En el continuo transcurrir de la vida, Franco Vaccarini se convierte en un observador de cosas que parpadean a su alrededor, se hace parte de esos detalles que brillan y deja que se le peguen a la piel para hacerlos suyos.
De esta manera, vida y literatura se entrelazan y de repente la inspiración lo sorprende para que las historias fluyan como magma burbujeante, soltando palabras olvidadas que estaban allí, listas para decir lo guardado.
Los fantasmas del olvido se hacen presentes para dar vida a cada uno de los personajes que más tarde soltará para dejarlos respirar sus propias letras en cada uno de sus maravillosos libros.
En diálogo con ContArte Culturael escritor nos cuenta lo que sucede del otro lado de sus creaciones.
—¿Quién es y cómo presentaría Francisco Juan a Franco Vaccarini?
—Elegí que me llamaran Franco y publicar como Franco, desde la adolescencia. Sólo porque me gusta más que Francisco, que es el nombre de mi abuelo materno, y de los abuelos que vienen más atrás. En la familia hay un largo linaje de Franciscos. Y como nací el día de San Francisco, no había mucho que pensar. Y ya que me pusieron el nombre del abuelo materno, entiendo que mis padres se habrán sentido obligados a ponerme el nombre de mi otro abuelo, el paterno, Juan. No deja de ser un motivo de orgullo que, entre ocho hermanos, me tocara heredar el nombre de los abuelos. Pienso que cambiarme el nombre simboliza una cierta distancia, un jugar a ser otro. Hay que ser un poco ingrato para ser más libre; y desde esa libertad, terminás articulando mejor con la memoria y con tu origen; y el agradecimiento, a posteriori, es más genuino. Hoy me siento conectado con la memoria de lo que fueron mis abuelos.
—¿Desde cuándo escribís y en qué género te sentís más cómodo? —No recuerdo un día de mi vida, desde que estaba en séptimo grado, que yo no escribiera o no pensara que debía escribir. Así que siempre, no fue una elección, sino una aceptación. Acepté que un día no estaba del todo completo si no tenía ese momento de poder. Y mi género preferido es la novela, porque se parece más a la vida, todo cabe, inclusive el resto de los géneros. Con los años, pude hacerme más sociable porque descubrí que vida y literatura eran un continuo.
Algo que domina el mundo
El síndrome del ángel
Eneas, el último troyano
Merlín
Presencia
Maldito vacío
El misterio del holandés errante
Otra forma de vida
Ganas de tener miedo
—¿Qué cosas cotidianas te inspiran para generar una historia? —La información que me dan mis cinco sentidos, el entorno. Me saturo de información, después filtro. Cuando salgo a la calle, es muy raro que no esté atento a las personas que me cruzo, al estado del tiempo, a los perfumes, a los aromas de una comida en preparación. La realidad de la calle es mi observatorio. Los viajes, caminar, vagabundear un poco. Jugar al tenis me ayuda a enfocarme, me entrena en la concentración. Pero la otra parte es tal vez más valiosa: ir a mi estudio, leer, mirar fotos viejas, dar vueltas en el tiempo, sentir que la vida es también eso y sobre todo eso: la dimensión íntima, los mundos de la conciencia. Eso está más allá de la escritura. Porque… ¿para qué escribo? Para buscar esos momentos, para ver si las cosas parpadean, si se produce un movimiento, una chispa. Normalmente no, sólo trabajamos con las palabras… pero a veces, la palabra se convierte en otra cosa: en una sombra, un animal que se mueve, la puerta que se abre, el miedo o una extraña plenitud. Y entonces todo vale la pena. La inspiración es la forma más elegante de no ser uno mismo. Y en ese no ser, sin embargo, nos descubrimos.
