

Historias Reflejadas
“El arte de contar”

El arte de contar
Conectadas por palabras invisibles, existen historias que se alargan, avanzan, retroceden, se aquietan para girar y, de pronto, se interrumpen para soltar en el aire preguntas inquietas, que caen como una lluvia suave, más allá de los renglones.
Cada día, entre giros y medias vueltas, estiran sus brazos de letras para buscar el principio, ese punto difuso que asoma en el sitio exacto donde uno se detiene a mirar y que el tiempo ha masticado despacio, con sus dientes de viento.
Un sonido de voces subterráneas asciende como un murmullo y se pierde en una telaraña de recuerdos, porque las historias tienen vida propia y crecen sobre la oscuridad del silencio, tanto como esperan.
En el círculo de la existencia, los hilos de letras se buscan para tejer instantes nuevos, hilvanados por las sutilezas de un relato que se agranda por debajo, lento y rumoroso.
Expandidos en el aire, los finales buscan aquietarse sobre otro punto lejano, para volver a empezar, para que el regreso sea más liviano, para que la magia del encuentro con aquellos que se esconden detrás de cada historia sea posible.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Dos magias y un dinosaurio”, de Márgara Averbach; “Cartas amarillas, de La Boca a Rosario”, de Mercedes Pérez Sabbi; “Piedras volando sobre el agua”, de Marcelo Birmajer; “El país de Juan”, de María Teresa Andruetto.

Historias Reflejadas
“La jaula”


La jaula
Las rejas de una jaula inventada se desvanecían para dejar salir a las palabras. Afuera era igual que adentro, ya no quedaba nada porque las voces se habían ido apagando, nombre tras nombre. Era allí, sobre esa extraña morfología de letras, donde amanecía la continuidad de la vida, aún después de la muerte.
Cada nombre definía las formas y las circunstancias y, tal vez por eso, se expandía en las geografías circundantes determinando el destino de las cosas.
Un cuadrado con imágenes superpuestas se perdía en la anatomía de una pintura, en cuyo interior habitaban los deseos silenciados. Más tarde, alguien soñaba sus huellas, atrapadas en recuerdos que se borraban sobre sus mentes confusas.
¿Quién era quién en aquel paraíso perdido? ¿Acaso se habían convertido en animales de laboratorio, incapaces de salir de los límites impuestos?
El afuera era tan solo un espejismo, agua sobre el pavimento de la vida que chorreaba ironías detrás de las rejas, entre las que sus cuerpos se desvanecían mientras salían las palabras.Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Adán en Edén”, de Carlos Fuentes; “La cena”, de César Aira; “Space invaders”, de Nona Fernández Silanes; y “Las ratas”, de José Bianco.
Historias Reflejadas
“Cicatrices de la historia”


Cicatrices de la historia
Una mancha de sangre gotea sobre el mapa de la memoria, los caminos de la historia se cruzan y revelan verdades.
La guerra crea fronteras, territorios opacos en los que el dolor y el hambre se enquistan en los fragmentos de una humanidad polarizada.
Un mundo invisible, de presencias sutiles, marca los pasos de quienes intuyen su reflejo, desdibujado en los espejos del tiempo.
Alguien busca su búsqueda, perdida en un repliegue del destino, atrapada en un lamento sin voces. Y la encuentra.
La herida se contrae, los filamentos de la historia coagulan en un punto sin forma.
Sobre el mapa de la memoria, una cicatriz se convierte en el recuerdo de todo aquello que no puede olvidarse.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia las siguientes novelas: “Mi nombre es Lídice”, de Beatriz Grinberg; “La verdad silenciada”, de Carolina Del Pópolo; “Pasión imperfecta”, de Roberto Lapid; y “Sangre siciliana”, de Silvina Ruffo.
Historias Reflejadas
“Regreso”


Regreso
Una voz lejana se hace escuchar. Sobre los límites de una vida callada, sus latidos pulsan el eco de un recuerdo. Es tiempo de regresar al punto de partida, sumergido en el centro, en un hueco de silencio.
Un sonido sutil, apenas una certeza enraizada, arrastra hacia el horizonte y rompe las líneas que dan forma a la geometría de lo conocido.
El viaje se inicia pesado, adormeciendo los hombros, que cargan con las piedras del pasado y aquietan el presente.
El cuerpo levanta vuelo, despega del suelo de la existencia y se eleva por encima de lo cotidiano para buscar un mapa nuevo, en el que es posible encontrarse, más allá de las innumerables rutas del miedo.
Es tiempo de avanzar, de recorrer la geografía de lo desconocido, de rodar sobre las circunstancias para caer sobre las certezas de la vida, a pesar de las sombras de la muerte.
Una voz lejana se hace escuchar, es tiempo de regresar.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia las siguientes novelas: “Sombras en la luna”, de Gloria Casañas; “Las fiebres de la memoria”, de Gioconda Belli; “Volver a mí”, de Laura G. Miranda; y “La intensidad del monzón”, de Carolina Macedo.
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