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Entrevistas

Soledad Fernández: “Me fui amigando con mi oscuridad interior y me gusta sacarla a flote en la escritura”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Debajo de la superficie esperan las verdades sepultadas. Atrapadas entre los escombros del silencio buscan ascender para encontrar los lugares y las circunstancias que les pertenecen. Las voces se abren paso entre los túneles de la memoria y cuestionan, son apenas palabras inquietas, sombras que se proyectan desde un pasado borroso, sonidos lejanos, dedos dispuestos a señalar aquello que necesita permanecer enterrado.

Soledad Fernández es médica y escritora, el cuerpo y la palabra fundidos. Desde los ángulos de la vida percibe los latidos de la muerte, las consecuencias del silencio, aquello que vibra por debajo, en los rincones donde nacen las palabras.

En diálogo virtual con ContArte Cultura, la autora platense abre las páginas de sus libros para contarnos su experiencia en el camino de las palabras.

—Aquí, en la puerta de entrada a esta entrevista y a modo de desafío, te dejamos dos palabras que tienen que ver con tus novelas. Una de ellas es “perro” y la otra “máquina”. ¿Qué frase que te sirva para presentarte podrías armar usando ambas?
—Bueno dos palabras potentes… una de ellas define cómo me siento a veces, la otra constituye un temor. Soy médica, como sabrán, y esa profesión, si uno se descuida, te convierte en un ser automático. Y a veces soy máquina, cosa que no me gusta, por supuesto. A los perros ajenos les temo. He tenido malas experiencias. Es más, dejé de andar en bici por ese motivo… triste lo mío. (risas)

¿Cómo lograste fusionar o complementar la palabra escrita con la medicina, el cuerpo con la voz?
—Creo que es imprescindible hacer algo más allá de la profesión. Si no, uno tiene dos caminos al menos: mecanizarse, como dije antes, o explotar. Con la mecanización viene la despersonalización, la barrera y la distancia. Eso genera relaciones de poder desiguales con los pacientes y sus familiares. Además, no te involucrás con el otro y eso es peligroso. No poder sentir el sufrimiento ajeno te resta en lo profesional y como persona. Si uno no toma ese camino y le pone justamente el cuerpo, se corre el riesgo de romperse en mil pedazos, y para eso hay que hacer algo. En mi caso, primero canté, aprendí canto en un instituto y ahora sigo cantando en casa, y luego, al nacer mi hijo hace nueve años, mi voz tuvo que pasar a ser escrita y fue lo mejor que decidí hacer: hijo y escritura.

—¿Cuáles han sido las señales o los símbolos que dieron origen a tus novelas?
—El eje de mi escritura fue siempre el miedo. El miedo y la muerte. En La máquina de diagnosticar hay esta cosa de romperse, como decía antes. De no poder escapar a esa cotidianeidad social de la desigualdad, del sufrimiento de los más vulnerables que son ejes de la novela. El “no poder con”, la reproducción de las estructuras de poder y del sistema de salud expulsivo hicieron que me volcara a un personaje que se rompe literalmente y que debe “fugarse” para sobrevivir a su realidad. En Un perro en la puerta de la casa velatoria, creo que el miedo pasa por la soledad y las decisiones que consciente o inconscientemente tomamos. En este personaje, esto de no hacerse cargo de las cosas es un contrapunto a mi personalidad hiperresponsable que, de paso sea dicho, es agobiante. Cuando uno es así no la pasa bien, por lo que me divertí mucho con el personaje de Carolina, que encuentra culpables en todos menos en ella. Un perro… tiene puntos muy oscuros, situaciones que son propias de las clases medias acomodadas que atrapan a las personas, así como en La máquina…, la desigualdad y la pobreza hacen lo suyo con los enfermos. También hay una cuestión con la oscuridad propia del ser. Con los años, me fui amigando con mi oscuridad interior. Fue decantando como ese barro en el río quieto. Y es parte mía, de mi personalidad. La exploto bastante y me gusta sacarla a flote en la escritura.

—¿Qué temáticas relacionadas con tu profesión están presentes en tus libros?
—Soy médica generalista y tengo una maestría en salud pública y en gestión de servicios de salud pública. Digo esto no para regodearme de mis títulos sino para entender mi costado social en la medicina. Entonces, las temáticas en mis novelas tienen que ver, por un lado, con lo puramente médico, como son una convulsión en La máquina… o el aborto en Un perro…, pero también con las condiciones de vida de las personas. En La máquina…, la muerte por desnutrición infantil o la violencia de género, en Un perro… el contexto en que se realiza un aborto y los mandatos sociales respecto de las mujeres. Creo que mis temas tienen que ver con la salud vista desde una perspectiva integral, desde las raíces sociales, desde la desigualdad económica y en el acceso dispar por cuestiones de género.

—¿Podrías definir con una palabra a cada uno de tus libros “Misceláneas en la oscuridad”, “Relatos de la parca” y “El barro del destino”?
Misceláneas…: el inicio. Relatos de la parca: muerte. El barro del destino: mujeres.

—“La máquina de diagnosticar” fue tu primera novela, ¿cómo llegaste a esa historia? ¿Qué te gustaría destacar de ella?
La máquina nace en el contexto de un taller literario con Francisco Magallanes. Comenzó como una serie de relatos sueltos que se fueron haciendo historia. De ella rescato el desorden organizado, la temática de la humanidad del médico y de la fragilidad de ciertos profesionales que ponen el cuerpo en un sistema de salud estructurado, fragmentado y expulsivo, y el costo en la salud que esto puede tener. Me gusta la oscuridad que se refleja en el personaje. La tristeza innata, que creo que es parte mía, y esa capacidad de fuga que también me pertenece.

—¿Dónde nació la primera imagen o idea de “Un perro en la puerta de la casa velatoria”, tu segunda obra? Contanos cómo llevaste adelante el proceso creativo y cuáles han sido las devoluciones de los lectores hasta ahora.
Un perro… surgió en un velatorio. Esa persona llegando temprano y encontrándose frente a un perro fui yo misma, aunque en otras circunstancias. La escribí en poco tiempo, con muy poca asistencia y de un tirón. Ahí intervino primero mi otra profe, la dramaturga Mariela Anastasio, que me orientó en el proceso. Y luego, Francisco le dio empuje al proponerme que participara del Concurso de Paisanita y Conejos. Con respecto a la devolución, fue muy buena. Aquellos quienes por H o por B llegaron a la novela, la han elogiado y me han dicho que es fuerte. Sobre todo, en imágenes que creo es lo que potencia cualquier narrativa.

—¿De qué manera diste vida a los protagonistas y qué rasgos psicológicos o físicos los caracterizan?
—Con Mariana (La máquina…) inicialmente me vi a mi misma yendo en colectivo a trabajar a la salita. Luego me fui despegando de ella. La divorcié de mi vida y tomó forma propia. Aunque los rasgos de responsabilidad social son muy similares. Y el peso mental de eso también. Carolina (Un perro…) es desgarbada. Es una de esas personas que se ayornan a lo de los demás. Que intentan copiar cosas de otros y que no terminan de constituirse en sí mismas. Descuidada. Con grandes debates mentales… en los que coincidimos (risas). Con cierta personalidad chata que no le permite mirar para adelante.

—En “Un perro…”, a lo largo de sus páginas, sobre los bordes de lo dicho se deslizan cosas que se callan, ¿qué fue lo que más te costó en la construcción de esos silencios que enriquecen a la trama?
—En un principio me costó mucho ubicar a la madre. Porque hay un enojo profundo que bordea el desprecio pero que, como suele suceder, no se termina de inclinar al odio. Porque finalmente hay cuestiones con quien nos trajo al mundo. Esto de “deber” el nacimiento, la vida. Creo que en esa negación de la madre me reflejo, ya que soy madre, y todo el tiempo cuestiono ese rol. Ese no repetir errores de otros. De “ser mejores que…” de fantasear cuando mi hijo sea grande y vaya a terapia y preguntarme “¿Qué dirá de mí?”. Pero creo que tiene que ver con esa necesidad de ser querida por quien uno trae al mundo y cometer la menor cantidad de “errores”, si es que en la vida se erra.

—¿En qué proyectos estás trabajando por estos días?
—Actualmente estoy haciendo un taller con Mariano Quiroz de forma virtual. Tenía proyectada una novela con la editorial Malisia, que salía en esta primera mitad de año y que, debido al contexto pandémico, se encuentra a la espera de ver la luz.

—¿Un sueño literario?
—Que mis palabras lleguen a muchos y, quién dice, también vivir de eso.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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