(Foto: Uri Gordon)
—Describinos tu espacio de escritura ¿Qué no puede faltar en ese lugar? —Libros, muchos libros desparramados, luz natural, una vista a los árboles, los pájaros. Vivo en una pasaje sin salida, que bordea la vía, en Belgrano R. Hay robles, paltas, paraísos viejos, palmeras. Mi estudio es un balcón terraza vidriado. Siento que soy el pasajero de una astronave, pero por favor, que esa astronave tenga Internet.
—¿Cómo nacen tus personajes? —Son esbozos de mí, de gente que conozco, de gente imaginaria. Cuando siento que el personaje se completa y tiene su propia respiración, sé que lo más difícil está hecho. Me refiero a las novelas, porque hay otro tipo de textos que quizá no necesiten personajes tan definidos.
—Escribís tanto para grandes como para chicos ¿Cuáles son los caminos para atrapar a unos y otros? —Siento que el lector no es muy diferente a mí, y que todo el secreto se basa en tener conciencia del relato, de lo que voy construyendo. Si esa construcción es tangible para mí, lo será para el lector. Cuando escribo para chicos está claro que el adulto que soy interviene, ironiza, le pone humor. Son gimnasias a la que estoy habituado, pero no me muero por ser consciente de mis propias herramientas: solo las uso.
Un asunto sin nariz
Tengo el corazón contento
No me doy por vencido
Un tigre de mentira – Dolor de colmillos
Algo más que un tesoro
Cien cuentos
Cuentos del derecho y del revés
La casa de la risa
Ningún crimen
—¿Hay algún itinerario particular que sigas a la hora de escribir una novela? —Si bien hay costumbres, hábitos, cada novela es un caso aparte. Algunas las pienso mucho antes, en otras me aventuro a lo desconocido, con mínima hoja de ruta. En cualquier caso, es una experiencia vital en la que paso por muchos estados de ánimo, pero siempre con la convicción de que la cosa tomará una forma y tendrá una conclusión. Escribí novelas cortas en tres meses y otras, en años, con interrupciones. Está “la pesca del día” y está lo que requiere mucha elaboración. Está lo que discurre con fluidez y lo que se traba, nos desafía, nos demanda más.
—Contanos cómo es aquello de que “todo lo que olvidamos vuelve como fantasma”. —Es una definición personal de la inspiración. A veces pienso que la inspiración es algo externo a nosotros, pero últimamente creo que es algo que nos resulta extraño sólo porque lo hemos olvidado. Allí, en el olvidadero, se arma una sopa multicelular que genera nuevas formas y de pronto aparece un rastro en la escritura; y te preguntás ¿cómo se me ocurrió esto? ¿de dónde vino? ¿de quién es? Y es quizá lo más propio y personal, lo que ya no puedo diferenciar de mi piel porque es mi piel. Eso te lleva a sospechar que uno se conoce menos de lo que le gustaría. Que uno es un poco fantasmal.
La editora
—¿Qué libro está burbujeando en el magma de tu creatividad en estos días? —Una reescritura completa de una novela. Se llama La reina muerta. Está bien, pero necesito pasar a tercera persona un montón de páginas y es un trabajo descomunal. Cada tanto descanso de eso con otra historia, que transcurre en un bosque cordobés. Me gusta el paisaje de Córdoba, los bosques y los cerros del valle de Punilla. Es uno de mis filones, pero ahora intento escribir una historia aterradora. Y, por otra parte, como acaba de salir La editora, mi segunda novela para lectores adultos, que en días estará en las librerías, estoy armando mentalmente una trama de mi tercera novela para ese público. Tengo el título, los dos o tres temas que pienso tratar.
