

Historias Reflejadas
“Las criptas de la verdad”

Las criptas de la verdad
En los pasillos de la memoria se ocultan las partes de un todo, hilos invisibles conectan el extenso entramado de complicidades compartidas.
No hay una única verdad. Sus diminutos fragmentos se expanden como remolinos a lo largo del tiempo para desafiar a aquellos que se aferran a la rigidez de sus formas, tan cambiantes como los ojos que la miran, tan volátiles como las almas traicioneras.
Existen signos que marcan los pasos, huellas perdidas en los laberínticos caminos de palabras calladas, custodiadas por los labios que alguien ha sellado con las hebras del miedo.
Mentiras disfrazadas se enredan en pasadizos oscuros y se convierten en secretos que laten en las páginas de antiguos manuscritos, atrapados en un silencio que interroga desde las sombras.
Un lenguaje multiforme se quema en las llamas y desborda imágenes contenidas en un libro mudo, alojado en las cajas del pasado.
Los fantasmas que nos esclavizan emergen desde el fondo de un abismo, que los expulsa para revelar lo negado.
La sangre se enreda en el veneno de las palabras y se derrama sobre la historia de los pueblos, que no encuentran un espejo en el que puedan mirarse.
El fuego, cómplice del viento, se ha llevado todo y con su presencia ha reivindicado el silencio.
Sólo en las criptas del tiempo la verdad resplandece en fragmentos y se manifiesta.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco; “Custodios del secreto”, de María Correa Luna; “La estrella de Babilonia”, de Bárbara Wood; “El quinto códice maya”, de Tom Isbell; “La conspiración del templo”, de Peter Harris.

Historias Reflejadas
“Laberintos de la cordura”


Laberintos de la cordura
Dejó caer las palabras como si fueran pétalos secos. Un sonido viejo enmudeció sobre el papel. Los instantes, desparramados en una migración sin fronteras, destejieron la trama. El silencio avanzó como una sombra entre las letras. Tres lágrimas se alargaron en ese segundo oscuro. Volvió a llover esa lluvia sin gotas. Sus recuerdos embarrados se alargaron por encima de las paredes, cada fragmento era una mancha húmeda descomponiéndose en las nubes de su memoria.
¿Dónde era afuera? ¿En qué lugar del silencio era posible atravesar los ruidos de la mente?
¿Dónde era adentro en los límites de aquellas manchas?
La nada crecía sobre ese papel en el que se buscaba. Una coma en el camino, los recuerdos flotando debajo de los recuerdos, las voces del más allá inventando un renglón para aquietarse. Y al final, un punto, como una puerta que encerraba a los fantasmas, como otro silencio; aunque pronto se volviera letras y pudieran atravesar los límites de la locura para trascenderla.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Invisible”, de Juan Solá; “La pieza del fondo”, de Eugenia Almeida; “Pequeña flor”, de Iosi Havilio; y “Mal de muchas”, de Marcela Alluz.
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“Cáscaras del alma”

Cáscaras del alma
Ella quería escapar, necesitaba huir de sí misma y de todas las circunstancias que la rodeaban.
Tenía el alma anudada por el dolor. Capas de angustia escondidas en las dudas del tiempo se convirtieron en durezas. Allí quedaron atrapados sus sentires y de alguna manera su libertad.
Sus pies acompañaron la marcha hacia un destino despojado de certezas. El miedo y las mentiras estarían al acecho, serían fieras de rostros sombríos. Miles de pájaros anidarían en su cabeza hilvanando pensamientos oscuros y desafiantes serpientes venenosas se interpondrían en su camino, enroscándose entre sus piernas para obligarla a mirar atrás.
Era inútil, cuando uno emprendía un viaje ya no se regresaba igual. Un acontecimiento se enlazaba con otro y este con el siguiente para formar la perfecta cadena de la vida.
Le hubiera gustado ser diferente pero simplemente fue lo que pudo, la consecuencia de lo que otros, a lo mejor, nunca pudieron.
El pasado se hizo añicos y las palabras que habitaban en el fondo de su alma levantaron vuelo y se convirtieron en verdad. Sus manos lograron reparar pronto lo que la vida había roto despacio. Cubrió con paciencia lo que estaba resquebrajado y colocó pegamento entre sus penas. Una pátina de esperanza convirtió en nuevo lo viejo y le permitió por primera vez mirar el futuro.
Más allá de las circunstancias y del vacío que se escondía detrás de aquel rostro, en algún lugar, aún era posible ver crecer un sueño.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Elisa, la rosa inesperada” de Liliana Bodoc, “Búscame donde nacen los dragos” de Emma Lira, “Las veladuras” de maría Teresa Andruetto y “Comer, rezar, amar” de Elizabeth Gilbert.
Historias Reflejadas
“Semillas de amor”

Semillas de amor
No había distancia posible cuando el amor se filtraba entre las almas de dos seres, a veces tan distintos, otras tan etéreos. A través del espejo en el que ella se miraba, asomaban apenas las delicias de un encuentro, extraño e inevitable.
El pasado se colaba en el presente y creaba vínculos. Semillas plantadas alguna vez, germinaban ahora curando heridas que habían sangrado durante mucho tiempo.
Las diferencias no existían entre aquellos que habían sido tocados por los brotes de la pasión que, guardada en un germen lejano, se perdía en las vueltas del tiempo para despertar en el momento oportuno.
Sin embargo, a veces sucedía el desencuentro obligado, el desarraigo fatal de culturas o guerras que las circunstancias de la vida se encargaban después de reparar.
Voces distantes la llamaron para completar sus sueños truncos, a terminar lo que otros dejaron inconcluso, a sanar tantos dolores olvidados.
No existían las fronteras cuando dos mundos opuestos intentaban unirse en el amor.
Se introdujo en la inmensidad del paisaje que la llamaba y fue parte de su memoria. Buscó las huellas que el destino había dejado. Ahora eran un mensaje grabado bajo sus pies. Tomó entre sus manos la semilla que daría vida a aquella historia enterrada. Después caminó decidida, como nunca antes lo había hecho, al encuentro inevitable de ese ser que la había estado esperando desde siempre.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Tierra India” de Susana Biset, “Adorado John” de Cristina Loza, “Al otro lado del océano” de Ana Moglia, y “Tierra de fugitivos” de mariana Guarinoni.
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