Entrevistas
Luciano Olivera: “La literatura me plantea el desafío de reinventarme, que a esta edad me resulta genial”
Por Walter Omar Buffarini
Una carta a su padre lo llevó, sin darse cuenta, a desandar los caminos de la literatura. Primero como una necesidad casi catárquica y luego, con el correr del tiempo y las letras, como una forma de expresión.
Luciano Olivera es autor de dos libros de relatos, Aspirinas y Caramelos y Largavistas, en los que narra vivencias de su infancia y adolescencia con el toque necesario de ficción y fantasía.
“Me dedico a la televisión. Soy productor”, se adelanta a contestar respecto de su profesión, pero a la vez asume que encontró en la literatura una actividad “supercompatible” con su trabajo y que le permite un crecimiento y una maduración.
En diálogo con ContArte Cultura, el escritor se anima a brindar detalles de su obra, describe la ruta que lo llevó a la publicación y confiesa que vive la literatura como una carrera de obstáculos que le permite reinventarse.
—¿Cómo te embarcaste en este mundo de la literatura?
—Mi inicio fue una casualidad absoluta. Escribí toda mi vida, pero nunca para libros, no literatura, sino por trabajo. Se me da fácil escribir, pero no me había propuesto hacerlo profesionalmente. Es más, siempre tuve mucho respeto por la gente que escribía libros y un día me encontré ahí.
—Hasta ahora tus textos se podrían llamar autoreferenciales…
—Centralmente sí, pero también hay bastante de ficción. En Aspirinas y Caramelos, mi primer libro, hay varios relatos que son claramente ficción, a tal punto que ni siquiera están escritos en primera persona. En Largavistas, que salió este año, si bien el personaje soy yo de chico y lo que cuenta en su gran mayoría son experiencias que viví por lo menos lo que recuerdo de algunas vivencias, también hay algunas circunstancias de ficción que voy poniendo en aquellos lugares en donde la memoria está medio en blanco, en esos lugares donde digo “acá no me acuerdo” o lo que recuerdo es sólo un disparador que no alcanza para convertirlo en una situación atractiva para el lector. Ahí es donde dejo volar un poco la imaginación. Pero sí, la raíz son experiencias personales, mi entorno, mi familia, los lugares donde yo he estado.
—¿Y todo tiene que ver con tu infancia?
—En Aspirinas y Caramelos hay algunas cosas que son más de la adolescencia. Se para en el momento de la muerte de mi viejo, cuando yo tenía 13 años, y hace un viaje hacia atrás y otro hacia adelante. Así abarca infancia y primera juventud. Largavistas sí es un viaje totalmente en mi infancia.
—¿Los escribiste pensando en un público en particular?
—Cuando los escribí no pensé para quién estaban dirigidos. No por una actitud presuntuosa, sino porque no me salió. Me puse a escribir lo que tenía ganas de escribir. De igual modo, la primera respuesta podría ser que es para adultos, la segunda, pero ahí nomás, es que cuando lo leen adolescentes o chicos lo entienden perfectamente y lo toman como un relato del que podrían ser protagonistas. Hoy existe un rescate vintage, Instagram es un rescate vintage de volver a las cámaras fotográficas de antes con las herramientas que tenemos ahora, y ese tipo de cosas son las que acercan a los más chicos bastante a lo que cuento de mi infancia de hace 35 o 40 años. Si se quiere, lo entienden de un modo claro y casi cercano. Sin estar escritos para chicos, son dos libros, sobre todo Largavistas, que tienen un abordaje que muchas veces me sorprende por las respuestas favorables que recibo de los lectores. Evidentemente funciona.
“Casi como por una cuestión de entrenamiento escribo todos los días.
Siento que si no escribo se me va la forma”
—¿Encontraste dificultades para hacer de las historias personales algo interesante para los otros?