—¿Cuáles son los sueños que aún no cumpliste y por los que trabajás hoy? —Nunca me gustó que me dijeran “sos un soñador”, cuando era adolescente y escribía poemas a diario. Porque no me gusta que un sueño se quede sólo en sueño, prefiero ser realizador a soñador. Lo que siento es que estoy en el camino que yo quería caminar, un camino donde está mi vocación, mis sentimientos, que no me aleja de mi origen, pero a la vez me impulsa a ir lejos. Iré tan lejos como me lo permita el tiempo que tengo asignado para estar aquí. En realidad, escondo un poco las cartas, como un buen tahúr. Los sueños son un espacio íntimo, de táctica y estrategia, porque cuando tengo uno, lo quiero cumplir. Y para eso, la escenografía de mi vida cotidiana no es demasiado majestuosa: soy ese alguien en el rincón, que teclea, que lee. No parece algo muy impresionante, pero eso es todo el secreto: leer y escribir.
Franco Vaccarini
Nació el 4 de octubre de 1963 en una zona rural de Lincoln, provincia de Buenos Aires. Es un escritor que se mueve en distintos géneros literarios como novela, cuento y poesía, dirigido la mayoría de las veces a un público juvenil.
A finales de 1983, cuando tenía veinte años, decidió radicarse en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lugar en el que reside hasta el presente. Realizó estudios de Periodismo en el Círculo de la Prensa y asistió a talleres literarios dictados por los escritores José Murillo y Hebe Uhart.
Sus novelas juveniles abordan variedad de movimientos literarios como: realismo, fantasía, ciencia ficción y policial. Ha explorado además la novela histórica con “Nunca estuve en la guerra”“Fiebre Amarilla” y “El cruce: Historia de una epopeya”. Hasta la fecha publicó alrededor de ochenta títulos, obteniendo el premio El Barco de Vapor con su novela “La noche del meteorito” en 2006. Además de en Argentina, sus libros también circulan en otras latitudes latinoamericanas como Brasil, Chile, Colombia, México, y de Norteamérica como Canadá y Estados Unidos.
En 2001 obtuvo la Mención de Honor del Fondo Nacional de las Artes por su novela inédita “La pasajera encantada”.
Ha publicado, además, numerosos cuentos en manuales de las Editoriales Santillana, AZ Editora, Kapelusz, Puerto de Palos y en la revista: La Nación de los Chicos. También obtuvo el tercer premio del Concurso Literario Internacional “Audiolibro”, que fue convocado por HmrSystems: Consultora Empresarial, en la categoría Novela Juvenil con “Alicia y el fantasma del tarro de azúcar”.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Es un viaje dentro de otros, un movimiento sutil, la música desperezándose en gotas de rocío, notas evaporadas sobre las aves del campo, es el vuelo hacia el espacio urbano, un recorrido temporal. Es antes y después. Es ahora y siempre, una melodía que llega desde lejos, de otras patrias, del mismo viento que corre y desparrama en el lugar justo y en el instante oportuno.
“Del Buen Ayre”, el próximo espectáculo y disco del dúo platense Aguirre–Rodríguez es un viaje por el tiempo y por distintos espacios, una relectura en modo actual de la música rural bonaerense.
Contarte Cultura charló con sus integrantes, Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez para que nos cuenten acerca de ese caminar que la canción propone.
—Porque los espacios y las cosas que forman parte de ellos suelen hablar de quienes los habitan, nos gustaría comenzar esta charla deteniéndonos en su lugar de trabajo, en el espacio creativo de su música y en los objetos que los rodean en este momento. Si pudieran elegir un rincón o un objeto, el que mejor los represente como dúo y nos cuente algo de ustedes, ¿Cuál sería?
—El lugar, nuestra casa, y el rincón nuestra sala, en la que se va gestando todo el resultado final de lo que hacemos como músicos. Creo que estos espacios hablan de nosotros y de nuestra manera de entender la realidad y el arte.
—Y desde ese espacio viajamos en el tiempo, ¿cómo y cuándo se encuentran Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez en el camino de la música para dar comienzo al dúo Aguirre–Rodríguez?
—Nos encontramos en la escuela de arte de la ciudad de Berisso, hace muchísimos años, en situación de alumna y profesor, pero rápidamente comenzamos a compartir producciones por fuera de la escuela. Con los años volvimos a encontrarnos, ya específicamente en el terreno del tango con la orquesta Los inmigrantes en el año 2005. Cuando el tiempo de la orquesta se terminó, continuamos en dúo.
