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Inés Kreplak: “Leamos, porque la lectura abre mundos, posibilidades y ejercita la empatía”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es posible encontrar un refugio, un espacio que contenga nuestras voces, un nido donde fluyan las palabras capaces de atravesar las cáscaras del mundo para alcanzar la libertad.

Hay en cada libro un camino de letras, un punto de encuentro en el invisible puente que se despliega en cada lectura, el nido compartido.

Inés Kreplak, escritora y docente, ha encontrado en la palabra un refugio en el que busca el punto de partida hacia otros mundos, un viaje hacia la ficción que roza el fango de la realidad y revela los versos callados.

En diálogo virtual con ContArte Cultura, la autora presenta sus obras y cuenta acerca de su compromiso con la promoción de la lectura.

—En este comienzo, y a modo de presentación, nos gustaría que elijas un poema, tuyo o de otro autor, en el que te sientas reflejada.
—Este poema de Edith Södergran, una poeta finlandesa que escribe en sueco, es el que elegí como epígrafe para La ilusión de la larga noche y creo que está en sintonía con los textos que exploré en mi primer libro de poemas. Después, en términos generales, los poemas de Juana Bignozzi o de Juan Gelman me conmueven especialmente.   


El dolor

La felicidad no tiene canciones, la felicidad no tiene pensamientos,
la felicidad no tiene nada.
Vuelca tu felicidad para que se quiebre, pues la felicidad es mala.
La felicidad llega muy suavemente como el zumbido de la mañana
en la espesura dormida.
La felicidad huye en nubes ligeras sobre las profundidades azul sombrío,
la felicidad es el campo que duerme bajo el ardor del mediodía
o el infinito del mar bajo la quemadura de rayos verticales,
la felicidad es importante, duerme y respira y no sabe de nada.
¿Conoces el dolor? Es fuerte y grande, puños secretamente apretados.
¿Conoces el dolor? Sonríe de esperanza, los ojos enrojecidos por las lágrimas.
El dolor nos da todo aquello que necesitamos,
nos da las llaves del imperio de la muerte,
nos empuja por la puerta cuando dudamos todavía.
El dolor bautiza a los niños y vela con la madre
y forja todos los dorados anillos de boda.
El dolor reina sobre todos, alisa la frente del pensador,
pone la joya en el cuello de la mujer deseada,
está en la puerta cuando el hombre sale de casa de su amada…
¿Qué más da el dolor a los que ama?
No sé más.
Da flores y perlas, da canciones y sueños,
nos da mil besos que están vacíos,
da el único beso que es verdadero.
Nos da nuestras almas extrañas y nuestros gustos singulares,
nos da los premios mayores de la vida:
el amor, la soledad y el rostro de la muerte.


—¿Recordás en qué momento descubriste que la escritura era un camino posible en tu vida?
—Escribo desde que soy chica. Pasé mucho tiempo sola, jugando, y me inventé siempre historias para sobrellevar el dolor: jugando con playmobils, con adornos de mi tía abuela o en el papel. Tenía amigos por cartas, escribía muchas, muchas, cartas a mis familiares y ni bien tuve computadora con procesador de texto empecé a escribir historias en ella.

—¿De qué manera percibís el nacimiento de la poesía en tu interior y cómo trasladas al papel o la pantalla esas imágenes/palabras con las que construís tus poemas?
—La poesía llegó más tarde en mi vida. Si bien tuve formación escolar, universitaria y también tuve que dar clases sobre el género, como escritora siempre fue una inquietud. Tenía muy marcada la idea de “no sé cómo se escribe”.  En un momento tuve que editar un libro de poemas para un trabajo y me pasé un verano entero leyendo poesía. Después de eso, un día me senté frente a la computadora y escribí dos poemas y pensé “¿qué hice? ¿qué es esto?”. Y empecé un taller de poesía.  

—Contanos cómo fue el proceso creativo de tu poemario “La ilusión de la larga noche”.
—Lo trabajé en el contexto de un taller grupal con Laura Wittner, luego gané una beca del Fondo Nacional de las Artes y combiné algunos encuentros grupales con otros individuales, porque me di cuenta de que tenía un montón de poemas escritos y que creía formaban una serie que podía ser publicada en formato de libro.

