

Entrevistas
Patricia Fitti: “Cuando se me ocurre una idea que podría llegar a ser una buena historia, la pienso en imágenes”
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Un universo de palabras, enredadas en líneas de grafito, rueda sobre las páginas; el viento desparrama las formas y los colores, todo toma una dimensión nueva, como si cada parte adquiriera volumen y levantara vuelo, como si las palabras estuvieran vivas y comenzaran a crecer, pura textura sobre los silencios.
Son esos silencios los que la escritora e ilustradora Patricia Fitti ha logrado capturar con sus manos y con su voz; es en esos espacios mudos en los que sus obras toman vida y se expanden hacia las manos de sus lectores.
En un diálogo virtual con ContArte Cultura la autora cuenta de qué manera vive el proceso creativo de sus obras y adelanta algunos de sus proyectos.
—Sobre este primer renglón que nos conecta vamos a dejarte un puñado de hojas secas y un lápiz, ¿cuál es la primera imagen que viene a tu cabeza para crear algo que te sirva para presentarte con esos elementos?
—Estoy en mi mesa de trabajo, justamente con esos elementos que ofrecés imaginariamente para presentarme: hojas secas y un lápiz. Pero esta vez prescindo del lápiz. Y es porque, desde que me mudé al campo, entre las sierras, hace solo unos meses, estoy tan fusionada con la naturaleza que las imágenes se me vienen en forma de hojas. O de semillas, de ramitas, de piedras… Así que lo que hago es mirar esas hojas para ver qué me sugieren sus formas. Y lo primero que viene a mi mente es la imagen de un pez. Tal vez me surge esto porque como un pez, cuando estoy creando, me sumerjo en las profundidades tanto, que a veces me olvido de que existe un mundo en la superficie. Buceo, me hundo, observo y vivo un mundo submarino donde otros sólo ven mar y olas. En la profundidad de esas aguas también me conecto con mi mundo infantil, ese que en realidad está siempre latente en mi vida, creo que soy una eterna niña encerrada en un cuerpo adulto; tal vez por eso siempre fui docente de los más pequeños, tal vez también por eso me dedico a la literatura y a la ilustración infantil.
“Soy docente de alma, aunque ya no ejerzo, pero tenía otra vocación postergada: desde chica quería dibujar y pintar como mi papá lo hacía.”
¿En qué rincones de tu infancia se gestó tu gusto por la ilustración y las palabras?
—Mi papá era un artista. Vivió en La Boca e incluso conoció a Quinquela Martín y contaba que en una oportunidad expuso junto a él. Vino de Italia después de pelear en la Segunda Guerra Mundial, y aunque era mecánico aeronáutico, le apasionaba el arte. Lo hacía como hobby, claro, ya que tenía que mantener a su familia -esposa y tres hijas-, y “del arte no se puede vivir”, decía. De chiquita lo imitaba: iba a su taller, buscaba sus cinceles e intentaba repujar algún trozo de metal. Imaginate que, entonces, yo me crié sumergida, como el pez, en el mundo del arte. Con respecto a la literatura, mi amor por las palabras y la lectura se desarrolló en la escuela. Aunque mis padres no eran lectores ni había en mi casa una biblioteca, mi mamá me estimulaba a escribir, leer o dibujar. Siempre me decía “tenés que escribir un libro”, creo que para ella era el escalón más alto a donde podía llegar. Recuerdo que, apenas supe escribir, me compraba cuadernos de hojas lisas y los cortaba a la mitad horizontalmente para que quedaran rectangulares como una revista de historietas. Y precisamente fue lo primero que hice: historietas. Más tarde, como a los 8 años, escribía a máquina mis cuentos y los ilustraba, les hacía la tapa con cartón e incluso le había inventado un nombre a la editorial y a la colección de cuentos. Pero, curiosamente, no supe de esta profesión hasta después de los treinta años. Siendo docente de nivel primario me acerqué mucho más a la literatura y comencé a investigar lugares donde poder aprender ilustración, así como también a talleres literarios. Cursé en diferentes escuelas, con varios reconocidos ilustradores de variados estilos y corrientes, y también me formé estudiando Artes Visuales.
“Mi padre era una persona increíble, no había nada que no supiera hacer. En la casa donde vivíamos no había rincón que él no hubiese embellecido. Yo lo admiré siempre.”
—¿Qué no puede faltar en tu espacio creativo?
—Tengo un taller lleno de cosas. Cajas con telas, papeles pintados, revistas, recortes, cositas para collage, frascos con semillas, piedritas y cientos de elementos naturales, otras cajas con perlas, cintas, hilos, botones… Y por supuesto estantes con tintas, acuarelas, acrílicos, óleos, pasteles, lápices, tizas, gesso, témperas, gouache… podría decirse que tengo una librería personal. Es difícil que pueda faltarme algo, y si eso sucede, alguna otra cosa puede reemplazarlo. Pero lo que sí no puede faltar y considero fundamental, es un espacio amplio ya que suelo esparcirme, luz, música o completo silencio, mate o café. Antes de comenzar un trabajo necesito sentir paz en el ambiente y ordenar el lugar. Un espacio ordenado da un efecto visual agradable y me inspiro mucho mejor. Eso sí, el orden dura muy poco…
—Contanos de qué manera lográs que tus textos se fundan o completen las ilustraciones que realizás.