—¿Cómo fueron esos comienzos?
—Fue un muy hermoso comienzo, pero rápidamente el dúo se fundió dentro de un cuarteto que con el tiempo se convirtió en sexteto de tango. Me refiero a Tangor. Con esa agrupación trabajamos durante más de 10 años. Por otro lado, Cynthia participaba como invitada permanente en el grupo La Sonora, proyecto que venía caminando desde el año 1989.
—Como decías, con el correr de los años el tango se instaló entre ustedes, ¿qué cosas los llevaron a explorar en este género que nos representa?
—El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros. Como una especie de lengua madre. Rastrear el porqué de esto es complicado, creo que tiene que ver con nuestras historias personales y la idiosincrasia de nuestras familias de origen. Lo que es claro es que ha sido fundacional en nuestro vínculo con la música. Nuestra mirada como habitantes de este tiempo siempre nos llevó a buscar puentes entre el tango, otras músicas y otros conceptos artísticos.
—¿De qué manera llega el primer disco “Mundo Tango”, grabado en 2011?
—Ganamos un premio a la Producción Fonográfica del FNA (Fondo Nacional de las Artes) y generamos nuestro primer CD. En ese entonces, si bien el CD se llamó Mundo Tango, abarcamos otros lenguajes musicales, algunas cosas del folclore y canciones provenientes de la cantera del rock.
—Por estos días están en proceso de grabación de su segundo disco “Del Buen Ayre”, ¿qué recorridos espacio-temporales tuvieron que hacer para dar vida a los temas que forman parte de esta obra?
En Mundo Tango nos referimos a una idea acerca del tango, como un estado del ser que no solo aparece en esta región del mundo (por algo el tango impacta como impacta en todo el globo). Aquí nos referimos más a la génesis de este género y la música de la provincia de Buenos Aires. Este nuevo trabajo propone un recorrido desde la música campera de principio de siglo XX (El Gardel Gaucho, pasando por compositores icónicos de ese lenguaje como Omar Moreno Palacios) para adentrarse en el tango clásico de la época de oro y llegar hasta composiciones actuales que revitalizan el género. También este trabajo, a diferencia del otro, está estructurado por un material que fue ampliamente mostrado y fogueado. Es música que hemos tocado mucho en vivo y está planteado desde esa impronta. Los arreglos, si es que los hay, fueron construyéndose a lo largo del tiempo y de las distintas actuaciones. Los músicos invitados jugaron en ese mismo tono también. Se les envió un cifrado y una grabación como referencia, pero el armado de los distintos temas se resolvió en el estudio, mientras Manzana Ibarrart (gran amigo y comandante del Estudio Sonosfera) montaba los mics y seteaba todo. Luego se eligieron las mejores tres tomas de cada tema. El resultado tiene un aroma a “trazos sueltos” que nos encanta en lo particular.
—Sin dudas se trata de un viaje a través de la música, ¿cuál es el aroma que elegirían para simbolizar a este álbum?
—El múltiple aroma de los viajes…si bien es un CD local en cuanto al repertorio, es bastante global en tanto a que lo que suena proviene de muchísimas fuentes y no solo de la tanguera. Lo hemos tocado tanto en tantos países diferentes, que para nosotros tendría ese olor a viaje, a aeropuerto, a trenes.
—El 3 de agosto estarán presentando este disco en La Salamanca, un reconocido espacio cultural platense, ¿qué podrán disfrutar esa noche quienes se acerquen a compartir su música?
—Haremos algunos de los temas de nuestro espectáculo Del Buen Ayre, como antesala al espectáculo Filogenia de Victoria Moran y el Dúo Puentes Reyes.
