

Entrevistas
Susana Vaquero: “Siempre pienso que a quien lee no hay que darle todo, sino despertarle la curiosidad”
Por Walter Omar Buffarini
Apegada a las letras desde la primera infancia, se erigió en vocera de los hechos cotidianos y convirtió en poesía su día a día, con una mirada aguda y no carente de humor de la realidad.
Sus textos, en cuentos, novelas o relatos a través de la redes sociales, se transformaron en una sana costumbre para la propia autora y para sus lectores.
En diálogo con ContArte Cultura, la escritora Susana Vaquero, nacida en la provincia de Buenos Aires “por un mandato familiar”, pero pampeana por adopción, brindó detalles de cómo llegó a hacer de la literatura una verdadera forma de vida.

—¿Cuándo comenzaste a escribir y en qué momento decidiste publicar?
—Lo hice toda la vida, desde muy chica, y nunca dejé de hacerlo. No hay un día que no escriba, mayormente de noche, aunque sea un ratito. Soy psiquiatra y trabajé en el Hospital de Romero muchos años. Cuando hacía guardias escribía poesías hablando de las cosas que allí sucedían, de las noches agobiantes. Siempre tuve lectores a quienes les mandaba los textos por mail y que podría considerárselos mis “lectores cero”, pero nunca se me hubiera ocurrido publicar, ya que siempre me conformé con la gente que me leía. Eran muchos y en verdad estaba bien. Pero cuando empecé a escribir la novela “Aromas de manzanillas”, una amiga con la que siempre viajaba me insistía con que tenía que pasarla al papel. Ella luego enfermó y creo que finalmente la publicación del libro fue en su homenaje. Como contaba, no era lo que más me interesaba, con que me leyera la gente que me conocía para mí era suficiente.
—Comentabas que escribías poesías en las guardias, pero ¿cómo fue que terminaste escribiendo una novela?
—En realidad, la novela no iba a ser tal, sino que iba a ser un cuento, ya que yo me siento mucho más cómoda con ellos, pero en un momento las cosas se me fueron de las manos. Como decía, la idea era un cuento que tenía que ver con las vivencias en distintos pueblos y lugares, y en eso se me cruza un material de cuando Perón llegó a Ezeiza, que siempre me pareció algo muy interesante, y empecé a investigar en diarios sobre qué se había escrito en distintos lugares de provincias en esa época. Así empezó a tomar forma lo que finalmente sería la novela.

—Y tenés un libro de cuentos…
—Publiqué un libro de cuentos del que acaba de salir la segunda edición. Con ese libro pasó algo muy lindo, porque la gente me lo empezó a pedir para leerlo, así fui sumando lectores y descubriendo que escribir tiene muchas formas. Son historias contemporáneas que, aunque muchos parecen naifs, entre líneas tienen alguna denuncia social. Siempre pienso que a quien lee no hay que darle todo, sino despertarle la curiosidad, que investigue lo que pasó. Por eso es que en mis textos siempre dejo alguna cosita que debe completar el lector.
—También viviste la experiencia de la narración junto a Graciela Aletti…
—Si. Con Graciela éramos compañeras de hospital y después nos reencontramos, ya que ella es narradora oral y hace muy poco hizo un espectáculo con cuentos míos que fue un verdadero éxito. Lo hicimos en un lugar llamado Jazz Bar, de avenida 53 y 10 de La Plata, y fue muchísima gente. Fue algo muy curioso y sorprendente. Primero me pareció raro ver cómo se adaptan los cuentos propios, y después estar escuchándolos fue muy interesante. Eso hizo que ahora esté trabajando en guiones para otros narradores, porque me pareció una experiencia y un camino nuevo de la escritura que no se me hubiese ocurrido, más allá que en YouTube hay un montón de textos y cuentos míos leídos por distintas personas. Pero eso es lectura, no narración.
—¿En qué estás trabajando por estos días?
—Estoy en un proyecto literario que involucra a muchas personas, pero del que no puedo contar casi nada. No es un trabajo solamente mío, sino que significa visibilizar muchos autores de cuentos, en principio de la ciudad de La Plata. Participan personas comunes: el verdulero, el carnicero… personas que tienen otros trabajos y que también pueden dedicarse un tiempo a leer y escribir. Es un proyecto muy amplio y que hace un año que venimos dándole forma. También involucra a distintas comunidades latinoamericanas que viven en la región. Pero lamentablemente no puedo adelantar más.
—¿Y en lo particular?
