Conéctate con nosotros

Literatura

A los 55 años, murió el escritor Leopoldo Brizuela

Publicado

el

El narrador, poeta y traductor Leopoldo Brizuela, autor de obras como “Inglaterra. Una fábula” y “Lisboa. Un melodrama” que mapean las experiencias de guerra y dictadura que atraviesan la historia contemporánea, murió este martes a los 55 años como consecuencia de un cáncer del que se estaba tratando en los últimos meses.

Nacido el 8 de junio de 1963, el escritor había estudiado Derecho, carrera que abandonó para estudiar Letras, también en la Universidad Nacional de La Plata, mientras tomaba clases de canto con la compositora y musicóloga Leda Valladares.

En 1977 Brizuela publicó sus primeros cuentos en la revista Oeste, por consejo del también escritor Gustavo Nielsen. Su primera novela “Tejiendo agua”, fue editada en 1985 y ganó el premio de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat.

Luego llegó el volumen de poemas “Fado” (1995), donde rinde homenaje a la expresión más popular de la cultura portuguesa, “el otro gran género en que, de joven, había creído reconocerme porque, a diferencia del tango, entiende la vivencia amorosa en un marco más extenso: una mitología -la de los navegantes y los descubrimientos- y una metafísica”, según narró alguna vez.

En “Inglaterra. Una fábula”, que recibió el Premio Clarín de Novela 1999, el Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires y fue finalista del Premio Grinzaine-Cavour “Deux Océans” a la mejor novela traducida al francés, relata el encuentro de una compañía de actores británicos con indios patagónicos en 1914. 

En 2011 llegó “Lisboa. Un melodrama”, obra finalista del premio Rómulo Gallegos que entrecruza la ficción y la realidad a través de una variada galería de personajes -algunos ficticios, otros reales- como la fadista Amália Rodrigues y el cantante de tangos Discépolo, que junto a su mujer, la española Tania, llegan en tren desde Madrid a la capital portuguesa en la noche del 17 de noviembre de 1942. 

Un año después, Brizuela obtuvo con “Una misma noche” (2012) el Premio Alfaguara y el Premio Von Rezzori-Cittá de Firenze como una de las cinco mejores novelas traducidas al italiano en 2013.  Allí, el narrador recrea el horror de la dictadura a partir de la historia de un escritor que rememora cómo siendo niño presenció el momento en que la casa de sus vecinos es atacada por un operativo militar.

“La novela enfoca la época en la que empezaron los juicios, no solo a los grandes jerarcas, si no a los culpables de delitos de lesa humanidad y enfoca también el terrible impacto que puede tener una condena al hacerse pública. Por primera vez uno escucha que lo que le paso a una persona y otra, y eso tiene un enorme poder”, explicó por entonces.

Los disparadores de las obras de Brizuela son en la mayoría de los casos de origen histórico: “Inglaterra” está inspirada en los sucesos de la Primera Guerra Mundial y el genocidio de los indígenas, mientras que en “Lisboa”, el punto de partida es la Segunda Guerra y el exilio.

En paralelo a la escritura, Brizuela coordinó la serie de antologías “El taller del escritor” (El Ateneo, 1992-93), “Historia de un deseo: el erotismo homosexual en 28 relatos argentinos contemporáneos” y “El lugar del reencuentro”, una serie de textos escritos por las Madres de Plaza de Mayo que él se encargó de seleccionar y prologar tras haber dictado durante cuatro años el taller de escritura de la Asociación, un trabajo por el que obtuvo diversos reconocimientos en Canadá, Brasil, España y Estados Unidos.

En 1993 participó del Congreso Literatura y Compromiso en Mollina y en 2002 fue escritor residente del Banff Center for the Arts en Canadá y en 2003 del prestigioso International Writing Program de la Universidad de IOWA. 

Fue escritor residente del Banff Center For the Arts, Canadá; del International Writing Program y recibió el subsidio de la Fundación Gulbenkian de Lisboa para el estudio de la cultura portuguesa.

El escritor tradujo las obras de Henry James, Flannery O’Connor y Eudora Welty, entre otros y fue, además, coordinador de diferentes talleres de escritura, como el que llevó a cabo en la cárcel de mujeres de Olmos o el realizado en la Asociación de Madres de Plaza de Mayo.

Hace casi un año, Brizuela había publicado su último libro, “Ensenada. Una memoria”, un texto polifónico y ligeramente autobiográfico que recrea los días de septiembre de 1955 en los que la Marina amenazaba con bombardear la refinería de YPF si Perón no renunciaba a la presidencia.

El libro propone también un retrato de su infancia, atravesada por la experiencia transformadora del peronismo, a la que que abordaba otra cuestiones como el derrotero de la inmigración o el uso del lenguaje y el proceso de la escritura.

Desde 2016 el escritor trabajaba en la Biblioteca Nacional, donde estaba encargado de rastrear y rescatar archivos de escritores argentinos y en la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires fue jurado del tercer Premio Literario Fundación El Libro y estuvo a cargo de la selección de textos del Maratón de la Lectura.

Sigue leyendo
Haga clic para comentar

Debes iniciar sesión para publicar un comentario. Acceso

Deja una respuesta

Literatura

Se celebra en la Argentina el Día del Escritor

Publicado

el

Este 13 de junio, como sucede cada años, se celebra en la Argentina el Día del Escritor. La conmemoración es en honor al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938), un artista que a través de sus variadas obras lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX.

Lugones nació en la localidad cordobesa de Villa María del Río Seco, se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel del Tigre y fue la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), la que estableció la fecha de su nacimiento para esta conmemoración.

