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Historias Reflejadas

Historias reflejadas: “El país de los sueños”

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El país de los sueños

Adentro de un bostezo viajaba un sueño largo, muy largo. Tan largo que llegaba al otro lado del mundo. Y más allá, a un lugar donde todo era posible.

Un paisaje de colores cayó entre las pestañas, como un viento cargado de novedades. A un costado, justo a los pies de la cama, o tal vez un poco más acá, había un árbol de páginas abiertas, como si de pronto le hubieran crecido cuadernos. Y a los cuadernos, renglones. Y a los renglones, palabras que colgaban de las ramas y contaban una historia.

De pronto, la historia se precipitó sobre el suelo y fue semilla. A la semilla le nacieron brazos, como hojas. ¡Y raíces!

Fue entre esas raíces donde apareció una lombriz. Iba y venía la lombriz, y enredaba la historia. Y entonces se volvió un ovillo de sueños.

Cuando el barquero despertó pudo ver en su almohada un hombrecito de colores. En sus manos, un pájaro verde llevaba en el pico a una extraña hormiga cantora.

Minutos después, cruzaron a través de la ventana y nadaron por el río de la mañana hacia el país de los sueños.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia homenaje a Laura Devetach, los siguientes libros de la escritora: “El enigma del barquero”, “La hormiga que canta”, “La planta de Bartolo”, “Del otro lado del mundo” y “Lombriz que va, lombriz que viene”

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Historias Reflejadas

“Punto y aparte”

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Punto y aparte

La vida se detiene en un punto oscuro, denso, pesado, imposible de atravesar.

El pasado se aquieta en los dobladillos de una memoria que no quiere recordar pero recuerda.

Sombras errantes dibujan figuras nuevas, perdidas en la fragilidad de algunos instantes.

Los pies inmóviles se resisten a avanzar sobre los escombros de lo que fuimos.

Nada es permanente. El presente se abre como un abanico incapaz de acariciar el aire que nos circunda y nos invita a una marcha ciega.

Todo se ramifica en los rincones de la existencia. Las emociones son fantasmas que buscan un refugio, espectros de ese ayer borroso que se escurre de nuestras manos.

Las palabras son puntadas que unen la trama de cada momento vivido, sin embargo, ya no hay trama porque tampoco hay palabras capaces de remendar lo descosido.

Es posible desandar el camino, enredarse en fotos viejas, derretidas por la insensatez de la nostalgia y atreverse a seguir.

Existe una distancia del tiempo, un paréntesis que nos separa de aquel punto siniestro que divide nuestras vidas.

Hay que saltar más allá del punto. En otro renglón de nuestra existencia, un arcoíris se impone a las tormentas.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Misión olvido”, de María Dueñas; “Como el arcoíris después de la tormenta”, de Sabrina Mercado; “Rosas colombianas”, de Ana María Bovo; y “El brillo de la estrella del sur”, de Elizabeth Haram.

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“Las ramas del sueño”

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Las ramas del sueño

Sobre los bordes del sueño asoman las voces de un pasado que extiende sus brazos y se duplica en un futuro incierto.

Pasos oscuros delimitan las siluetas de otro yo, que resbala en las noches por encima de los adoquines de una calle imaginada.

En los dobleces del tiempo alguien cree saberlo todo, porque mucho antes ya lo había sabido.

La sangre se escurre por los fragmentos de la memoria y se detiene en un mañana rojo que aún no sucedió.

Un laberinto de líneas infinitas se abre paso en la mente de aquel que abraza las horas, pálidas de ideas.

Hay una sentencia que atrapa y esconde las verdades en una pesadilla sin formas.

Los fantasmas se aventuran en la noche y narran una historia de historias, encadenadas en la sutileza de un recuerdo.

Adentro, el futuro se desparrama en estelas luminosas que replican lo que afuera se detiene en un instante lejano, silenciado en el mutismo de los genes que se entregan a la novedad.

Sin embargo, en un rincón distante, atravesado por las ramas del sueño, duerme aquello que aún no nos atrevimos a soñar…

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “El peatón de Ray Bradbury” y “El eclipse”, de Augusto Monterroso (libro Cuentos Clasificados 0); “La noche boca arriba”, de Julio Cortázar (libro Final de juego); “La mesa suspendida”, de Sara Bonfante (libro Arroyo de Cenizas, prosa selecta); y “Las hojas del ciprés”, de Jorge Luis Borges (libro Los conjurados).

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“Alcanzar el horizonte”

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Alcanzar el horizonte

Hay en nuestras manos una brisa, sin forma, que late e impulsa a los pies que buscan la inquietud de una huella. Ellos se atreven al camino y se ponen en marcha para alcanzar la libertad.

El mundo que amamos permanece quieto sobre el espacio invisible de lo cotidiano. Lo lejano se vuelve cercano y el viento susurra la ruta que debemos transitar.

La muerte cuestiona y el alma palpita las palabras que se han convertido en cenizas y yacen enterradas en el silencio del olvido.

Las máscaras oscurecen los ojos de aquellos que todavía guardan en su memoria los fragmentos de lo sufrido.

Alguien observa el bostezo del aire. Letras inseguras aletean un mensaje que otros escuchan para poder avanzar.

Un remolino libera lamentos que lastiman el cuerpo. Ellos se callan y se convierten en suspiros que exorcizan los recuerdos.

En la distancia del tiempo, los huracanes del odio logran barrer las tristezas y, en un momento sin vientos, la calma se manifiesta en una línea sutil. El sendero se allana. Hemos alcanzado nuestro verdadero horizonte…

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia: “Viento tras los ojos”, de Gabriela Romero; “Más fuego, más viento”, de Susanna Tamaro; “El viento de las horas”, de Ángeles Mastretta; y “El viento distante”, de José Emilio Pacheco.

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Propietario: Contarte Cultura
Domicilio:La Plata, Provincia de Buenos Aires
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