—Mencionás que ese día estarán acompañados por la cantante Victoria Morán, entonces la pregunta va para ella. Victoria, ¿Cómo nace “Filogenia”, ese recopilatorio de obras de música popular argentina? Contanos quiénes serán parte de ese recorrido el 3 de agosto y qué sentís al compartir noche con el Dúo Aguirre-Rodríguez.
9- Filogenia surge de la necesidad de contar nuestro ADN musical a través de las canciones que nos definen. Es una suerte de viaje musical hacia la fuente, hacia la memoria imperecedera que une un recuerdo con otro. Este espectáculo viene a despertarnos la fibra sensible con canciones que nos nombran, enlazando a Homero Manzi con Víctor Heredia, al Cuchi con Fito, a los que fuimos con los que somos. El compartir con compañeros y compañeras músicos y músicas siempre es una alegría, y en este caso será además una sorpresa para el dúo Puentes-Reyes y yo, porque jamás nos hemos cruzado en un escenario y esperamos anhelantes ese ida y vuelta mágico que siempre augura la música compartida.
—Para terminar, ¿cuál es el próximo destino de la música que los mueve?
—Tenemos por delante algunas fechas en nuestra ciudad, como el próximo 29 de agosto, día en el que estaremos compartiendo escenario junto al cantor Carlos Cabrera en el Café Metro. Octubre nos encuentra realizando nuestra segunda gira europea, con conciertos en países como Italia, Francia, España y Portugal. A nuestro regreso estaremos presentando oficialmente nuestro álbum Del Buen Ayre, con la participación de los músicos que fueron parte de la grabación.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Todo gira, se mueve en una circularidad compartida. Las emociones suben y bajan, cuelgan de nuestros cuerpos, se desprenden como hojas secas. Regresan, son brotes, transformados en otra cosa.
Celina Cocimano es terapeuta emocional y a partir de sus vivencias y de su trabajo de muchos años necesitó dejar huellas, sembrar palabras para que germinen a través de sus libros.
“El juego de las emociones de Uma”, su último libro, está dedicado a las infancias. A través del juego logra acercarse a los territorios del miedo, de la ansiedad o de la frustración para atravesarlos.
ContArte Cultura charló con ella para conocer las rutas que la llevaron a indagar en ese universo.
—Las emociones forman parte de nuestras vidas, van y vienen, se mueven y nos movemos con ellas. Por eso, para comenzar y a modo de presentación, nos gustaría que elijas al menos tres emociones que te atravesaron al momento de escribir tu último libro y que a cada una de ellas les otorgues un sabor o un aroma.
Frustración, sabor a cebolla
Ansiedad, aroma a menta
Alegría, aroma a vainilla
—Y ya instalados en esa imagen, vayamos a tus comienzos, ¿qué vivencias te llevaron a transitar el camino de la terapia emocional?
—La insatisfacción personal, haberme descubierto cómo estafadora de mi propia vida, creando personalidades adquiridas para moldearme al gusto de la mirada ajena, siempre con esa sed emocional de ser alguien para los demás, ser aceptada, reconocida, querida y encantar a todos. Mientras estudiaba para contadora, sentí un apagón emocional, la apatía era mi única compañera en esos tiempos, hasta que mi cuerpo también “habló” con un síntoma muy sentido. Empezaba a hacerme pis por las noches siendo ya grande, más adelante entendí que eso sucedía en cada hogar o lugar donde me sentía a gusto, de esa manera, “intentaba” aferrarme a algún territorio, sentirlo al menos, por momentos, un lugar donde era yo. Como los animales que marcan su territorio orinando sobre él. Eso era lo que faltaba para que mi vida se vistiera de insatisfacción y cambie totalmente de rumbo, mejor dicho, empiece a vivir y dejar de aparentar lo que mis vacíos necesitaban cubrir.
—Seguramente al ir recorriendo ese camino fue necesario dejar huellas y de esa manera llegaron los libros, ¿cómo vivís la experiencia de escribir para que las palabras sean instrumento de sanación?
—Mi primer libro, “Despierta”, nació como algo catártico de la etapa que comenté anteriormente. Aún no sabía qué era lo que estaba viviendo y, sinceramente, pensaba que me moría por esos tiempos, entonces empecé a escribir cómo fue ese tránsito a mí destrucción de las corazas hacia mi reconstrucción emocional. Después, al compartir mi vivencia con muchas personas, me di cuenta que varios pasamos por ciertos procesos similares, por lo que se me ocurrió darle forma de libro y agregar reflexiones y ejercicios terapéuticos y de autogestión emocional. Los otros 3 -“Diamantes”, “Rotas”, y “El juego de las emociones de Uma”-, fueron pensados basándose en las historias que atiendo y buscando dejarle una “biblioteca” de recursos emocionales a mi hija para cuando sea más grande y, a las personas, que encuentren en estos libros, escrito en palabras, el propio sentir descarnado y sin filtro de las emociones que abordo en cada uno de ellos y luego, ofrecerles dinámicas, reflexiones, ejercicios para que encuentren en ellos formas de transitar el campo emocional sin tanto dolor y con valentía.
—Si pudieras resumir en una palabra el espíritu de cada uno de tus libros, ¿cuáles serían?
Despierta: Integridad
Diamantes: Osadía
Rotas: Coraje
El juego de las emociones de Uma: Autenticidad
—Tu último libro, “El juego de las emociones de Uma”, transita los paisajes de la infancia con todas sus gamas de colores, ¿cuál o cuáles fueron los disparadores de esta historia?
—Mi hija, a los 8 años, comenzó a transitar por un tiempo la conocida “Crisis de ansiedad y angustia”. Yo me opuse a que esté medicada siendo tan pequeña, y desde mi saber en el campo emocional de los adultos, junto a una gran observación sobre ella y sus crisis, se me ocurrió trabajar juntas para buscar soluciones a su sentir. Buscamos opciones en el juego infantil, en la creatividad, desarrollando distintos escenarios, armando una rutina de ejercicios y, sobre todo, busqué acercarla a la autogestión emocional. Así fue que se me ocurrió compartir cada ejercicio que funcionó en ella en este cuento, que no solo tiene el fin de que los niños empiecen a desarrollar desde pequeña edad sus propias respuestas emocionales ante cierta situaciones, sino que es un libro que pide gran compromiso de los adultos que acompañan al niño, y esa compañía, con el estar, el hablar su idioma, mejorar la calidad del vínculo, validar sus emociones, respetarlos y comunicarse con ellos, es lo que hace casi la mayor magia del trabajo de fortalecimiento emocional.
—Y justamente, a partir de tus propias vivencias decidiste contar desde el juego y desde las imágenes. Explicanos cómo fue el proceso de elegir esas duplas emocionales sobre las que querías hablar.
—Busqué las que a su edad son dentro de todo fáciles de interpretar, como decimos los adultos: de “etiquetar”. Son parte de las emociones primarias y la dupla fue pensada para dejarles el mensaje de que no son ni buenas ni malas, simplemente son y cada una es mensajera de un sentir, una acción a llevar a cabo y una particular respuesta emocional. También al ponerlas en duplas, cuando ellos/as sientan, por ejemplo, tristeza además de procesarla en todo su ser, sepan que pueden aprender a transportarla en alegría, ir de la ansiedad a la calma. Es decir, que conozcan cuál es la emoción que se necesita para equilibrar una con otra.
—Las semillas del libro fueron plantadas, ¿creés que tus palabras ya comenzaron a germinar y son brotes en los lectores?
