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Historias Reflejadas

“Tiempo de cosecha”

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Tiempo de cosecha

El tiempo se había detenido en una de sus innumerables vueltas. En aquella selva de pasiones y olvidos, la naturaleza contaba en ciclos las historias de cada especie. Unos a otros se acompañaban en una melodía perfecta en la que las noches se adherían a los días y las estaciones se hermanaban armoniosas una y otra vez, anunciando la vida y convocando a la muerte.

La niña sabía que tan solo una cortina apenas visible los separaba del mundo de los que habían partido. Es que en realidad para ella nunca lo habían hecho, porque sus ojos sabios aún los reconocían a través de la densa niebla que se empeñaba en separar lo evidente. El armonioso decir de cada uno de los seres que habitaban aquel espacio sin horas, resguardado de malicias, le llegaba justo para comunicar lo importante y para advertir acerca de los peligros. Y era la misma muerte la que ahora hablaba a través de ese árbol de ramas retorcidas y raíces firmes la que enredaba a todos con sus palabras vivas.

La niña pudo verla y escucharla. La mujer que habitaba más allá de las ramas, y que por momentos se desvanecía entre las raíces, tenía un claro mensaje para darles. Les tocaba a ellos resguardar cada uno de los tesoros que los rodeaban. Hubo un tiempo en el que la imprudencia y la codicia de los hombres devastaron esas tierras. También existió otro en el que las semillas volvieron a germinar y se abrieron paso atravesando la tristeza de cada partícula de tierra intentando un futuro. Hoy eran árboles capaces de recrear la vida y esos seres, recortados en un tiempo nuevo, estaban allí para protegerlos. La mujer que habitaba detrás de la vida se sumó al destino, alargó sus manos nudosas, afirmó sus pies enraizados con su árbol y dispersó sobre ellos nuevos brotes que multiplicarían la esencia de aquel pueblo detenido en alguna de las vueltas del tiempo, en la eternidad.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejaron en este cuento “La mujer habitada” de Gioconda Belli, “Donde el corazón te lleve” de Susanna Tamaro, “Los días de la sombra” de Liliana Bodoc, “La ciudad de las Bestias” de Isabel Allende.

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Historias Reflejadas

“Red de sueños”

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Red de sueños

En la extensa red que entrelaza a los vivientes, se enreda, quieto, nuestro sueño.

En el borde de la noche, donde las figuras se disipan en la niebla del tiempo, todos nos encontramos y nos convertimos en el sueño de otros.

Las sombras se desvanecen a los costados del camino, el aire pinta susurros que se esconden en un universo ciego, capaz de atrapar los mensajes cifrados.

Cuadros y libros nos conducen a espacios infinitos, múltiples realidades que nos muestran el lado invisible de las cosas.

Testigos silenciosos reflejan desde un lugar sin formas, palabras proféticas, encriptadas en aquello que hemos soñado, recuerdos de otras vidas guardados en la memoria del tiempo.

Alguien nos busca desde siempre, alguien que es espejo y reflejo nos llama para completar el destino, que nos ata con las cadenas de la culpa y del miedo.

Rostros desdibujados en fotos viejas marcan nuestros pasos hacia un encuentro inevitable.

Más allá de lo posible, las voces calladas toman vida y descongelan las imágenes que la muerte ha detenido, para abrir los canales que dan vida y nos comunican.

La vida es tan solo el recuerdo de lo que hemos sido, un soplo de aquello que alguien alguna vez soñó.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Aquí estoy, mi querida E”, de Gabriela Romero; “Testigos invisibles”, de Agustina Caride; “La prisión”, de Federico Keenan; el cuento “Desde otra vida”, del libro “Alma de abril” de Vanesa Spinelli; el cuento “Retrato de dama sin nombre”, del libro “Tú que te escondes” de Cristina Bajo; y el cuento “Alguien sueña”, de Jorge Luis Borges.

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“La trama de la libertad”

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La trama de la libertad

En el aleatorio entramado de la vida, los hilos invisibles se cruzan para tejer despacio los recuerdos sin nombre.

Detenidos en un oscuro hueco de la existencia, muchos buscan sus raíces, arrancadas temprano, junto con la esencia que atraviesa sus venas.

Ellos cargan sobre sus espaldas el peso del vacío. Rostros desdibujados en sus memorias se pierden en largos túneles que huelen a sangre y a miedo.

En ese espacio sin formas, los fantasmas se convierten en espectros que susurran las palabras de voces ausentes. Allí mismo, inmersos en un silencio denso y líquido, se escurren pronto los lamentos de lo incierto y luego son huellas que vibran rebeliones vencidas.

Sin embargo, es en ese descenso tenebroso donde cada ser se redescubre y logra abrazar sus raíces, aquellas que nutren y sanan a pesar del olvido.

Las guerras se transforman en ojos, que a lo largo de los siglos se pierden en un fondo sin figuras ni formas, tan solo pinceladas amorfas en las que cada hora es la totalidad del tiempo. Una foto quieta llora y grita lo callado de un pasado que duele y se hereda. Imágenes reflejadas en una pared convertida en espejo, se esfuman lejos, hacia los espacios negados.

En la trama del caos, muchas almas se atreven a trascender la esclavitud para por fin alcanzar la verdadera libertad.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia “Herencia negada”, de Mirta Fachini; “El enigma Weiss”, de Roberto Lapid; “Hija del silencio”, de Manuela Fingueret; y “Antes de la revolución”, de Silvana Serrano.

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“Sueños coloridos”

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Sueños coloridos

En una noche oscura y silenciosa una niña intentaba colorear sus sueños. Todo sucedió muy rápido, una pinturita llamó a la otra y ésta a otra más, hasta que unidas en una alegre ronda pintaron las cuatro paredes de la habitación.

Manchas multicolores se daban abrazos de témperas y crayones y bailaban formando figuras. Fue justamente en un lugar de una mancha brillante donde apareció un caballero montado en su caballo. Se lo veía flaco y cansado y, además, estaba un poco confundido. Su único deseo era vivir muchas aventuras y tal vez por eso se encontraba ahí.

La niña quiso ayudarlo a encontrar el camino, pero en ese momento se desató una tormenta que ningún paraguas pudo detener. Primero llovió un elefante, que quedó enroscado con su trompa sobre el acolchado verde, más tarde las grandes gotas trajeron a un malabarista, y luego a un trapecista y más tarde a un mago, que rápidamente hizo desparecer al caballero andante.

Tan cansada estaba la niña de esa lluvia de personajes que cerró sus ojos y se perdió en un colorido sueño.

Cuando el sol bostezó sus primeros rayos, ella pudo ver a su lado un elefante de madera, rojo y tibio, con el brillo de los tesoros que esconden la magia en su interior.

Recordando lo sucedido, supo que había llegado del país de los sueños donde lo imposible se hace posible y donde los colores logran transformar los grises de la vida.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Las increíbles aventuras de don Quijote y Sancho Panza”, de Adela Basch; “Puro Pelo, la pintora de sueños”, de Juan Chiavetta y Fabián Sevilla; “Sol”, de Márgara Avervach; y “El viernes que llovió circo”, de Fabián Sevilla.

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