—Estoy abocada a unas historias, unos cuentos largos, que pienso que estarán para el año que viene. Son historias de mujeres, porque yo escribo sobre mujeres. Además, tengo una fanpage en la que escribo algunos artículos de humor que tienen que ver con mi barrio. Son cosas que me pasan a mí pero que le pueden pasar a cualquiera. Historias con cierto humor y que siempre terminan en el supermercado chino. Siempre estoy atenta a lo que sucede y los personajes involucrados.
“Teníamos un abuelo español que era un gran lector. Un hombre de campo, muy curioso pero que no hablaba casi nada. Eso hizo que en nuestra imaginación de chicos creyéramos que era un lobizón.“
—¿Si tuvieras que contar el porqué de tu afición a la lectura y la escritura, como lo explicarías?
—Sin dudas tiene que ver con que en mi casa se fomentaba mucho la lectura. Se compraban muchos libros, muchos diccionarios, y así todos los hermanos, que somos varios, aprendimos a leer mucho antes de empezar la escuela. Papá tenía la obsesión de que había que leer, siempre había que leer. Todos éramos socios de la biblioteca del pueblo desde chiquititos y nuestro recorrido al centro era para ir a la biblioteca. Así, casi todos quedamos ligados a la literatura, cerca de los libros. Tengo un hermano periodista, otro diseñador pero que también escribe, uno que fue bibliotecario…
—Cerca de los libros y con la imaginación a flor de piel…
—Seguramente. Pero para eso también mamá aportó lo suyo. A la hora de la cena era tal el lío en mi casa que ella debía ingeniárselas para lograr tranquilidad. Recuerdo que había una habitación que tenía una puerta con vidrios y cortinas floreadas, entonces mamá nos ponía detrás de esa puerta, en la habitación, y nosotros teníamos que contarle historias a mi hermano más chico, que se quedaba a su lado escuchándonos. Eso hizo que siempre estuviéramos narrando. Cuando nos vinimos a estudiar a La Plata, con mis hermanos mantuvimos esa costumbre. No teníamos demasiado dinero y vivíamos en un conventillo de calle 11 y 57. Por la noche, uno empezaba una oración, otro la continuaba, el otro seguía, y había que redoblar la apuesta para ver quién armaba la mejor historia. En esa época existían unos grabadores grandes en los que poníamos el casete y después escuchábamos lo narrado. Hasta hace un tiempo conservábamos esos relatos, pero de a poco se fueron perdiendo.
“Muchos de mis textos tienen que ver con eso de las soledades y los desamores. Personas oscuras que andan como escondidas y en realidad por dentro tienen esa imagen de un amor que no fue.“
—¿A la hora de escribir “robás” un poquito de las historias de tu profesión?
—Siempre evité escribir sobre cosas que tuvieran que ver con pacientes o que roce las patologías, pero muchas veces es inevitable. Me ayuda a la hora de construir un personaje, ya que puedo tener más herramientas. En un tiempo estuve escribiendo unas historias que se llamaban Memorias del sucucho, evocando el cuartito que a mí me tocaba para trabajar en el hospital, que era bastante bizarro como es todo el Hospital Alejandro Korn, que está muy deteriorado, pero que en definitiva no eran relatos sobre los pacientes. Yo ejercía una forma de la psiquiatría que los europeos llaman “de enlace”, que es trabajar el vínculo entre el médico y el paciente, pero más desde lo que le pasa al profesional frente a los internados. Esa forma de trabajo a veces hacía que los pacientes me contaran otras historias de su vida que no iban a la historia clínica. He escrito bastante sobre eso, pero no creo que nunca lo publique, tal vez sí alguna vez lo comparta con la gente con la que trabajé. Si bien no toca cuestiones propias de quienes trataba, eran cosas que ellos me contaban.
—¿A parte de esa relación con los libros desde muy chica, te preparaste de alguna manera especial para la escritura?
—No estudié ni hice cursos, porque soy muy tímida para estar en grupos trabajando y soy más de hacer las cosas sola, más con mi interior. Alguna vez pensé en realizar un taller con Gabriel Bañez y fui a una entrevista con él, pero me recomendó seguir sola. Primero pensé que no me había querido como alumna, pero después me di cuenta que no fue así. Sí estudié guion cinematográfico y me fue muy útil para escribir. Cuando me trabo, lo que no me sale lo armo en mi cabeza como un guion y me voy imaginando cómo se va moviendo, como lo filmarían y demás, entonces puedo volver a la escritura. También me gusta mucho el cine y he ido a muchos ciclos, lo que también ha ayudado a mi escritura. Tal vez algún día vaya a algún taller, pero no lo sé. Por el momento disfruto escribir de noche, me gusta escuchar jazz, que nadie me hable, y temo que un grupo me pueda condicionar, aunque reconozco que hay muy buenos talleres.
