

Historias Reflejadas
“La trama de la libertad”
La trama de la libertad
En el aleatorio entramado de la vida, los hilos invisibles se cruzan para tejer despacio los recuerdos sin nombre.
Detenidos en un oscuro hueco de la existencia, muchos buscan sus raíces, arrancadas temprano, junto con la esencia que atraviesa sus venas.
Ellos cargan sobre sus espaldas el peso del vacío. Rostros desdibujados en sus memorias se pierden en largos túneles que huelen a sangre y a miedo.
En ese espacio sin formas, los fantasmas se convierten en espectros que susurran las palabras de voces ausentes. Allí mismo, inmersos en un silencio denso y líquido, se escurren pronto los lamentos de lo incierto y luego son huellas que vibran rebeliones vencidas.
Sin embargo, es en ese descenso tenebroso donde cada ser se redescubre y logra abrazar sus raíces, aquellas que nutren y sanan a pesar del olvido.
Las guerras se transforman en ojos, que a lo largo de los siglos se pierden en un fondo sin figuras ni formas, tan solo pinceladas amorfas en las que cada hora es la totalidad del tiempo. Una foto quieta llora y grita lo callado de un pasado que duele y se hereda. Imágenes reflejadas en una pared convertida en espejo, se esfuman lejos, hacia los espacios negados.
En la trama del caos, muchas almas se atreven a trascender la esclavitud para por fin alcanzar la verdadera libertad.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia “Herencia negada”, de Mirta Fachini; “El enigma Weiss”, de Roberto Lapid; “Hija del silencio”, de Manuela Fingueret; y “Antes de la revolución”, de Silvana Serrano.

Historias Reflejadas
“Más allá de la luna”

Más allá de la Luna
Alguien se había robado la luna. O una parte de ella. Justo ahora que la otra Luna se había ido sin avisar. En eso estaba el niño, que más tarde sería un grande, cuando pudo escuchar lo que los animales comentaban.
No importa lo que dijo la rana, ni el gato, ni los otros gatos del tejado. Ni siquiera es importante lo que susurró la paloma. Lo verdaderamente terrible es que, fuera por el motivo que fuera, la luna había desaparecido. ¿Cuántas lunas había? ¡Qué confusión!
Tal vez, pensaba el niño, a la luna le gustaba cambiar y como era muy coqueta había días en los que no se dejaba ver. En esas noches oscuras, cuando ella estaba sin estar, muchos artistas la pintaban en cielos dibujados para que nadie dejara de admirarla. “¿Y mi Luna?” se preguntaba.
Había que buscar las tres caras de la luna. ¡Además de la suya! ¿Sólo por coquetería a veces se escondía? Era necesario bucear en las noches, mirar un poco más allá para que la luna valiera la pena.
En medio de tanto enredo, el niño, que después fue un grande, hizo un descubrimiento que le permitió mirar el lado oculto de las cosas, las cercanas y las lejanas.
Cierta tarde, cuando sus preguntas se habían enmarañado en una tristeza inexplicable, una lágrima se convirtió en respuesta. Primero fue una idea y muy pronto su imaginación se puso en marcha. Fue justamente por eso que a partir de entonces la vida del niño se transformó. Había nacido un genio, de esos que inventan cosas para que las verdades se revelen.
Un tiempo después, aquel pequeño inventor miraba por la ventana con un gran catalejo todo lo que había más allá de la luna. A su lado otra Luna, que había estado jugando a las escondidas, movía la cola.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Galileo y el cataestrellas”, con textos de Carlos Pinto e ilustraciones de Leo Bolzicco; “Una luna junto a la laguna”, de Adela Basch con ilustraciones de Alberto Pez; “La mejor luna”, de Liliana Bodoc; y “El hombre que creía en la luna”, de Esteban Valentino.
Historias Reflejadas
“El Punto”

El punto
Existe un punto en el que confluyen todas las cosas visibles e invisibles. Hay que saber mirar por debajo de su superficie y perderse entre las minúsculas partículas que encierran su verdad.
En el sótano de la existencia se escucha el eco de voces atrapadas en un infinito de historias, en las que todo sucede una y otra vez.
Miles de escaleras conducen a los bordes del universo, réplica de tantos que se prolongan en busca de límites que los contengan.
Es necesario descender a la oscuridad para encontrar los peldaños que nos lleven más allá, en donde arden los fuegos que iluminan al mundo.
Sobre un rincón de nuestras vidas, cuelgan serenas las telarañas que envuelven nuestros destinos.
En una hora exacta, justo cuando una respuesta encuentra su pregunta, alguien ascenderá desde su culpa y la verdad se hará visible y liviana.
Oculto entre los túneles que nos abarcan, un punto multiplica en nosotros la totalidad y nos invita a encontrarnos en el fondo de nuestras diferencias.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes cuentos: “El Aleph” (El Aleph), de Jorge Luis Borges; “El mundo” (El libro de los abrazos), de Eduardo Galeano; “El cuarto sin ventanas” (Historias desaforadas), de Adolfo Bioy Casares; y “La mujer que llegaba a las seis” (Ojos de perro azul), de Gabriel García Marquez.
Historias Reflejadas
“La otra cara del destino”

La otra cara del destino
Todo vuelve al punto exacto del que ha partido, al lugar en el que duermen los recuerdos y todo vuelve a empezar.
Es necesario atravesar el laberinto de la vida para llegar a su centro, allí donde la esencia de las cosas se hace nítida para manifestarse.
En el camino están las respuestas que se extienden más allá de los muros que nos limitan.
Detrás de una puerta cerrada, la esperanza levanta vuelo. En el aire se escucha apenas un murmullo que se repite como un eco lejano para que nadie la olvide.
El tiempo se detiene un instante y, sin embargo, avanza entre las partículas de aquellos seres y objetos que cuentan una historia preservada en las voces que sostienen el recuerdo.
Es posible regresar, recuperar las verdades escondidas al principio, viajar hacia el origen para no naufragar.
El destino se da vuelta y nos muestra su cara más oscura, cargada de sombras que prolongan sus brazos y nos cautivan.
Del otro lado del destino, en el vértice opuesto a la oscuridad, renace luminosa la palabra libertad.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Todos los soles mienten”, de Esteban Valentino; “Las luces de septiembre”, de Carlos Ruiz Zafón; “El espejo africano”, de Liliana Bodoc; e “Izanaghi, el náufrago del tiempo”, de Javier Alberto Breitenbruch.
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