—Sorprendentemente sí. Como comenté, yo me dedico a adultos no a infanto, y este libro que se publicó en abril del 2024 ya se está imprimiendo la segunda edición. Lo han comprado mucho abuelas y abuelos para compartirlo con sus nietos, en colegios para abordar ciertas emociones en el aula ya que también hay un capítulo sobre el bullying. Y muchas madres me compartieron que sus hijos o hijas mientras que se les leía el cuento ya comenzaban a incorporar los ejercicios sugeridos, o que empezaban a identificar sus propias emociones, tenían armados sectores en su cuarto como se encuentran en algunos capítulos. Incluso los que son más grandes, según cómo se sentían, buscaban en la biblioteca el libro y se encerraban en su cuarto a leer exclusivamente el capítulo que contiene la emoción que estaban sintiendo en ese día o ese tiempo. También compartió nota de Revista junto a Unicef en el día internacional contra el Bullying de 2024.
—¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
—Tengo dos libros más en camino, uno para adultos sobre la depresión, y otro para infanto, más expansivo aún, con un viaje al campo emocional que sea para ellos y para sus padres o tutores también, digamos que será un libro revelador en muchos aspectos.
—Para terminar, te invitamos a elegir la textura que represente a tu libro “Las emociones de Uma”.
—La textura sería cálida, pomposa, con colores desde pasteles a fuertes, con ganas de descubrirla y sentirla, y con distintos aromas que vayan cambiando según cada paso de la mano o de los pies sobre ella.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Hay un rumor, un murmullo por encima y por debajo. La evidencia flota, va y viene. Pero el agua arrastra las palabras, se lleva las voces, esconde. No se ve lo que no se quiere ver. O lo que no se debe. La verdad se hunde, toca fondo. Es barro entre los dedos. Y mancha.
En “Aguas Turbias”, la última novela de Florencia Ghio editada por El Emporio, flotan varias verdades, como un rumor debajo de lo que se lee, van y vienen. Se convierten en imágenes, en sonidos y en aromas, mientras ella bucea para rescatarlas. Para que la verdad nunca se manche.
En diálogo con ContArte Cultura, la escritora cuenta cómo nació la obra y de qué manera descubrió a los protagonistas de esta historia.
—Vamos a comenzar esta charla haciendo foco en una palabra que flota entre las páginas de tu novela: justicia. A modo de presentación del libro y de sus protagonistas, si pudieras elegir una imagen o un objeto simbólico que represente esa justicia, ¿cuál elegirías y por qué?
—Elegiría la clásica estatua de la justicia pero con su balanza completamente inclinada hacia un lado y sus ojos vendados. Porque es un poco eso lo que se ve en esta novela, una justicia que es ciega, y también sorda, por eso el protagonista de mi libro, que dice ser el chivo expiatorio de un crimen que no cometió, tiene que venir desde un pueblo del sur y salir a clamar su inocencia por altoparlantes en un subte de Buenos Aires.
—Y a partir de esa imagen viajemos al principio. Sin dudas, siempre existe un germen que da vida a las cosas. Seguramente tu novela también es producto de ideas o situaciones que fueron semillas en la tierra de tu imaginación. ¿Recordás cómo y cuándo comenzaste a sembrar esta historia?
—Yo digo que en lo que va de mi carrera de escritora, en las dos novelas que escribí y en la que estoy escribiendo ahora, me pasó que no busqué las historias sino que las historias me buscaron a mí. Aguas Turbias está inspirado en un caso real, y surgió a partir de que viera por televisión a un joven que se había fabricado una máscara de chivo y andaba por los subtes suplicando que alguien lo escuchara. Había estado preso por el crimen de su madrastra que él juraba no haber cometido, y le aterraba la idea de que lo condenaran. Me impresionó el mecanismo, recurrir a su creatividad para escapar de ese infierno, eso me llevó a averiguar qué le había pasado y me inspiró para escribir la novela, en donde los personajes, lugares y la mayoría de los sucesos son ficticios, pero ese fue el puntapié inicial que me sumergió en esta novela.
—Aleida, tu protagonista, es una mujer que lucha por sus ideales, va en busca de justicia pero también pelea contra sus propios monstruos. ¿Cómo viviste el proceso de construir ese mundo interior con tantos matices?
—Aleida San Martín es un personaje que rescaté de mi anterior novela El Ciudadano. Es una abogada honesta e idealista, de esas que estudió derecho porque ama la justicia. Al mismo tiempo, es una guerrera; logró superar una historia familiar traumática, para convertirse en una funcionaria pública que trata de rescatar a toda persona que atraviesa un infierno, porque ella sabe lo que es estar ahí y no quiere que nadie más lo tenga que vivir. Aguas Turbias la va a encontrar en un tramo de su vida en que está en caída libre, porque ahora, aun con las secuelas de sus anteriores traumas, tiene que luchar contra el acoso laboral, se siente muy sola, y todo eso le provocó una fuerte adicción al casino, que en esos momentos encuentra como su única vía de evasión. En estas condiciones se cruza a García Robledo en el subte y, conforme a su esencia, no puede quedar indiferente a su historia. Intuye que él no miente, pero ella no puede ejercer la profesión por ser funcionaria, y además vive en Buenos Aires, así que veremos si, en su estado, logra tomar decisiones tan difíciles para ayudar al chico de la máscara. Para el proceso de construcción de este personaje me ayudó mi especialización en violencia familiar y también hablé con psicólogas expertas en ludopatía.
—También el personaje de García Robledo, el chico de la máscara, tiene sus claroscuros, ¿qué fue lo primero que percibiste de este protagonista al momento de escribirlo?
—García Robledo es un muchacho que antes de pasar por ese infierno amaba la vida, pero luego de esto se ha decepcionado completamente de ella. Descree de las instituciones de su localidad pero, al igual que Aleida, es un guerrero que, en su caso, salió de su pueblo a buscar si al menos en alguna otra parte existía esa justicia que no lograba encontrar. El lector tendrá que averiguar si con toda esa lucha la logra despojar de la venda que tiene en sus ojos y cambiar la inclinación de esa balanza que parece desvencijada.
—Como ya comentaste, hay una cierta continuidad de “Aguas turbias” con “El ciudadano”, tu anterior novela, ¿qué hilos temáticos presentes en ambas historias te gustaría seguir sosteniendo en un futuro?
—Por el momento los casos judiciales reales o ficticios han sido fuentes de inspiración, no sé si quisiera mantener algún hilo temático en particular, pero sí escribir el tipo de literatura que a mí me gusta leer, aquella que no es puro entretenimiento sino que te deja reflexionando y retrata distintos tipos de realidades, algunas veces invisibilidades o desconocidas para quien no las transita, así como en El Ciudadano abordé, además de la violencia familiar y el funcionamiento de la justicia, la política migratoria argentina. Creo que esa también puede ser una de las funciones de la literatura y de la cultura en general. Como lectora, a los libros que solo me entretienen los olvido no bien termino la última página, en cambio el otro tipo de literatura es la que me ha marcado como persona, no solo la recuerdo sino que en determinados momentos de mi vida regreso a ella para releer, aunque más no sea algún párrafo.
—Como en todo policial, en esta novela hay un crimen alrededor del cual se teje la trama. ¿Cuáles son las emociones que te atraviesan al transitar esos escenarios con la palabra y con la imaginación?
—Creo que en Aguas Turbias, que tiene componentes del policial pero también es un drama y tiene romance, el lector va a atravesar una variada gama de emociones y estados de ánimo. Se me ocurren, por ejemplo, indignación, tristeza, intriga, alegría, entre otras.
—¿Seguirá la doctora Aleida San Martín presente en próximas historias?
—En la novela que estoy escribiendo ahora la doctora San Martín no es parte, pero no descarto que en algún momento vuelva.
—Para concluir, ¿cuál sería el color que elegirías para representar el espíritu de tu novela y por qué?
—Elijo el gris topo, por todo lo que acontece.- El lector tendrá que averiguar si ese color puede llegar a cambiar en algún momento de la novela.
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