“Conocí a José Saramago en un Festival de Cine de San Sebastián, y tuve una muy linda charla con alguien muy afectuoso. Eso me llevó a pensar que él había empezado a publicar de grande, no había ido a talleres y tenía bastantes limitaciones también, y dije ‘tal vez los caminos sean estos’.“
—Nos contaste que nunca pasó por tu cabeza la idea de publicar, pero lo hiciste y te diste a conocer como escritora, ¿cuál sería tu sueño hoy?
—Con conservar la lucidez para escribir ya estoy conforme. Pero sí me gustaría que hubiera en la ciudad algo que permitiera visibilizar a mucha gente que escribe, que es muy talentosa, pero que no cuenta con las posibilidades de publicar. Me interesa hacer algo sobre eso y es un tema que desde hace un tiempo me da vueltas en la cabeza. Otra cuestión que me motiva es buscar la forma que los autores independientes podamos llegar a determinados sectores de la población, como pueden ser los no videntes. Hay muy poco publicado en Braille, y lo que existe es lo clásico. ¿Por qué limitar a las personas a solamente oír un cuento, si a lo mejor lo que quieren es tocar la letra?
—¿Cuándo tenés que leer, qué es lo que más elegís?
—Leo de todo y todos los días. A veces tengo varios textos a la par. Ahora estoy leyendo a Juan Solá, que es un chico muy interesante. Estoy leyendo Matadero Cinco de Kurt Vonnegut. Tengo casi terminada Serotonina de Michel Houellebecq, un autor bastante controvertido pero muy interesante. También me regalaron el último libro de Haruki Murakami, La muerte del comendador. Siempre tengo un libro en la cartera. Si tomo un colectivo y tengo tiempo, leo. Leo muchísimo.
“Es muy difícil para un autor independiente vender en las grandes librerías. Primero porque los porcentajes que se queda la librería es muy importante, y después porque los libros no reciben la difusión que necesitan, ni siquiera son puestos en vidriera.”
—¿Además de los libros, el contacto con tus lectores es a través de tu fanpage?
—Si. Así es que tengo lectores de los lugares más insólitos, a pesar de escribir solo en castellano. Casi todos los días subo algún cuento corto o voy contando acerca de proyectos que estamos llevando adelante. A veces recomiendo algún libro de otro autor o cuento cosas de otras personas que escriben y que yo respeto. Pero más que nada subo mis textos. Cuando es algo que voy a publicar no lo comparto todo, pero si un pedacito, como adelanto. También subo relatos cortitos que tienen que ver siempre con historias de bares, de mozos, cuentos de fútbol… Todos los días escribo alguna cosita.

—¿Qué nos podés contar de Aromas de manzanillas?
—Que es una novela que a mí me sorprendió. Cuando un autor independiente empieza a editar, primero hace pocos libros porque no se sabe a quién le va a interesar, más que a los amigos y los allegados. Pero en este caso se fueron abriendo los caminos, y hasta llegaron a preguntarme si no me parecía que también era una novela para adolescentes. Y la verdad que no lo había pensado. Pero puede ser, porque los personajes son chicos que entran a la facultad, lo que es el inicio del amor, la sexualidad, la amistad, lo que no se debe decir…
—¿Y por qué ese título?
—En realidad, tiene que ver con mi propia vida. He tenido una familia muy particular, con una mamá fiel a rajatablas a los mandatos familiares, y un papá socialista perdido por el mundo. Mi madre era de un pueblito en la provincia de Buenos Aires, pegado a Pehuajó, que se llama Francisco Madero, donde se cultivaba y se trabajaba la manzanilla y se vivía de su producción y venta. Vaya a saber uno por qué cuestiones, mi abuela había decretado que todos sus nietos debían nacer en su cama, por lo que, en el caso de mis padres que ya vivían en La Pampa, al llegar mi mamá al cuarto mes de embarazo viajaba y se quedaba en la casa materna hasta que después del nacimiento iba mi papá a buscarla. Después, durante nuestra infancia, viajábamos para el Día de los Muertos, porque era riguroso que todos debíamos ir al cementerio con la abuela para esa fecha. Tengo el recuerdo de los más chicos jugando a las escondidas en aquel lugar. Por lo tanto, yo pasaba todo noviembre con todos mis primos de distintos lugares en un pueblo con olor a manzanilla. Durante mucho tiempo tomé a ese pueblo como parte de mi identidad hasta que, después de mucho análisis de por medio, adopté a La Pampa como mi lugar y me reconozco como pampeana. Francisco Madero era el pueblo de mi madre, con todas sus historias, y yo lo tengo incorporado a través del perfume de la manzanilla.