—Cuando se me ocurre una idea que considero que podría llegar a ser una buena historia, la pienso en imágenes. Pero nunca parto de las ilustraciones sin antes escribir, aunque más no sea, un boceto de la historia. Necesito mínimamente tener la trama definida y resumida en algunas palabras, luego procedo a ilustrarla. Por eso invertiría la pregunta: yo no fundo o completo el texto de acuerdo a la imagen, sino que pienso la imagen y la completo de acuerdo al texto. Una vez que ambas cosas están encaminadas, sí, trabajo con el texto y la imagen simultáneamente, modificando, adecuando, completando o ajustando una cosa con respecto a la otra.
—¿Y cuando el texto es de otro autor?
—Cuando es así, lo primero que hago es darle una leída rápida, pero más por ansiedad que por otra cosa. Luego profundizo en la historia y la releo varias veces. Me documento si es necesario, y comienzo con un “casting” de personajes. Intento darle un enfoque personal, una mirada original a lo que quiero graficar, pero siempre pensando en qué querría mostrar con imágenes el escritor. En lo posible trato de contactarme con el autor para trabajar en forma conjunta. A pesar de que hay editoriales que no acostumbran o no facilitan la conexión y el intercambio entre ilustrador y escritor, yo creo que es fundamental, que el resultado es mucho más consistente, rico, acabado. El texto y la ilustración deben dialogar, complementarse para que el libro sea una obra armónica. Lo mismo sucede con la tipografía y el diseño. Creo firmemente que para hacer un buen libro, el escritor, el ilustrador, el diseñador y el editor deben trabajar en equipo.
—¿Qué técnicas y materiales son las que utilizás para dar vida a tus obras?
—Me encanta experimentar técnicas nuevas. Pero las que más utilizo son acrílico sobre papel blanco, en los casos en que quiero trabajar con mucho detalle y con un acabado prolijo, o acrílico sobre papel misionero, con acrílico puro y pinceles más duros para darle un toque más pictórico. También utilizo tinta y nogalina, las que trabajo como si fueran acuarelas, sobre papel de alto gramaje, y por último collage con elementos naturales, aunque a veces incorporo papel. Prefiero trabajar de forma analógica; disfruto mucho ensuciarme las manos, estar en contacto con el material, dejar mi impronta y mi huella imperfecta sobre el papel. A veces termino alguna ilustración digitalmente, pero nunca trabajo plenamente con la computadora. Generalmente me piden una técnica determinada o yo pregunto cuál prefieren, aunque suelo sugerir cuál es la adecuada para esa historia en particular, porque las técnicas, los materiales y los colores que utilizamos también nos cuentan cosas. No transmiten la misma sensación una línea gruesa y pesada que se traza con presión sobre el papel, los colores oscuros de la acuarela liviana que fluye o los colores pasteles. El collage, por ejemplo, es ideal para escenas más sencillas o infantiles; las imágenes son frescas, fáciles de interpretar y visualmente llamativas. Por otro lado, la tinta y la nogalina sugieren delicadeza, calidez. Y el acrílico, según como se lo manipule, puede adaptarse a cualquier situación.






—Contanos el proceso que llevás adelante para convertir esos materiales en personajes o escenarios de tus libros.
—En primer lugar, como ya mencioné antes, hago un “casting” de personajes. Comienzo a probar, hago pruebas de colores y técnicas para ver cuál cuadra mejor con lo que pide la historia. Después realizo, a grandes rasgos, un primer storyboard para ubicar las escenas en cada viñeta, ver cuántas páginas tendrá el libro, cuántas de ellas serán simples o dobles… en fin, toda la estructura que es necesario armar para ordenar lo que en definitiva será el libro. Más tarde, diseño un story más detallado, en un tamaño de hoja más grande, y ubico el texto. A partir de allí comienzo a construir simultáneamente la escritura y la imagen. Es un arduo trabajo de pulido, porque en el armado de esa sociedad, en la que conviven el lenguaje escrito con el gráfico, es donde surgen las dudas, los problemas, donde se ve la necesidad de hacer ajustes, inserciones, cambios. Siempre hay que estar dispuestos a la posibilidad de una transformación absoluta del proyecto. A veces sucede que uno termina eliminando algo que le gustaba mucho, incorporando elementos que no estaban en la idea original o incluso cambiando el final que teníamos pensado desde un comienzo. Cuando todo esto está finalmente resuelto, planteo todo digitalmente, corrigiendo tamaños, eligiendo cuidadosamente la tipografía, la paleta de color y todo el trabajo que realizaría un diseñador gráfico. Luego de imprimir todo, realizo una maqueta con las ilustraciones en blanco y negro y por último, si todo se aprueba, paso a darles color.
“Me defino como autora, aunque la palabra que más se acerca a lo que hago es ‘creadora’. Prácticamente todo el tiempo estoy pensando, creando, imaginando algo, y esto no se limita a la literatura o el arte, sino a lo cotidiano.”
—Fuiste galardonada con el premio Destino Infantil Apel-Les-Metres, de editorial Planeta en España, por tu libro “El niño que no quería ser azul, la niña que no quería ser rosa”, ¿qué nos podés contar de esa obra y ese reconocimiento?
—El niño que no quería ser azul, la niña que no quería ser rosa nació originalmente como un cuento, no como un libro álbum. La idea era contar la historia de la Cenicienta desde el punto de vista del príncipe; lo que yo quería era mostrar la presión que sienten los varones partiendo de una realidad que está aún vigente en la sociedad: una educación segmentada y desigual con respecto a las mujeres. La mayoría de las historias que se proponen hoy en día están contadas y pensadas desde lo femenino, y no desde lo masculino, y yo creo que, para romper con estos estereotipos, hay que repensar la educación que le damos a los varones, sobre todo. Después de escribir el cuento de Celestino, ya que así se llamaba originalmente el libro que presenté en la convocatoria, me di cuenta de que podía ser un libro álbum y que no necesariamente debía hablar del príncipe de Cenicienta. Entonces transformé toda la historia, respetando el objetivo que me había planteado desde un comienzo. A medida que iba armando mi proyecto, como sucede la mayoría de las veces, fui modificando ideas. Por ejemplo, en cuanto al color, decidí que desde la introducción hasta el conflicto el libro solo tuviera dos colores: celeste y rosa. Estos colores enfatizaban más esa idea de estereotipo y de división; todos los personajes femeninos, incluyendo la tipografía, serían de color rosa, y todos los masculinos, celeste. A medida que el libro llega al final, van apareciendo otros colores. Hay muchos prejuicios todavía sobre este tema, muchos padres y docentes consideran que es algo delicado y difícil de abordar; por eso recurrí a la metáfora de los colores, es una forma sutil que deja el camino abierto a varias interpretaciones. Me sentí muy honrada de recibir ese premio, fue una sorpresa muy grata. El jurado destacó “el importante mensaje que esconden sus páginas y la originalidad en la ejecución”. Afortunadamente, el libro ya va por su tercera edición en año y medio y se publicó no solo en España sino también en Turquía y Corea.






—¿En qué proyectos estás trabajando por estos días?
—Actualmente estoy trabajando en varios proyectos. Tengo tres libros terminados como para presentar en editoriales o concursos; dos de ellos troquelados, para niños de 2 a 7 años aproximadamente. Son libros que trabajan contenidos como “los opuestos”, pero de una manera muy original y sorpresiva. Los otros dos proyectos están orientados a un público más adulto. Uno es un libro álbum en el que el relato es una poesía y las ilustraciones están realizadas con la técnica de collage solo utilizando materiales naturales que encuentro en la tierra. Es un libro que considero muy expresivo y profundo, también fuera de lo común, teniendo en cuenta la técnica. La historia habla sobre una hoja de otoño que se enamora del viento e intenta gustarle tomando otras formas. En la historia se puede entrever el tema del maltrato y la falta de autoestima. El segundo, es un libro álbum que salió finalista en el Concurso Biblioteca Gran Insular Islas Canarias a fines del año pasado y que próximamente será publicado en Colombia. Y, por último, estoy por ilustrar, me lo acaban de confirmar, un libro para una nueva colección de AZ.
—Si pudieras dejar un sueño escondido entre las páginas de un libro, ¿cuál sería?
—Un sueño… qué complicado. Tengo sueños utópicos en los que la humanidad entera saldría beneficiada, pero no sería la única en tener esos ideales y seguramente muchos nunca se van a cumplir. Por eso, voy a hablar de mis sueños personales: tengo la suerte de haber cumplido la mayoría de los sueños que tenía cuando era chica; quería ser “dibujanta y cuentista”, y después de mucho tiempo de espera, hace solo nueve años, se hizo realidad. Viajé y conocí lugares con los que también soñaba; tengo dos hijas maravillosas; una familia lindísima, amigos, vivo en el campo, entre las sierras, con un compañero ideal, como también soñé de adolescente, ¿qué más puedo pedir? Pero hay un sueño que no pudo ser: me hubiera gustado mucho que mi papá viviera unos años más; sé que lo habría hecho muy feliz ver a dónde me llevó ese camino que él trazó para mí, sin saberlo.
Conocé más sobre Patricia Fitti en www.patriciafitti.com.ar


Entrevistas
Martina Tolosa cuenta ‘Viracocha’: “No siento más que gratitud y locura por esta historia, nunca me la voy a olvidar”

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Toca las tumbas. Recorre con sus dedos los restos de una vida. Y de otra. Y otra más. Toca la muerte, la sombra que vigila. Cuelga de los pájaros que anuncian, sobrevuelan la desgracia, planean sobre la sangre derramada. Después.
“Viracocha”, la primera novela de Martina Tolosa, es una historia fuerte y oscura. A lo largo de las páginas una sombra va cubriendo la vida de sus personajes, que avanzan sin avanzar, como si estuvieran en el mismo sitio y las espinas se clavaran en sus mentes enfermas.
Con escenarios que acompañan el desarrollo del argumento, los protagonistas atraviesan temáticas reales fusionadas con elementos fantásticos que, sin dudas, potencian el relato.
En diálogo con Contarte Cultura, la escritora cuenta acerca de sus comienzos y del proceso creativo de su obra.
—Vamos a comenzar esta charla con un juego de presentación. Recorriendo las distintas escenas de tu novela, ¿podrías sumergirte en una de ellas, hacerte parte de ese decorado y traernos desde allí algún objeto o imagen que nos pueda contar algo de vos?
—El cementerio de Cachi, como sujeto ambiente, tiene una gran importancia en la historia. La obsesión de Julieta por el cementerio es también mi obsesión; cada vez que tengo la suerte de conocer algún lugar nuevo, chequeo si tendrá algún cementerio que se destaque. Pienso mucho en la muerte, en las tradiciones de las diferentes culturas ante ella, en los que se van y los que se quedan. Hace poco viajé a Nueva York y, la primera noche que estuve ahí, al volver de cenar, una mujer se había tirado al vacío en el hotel vecino al mío. Estuve días enteros pensando en ella, mirando sus redes sociales, las de sus familiares, las cosas que le escribían. Me parece un tema fascinante y misterioso que quizá, pienso, se exacerbó en los últimos años por la muerte de mi viejo, pero siempre fue un asunto que me llamó mucho la atención.



—Y a partir de esa primera pincelada que nos da alguna información sobre vos, nos gustaría ir más allá, ¿recordás cuándo nació tu interés por la escritura?
—Desde siempre estuve súper interesada por la escritura y la lectura, que me parece que siempre van de la mano. Mis viejos hicieron muchísimo hincapié en la lectura desde mi infancia, y creo que la escritura vino con eso. Además de que me compraban muchos libros, siempre se generaron espacios para imaginar, para crear. Un detalle: cuando mi mamá me llevaba a la escuela a la mañana, para que no me quedara dormida en el auto, empezaba a gritar en el camino: “¡No lo puedo creer! ¡Mirá esa jirafa! ¿La ves?”. Y yo no, obviamente no la veía, porque no estaba, pero a medida que iba nombrando todos los animales que imaginaba en el camino, yo también los veía. Era nuestro juego y me encantaba. Así con todo. Mamá toda la vida alentó las cosas que tuvieran que ver con la creatividad. Y mi papá también, pero más específicamente con la lectura.
—Vayamos a “Viracocha”, tu primera novela, ¿cuál fue su punto de partida?
—La idea de partida fue una escena que aparece en uno de los primeros capítulos: una mujer que, por un motivo x, decide no volver a besar a su marido. La idea siguiente fue una pareja que tiene que viajar al interior del país por un familiar enfermo. Empecé a escribirla en plena cuarentena y pensé en esa posibilidad, que era muy terrible porque para viajar en esa época tenías que presentar todos esos permisos y papeles. El resto de la historia vino después. Como soy de Puerto Madryn, yo quería escribir algo que tuviera lugar en el interior del país. Abrí el Google Maps y encontré Cachi. No conocía el pueblo ni nada. Después tuve la suerte de poder conocer el lugar y creo que eso le hizo muy bien a la historia, le dio otras imágenes más vinculadas a los paisajes y costumbres del norte de las que yo no tenía idea.
—Sin dudas se trata de un texto incómodo, cargado de imágenes que impactan contra las emociones del lector. ¿Cómo viviste ese proceso de ir encastrando cada pieza para hacer avanzar una historia que duele desde la primera página?
—Había veces que tenía que escribir escenas que me resultaban muy difíciles y pateaba el momento, pensaba que primero mejor limpiar, comer algo, tomar un café, leer un libro. Me engañaba a mí misma asegurándome de que seguro después de eso escribiría mejor esa escena difícil. Luis Mey -escritor amigo y tutor de obra- me “cagaba a pedos” por las inseguridades y miedos. De todos modos, disfruté un montón el proceso. Cuando escribo pienso en lo que a mí me gustaría leer y no hay cosa más satisfactoria que estar en la casa, tomando un café o un vinito, dejándose llevar por la historia. Llegó un momento, en la primera escritura, en donde los personajes ya tenían ciertos rasgos, actitudes, personalidades, y yo no podía luchar contra eso. A veces escribía algo, después lo releía y pensaba: “No, Julieta jamás hubiera dicho eso”. Esas cosas de la escritura, esa vida propia que toman los personajes y las historias me fascinan.
—¿De qué manera llega el dios Viracocha y sus sombras a tu texto?
—Cuando pude conocer Salta se gestó todo el tema de Viracocha. También lo de las momias. Yo no conocía el Museo de Arqueología de Alta Montaña, por ejemplo. Cuando me enteré le dije a mi marido que teníamos que ir sí o sí, porque sabía que eso iba a ser un elemento súper valioso para la historia. Al igual que las momias, todas las cosas más espirituales llegaron cuando pude ir a conocer: el día de las almas, el cementerio, las apachetas. Yo sentí que Cachi era el escenario perfecto para mi novela, pero toda Salta tiene una cosa mística muy fuerte y muy tremenda. Serán los paisajes, la gente, la historia, no sé.