—Tengo una teoría sobre eso. Primero es una situación similar a cuando te despertás de un sueño. Soñaste con algo que para vos fue fantástico y se lo contás a alguien entusiasmado, pero al mismo tiempo vos mismo, al contarlo, te das cuenta de que no tiene ninguna ilación, ningún interés, que es una pavada. Pero la contracara de eso es la “anécdota del asado”. En la sobremesa comenzás a contarla y el público se queda escuchando, interesado. Esa anécdota, cuando la podés llevar al papel, es literatura. Yo trato de pararme claramente en lo segundo. Entonces analizo y digo “esto yo lo puedo contar como una anécdota en un asado”. Ahí es donde mezclo un poco lo que realmente sucedió con lo que lo decora al contarlo. Las anécdotas en general son un cúmulo de exageraciones cada vez más grandes a medida que se reiteran. Trato de hacer un poco eso, tengo un nudo central y lo decoro con exageraciones, con ficción. Creo que la vida de uno puede no tener el más mínimo interés para nadie y uno tiene, si quiere hacer de eso un intento de obra literaria, el deber de ponerla atractiva para que alguien la lea. Y así, uno la cuenta del modo más atractivo que puede. Es un verdadero trabajo, porque en principio uno cree que tiene una buena historia, pero si no la adornas como corresponde puede no ser nada o acabarse en tres frases.
—Tengo la certeza de que tu profesión de productor te ayuda a la hora de agregar fantasía a las historias.
—Desde chico me acostumbre que mi único capital es mi cabeza. Para bien o para mal. Todos pensamos todo el día, pero en mi caso, mi deber es crear, para televisión, para radio, entonces eso hace que me sienta un tipo que está todo el tiempo creando. Por supuesto que después eso puede ser una porquería, pero mi mandato es estar todo el tiempo inventando, creando. Eso me sirve a la hora de escribir. El entrenamiento creativo sin duda que es básico, aunque todavía dependo mucho de lo que realmente me pasó y estoy verdaderamente explorando para no tener esa dependencia. Me gustaría poder ir despegándome de lo biográfico, que de todos modos para mi tiene un valor enorme. Me parece que la evolución de un escritor, el que yo quiero ser, va de la mano de poder prescindir completamente de lo que le pasó, o saber tomar sólo una parte y a partir de ahí inventar una historia entera. Ese es el desafío que me impongo para adelante.
—¿Qué o quién te llevó a publicar tu primer libro?
—La carta que dio origen a Aspirinas y Caramelos fue como un destapar la cabeza. A partir de ahí comencé a escribir bastante catárquicamente, y lo fui subiendo al blog que había inaugurado con ese primer texto y que fue creciendo con algunas cosas más. Así, un día llegaron unos amigos del sello editorial Aurelia Rivera, y me dijeron “¿Te das cuenta que estás escribiendo un libro?”, y yo les respondí “No, para nada, sólo son entradas en un blog”. Y ellos entonces me insistieron con que recopiladas bien podían ser un libro. No demoraron más de una semana para acercarme un maquetado, con uno de los textos impresos en el papel que debía ser, como para que yo viera de qué se trataba. Fue realmente muy bueno verlo, porque sinceramente no lo imaginaba. Pero cuando lo tuve materializado entendí que podía funcionar. A partir de ese momento acordamos que yo elegiría los textos que quería que estén y además aprovecharía a escribir algunas cosas más. Me embarqué de llenó y, pensando ya en la publicación, escribí mucho. Tanto que el sesenta por ciento del libro final son textos que no estaban en el blog.
—¿Y qué más pusiste en ese primer libro?
—Contiene algunos de los textos que escribía para Cancha Llena del Diario La Nación. Son historias que tienen que ver con el descenso de Independiente, el club del que soy hincha, como lo era mi papá. Son crónicas que yo le contaba a mi viejo después de cada partido que el Rojo jugaba en la B, y en las que le mentía para que no sintiera que habíamos descendido. Estaba escribiendo mucho en ese momento, así que tenía el entrenamiento.
—¿Y “Largavistas” surge como una necesidad del escritor?
—Si. A Aspirinas y Caramelos le había ido muy bien, con ediciones agotadas y varias reimpresiones, entonces ya sentí lo lindo que era que interesara lo que yo hacía. Conjuntamente con eso, me empecé a plantear cuánto me había quedado sin contar, y así empecé a escribir el germen de Largavistas, que sería una historia previa en donde contaba qué pasaba con la familia antes de la muerte de papá. Pero cuando tenía terminado el libro, o por lo menos eso creía, la editorial Planeta me ofreció reeditar Aspirinas y Caramelos. Eso me detuvo, ya que aprovechando la posibilidad agregué algunas cosas para lo que sería la edición definitiva de ese primer libro. Así, pasó un largo tiempo, que me permitió redondear Largavistas para finalmente publicarlo en abril de este año.
—Varios de tus textos tienen mucho que ver con Independiente ¿Con que escritor de los “futboleros” te identificás más?
—En principio, trato de quedarme con lo mío. Hay autores que me gustan, particularmente con Eduardo Saccheri soy amigo, trabajo con él, es un monstruo, un crack con una voz muy identificable, pero entiendo que cada uno tiene lo suyo. Si tuviéramos que hablar de influencias, la mía siempre fue Fantonarrosa. Me fascinó la facilidad que tenía el Negro para contar la vida cotidiana, más allá del fútbol. Le tengo una profunda admiración y cuando lo comencé a leer, sin saber que yo terminaría escribiendo, me planteaba que lindo sería poder escribir como él. Hay algo que Fontanarrosa hacía, algo en particular, que es el manejo del humor de una manera tan fina como brutal que admiré siempre, muchísimo. Cuando estoy en alguna situación medio endeble, busco algún libro de Fontanarrosa para leer de nuevo.
“Soy un lector voraz. No hay un día que pase en el que no lea.
Y a pesar de tener mis preferencias, leo de todo un poco”
—Tu primer público debe haber sido la familia ¿cómo reaccionaron?
—Recibieron los libros muy bien y diría que con orgullo. Tanto mamá, mis dos hermanas, mi hija… Respecto de alguna de las historias en particular, que como decía antes las decoro con ficción, a veces me dicen “de eso yo no me acuerdo”, pero sí reconocen el germen de la historia. Y en ese camino de charlar sobre personajes y situaciones, tuve una discusión divina con mi hermana mayor. En la tapa de Aspirinas y Caramelos hay un auto que era el que teníamos cuando éramos chicos y que es bastante protagonista de los textos. Un Fiat 800 gris con asientos rojos. Cuando mi hermana leyó los relatos me llamó y me dijo: “Che Luciano, el auto era un Fiat 850, celeste con los asientos grises”. Allí se inició el debate que finalizó cuando encontramos una de las fotos, que es la que está en la portada. Pero, más allá de la “disputa”, eso no hizo más que demostrarme que la memoria no deja de ser en parte un invento. Si mi hermana hubiera escrito la historia lo hubiera hecho distinto a mí, con las transformaciones propias de sus recuerdos.
—¿Recuperaste un poco a tu papá a través de estas historias?
—Yo me había enojado mucho con papá. Él se murió por fumar. Había tenido un preinfarto a los 49 años, le dijeron infinidad de veces que tenía que dejar el cigarrillo y nunca lo hizo. Entonces me enojé muchísimo con él por no cuidarse. Tanto que hasta lo había borrado. Creo que lo que aparece después, como texto emocional fuerte, tiene que ver con que era tanto el peso de aquella ausencia, y tanto el enojo y lo que yo tenía guardado, que cuando salió fue una liberación. Sin dudas que al poder escribir todo aquello me permitió recuperarlo. Los relatos también me ayudaron a contarlo, en algunos casos poniéndolo muy alto, pero en otros narrando sus debilidades, alguna de sus lejanías y sus cuestiones bien humanas. Y también pude charlar con él desde otra dimensión, ya de igual a igual, él con sus 49 años y yo con los míos. En cierto punto fue muy sanador, cerró el duelo y me permitió madurar.
—¿Cuál es tu meta dentro de la literatura?
—Soy un tipo que produce. Si me preguntan que soy, contesto “un productor”. Me siento más completo cuanto más produzco. Como comenté, vivo de mi cabeza, me siento con ideas, bastante activo, entonces mi meta pasa precisamente por producir. En el caso particular de la literatura es escribir. