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Cecilia Pisos: “Hay cosas que suceden en la vida real que uno siente necesidad de escribir para que se conozcan”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

En el borde de cada palabra se esconde una historia. Sus letras son chispas capaces de encender las llamas de la imaginación que alimentan el fuego creativo. Es allí donde habitan las voces que esperan, es allí donde lo invisible toma cuerpo y trasciende las palabras.

Cecilia Pisos está atenta, observa los detalles, se detiene en los márgenes de las cosas, las recorre, las atrapa con sus ojos, escucha los sonidos que se pierden en el aire, va tras ellos impulsada por el viento y en ese palpitar de la vida misma encuentra las voces que desatan sus historias.

En diálogo con ContArte Cultura la autora cuenta sus vivencias en el camino de la escritura.

Vamos a comenzar esta entrevista con un juego: Imaginemos un gran fogón donde te invitamos a arrojar cinco palabras, como si fueran los leños que van a dar comienzo a las llamas de una historia, ¿cuáles serían las palabras que elegirías lanzar y cómo comenzaría esa historia?
—Noche, niño, madre, cueva, canto/cuento. La historia es vieja como el mundo, y ya que ustedes pusieron los leños y tenemos el calor del fuego (y el fuego como elemento cultural, que da calor y también cuece la comida), solucionado el abrigo con la cueva, y el alimento, llega la hora del primer cuento del mundo que una madre (también podría ser un padre) le cuenta a su hijo (que también podría ser su hija). Cuento nocturno para alejar la tiniebla o, quizás, hasta para convocarla por un momento, de palabra, e inmediatamente, disiparla y sentir la seguridad de tenerla a raya. Y canto, por fin, para llegar, acunado por el vaivén de las palabras, a las bellas regiones del sueño.

—¿En qué momento de tu vida descubriste el fuego que habita dentro de las palabras?
—Muy temprano, a los ocho años. A esa edad, en que uno se hace ya autónomo para leer, la lectura y la escritura, correlativas y complementarias, se me presentaron como dos actividades, más bien, dos estados que me daba mucho placer habitar y explorar. Lo mismo sucede ahora, después de tantos años: son las dos cosas que más me gusta hacer. Ese golpe y porrazo de intuición lo tuve un día cualquiera de segundo grado, cuando mi señorita Olga nos hizo copiar el poema El milagro, de Juana de Ibarbourou. Recuerdo que el impacto fue instantáneo. En el poema, a la, digamos, “protagonista” le brotan rosas en los extremos de los dedos y, colmo de los colmos, se ocupa de avisarnos, para que no nos engañemos, de que no se trata para nada de una manera de decir, de un artificio literario, aunque quizás sí, de una locura. En ese momento, recuerdo, tuve primero la sensación de la maravilla de esas manos florecidas, su imagen muy vívida y al mismo tiempo susurrada en la repetición intensiva –hoy pasadita de moda- de la palabra rosas: “¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen./Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen”. Y luego, el descubrimiento de que esa creación se debía a las palabras, a haberlas combinado de modo tal que dieran origen a un objeto nuevo, no existente en el mundo real. Sin poder expresarlo todavía sino hasta mucho después, no me habían maravillado unas simples florecitas de palabras sino la “capacidad de crear mundo” que es el gran poder que la poesía y la literatura detentan y otorgan. Inmediatamente supe que debía mantenerme todo lo posible cerca de eso.

—¿Dónde puede despertar una idea, el germen de una ficción?
—Cualquier cosa que uno observa en su vida de todos los días, o alguna noticia que lee, o una anécdota que alguien cuenta, puede disparar una historia. También, a veces, hay cosas que suceden en la vida real, historias de vida que uno siente necesidad de escribir para que se conozcan. Y finalmente están aquellas situaciones que surgen de dar vuelta las cosas, de pensarlas patas arriba o de un modo diferente a como se dan en la realidad, los “¿Qué pasaría si…?”. Los lectores tenemos tanto recuerdos reales como recuerdos de lectura, y ambos se mezclan también y están presentes cuando escribimos.

¿Cuáles son los detalles invisibles capaces de dar nacimiento a un poema?
—Los que nadie se detiene a mirar. El brillo del rocío sobre una hoja bien verde; el apretón que une las manos de dos hermanitos; un yuyo que se empecinó en salir en medio del asfalto. El ojo de la poesía es ese, el del detalle precisamente; el ojo que hace foco cercano, el ojo miope, que aísla lo que mira para observarlo mejor, el que humaniza los objetos. Por eso la mirada del niño pequeño, que mira todo por primera vez, coincide con la mirada del poeta que “hace como que” mira por primera vez y trata de reinventar el mundo.

