cooperación y competencia. Una aventura disparatada que pondrá a prueba la astucia, el cuerpo y los ideales de un héroe inesperado, y donde, en medio del caos, encontrará también a quienes serán sus compañeros de lucha. Porque todos para uno, y uno… ¿para qué?

LA LUZ QUEDA

ALEJANDRO PEREYRA

NOVELA

Arturo es fotógrafo y viaja con su hija, Romina, a Buenos Aires para realizarse unos estudios. Está muy enfermo. La preocupación de Romina se acentúa cuando su padre desvía el coche, apenas iniciado el viaje, con la excusa de una obligación previa. Va en busca de su imagen definitiva, la última gran obra. En ese viaje, Romina se encontrará con la revelación de un Arturo que desconocía, o que preferiría desconocer.

Escrita con la estructura de un prisma, las cuatro voces de La luz queda hablan entre ellas sin escucharse. Segundas personas imposibles e impasibles, que van encrespando una trama cada vez más insoportable.

Alejandro Pereyra trabaja el lenguaje de esas voces, juega con destreza con los tonos y los contrastes, y maneja también la voz del narrador aventurándose a lo ominoso: un caleidoscopio que, al final de esta novela breve, revela el rostro de lo que no puede ser dicho.

SEMIDIOSAS

CLAUDIO IBARRA

NOVELA

Ese chamán nos cagó y nosotras tendríamos que haber vuelto, le dice Amakáik, la que tiene fuego, a Ookoko, la mujer importante. Y vuelven. Y vuelven a volver. Para re sistir, para vengarse, para incendiar, para amarse. Semidiosas, de Claudia lbarra, crece y desanda historias en espiral cruzando gestas, aventuras, liberaciones, fero cidades, en un triptelúrico que tanto abreva en lo originario como en la contempora neidad. Yendo y viniendo del desierto atagónico a un viaducto conurbano. Meterse en las páginas de esta novela es entreverarse en los pliegues-¡mágicos! ¡trágicos! ¡pletóricos!-del tiempo y el espacio.

TIERRA COLORADA

MIRTHA AMORES

THRILLER

El título pone en escena un espacio inquietante. En la selva misionera habitan seres temibles. Creencias antiguas de los dueños de la tierra colorada resuenan en relatos orales que no se olvidan. Como contraste de esa naturaleza febril aparece el ámbito hospitalario aséptico y luminoso en la ciudad de cemento. “La Neuróloga Mariana de Cio, a cargo del paciente de la cama 114, se encuentra con una mirada lúcida, sumergida en un organismo descalabrado. Un cuerpo que no respondía a ninguno de los comandos con los que el cerebro se intentaba comunicar… En aquella época de su vida, Mariana había decidido apoyarse sobre todo en el pensamiento científico y se concentraba en aquello que podía explicar o analizar con su intelecto, decidida a ignorar los sueños, imágenes o intuiciones que también la asaltaban con frecuencia.”

Mientras trata de resolver el complejo diagnóstico descubre, entre las magras pertenencias del paciente, su identidad e intuye que es un perseguido. También hay un mapa ajado. Todo está teñido de tierra colorada. Se abre así un enigma en el que Mirtha Amores vuelve al género de suspenso. En su segunda novela rinde homenaje al vínculo que la une a su lugar de origen y a la Neurología, su otra profesión. Con una escritura generosa y apasionada, logra un relato en el que se encuentran en una lograda urdimbre los tiempos de la dictadura con el oro oculto de los jesuitas, el amor y la traición, presagios y memorias. La autora construye un thriller en el que Mariana, el lúcido personaje femenino de Tierra colorada, asume el poder del Deseo y, revelando su coraje, se enfrenta a lo que temió toda su vida.

LAS OVEJAS

OSCAR DANIEL DUARTE

NOVELA

Esta novela articula tres historias. “Los Gringos” cuenta cómo una típica familia de inmigrantes campesinos es sumergida en la pobreza. “Los Criollos” narra la transición de un hombre que vive a la sombra de relatos heroicos y nuevas generaciones de inmigrantes, a quienes no comprende. “El mundo desarmado” es la narración de un descendiente de esos gringos y criollos; alguien que intenta mantener con vida los recuerdos de su familia.

“Las Ovejas” puede ser entendida como una novela en la que sucesos centrales de la Historia Argentina resultan telón de fondo para las vidas ordinarias. Escrita con pericia y sensibilidad, nos conmueve y convoca a ver la Historia desde un punto de vista singular y humano, muy cerca de la subjetividad.

LA TRAMA OCULTA

ESTEBAN SAYEGH

CUENTOS

La postergación tiene algo de promesa y algo de maldición, y ambas cosas siempre se dan juntas, dice el narrador de uno de estos relatos y con ello, acaso, descifra un destino que se nos impone como un horizonte que aplasta.

Los cuentos de La trama oculta ponen en escena lo que habría de invariable en la historia argentina. Del barro fundacional de quienes conquistan y huyen -hasta la fuga ilusoria de un exilio imposible- está hecha la urdimbre de estas historias entretejidas de civilización y barbarie; categorías, al fin de cuentas, indistinguibles.

(Fuente: Ediciones Diotima)

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Literatura

Se celebra en la Argentina el Día del Escritor

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Este 13 de junio, como sucede cada años, se celebra en la Argentina el Día del Escritor. La conmemoración es en honor al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938), un artista que a través de sus variadas obras lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX.

Lugones nació en la localidad cordobesa de Villa María del Río Seco, se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel del Tigre y fue la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), la que estableció la fecha de su nacimiento para esta conmemoración.