El conventillo de calle 11
“Vivíamos con mis hermanos en un conventillo que había sido donado por Evita y en el que habitaban unos personajes rarísimos. El dueño era Cleto Ciocchini, el pintor de las barcazas de Mar del Plata y cuyo nombre lleva el museo que está en el puerto marplatense. Era manejado por sus hijos, que eran unos personajes con historias muy densas y a su vez muy ricas. En la entrada del lugar tenía su estudio el pintor platense Ricardo Porto y al fondo había una imprenta clandestina, que obviamente desconocíamos. También había chicos que pertenecían a La Cofradía de la Flor Solar. De ese lugar, que considerábamos horrible, con el tiempo descubrimos la riqueza que tenía haber vivido ahí. Detrás de cada puerta había una historia que hubiera merecido ser la trama de una película. Alguna vez he escrito algunas historias muy curiosas recordando aquella época, pero no las he publicado.“

Entrevistas
“Vientos de libertad”, la gesta sanmartiniana en la nueva obra de Luis Carranza Torres

Por Andrea Viveca Sanz /
Edición: Walter Omar Buffarini
Cruzar las fronteras del tiempo y del espacio, animarse, como si existiera una continuidad, un rumor de páginas que necesitaran volver a leerse.
Con una trama que pone la mirada en los detalles, en los paisajes interiores de los protagonistas, en el pasado, pero también en el presente y en el futuro, Luis Carranza Torres avanza, cruza sus propias montañas y da vida a una historia que se ramifica, un entramado donde las pasiones y el amor son protagonistas.
“Vientos de libertad” es la nueva novela del escritor cordobés, quien con sus letras lleva al lector a épocas de la gesta sanmartiniana, para adentrarse en algo más de lo que cuenta la historia.
— ¿Qué te llevó a elegir este renglón de la historia para invitar a tus personajes de ficción a vivir los hechos reales?
— Me gustan los momentos bisagra de la historia, y este período en que transcurre la novela lo fue para nosotros. Nunca es en vano recordar que la Independencia argentina se sancionó, a diferencia de muchas otras, en el peor momento posible. Sin recursos, derrotados nuestros ejércitos en el Alto Perú, amenazados por los cuatro costados por los españoles, los portugueses y los indios. Nacimos, por tanto, en la esperanza, pero también por el coraje de no rendirse ante la adversidad. Eso es lo que busqué reflejar en la novela. Y es algo que sirve más allá del orgullo por nuestro pasado, en la vida diaria de cualquier persona. Se trata de la prehistoria, por así decirlo, de la Argentina que hoy conocemos. Cuando todavía ni nos llamábamos de esa forma. A la par de la evolución de los personajes, existe también la de una sociedad que busca ser de otra forma, liberándose de muchas cosas. A partir de esa declaración de independencia, se produce un gran sinceramiento colectivo de lo que queríamos ser, y de lo que podíamos lograr solo con dos cosas: un liderazgo apropiado y la capacidad de esfuerzo que nos caracteriza individualmente, pero articulada en conjunto. La gesta del cruce de los Andes muestra a lo que podemos llegar cuando hacemos bien las cosas.
— ¿De qué manera trabajaste para poner en palabras los escenarios naturales que recreás en los distintos capítulos?
— Me esfuerzo por poner atención a los detalles, esos que le confieren autenticidad a la trama. Cuando se estructura la trama, uno también va buscando el escenario para plantear determinada escena. Aquí, en “Vientos de Libertad”, no las determinan tanto los actos exteriores sino la interioridad de los personajes, que el paisaje esté a tono con lo que le pasa por dentro a quién protagoniza la escena. Fue eso lo que busqué plasmar. Te diría que aun con la presencia de una referencia geográfica de tanto peso como los Andes, la cuestión pasa más por los lugares culturales o sociológicos de ese tiempo: los espacios de sociabilización como la Alameda o la Plaza Mayor, las conversaciones en el río de las lavanderas, las sala de recibir de las casas, el cuartel militar como preparación para el cruce. Es algo que no busqué, se dio naturalmente. La cordillera está, pero a la vez no está y hay otras todavía más inmensas que sortear. A veces los libros te llevan a eso. A pesar de que he estado en los Andes de norte a sur, desde la puna al estrecho y hecho andinismo en la zona del Tupungato cuando era jóven. O quizás por eso, la presencia no es tanto física como simbólica. Los lectores decidirán (risas).