¿Cómo se gesta un personaje capaz de protagonizar una de tus historias?
—La creación de un personaje es siempre progresiva. Uno comienza con una idea que puede estar basada en una o varias personas reales o en algunos aspectos de personalidad de personas reales, pero ésta se va modificando, cambia y crece a medida que uno avanza en la escritura. Cuando se trata del personaje de un cuento o una ficción corta, basta con algunos rasgos fundamentales, porque no habrá espacio para tanto desarrollo y la trama o el argumento “se comen”, en general, el texto. En el caso de una novela, hay suficiente tiempo para la exploración y para empatizar con el personaje (es raro que uno escriba solo sobre personajes parecidos a uno mismo). Creo que este trabajo debe ser parecido al que hace un actor cuando tiene que encarnar un personaje en una obra o una película.

¿De qué manera llevás adelante el proceso creativo de tus novelas?
—Las novelas me exigen una planificación y una disciplina de escritura muy severas. Como dije antes, durante la escritura ocurren todo el tiempo cambios, pero para empezar una novela, como para dar el primer paso de un viaje, tengo que tener primero el itinerario, una suerte de grilla o esqueleto de capítulos y una especie de proto-argumento que, por lo menos, me guíe en el primer tramo de la escritura, en el que también sucede el acomodamiento, la entonación de la voz narrativa. En cuanto a la disciplina, procuro dejarme dos o tres meses más o menos libres, con un horario pautado, generalmente por las mañanas muy temprano, para poder escribir de corrido y no perder el hilo de la historia. Con la escritura de una novela pasa lo mismo que con la lectura, si uno la abandona por un tiempo, tiene que volver al principio.

¿Cómo lográs percibir que una historia trasciende los límites de un libro para expandirse en otros y conformar una serie?
—Hasta ahora, con respecto a las series, se me han dado dos tipos de situación de escritura. Por un lado, una vez escrito un libro, por alguna razón se produce una conexión extraordinaria con los lectores y comienza a haber una demanda de más aventuras o historias de ese personaje. Los pequeños lectores quieren que su vida se prolongue, saber qué es, qué fue, de ese personaje luego del punto final del libro que leyeron. Y como se ha producido una empatía especial, las editoriales escuchan a los lectores y me piden nuevos libros con el mismo protagonista. Y así se va formando, espontáneamente, la serie. Por otro lado, hay ocasiones en que las editoriales se plantean de entrada, como proyecto, la publicación de una serie y me piden la creación de un universo narrativo lo suficientemente rico, interesante, como para que no se agote en un solo libro.

¿Cuáles son las vivencias que se desprenden de las lecturas de tus libros en las escuelas?
—Estar en contacto frecuente con mis lectores, semana a semana, durante el ciclo lectivo, en mis visitas a las escuelas, me permite recibir en tiempo real sus sentimientos y opiniones. Que los lectores se identifiquen con sucesos y personajes de mis ficciones, que repitan, reciten, susurren versos que escribí, que sientan curiosidad, que se conmuevan, que algo en los textos los ponga a pensar en su realidad, en sus vidas, a partir de lo que leyeron, que exista una comunicación entre ellos y yo, a partir del libro, es mi idea de la literatura. Cuando esas cosas suceden, se perciben en un encuentro y nos producen alegría, felicidad, tanto a lectores como a escritores.

Contanos en qué proyectos estás trabajando en este momento.
—¡En varios, como siempre! En mi mesita de luz se apilan varios libros que estoy leyendo en simultáneo; en mi escritorio, varias carpetas con proyectos de escritura. Igual, no se superponen, porque algunos son solo unas ideas anotadas en una página, mientras que otros son la última versión que manda la editorial para revisar antes de que se vaya a imprenta. No cuento mucho sobre los libros en proceso porque muchas veces son cosas sujetas a cambios, pero sin dar mucho detalle podría decir que estoy trabajando en una novela de base histórica, en un cuento interactivo, en un volumen de historietas y en uno, especialísimo, de poesía.

¿Cuál sería la forma y el color de tu próximo sueño literario?
—Mi sueño es sencillo y a la vez difícil: tener más tiempo para leer y escribir; sobre todo para leer. Una vez, cuando vivía en Canadá, vi a una viejita en la biblioteca de mi barrio que tenía puesta una remera que adelante decía: “¡Hay tantos libros!”. Cuando se dio vuelta para irse, leí la segunda parte: “¡Y tan poco tiempo!”.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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