Poeta, narrador, bibliotecario, pedagogo y ensayista, en su obra forjó de hecho una vanguardia literaria que rompió con la herencia hispanista y sentó así las bases de una literatura moderna, siempre en la búsqueda de una lengua propia para nuestro país.

Fue autor de una treintena de libros, entre ellos, “Los crepúsculos del jardín”, “Las fuerzas extrañas”, “Las horas doradas” y “La guerra gaucha”, que fue llevada al cine en 1942 por Lucas Demare.

Para Lugones el rol del escritor estaba unido al destino de su país y, por lo tanto, debía ser parte de su acción política. Admirador de las bibliotecas populares, dirigió hasta su muerte la Biblioteca Nacional de Maestros y contribuyó a diseñar una reforma para la educación secundaria argentina.

Al mismo tiempo, algunos de sus ensayos se constituyeron en hitos de la cultura argentina. Las conferencias que brindó en el teatro Odeón sobre el “Martín Fierro”, en las que comparaba al guacho con la épica homérica, tienen mucho que ver en su constitución como “libro nacional”.

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Textos para escuchar

Amigos por el viento – Liliana Bodoc

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Julieta Díaz
lee el cuento Amigos por el viento, de Liliana Bodoc.

A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.

Así ocurrió el día que papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.

– Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
– Me parece bien – mentí.

Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:

– No me lo estás deciendo muy convencida…
– Yo no tengo que estar convencida.
– ¿Y eso que significa? – preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.

Me vi obligada a levantar los ojos del libro:

– Significa que es tu cumpleaños, y no el mío – respondí.

La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.

– Se van a entender bien – dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.

La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. “Se me acaba de romper una copa”, inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías.

Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Después pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.

– Me voy a arreglar un poco – dijo mamá mirándose las manos. – Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
– ¿Qué te vas a poner? – le pregunté en un supremo esfuerzo de amor.
– El vestido azul.

Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarían pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.

– ¡Mamá! – grité pegada a la puerta del baño.
– ¿Qué pasa? – me respondió desde la ducha.
– ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?

El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.

– ¿Palabras que parecen ruidos? – repitió.
– Sí. – Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg…

¡Ring!

– Por favor – dijo mamá -, están llamando.

No tuve más remedio que abrir la puerta.

– ¡Hola! – dijeron las rosas que traía Ricardo.
– ¡Hola! – dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.

Yo mira a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas.

– Podrían ir a escuchar música a tu habitación – sugirió la mujer que cumplía años, desesperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados.

Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:

– ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?

Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.

– Cuatro años – contestó.

Pero mi rabia no se conformó con eso:

– ¿Y cómo fue? – volví a preguntar.

Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.

– Fue… fue como un viento – dijo.

Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?

– ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? – pregunté.
– Sí, es ese.
– ¿Y también susurra…?
– Mi viento susurraba – dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
– Yo tampoco entendí. – Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.

Pasó un silencio.

– Un viento tan fuerte que movió los edificios – dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces…

Pasó una respiración.

– A mí se me ensuciaron los ojos – dije.

Pasaron dos.

– A mí también.
– ¿Tu papá cerró las ventanas? – pregunté.
– Sí.
– Mi mamá también.
– ¿Por qué lo habrán hecho? – Juanjo parecía asustado.
– Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.

A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.

– Si querés vamos a comer cocadas – le dije.

Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizá ya era tiempo de abrir las ventanas.

(Audio extraído del programa Calibroscopio del Canal Pakapaka)

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Historias Reflejadas

“Más allá de la luna”

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Más allá de la Luna

Alguien se había robado la luna. O una parte de ella. Justo ahora que la otra Luna se había ido sin avisar. En eso estaba el niño, que más tarde sería un grande, cuando pudo escuchar lo que los animales comentaban.

No importa lo que dijo la rana, ni el gato, ni los otros gatos del tejado. Ni siquiera es importante lo que susurró la paloma. Lo verdaderamente terrible es que, fuera por el motivo que fuera, la luna había desaparecido. ¿Cuántas lunas había? ¡Qué confusión!

Tal vez, pensaba el niño, a la luna le gustaba cambiar y como era muy coqueta había días en los que no se dejaba ver. En esas noches oscuras, cuando ella estaba sin estar, muchos artistas la pintaban en cielos dibujados para que nadie dejara de admirarla. “¿Y mi Luna?” se preguntaba.

Había que buscar las tres caras de la luna. ¡Además de la suya! ¿Sólo por coquetería a veces se escondía?  Era necesario bucear en las noches, mirar un poco más allá para que la luna valiera la pena.

En medio de tanto enredo, el niño, que después fue un grande, hizo un descubrimiento que le permitió mirar el lado oculto de las cosas, las cercanas y las lejanas.

Cierta tarde, cuando sus preguntas se habían enmarañado en una tristeza inexplicable, una lágrima se convirtió en respuesta. Primero fue una idea y muy pronto su imaginación se puso en marcha. Fue justamente por eso que a partir de entonces la vida del niño se transformó. Había nacido un genio, de esos que inventan cosas para que las verdades se revelen.

Un tiempo después, aquel pequeño inventor miraba por la ventana con un gran catalejo todo lo que había más allá de la luna. A su lado otra Luna, que había estado jugando a las escondidas, movía la cola.

 Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Galileo y el cataestrellas”, con textos de Carlos Pinto e ilustraciones de Leo Bolzicco; “Una luna junto a la laguna”, de Adela Basch con ilustraciones de Alberto Pez; “La mejor luna”, de Liliana Bodoc; y “El hombre que creía en la luna”, de Esteban Valentino.

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