— Además hay otros escenarios que muestran la vida doméstica de José de San Martín junto a Remedios de Escalada. ¿Por qué te interesó hacer foco en esas vivencias cotidianas?
— La relación entre José de San Martín y Remedios de Escalada ha sido muy bastardeada, por usar una palabra de la época. Con ella, sobre todo, siempre invisibilizada y desmerecida injustamente. Fue Remedios una mujer excepcional, tan valerosa, rebelde y libre como la sociedad de su época podía permitir, e incluso algo más. Asimismo, mostró un compromiso personal y propio con la causa emancipadora, aun desde antes de conocer al Libertador, con la misma firmeza de carácter que luego tuvo en el manejo de los asuntos patrimoniales de la pareja, ya que fue ella quien administró todo mientras San Martín hacía sus campañas, teniendo incluso la plena patria potestad de la hija de ambos. Por extraño y hasta paradójico que parezca, bien podemos decir que la Remedios histórica es muy diferente de aquella que la historiografía nos ha pintado. Por su parte, José de San Martín es bastante más de lo que usualmente tenemos en consideración. Era un hombre ilustrado, curioso de casi todo lo que se movía a su alrededor, que leía mucho, en inglés y francés además del castellano. Tocaba la guitarra, cantaba bastante bien, pintaba cuadros de paisajes, sobre todo de la cordillera, era un apasionado del ajedrez y gustaba de las nieves de limón -antecedente de nuestro actual helado de ese gusto-. Creo que la frase que el Libertador pone en la tumba de Remedios ilustra bastante respecto de la relación que tuvieron: “Esposa y amiga del general San Martín”. Recordemos que él valoraba la amistad en un grado superlativo dentro de su escala de valores. Tanto uno como otro fueron personas adelantadas a su tiempo. Y que se atraían por compartir esos valores, sintiendo admiración mutua. Es lo que quise reflejar en la historia en cuanto a ellos. La relación de igual a igual que, a juzgar por toda la documentación fidedigna, tuvieron en un gesto inaudito para la época. Parecen más un matrimonio de nuestros días que de aquellos de 1816.
— ¿Cómo se manifestaron en vos Sebastiana y Justo, los protagonistas de “Vientos de libertad”?
— Ambos son seres literarios por demás interesantes. Complejos, intrincados por dentro y por fuera, y hasta queribles aun en sus defectos. Él ya no puede ser en lo físico lo que sigue siendo en mente y alma: un soldado. Ella, un ser tan castigado por la vida, que termina por volverse una resentida con casi todos. Y el amor como prenda de unión, que da segundas oportunidades para ser feliz, pero también implica renuncias costosas. Si Justo tiene un brazo inútil, Nazarena lleva esas mutilaciones por dentro. Cada cual lidia con ellas como mejor puede, en tanto no deja de advertir que al otro le pasa igual. Para peor, ambos son terriblemente pasionales. En lo bueno y en lo malo. Particularmente, en el orgullo propio. Ninguno cede nada, a pesar de la atracción, del deseo o los fuertes sentimientos que se prodigan. Cada cual quiere lo mejor para el otro, pero a su modo. Y cuando se desilusionan, es en grande. Con todos estos ingredientes, creo que la historia de Nazarena y Justo termina siendo una de las más pasionales que he escrito. Pero también, de las más sufridas e implacables.
— ¿Hay algún personaje secundario que te gustaría destacar?
— La familia Buteler. La historia es verídica en sus líneas generales. Un irlandés que viene con el ejército inglés y se aquerencia al punto de no querer volver a su tierra y plantar raíces aquí. Algunos de los descendientes del Buteler histórico eran vecinos de mi familia en el campo, y de chico escuché alguna de las cosas que aparecen en la novela y me sirvió para darle forma a esa peculiar familia literaria. En cierto modo, es un homenaje a aquellas historias y a las personas que me las contaron. Así como a unos vecinos muy cercanos que tengo como parte de mi historia personal y considero, incluso hoy, como parte de mi familia ampliada. Además, “Vientos de Libertad” se trata de una de las novelas con más personajes secundarios que he escrito. Por lo mismo, se puede leer en varias líneas narrativas. Todas cruzadas por distintos tipos de amor: el de Goya y Tadeo, los esclavos de Nazarena, el apegado a las normas de Isabel y Eulogio, el pasional de Nazarena con Justo, el amor a la distancia entre Mariana y Tulio o el cómplice entre Remedios y José. A la par de eso, hay historias personales muy ricas en matices, como la de Goya, el mismo Tadeo, Mariana en Santiago de Chile o Isabel en Mendoza. Cada una por sus propias y muy particulares razones.
