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Entrevistas

Patricia Ratto: “El arte tiene sus maneras de penetrar en aquellos lugares a los que otras disciplinas no llegan”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Debajo, las voces del silencio se expanden como un eco sin fronteras. No hay palabras, tan solo un rumor, un sonido que arrastra los deseos y se pierde en aguas inciertas donde todo está quieto, sumergido en los abismos del miedo que despierta la muerte.

Patricia Ratto, docente y escritora, atenta al eco que proviene de las historias que nos constituyen, se detiene en las texturas que provienen de las palabras, escucha, percibe, recorre los mapas que delimitan, se interna en sus geografías, busca y encuentra las emociones que resuenan en sus letras y emergen como un huracán sobre sus dedos para precipitarse sobre las páginas de sus ficciones.

En diálogo con ContArte Cultura la autora tandilense recorre el proceso creativo de sus obras y cuenta sus vivencias en el arte de narrar.

—Contanos cuándo nace tu vocación por la escritura.
—Nací un domingo. Ese mismo día mi padre le compró –a un vendedor de libros a domicilio muy conocido en esa época en Tandil- la colección de Diccionarios Salvat enciclopédicos, la enciclopedia “Universitas” completa, y un Atlas gigante, que medía, de largo, unos cuantos centímetros más que yo. Contrariamente a lo que hubiera preferido mi madre, que era muy ordenada y prolija, mi padre dejó a mi alcance toda esa colección de libros. De modo que de muy chica, me tiraba de panza sobre una alfombra que mi abuela había tejido al crochet con retazos de lana, abría casi siempre los gordísimos tomos de la Salvat (que resultaron mis preferidos), ignoraba las palabras que aún no podía leer, pasaba de largo las fotos (casi todas en blanco y negro), localizaba los mapas, los abría, me quedaba viéndolos un buen rato y viajaba luego con mis dedos menudísimos por el hilo rojo de los caminos, las sinuosidades azules de los ríos, el amarillo desteñido de las mesetas, el marrón de los cerros, que con un esforzado despliegue de matices intentaba simular un cierto relieve frente a la chatura impuesta por la tiranía de las dos dimensiones. Un día confisqué una radio vieja que, en mi casa, iban a tirar a la basura porque solo funcionaba sintonizando onda corta.

Esa radio se sumó a la ceremonia de transitar los mapas de la Salvat. Sintonizaba una emisora en un idioma que no entendía y, por puro capricho de nena fantasiosa, decidía que ese run run de palabras desconocidas eran las que mejor le cuadraban a ese país recién descubierto. Me detenía en puntos pequeños o más gordos o aquellos rodeados por un círculo. Pueblos y ciudades cuyos nombres en letras diminutas todavía no sabía leer. E imaginaba a las personas que allí vivían, que me hablaban desde muy lejos pero a la vez desde tan cerca, voces que se agitaban y bullían, en un espacio ambiguo que conjugaba lo remoto con lo muy próximo de ese aquí justo debajo de las yemas de mis dedos. Una radio de onda corta y mapas: yo diría que ahí está el origen de mi escritura. Será por eso que para escribir siempre necesito esa combinación de espacio más sonido, de territorio más lenguaje.

—¿Qué cosas pueden llegar a desatar en vos las palabras o las imágenes que conducen a una ficción?
—No hay algo en especial y ha sido diferente para cada uno de mis libros. Puede ser algo que estoy leyendo, una experiencia vivida, un cuadro, una noticia insólita, una palabra, una situación que veo mientras circulo por la calle. Los últimos dos cuentos que escribí partieron uno de un personaje de un poema y otro de unos relinchos de caballo que escuché muy sorprendida estando en mi casa en la ciudad de Tandil.

—¿Cómo trabajaste la construcción de los distintos escenarios de tus novelas?
—Yo atribuyo a aquella escena inaugural de mi escritura, esa necesidad que tengo de conocer primero el lugar en el que voy a ubicar mis ficciones, para luego poder concebir la historia, los personajes. En la mayoría de esos lugares estuve viviendo, o los visité y recorrí con insistencia: en Pequeños hombres blancos, José de San Martín, un pueblito de 1300 habitantes en la zona árida de la provincia de Chubut, Patagonia argentina en los años de la dictadura cívico militar; en Nudos, Tandil o cualquier otra ciudad de provincia atravesada por una ruta que divide claramente la zona de los que viven en un centro de calles asfaltadas y luminosas (tras las rejas altas de sus casas con alarmas y perros guardianes de raza), de los que viven en los suburbios de callecitas oscuras de tierra pobladas de niños y perros mestizos y hambrientos, los de un lado y los del otro, el diferente que se vuelve una amenaza y se traduce en exclusión, reclusión y violencia; en Trasfondo, el submarino ARA San Luis y el fondo del mar en la Guerra de Malvinas; en Faunas, pueblos de la Argentina como Cajón de Ginebra Chico o Ayacucho, pero también ciudades de Alemania, Corea, Japón… Mis mapas se ampliaron en estos cuentos.