—Julieta, la protagonista, está atravesada por un deseo que la lleva más allá de lo esperable. Si pudieras elegir la escena que más te dolió escribir, ¿cuál sería y por qué?
—Todo lo de Julieta me costó mucho en general. Las escenas violentas fueron difíciles, pero lo que más me dolió fue todo lo referente a su maternidad, porque las cosas que le suceden son cosas a las que yo les tengo mucho miedo en mi fuero íntimo.
—Javier es un personaje que fuiste mostrando a través de sus acciones. ¿Qué cosas te ayudaron a darle vida y personalidad?
—Intenté hacer que Javier fuera lo más desagradable posible. Una vez que escribí algunas escenas, lo mencioné anteriormente, él fue tomando vida propia. También me interesaba esto de que no fuera un monstruo completo todo el tiempo; hay situaciones en donde muestra cierta sensibilidad o incluso ternura, y creo que eso era importante para hacerlo verosímil. Me parece que lo peor de la violencia es que, de a ratos, se puede disfrazar de ternura.
—La vida y la muerte avanzan juntas a lo largo del libro, como si una y otra fueran la misma cosa, ¿cómo trabajaste para que “La muerte” sea un personaje más en esta historia?
—Creo que, no sólo en la ficción, la vida y la muerte van siempre de la mano, ambas igual de fascinantes e indescifrables. Cuando se mueren nuestros seres queridos queremos saber todo: en qué pensaron antes, a dónde van a ir si es que van a algún lado, qué hubiera sido del resto de sus vidas si seguían vivos, todo eso. En ese sentido me parece que esta historia tenía que estar sí o sí atravesada por la muerte y todo lo que la rodea, y las obsesiones de la protagonista son las que creo cualquiera de nosotros tendría al vivir las cosas que a ella le pasan. Todo esto sumado al festejo que en Salta hacen el 2 de noviembre, Día de las Almas, a los sacrificios que realizaba el imperio Inca… todo está ultra vinculado con la muerte. Si no le daba el lugar que se merecía, estaría perdiendo una parte importantísima de la historia.



—Si algo representa perfectamente como una síntesis el espíritu de la novela, esa convergencia de la vida y la muerte, es la imagen de tapa. ¿Quién o quiénes trabajaron con vos para lograr esa fusión?
—Mi editora Francisca Mauas y el diseñador Pablo Scavino fueron los responsables. Yo había pensado en la posibilidad de que la tapa contuviera, de alguna manera, un primer plano de las espinas de los cardones, ícono del norte argentino. Francisca fue más allá y sugirió, muy acertadamente, que agregáramos una panza de embarazo. Pablo le dio forma y logró esa imagen impresionante.
—Para terminar, ¿qué palabra lograría abarcar la emoción que provocó en Martina Tolosa la escritura de esta historia?
—Excitación. Todo en esta novela significó una alegría inmensa, un trabajo que por un lado, debido al amor por el oficio, no costaba trabajo y que a la vez implicaba un laburo inmenso. Una obsesión que duró un año entero, locas ganas de retirarme de la vida para ir a meter de lleno la trompa en la historia y sus personajes, de caminar Cachí, de conocerlo todo. No siento más que gratitud y locura por esta historia, nunca me la voy a olvidar.
Entrevistas
“El teatro se convirtió en la mejor ventana del mundo, para crear, comprender, transformar los aspectos más difíciles”

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Hay un regreso, una vuelta hacia atrás, pasos en el mundo de la infancia. Memorias, adentro y afuera, conectadas por una palabra insonora, encuentran el lenguaje más allá del lenguaje. Y una ventana que se abre, como si nunca hubiera estado cerrada: los ojos escuchan el sonido de las manos.
Decile que soy francesa es una obra que habla del mundo de los sordos, de aquello que los ojos son capaces de escuchar, de otros lenguajes como vías de comunicación con el mundo de afuera.
Escrita y actuada por Gabriela Bianco y codirigida por Daniel Cinelli, la obra cuenta una historia de vida surgida de las vivencias de la actriz.
En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta la experiencia de narrar y actuar su propia vida.



—Comencemos esta charla poniendo la mirada en las “ventanas de nuestros cuerpos”: los órganos de los sentidos. Por distintos motivos puede ocurrir que una de esas ventanas se encuentre cerrada. Y si esto sucediera, seguramente se interrumpiría una de las vías de comunicación con el mundo de afuera. Pero el cuerpo siempre encuentra nuevas maneras de percibir ese afuera, otros lenguajes para comunicarse. A modo de presentación y a partir de tus propias vivencias, ¿cómo se logra atravesar las “ventanas cerradas”?
—En verdad no hubo ventanas cerradas para mí. Probablemente esas ventanas del oír que mis padres no abrieron nunca se transformaron en doble mundo para mí, porque en casa los ventanales estaban en los ojos: oír por todos y ver para hablar y crear imágenes a partir del movimiento. Me gusta trabajar con el concepto de ideograma físico cuando pienso en la poética de la lengua de señas, esa lengua herencia que ha nutrido mi vida y mi trabajo en la escena.