— Vemos que uno de los personajes, Eulogio, lleva un apellido conocido de otras obras tuyas: López de Madariaga. Y que Isabel es una devota lectora de Jane Austen, sin mencionar a la autora. ¿Qué podés contarnos sobre eso? ¿Hay otro texto, quizás implícito, detrás del texto impreso de la novela?
— Son guiños de complicidad para los lectores que me siguen desde siempre. Eulogio es mencionado, ya anciano, en “Palabras Silenciadas”. Es, en sus años mozos como se diría en la época de la novela, el antepasado de la familia que desarrollé en la saga de la Segunda Guerra Mundial que inició con “Mujeres de Invierno”. Antes de llevar a cabo todo por lo que su familia lo recuerda. En el caso de Isabel, sus lecturas son una suerte de homenaje a lo que he visto o me han contado que leen muchas de mis lectoras. Y para recordar que clásicos de Jane como “Orgullo y Prejuicio”, por los tabúes de la época en la sociedad inglesa, se publicaron de forma anónima, sin más datos que su escritora era una mujer. Cosas como estas encajan de maravilla para pintar con un detalle a la sociedad de entonces.
— Mientras todos ellos se preparaban para cruzar una frontera geográfica, vos ibas cruzando las barreras del tiempo para revivir aquellas escenas. ¿Qué fue lo que más te impactó de ese cruce temporal?
— La magnitud de lo que se hizo con muy pocos medios, pero usados muy inteligentemente. La libertad siempre tiene un precio e impone sacrificios. Ellos no dudaron en pagarlo, y por eso es que somos argentinos hoy en día. Tenemos una deuda con esos compatriotas que ya no están, es lo que quise reflejar en la trama de la historia. Otra de las cuestiones que me llamó la atención, y quise rescatar para dar cuerpo a la historia de la novela, es la tremenda preparación logística que implicó. No solo fue un cruce. Debieron llevar consigo todo lo que necesitaban para sobrevivir, desde la leña hasta el agua. Y combatir para apoderarse de las fortificaciones realistas que guardaban los pasos. Pero el éxito de todo dependía de mantener al adversario sin saber por dónde cruzarían. Que se revelara ese detalle hubiera ocasionado el desastre de toda la expedición, y esa es la idea movilizadora que estructura la historia.
— Has dedicado esta novela “a ese soldado argentino, sólo conocido por Dios” ¿Qué razones te movieron a poner esas palabras?
— Es una frase conocida en el mundo castrense. Refiere a aquellos que han caído en combate y no han podido ser identificados sus restos. Solo Dios sabe quién es y cómo sacrificó su vida. A veces ni tumba tienen. Hubo muchos en las guerras de la independencia, por no decir que fueron la mayoría de los caídos en esa época. Son los seres más anónimos de las batallas y guerras. Desde chico, cuando veía la llama votiva por el soldado desconocido de la Independencia a la entrada de la catedral de Buenos Aires, era algo, y lo sigue siendo hoy, que me sobrecoge. Cuando terminé de escribir la novela, supe que era a ellos que debía dedicarlo, para reconocerlos, tal como se hace en cualquier país que cuida sus valores cívicos.
— El viento siempre mueve cosas, ¿qué movilizaron en Luis Carranza Torres los vientos de la escritura de esta novela?
— La gratitud a aquellos que se sacrificaron para tener la libertad que, muchas veces hoy, usamos mal o, peor aún, nos resulta indiferente. Poder decidir nuestro destino es una gran cosa. No solo en lo individual, sino también como sociedad. Quise rescatar eso, pero también lo que entiendo como una paradoja curiosa y hasta cruel respecto del deber: hacer lo que entendemos correcto, implica muchas veces sacrificios muy personales. Y en el caso de los personajes de la novela, como el mismo José de San Martín lo habla con Eulogio, cumplir con el deber es alejarse de los que uno quiere y poner en riesgo de mil formas la propia existencia. Somos lo que somos colectivamente, entre otras cosas, por esos esfuerzos que se cuentan en la novela. No debemos nunca olvidarlo. Eso busqué transmitir, más allá de contar una historia vibrante en lo épico e intrincada y de suspenso también en cuanto a lo amoroso.