Poeta, narrador, bibliotecario, pedagogo y ensayista, en su obra forjó de hecho una vanguardia literaria que rompió con la herencia hispanista y sentó así las bases de una literatura moderna, siempre en la búsqueda de una lengua propia para nuestro país.

Fue autor de una treintena de libros, entre ellos, “Los crepúsculos del jardín”, “Las fuerzas extrañas”, “Las horas doradas” y “La guerra gaucha”, que fue llevada al cine en 1942 por Lucas Demare.

Para Lugones el rol del escritor estaba unido al destino de su país y, por lo tanto, debía ser parte de su acción política. Admirador de las bibliotecas populares, dirigió hasta su muerte la Biblioteca Nacional de Maestros y contribuyó a diseñar una reforma para la educación secundaria argentina.

Al mismo tiempo, algunos de sus ensayos se constituyeron en hitos de la cultura argentina. Las conferencias que brindó en el teatro Odeón sobre el “Martín Fierro”, en las que comparaba al guacho con la épica homérica, tienen mucho que ver en su constitución como “libro nacional”.

Sigue leyendo

Textos para escuchar

Amigos por el viento – Liliana Bodoc

Publicado

el


Julieta Díaz
lee el cuento Amigos por el viento, de Liliana Bodoc.

A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.

Así ocurrió el día que papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.

– Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
– Me parece bien – mentí.

Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:

– No me lo estás deciendo muy convencida…
– Yo no tengo que estar convencida.
– ¿Y eso que significa? – preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.

Me vi obligada a levantar los ojos del libro:

– Significa que es tu cumpleaños, y no el mío – respondí.

La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.

– Se van a entender bien – dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.

La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. “Se me acaba de romper una copa”, inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías.

Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Después pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.

– Me voy a arreglar un poco – dijo mamá mirándose las manos. – Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
– ¿Qué te vas a poner? – le pregunté en un supremo esfuerzo de amor.
– El vestido azul.

Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarían pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.

– ¡Mamá! – grité pegada a la puerta del baño.
– ¿Qué pasa? – me respondió desde la ducha.
– ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?

El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.

– ¿Palabras que parecen ruidos? – repitió.
– Sí. – Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg…

¡Ring!

– Por favor – dijo mamá -, están llamando.

No tuve más remedio que abrir la puerta.

– ¡Hola! – dijeron las rosas que traía Ricardo.
– ¡Hola! – dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.

Yo mira a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas.

– Podrían ir a escuchar música a tu habitación – sugirió la mujer que cumplía años, desesperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados.

Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:

– ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?

Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.

– Cuatro años – contestó.

Pero mi rabia no se conformó con eso:

– ¿Y cómo fue? – volví a preguntar.

Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.

– Fue… fue como un viento – dijo.

Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?

– ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? – pregunté.
– Sí, es ese.
– ¿Y también susurra…?
– Mi viento susurraba – dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
– Yo tampoco entendí. – Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.

Pasó un silencio.

– Un viento tan fuerte que movió los edificios – dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces…

Pasó una respiración.

– A mí se me ensuciaron los ojos – dije.

Pasaron dos.

– A mí también.
– ¿Tu papá cerró las ventanas? – pregunté.
– Sí.
– Mi mamá también.
– ¿Por qué lo habrán hecho? – Juanjo parecía asustado.
– Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.

A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.

– Si querés vamos a comer cocadas – le dije.

Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizá ya era tiempo de abrir las ventanas.

(Audio extraído del programa Calibroscopio del Canal Pakapaka)

Sigue leyendo

Historias Reflejadas

“Más allá de la luna”

Publicado

el

Más allá de la Luna

Alguien se había robado la luna. O una parte de ella. Justo ahora que la otra Luna se había ido sin avisar. En eso estaba el niño, que más tarde sería un grande, cuando pudo escuchar lo que los animales comentaban.

No importa lo que dijo la rana, ni el gato, ni los otros gatos del tejado. Ni siquiera es importante lo que susurró la paloma. Lo verdaderamente terrible es que, fuera por el motivo que fuera, la luna había desaparecido. ¿Cuántas lunas había? ¡Qué confusión!

Tal vez, pensaba el niño, a la luna le gustaba cambiar y como era muy coqueta había días en los que no se dejaba ver. En esas noches oscuras, cuando ella estaba sin estar, muchos artistas la pintaban en cielos dibujados para que nadie dejara de admirarla. “¿Y mi Luna?” se preguntaba.

Había que buscar las tres caras de la luna. ¡Además de la suya! ¿Sólo por coquetería a veces se escondía?  Era necesario bucear en las noches, mirar un poco más allá para que la luna valiera la pena.

En medio de tanto enredo, el niño, que después fue un grande, hizo un descubrimiento que le permitió mirar el lado oculto de las cosas, las cercanas y las lejanas.

Cierta tarde, cuando sus preguntas se habían enmarañado en una tristeza inexplicable, una lágrima se convirtió en respuesta. Primero fue una idea y muy pronto su imaginación se puso en marcha. Fue justamente por eso que a partir de entonces la vida del niño se transformó. Había nacido un genio, de esos que inventan cosas para que las verdades se revelen.

Un tiempo después, aquel pequeño inventor miraba por la ventana con un gran catalejo todo lo que había más allá de la luna. A su lado otra Luna, que había estado jugando a las escondidas, movía la cola.

 Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Galileo y el cataestrellas”, con textos de Carlos Pinto e ilustraciones de Leo Bolzicco; “Una luna junto a la laguna”, de Adela Basch con ilustraciones de Alberto Pez; “La mejor luna”, de Liliana Bodoc; y “El hombre que creía en la luna”, de Esteban Valentino.

Sigue leyendo


Propietario: Contarte Cultura
Domicilio:La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA En Trámite
Edición Nº