—¿Cuál fue el punto de partida de tu novela “Confluencia” y que te impulsó a escribir esa historia?
—El punto de partida fue que quería conocer la Feria del Libro de Guadalajara y me presenté a un concurso de crónicas breves que tenía como premio ese viaje. La crónica contaba la historia de un grupo de mujeres que vivían en comunidad en el Delta. Cuando no gané me di cuenta de que había más para tirar de ahí y seguí escribiendo y escribiendo y escribiendo. Estaba haciendo taller con Hernán Vanoli y veía el entusiasmo de mis compañeras y compañeros en cada encuentro y me fui entregando a la historia que estaba contando. 

—¿Cómo llevaste adelante la creación de tus personajes y la construcción de los escenarios de esa obra? ¿Es posible encontrar tu reflejo en alguna de las protagonistas?
—La idea de “reflejo” en la literatura es un poco cuestionable. Pero sí hay un trabajo con el límite entre los géneros, la ficción, la no ficción, el ensayo, la investigación literaria, la etnografía, el diario. Creo que en ese sentido ponerle Inés a la narradora y un epígrafe sobre el uso del pronombre “yo” da bastantes pistas al respecto.

—¿Cuál fue tu experiencia como curadora en el proyecto “Leer es futuro”?
—Fue hermoso poder trabajar en un proyecto de promoción de la lectura por fuera de las instituciones educativas formales, aunque hecho y pensado desde el Estado y, a la misma vez, darles voz a narradores, narradoras, ilustradores e illustradores jóvenes o emergentes o prevenientes del sector independiente de varias partes del país.

—Contanos cómo surge la idea de realizar una “Biblioteca al paso” en Parque Chas, que luego se extendió a otros lugares, y qué vivencias rescatás de ese encuentro de los lectores.

—En 2016, tras el avance de un gobierno neoliberal y de la retirada violenta del Estado, se me ocurrió que era muy importante continuar con proyectos de promoción de la lectura y que fortalecieran los lazos comunitarios cuando los lazos sociales estaban comenzando a quebrarse. Si no estaba presente el Estado, tenía que ser de manera autogestiva. Así que se me ocurrió probar por mi cuenta, en mi barrio, y así fue que retomé la idea de las “Free Libraries” que había conocido viajando. Luego se contactó conmigo muchísima gente para replicar la idea en otros lugares y armamos una especie de red de bibliotecas al paso. Nos juntamos algunas veces, participamos de instancias de diálogo diversas y yo sigo aconsejando a quienes me escriben. Armé un mapa con la georreferencia de las bibiotecas al paso que sé que existen en todo el país, que son más de 50, y por ahora el proyecto se sostiene hace 4 años. Con respecto a lectoras y lectores, creo que al principio las personas adultas tenían mucho prejuicio, se acercaban con temor, como si hubiera algún engaño, y niños y niñas eran quienes incentivaban a sus padres, madres, abuelas y abuelos a que se acercaran y abrieran la puerta de la casita, mucho menos prejuiciosos, aunque algunos también repetían los discursos desganados de los adultos. Ahora la biblioteca ya es parte del paisaje urbano del barrio, está integrada, muchas veces hay gente que acomoda los libros, ordena, limpia, saca y pone, y eso me da mucha alegría porque habla de una apropiación y un cuidado colectivo de la biblioteca al paso. Eso sería ideal que sucediera en todas las bibliotecas al paso del país. 

—¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
—Estoy culminando mi primer guión de una película que veremos si algún día llega a filmarse, ojalá que sí. También me encuentro terminando de corregir un libro de cuentos en el que vengo trabajando hace años y estoy empezando a ordenar un montón de poemas que tengo sueltos para ver si arman sistema y puedo pensar en considerarlos en serie. Tengo muchas ideas de novelas dando vueltas, pero también estoy con mucho trabajo y me cuesta sentarme a escribir algo de tranco largo, esa es la verdad.

—Para cerrar nos gustaría que expreses un deseo que te gustaría compartir con los lectores.
—En este contexto tan particular de pandemia, mi deseo es que no perdamos los lazos sociales ni la empatía. Todos estamos atravesando momentos muy difíciles, seguramente, pero nadie se salva solo. Seamos lo más amorosos que podamos. Y leamos, porque la lectura abre mundos, posibilidades y ejercita la empatía.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
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