Entrevistas
En primera persona: Nair Libonatti, escritora
La artista uruguaya habla de ella misma, de cómo llegó a la escritura y de su obra

Sobre sí misma y su arte
Soy Nair Libonatti, mujer uruguaya de 69 años. Toda mi vida supe que podía escribir, sin embargo, al plasmar mis ideas en una hoja, el resultado no me era grato y terminaba rompiendo.
En el año 2019 una amiga me invitó a “algo” literario y fui. Resultó ser un taller y fue ahí donde comencé a escribir.
Pocos meses después llegó la pandemia, entonces, buscando recursos para mi nuevo despertar, entré en un grupo argentino de Facebook. En él compartíamos textos y comentábamos.
Un buen día me invitaron a participar en el Mundial de Escritura, al principio me parecía inalcanzable hasta que me animé y la experiencia resultó maravillosa.
Sobre su obra
He escrito algunos libros: “Historias del Caldero”, en conjunto con dos amigas, “Constelaciones”, libro que va por su segunda edición y “El Pata de Bolsa y otros relatos”. Estos dos últimos están presentes en la 49a Feria del Libro de Buenos Aires, en el stand de Uruguay.



Sobre “Constelaciones” puedo decir que es un libro fuerte, con historias bastante movilizadoras, es un intento de visibilizar algunas circunstancias. “El Pata de Bolsa” es en tono más humorístico, un poco más distendido y coloquial.
Son libros de cuentos cortos, escritos individualmente y luego seleccionados para cada uno de los libros.
Su actualidad

Actualmente integro el taller “Ratones de biblioteca”, que funciona en la Casa de la Cultura de Minas, Uruguay, y algunas compañeras me acompañaron a la Feria del Libro de Buenos Aires.
Nair Libonatti junto a Andrea Viveca Sanz, de Contarte Cultura, en la 49º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Entrevistas
Aguirre–Rodríguez: “El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros”

Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Es un viaje dentro de otros, un movimiento sutil, la música desperezándose en gotas de rocío, notas evaporadas sobre las aves del campo, es el vuelo hacia el espacio urbano, un recorrido temporal. Es antes y después. Es ahora y siempre, una melodía que llega desde lejos, de otras patrias, del mismo viento que corre y desparrama en el lugar justo y en el instante oportuno.
“Del Buen Ayre”, el próximo espectáculo y disco del dúo platense Aguirre–Rodríguez es un viaje por el tiempo y por distintos espacios, una relectura en modo actual de la música rural bonaerense.
Contarte Cultura charló con sus integrantes, Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez para que nos cuenten acerca de ese caminar que la canción propone.
—Porque los espacios y las cosas que forman parte de ellos suelen hablar de quienes los habitan, nos gustaría comenzar esta charla deteniéndonos en su lugar de trabajo, en el espacio creativo de su música y en los objetos que los rodean en este momento. Si pudieran elegir un rincón o un objeto, el que mejor los represente como dúo y nos cuente algo de ustedes, ¿Cuál sería?
—El lugar, nuestra casa, y el rincón nuestra sala, en la que se va gestando todo el resultado final de lo que hacemos como músicos. Creo que estos espacios hablan de nosotros y de nuestra manera de entender la realidad y el arte.
—Y desde ese espacio viajamos en el tiempo, ¿cómo y cuándo se encuentran Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez en el camino de la música para dar comienzo al dúo Aguirre–Rodríguez?
—Nos encontramos en la escuela de arte de la ciudad de Berisso, hace muchísimos años, en situación de alumna y profesor, pero rápidamente comenzamos a compartir producciones por fuera de la escuela. Con los años volvimos a encontrarnos, ya específicamente en el terreno del tango con la orquesta Los inmigrantes en el año 2005. Cuando el tiempo de la orquesta se terminó, continuamos en dúo.


—¿Cómo fueron esos comienzos?
—Fue un muy hermoso comienzo, pero rápidamente el dúo se fundió dentro de un cuarteto que con el tiempo se convirtió en sexteto de tango. Me refiero a Tangor. Con esa agrupación trabajamos durante más de 10 años. Por otro lado, Cynthia participaba como invitada permanente en el grupo La Sonora, proyecto que venía caminando desde el año 1989.
—Como decías, con el correr de los años el tango se instaló entre ustedes, ¿qué cosas los llevaron a explorar en este género que nos representa?