—Justamente a partir de esas experiencias, de lo que viviste, fuiste haciendo distintos recorridos con el lenguaje, ¿de qué manera surge tu vínculo con el teatro?
—Ya a los 16 años me acerqué a un taller que había en el Centro Cultural San Martín. Luego a otro y a otro. Creo que se trababa más bien de encontrar un canal para transformar mi propia realidad. El teatro como rito, como tiempo fuera del tiempo, un cierto espíritu religioso que me acompaña desde toda la vida me instaló ahí, para siempre. Si bien no fue lo único que hice, el teatro se convirtió en la mejor ventana del mundo, siguiendo tu metáfora, para comprender, crear, transformar los aspectos más difíciles, tanto personales como colectivos.
—¿Qué aportes de la antropología teatral te ayudan a construir las escenas de tus obras?
—La antropología teatral me ayudó a confiar en que la lengua de señas contiene potencialmente un lenguaje artístico singular, una forma no cotidiana que se acerca a la energía de la acción escénica. La aplicación de sus principios, el contacto a través de mi participación en la ISTA (Internacional School of Theatrical Antropologhy) en el año 2000 con formas de teatro codificadas tanto de Oriente como de Occidente, terminaron de dar impulso y forma a la experimentación teatral. Ya en 1999 realicé un espectáculo sobre Isadora Duncan totalmente codificado, y en un lenguaje cercano al teatro danza.
—Hablemos de “Decile que soy francesa”, una obra que codirigís con el actor y productor Daniel Cinelli, ¿cómo y cuándo surge el germen de este proyecto?
—Hace años que le doy vuelta a la posibilidad de realizar un espectáculo inspirado en las vivencias de las y los hijos de personas sordas. Estuve un buen tiempo para concretar un primer texto. No me cerraba, un poco por descreer que pudiera ser una historia interesante para el público en general y otro poco por pudor. Trabajar elementos biográficos en un giro de ficción no es sencillo (aunque ahora se haya puesto un poco de moda todo esto de las biopic, el biodrama, el teatro documental). Quería construir una historia inspirada en experiencias personales que prescindiera de mí. Es decir, sí trabajar sobre mi propio mito para construir una ficción. La asistencia a un taller de dramaturgia ayudó mucho. Marco Antonio de la Parra, en el contexto del CELCIT, me dio confianza en que la historia y el texto valían la pena. Me dio el “toque Zen” de comprensión en el sentido profundo de esta creación. Y también supe que tenía que ponerle el cuerpo a ese personaje, así que pedí a Daniel, con quién nos conocemos hace más de 30 años, una codirección y busqué armar un grupo de trabajo que conoce bastante bien de qué va toda historia de ser CODA (por sus siglas en inglés, Child of deaf parents). Finalmente, ocurre que la historia desborda lo anecdótico para volverse una reflexión práctica sobre infancias singulares, arrojadas precozmente a la vida adulta. Todo con mucho humor y las dos lenguas que me albergan.
—Y ya instalados en el universo de esa historia, si pudieras elegir un rincón o algún objeto de la escenografía que represente el espíritu de la obra, contanos cuál sería y por qué.
—Gastón Joubert creó un espacio hermoso para esta obra. Cada uno de los objetos, casi todas miniaturas, hacen parte. Pero si tuviera que elegir un rincón, sin dudas es el centro desde donde la presencia de un tocadiscos mueve el recuerdo y hace girar el tiempo de esta historia.
—Vayamos a las protagonistas: Ella niña y adulta. ¿Cómo trabajaron para lograr entrelazar esos dos personajes en los que hay una fusión de lenguajes?
—El texto está escrito en una sola voz. En el trabajo de ensayos fuimos viendo que esa voz, el lenguaje del texto, tenía dos presencias claras: la de aquella niña que transita sus vivencias sin ningún juicio de valor y la de la adulta que recuerda y se detiene en algunas circunstancias de su sentir ahora, muchos años después. Finalmente, queríamos que la obra tuviera una versión que fuera accesible también a las personas sordas, en mi “lengua herencia”, la lengua de señas, así que primero pensamos en eso, en tener el unipersonal y la versión accesible con la incorporación de Daniela Fortunato Lynch como actriz señante. Entonces, en esta nueva dramaturgia que llamo de Escena Visual Accesible, surgió una nueva puesta en escena. Nos pareció que esa era realmente la naturaleza escénica que pide este texto. Nos dimos cuenta de que esta historia en el cuerpo de dos actrices potencia la escena, crea una poética singular que contempla la accesibilidad en sí misma.
—¿Qué es lo que más te gustaría destacar del vestuario de tus protagonistas?
—El vestuario destaca la diferencia entre la adulta y la niña y a la vez sitúa a la adulta en el espacio del recuerdo; cierta atemporalidad la sitúa en el lenguaje específicamente de la ficción teatral.
—¿De qué manera colaboran la música y la iluminación en el desarrollo dramático de la historia?
—El diseño sonoro está al servicio de las distintas anécdotas. Hay una voz en off que marca cierta presencia de aspectos de “lo auditivo”, a cargo de Patricio Barton, y una canción central que compuso Ale Dolina (h). El diseño de luces, a cargo de Verónica Alcoba, viaja entre presente y pasado y sitúa cada escena en un tono emocional distinto, tanto en los momentos de mayor humor como en las instancias más dramáticas del relato.
—¿Cuándo y dónde se podrá disfrutar de “Decile que soy francesa”?
—A partir del 2 de junio, los viernes a las 20 en la sala Galpón de Area 623, de Pasco 623 de CABA.
—Para terminar, ¿podrías elegir una palabra que sintetice la emoción predominante en el escenario?
—Ternura, humor, amor…no me alcanza una sola.
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Helado Infinito: “Nuestros discos están atravesados por un amor a la existencia, a la libertad, a la amistad, a las canciones”

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Hay una repetición, un desplazamiento vertical, voces que giran, itinerantes, viajan. De aquí para allá, rutas compartidas, un mundo que siempre está empezando, que busca el principio en un punto imaginario, donde confluyen las palabras. En el territorio de una canción, algo crece.
Helado Infinito es un dúo de trip pop compuesto por Loreta Neira Ocampo (Chile) y Victor Borgert, nacido en la ciudad de La Plata. El proyecto se destaca por su carácter itinerante, de viajes, de encuentros y desencuentros sobre la tierra propicia, fértil, donde siembran las semillas de sus canciones.
Desde Chile, los músicos charlaron con Contarte Cultura y hablaron de su historia como dúo y el movimiento que los llevó a dar vida a su último disco “Cancún Tokyo”.



—Hay en el nombre que los reúne como dúo algo que tiene que ver con la repetición, con probar una y otra vez aquello que nos gusta o nos apasiona, la imagen del infinito junto a la del helado podría ser el punto de partida de esta charla, ¿podrían elegir al menos tres cosas que los definan y que tengan que ver con la repetición de gestos cotidianos?
—Víctor: Diría que la búsqueda del disfrute constante es gran parte de nuestra filosofía de vida. Buscamos disfrutar de todos los procesos de la vida: del trabajo, de los cambios, de proyectar y soñar, de los comienzos y las despedidas, de todas las cosas que suceden en el cotidiano. Tres actos cotidianos que reflejan eso pueden ser cocinar, charlar o pasear sin rumbo. Creo que lo que nos define es que intentamos hacer cualquier cosa con todo el cariño y dedicación posible.
—Y porque queremos saber más, vayamos al principio, ¿cómo y por qué eligieron ese nombre para este dúo? ¿Cuáles fueron sus comienzos?
—Loreta: Víctor es de La Plata, y ahí, a la vuelta de su casa, hay una heladería que se llama Kukú y que nos encanta. Un día estábamos tomando helado, sintiendo esa alegría, esa contención que da el helado, y dijimos “si algún día tenemos una banda, pongámosle Helado Infinito”. Y así fue. Empezamos a grabar canciones en marzo del 2016, ahí en esa casa en La Plata, y no paramos más. Como solemos movernos mucho, siempre grabamos en distintos lugares, distintos contextos, y eso genera algo bien diferente en cada canción. Ninguna tiene un sonido muy igual al otro, y en términos de géneros musicales también podemos decir que tenemos un repertorio bien ecléctico, impulsado siempre por la libertad de cada momento.
—¿De qué manera trabajan habitualmente para dar vida a sus temas?



—Loreta: En general yo compongo la letra y la música de las canciones, y lo hago con el cuatro venezolano o con la guitarra. Después -o durante el proceso- se las muestro a Víctor y empezamos a trabajar juntos la producción, los arreglos, todo eso. Él se maneja muy bien con todo lo digital, y además tiene muchas y hermosas ideas musicales, así que las canciones suelen crecer mucho. Para este nuevo disco también trabajamos con Alexander Mamaev, un gran amigo que conocimos en Eslovaquia en 2017 y con el que hemos compartido mucha vida desde entonces. Con él nos encerramos unos días en una casa en medio del campo en Eslovaquia y grabamos gran parte de Cancún Tokyo. Fue una experiencia muy especial.
—Precisamente por estos días están presentando “Cancún Tokyo”, un disco atravesado por los desplazamientos, la música viajera, ¿en qué punto del mapa se gestó la idea de este viaje musical?
—Víctor: La idea de este disco se gestó cuando vivíamos en el caribe mexicano, en 2019, y un sello japonés nos contactó para distribuir nuestros discos y editó también nuestra canción Encontrar en vinilo. Eso disparó en nosotros la idea de que quizás había interés por nosotros en Japón, y empezamos a buscar constantemente precios de pasajes con la ruta Cancún-Tokyo. Finalmente ese viaje no se concretó, pero en el medio vivimos varios años de aventuras en Europa, girando por muchísimas ciudades y países (República Checa, Hungría, Ucrania, Kosovo, Lithuania, Bosnia, por mecionar algunos). Los puntos claves fueron definitivamente Cozumel y Puerto Morelos en México, y Bratislava en Eslovaquia, viviendo y tocando con Sasha (Alexander Mamaev).
—¿Cuáles fueron las rutas que siguieron para ir produciendo los distintos temas y dónde y cómo fue la grabación final?
—Loreta: Las canciones salen de manera muy natural, en cualquier lugar, en cualquier momento. Básicamente cuando ellas quieren, ¿no? Lo siento así. A veces cuando yo quiero, a veces cuando ellas quieren. Este disco tiene canciones compuestas entre el 2019 y el 2022. Hay una canción, Todxs juntxs en la plaza, que fue compuesta en octubre de 2019, cuando desde Bratislava (Eslovaquia) éramos espectadores del estallido social chileno. Hay otra, ¿Cuándo tiene sentido?, que salió en abril de 2020, en plena pandemia. Ambas tienen el sello, la emoción de esos particulares momentos. Las escucho y vuelvo a eso. Lo que quiero decir con esto es que no hay ruta a seguir para componer, por lo menos no en este caso, no en nuestro caso. O que la ruta es más bien la vida misma. La grabación es otra cosa, eso ya es más cerebral y más planeado. Las grabaciones las hicimos, la mayoría, entre enero de 2021 y agosto de 2022. Hay elementos grabados en nuestro departamento en Santiago de Chile, otros en Bratislava y otros en esta casa en el campo que mencioné antes, en Hradište (Eslovaquia). Todas las instancias son siempre muy distendidas, porque siempre grabamos con nuestros propios medios. Nunca hemos ido a un estudio a grabar, porque nos sentimos más cómodos, más libres, haciéndolo nosotros mismos. De paso aprendemos mucho.
—¿Qué instrumentos fueron parte de esa convergencia de voces y música en las diferentes canciones? ¿Hay alguno que quisieran destacar?



—Víctor: En el disco tocamos todo lo que pudimos y participaron varios amigos. Lore tocó el clarinete, la flauta traversa, teclados, órgano, guitarra, cuatro venezolano y también todas las voces. Yo grabé trompetas, guitarras, sintetizadores y algunas percusiones. Fue fundamental la participación de Sasha Mamaev, que grabó muchos teclados, órgano, voces, percusiones, guitarras y saxofones, pero su aporte con el bajo eléctrico le dio al disco una profundidad armónica y rítmica muy bonita. También la participación de Juan Martínez en percusiones le dio al disco la energía del mundo afro que buscábamos. Michal Bacigal y Ozancan Şimşek, grandes amigos de Bratislava, aportaron con la batería y saz (instrumento tradicional turco) respectivamente, abriendo el disco a un sonido más global y libre con el que jugábamos mucho en las sesiones de improvisación que teníamos con ellos los sábados por la noche en Bratislava.
—¿Quiénes colaboraron en la producción y en el proceso creativo del disco?
—Víctor: La producción la llevamos entre Loreta, Sasha y yo. Siento que cada uno aportó una perspectiva muy diferente y eso ayudó a que el proceso se mantuviera fresco y en movimiento constante. Loreta logra mantener siempre una escucha muy fresca, muy enfocada en el mensaje y en cómo se siente la canción. Esto hace que no se pierda el norte en ningún momento. Sasha le aportó mucho juego al proceso, trajo muchas influencias y sonidos que jamás se nos habrían ocurrido. El proceso creativo fue muy lindo, como una gran pijamada llena de instrumentos.
—Si pudieran elegir una palabra que sea la síntesis de todos sus trabajos como dúo, ¿Cuál elegirían y por qué?
—Loreta: Creo que diría “amor”. Siento que el proyecto nació impulsado por el amor y se ha ido desarrollando desde y por eso también. Nunca incluimos gente en nuestros discos porque sí, sino que siempre son amigos, amigas, y hay un amor ahí que queremos hacer crecer, estimular, y qué mejor que hacerlo a través de la colaboración, de jugar, de crear. Nuestros tres discos están atravesados por ese sentimiento, y hablo desde un lugar alejado de lo romántico. Hablo de un amor a la existencia, a la libertad, a la amistad, a las canciones.
—¿Quién realizó el arte de tapa de “Cancún Tokyo” y de qué manera trabajaron para lograr esa imagen que representa el espíritu del disco?
—Víctor: La tapa del disco es obra de Ignacio Pello, un gran amigo que nos conoce muy bien y ha sido parte de Helado Infinito desde el principio. Le mostramos el disco, le contamos nuestra idea e inspiración y nos envió todo un mundo de imágenes muy hermosas que nos enamoraron desde el primer momento.
—Para terminar, ¿cuáles son los próximos movimientos musicales de “Helado Infinito
—Loreta: Estamos felices porque nos adjudicamos un fondo del Ministerio de las Artes, Cultura y el Patrimonio, acá en Chile, para ir a presentar el disco en Argentina. Estaremos el 4 de junio en Adrogué, el 8 en La Plata y el 10 del mismo mes en CABA. Los conciertos van a ser con amigas y amigos, y estamos muy emocionados por eso. Toda la información la pueden encontrar en nuestras redes sociales. En Instagram somos @heladoinfinitopop y en Facebook Helado Infinito.