—Contanos brevemente acerca de los hilos temáticos con los que tejiste el argumento de tus novelas “Pequeños hombres blancos”, “Nudos”, “Trasfondo” y tu libro “Faunas”.
—Mis novelas conforman, en cierto modo, una trilogía sobre la época de la dictadura militar. Pequeños hombres blancos, transcurre en la Patagonia argentina, en los primeros años del gobierno de facto. La protagonista es una profesora de Matemáticas que va a dar clases a una escuela de frontera y va cayendo en la cuenta de lo que está sucediendo, de cómo nada es lo que parece ser a simple vista, de cómo el miedo y la violencia circulan -con la complicidad del silencio o el disfraz del rumor- por entre los habitantes de ese pueblo. Trasfondo, en cambio, se ubica hacia el final de la dictadura, durante la Guerra de Malvinas. El escenario cambia, es el interior del submarino San Luis y el fondo del Mar Argentino. Hay un narrador muy particular que va contando minuciosamente todo lo que ocurre en ese pequeño submarino, perseguido por la flota inglesa. Nudos plantea, en cierto modo, las secuelas o cicatrices de la dictadura. Se ubica en la crisis económica del 2001. El pasado se proyecta sobre el presente como una sombra que sigue cobrándose sus víctimas: el Chiro, un adolescente que se ha vuelto un invisible para la sociedad en la que habita; un excombatiente de Malvinas al que le falta una pierna y no consigue reinsertarse en una sociedad que no se hace cargo de sus víctimas y mira hacia otro lado; una trabajadora social que trata de ayudar a niños en situación de calle en una escuela de una villa; una niña autista que es venerada como una santa para obtener dinero de quienes acuden -desesperados- por un milagro. En lo que respecta a mi libro Faunas, tiene trece cuentos en donde siempre aparecen animales que son, de alguna manera, espejos que nos devuelven la imagen de aquello en que nos hemos ido convirtiendo los humanos actuales.

Trasfondo

—¿Dónde surgió la voz que te llevó a sumergirte en los silencios de “Trasfondo” para liberar las palabras de una historia dormida?
—Me costó mucho encontrar la voz de narrador de Trasfondo. De hecho, la novela publicada es la segunda versión. La primera estaba narrada colectivamente, por varios narradores. Eso era coherente con las voces diferentes de los distintos submarinistas a los que había entrevistado, pero sentí que así la historia perdía intensidad. Por ese entonces, mientras avanzaba con la indagación y las entrevistas, leía Lo que queda de Auschwitz, de Giorgio Agamben, para tratar de entender el papel de los testigos en situaciones extremas como la guerra y, en este libro, el caso específico del campo de concentración. Y me encontré con esta idea de que el testigo integral, el que tiene la experiencia completa de lo que es el campo de concentración, es aquel que muere en el campo y, paradójicamente, aquel que ya no tiene voz para dar testimonio. A su vez, quienes sobreviven, sí tienen voz para contar lo sucedido, pero tienen una experiencia parcial, incompleta. Queda entonces, siempre, una laguna, una zona gris, impenetrable, inaccesible, sin voz que la pueda narrar. Un poco arbitrariamente, se me ocurrió trasladar esto que Agamben dice del testigo integral en el campo de concentración a la experiencia de la Guerra de Malvinas. E imaginé que ese testigo integral, imposible para la historia, para el periodismo, para la filosofía, era posible para el arte, y en este caso para la literatura. Eso fue clave para encontrar a mi narrador que, conjuntamente con el trabajo minucioso del lenguaje y el diálogo con otros textos literarios, es lo que hace de este relato una ficción. Sentí que era la única manera de introducirme un poco en esa zona neblinosa e inatrapable de Malvinas. El arte tiene sus maneras de penetrar en aquellos lugares a los que otras disciplinas no llegan.

ARA San Luis

—¿Quiénes te ayudaron a recrear las vivencias del submarino ARA San Luis en el proceso de investigación de la novela?
—Cuando me encontré con esta historia y quise leer algo al respecto, fue escasísimo el material que encontré (una crónica muy breve, una entrevista, una nota periodística) y, por otra parte, tenía la sensación de que lo mejor no estaba ahí, en esa información que había leído. Eso me llevó a tratar de localizar a los protagonistas y a entrevistarlos. De esa manera, cruzando las diferentes versiones, pude hacerme una idea aproximada acerca de lo que había ocurrido dentro de ese submarino, en esos 39 días de inmersión que duró su campaña. Así que fui ubicando, poco a poco, a aquella tripulación y entrevisté a unos 15 submarinistas en total, que me fueron contando lo que ocurría en los distintos lugares del submarino: sala de máquinas, sala de torpedo, comando, sala de radares, la cocina, etc. Pero siempre tuve claro que no soy historiadora ni periodista, sabía que tenía que trabajar literariamente y que eran justamente esas operaciones de distanciamiento y deformación que puede hacer la literatura, o el arte, las que me iban a permitir sumergirme en las profundidades de esta historia, bucear un poco más allá de la primera capa de los testimonios.

—¿En qué proyectos estás trabajando por estos días?
—Tengo un par de cosas entre manos, pero no me gusta hablar de lo que estoy escribiendo hasta que salga a la luz. No siempre publico todo lo que escribo, además.

—Para terminar, nos gustaría que nos regales una estrofa de algún poema en el que pudieras esconder un sueño, un deseo para este año que comienza.
—En estos momentos difíciles que está viviendo la humanidad toda por el coronavirus, quiero compartir la última estrofa de uno de los poemas de Carpe Diem de Arturo Carrera, que con ese título que viene de la exhortación del poeta latino Horacio, “Aprovecha el día”, habla también de una ausencia que duele, de lo efímero de la vida, de esa trampa en donde lo cierto y lo incierto pactan:

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
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