—El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros. Como una especie de lengua madre. Rastrear el porqué de esto es complicado, creo que tiene que ver con nuestras historias personales y la idiosincrasia de nuestras familias de origen. Lo que es claro es que ha sido fundacional en nuestro vínculo con la música. Nuestra mirada como habitantes de este tiempo siempre nos llevó a buscar puentes entre el tango, otras músicas y otros conceptos artísticos.
—¿De qué manera llega el primer disco “Mundo Tango”, grabado en 2011?
—Ganamos un premio a la Producción Fonográfica del FNA (Fondo Nacional de las Artes) y generamos nuestro primer CD. En ese entonces, si bien el CD se llamó Mundo Tango, abarcamos otros lenguajes musicales, algunas cosas del folclore y canciones provenientes de la cantera del rock.
—Por estos días están en proceso de grabación de su segundo disco “Del Buen Ayre”, ¿qué recorridos espacio-temporales tuvieron que hacer para dar vida a los temas que forman parte de esta obra?
En Mundo Tango nos referimos a una idea acerca del tango, como un estado del ser que no solo aparece en esta región del mundo (por algo el tango impacta como impacta en todo el globo). Aquí nos referimos más a la génesis de este género y la música de la provincia de Buenos Aires. Este nuevo trabajo propone un recorrido desde la música campera de principio de siglo XX (El Gardel Gaucho, pasando por compositores icónicos de ese lenguaje como Omar Moreno Palacios) para adentrarse en el tango clásico de la época de oro y llegar hasta composiciones actuales que revitalizan el género. También este trabajo, a diferencia del otro, está estructurado por un material que fue ampliamente mostrado y fogueado. Es música que hemos tocado mucho en vivo y está planteado desde esa impronta. Los arreglos, si es que los hay, fueron construyéndose a lo largo del tiempo y de las distintas actuaciones. Los músicos invitados jugaron en ese mismo tono también. Se les envió un cifrado y una grabación como referencia, pero el armado de los distintos temas se resolvió en el estudio, mientras Manzana Ibarrart (gran amigo y comandante del Estudio Sonosfera) montaba los mics y seteaba todo. Luego se eligieron las mejores tres tomas de cada tema. El resultado tiene un aroma a “trazos sueltos” que nos encanta en lo particular.
—Sin dudas se trata de un viaje a través de la música, ¿cuál es el aroma que elegirían para simbolizar a este álbum?
—El múltiple aroma de los viajes…si bien es un CD local en cuanto al repertorio, es bastante global en tanto a que lo que suena proviene de muchísimas fuentes y no solo de la tanguera. Lo hemos tocado tanto en tantos países diferentes, que para nosotros tendría ese olor a viaje, a aeropuerto, a trenes.
—El 3 de agosto estarán presentando este disco en La Salamanca, un reconocido espacio cultural platense, ¿qué podrán disfrutar esa noche quienes se acerquen a compartir su música?
—Haremos algunos de los temas de nuestro espectáculo Del Buen Ayre, como antesala al espectáculo Filogenia de Victoria Moran y el Dúo Puentes Reyes.
—Mencionás que ese día estarán acompañados por la cantante Victoria Morán, entonces la pregunta va para ella. Victoria, ¿Cómo nace “Filogenia”, ese recopilatorio de obras de música popular argentina? Contanos quiénes serán parte de ese recorrido el 3 de agosto y qué sentís al compartir noche con el Dúo Aguirre-Rodríguez.
9- Filogenia surge de la necesidad de contar nuestro ADN musical a través de las canciones que nos definen. Es una suerte de viaje musical hacia la fuente, hacia la memoria imperecedera que une un recuerdo con otro. Este espectáculo viene a despertarnos la fibra sensible con canciones que nos nombran, enlazando a Homero Manzi con Víctor Heredia, al Cuchi con Fito, a los que fuimos con los que somos. El compartir con compañeros y compañeras músicos y músicas siempre es una alegría, y en este caso será además una sorpresa para el dúo Puentes-Reyes y yo, porque jamás nos hemos cruzado en un escenario y esperamos anhelantes ese ida y vuelta mágico que siempre augura la música compartida.
—Para terminar, ¿cuál es el próximo destino de la música que los mueve?
—Tenemos por delante algunas fechas en nuestra ciudad, como el próximo 29 de agosto, día en el que estaremos compartiendo escenario junto al cantor Carlos Cabrera en el Café Metro. Octubre nos encuentra realizando nuestra segunda gira europea, con conciertos en países como Italia, Francia, España y Portugal. A nuestro regreso estaremos presentando oficialmente nuestro álbum Del Buen Ayre, con la participación de los músicos que fueron parte de la grabación.
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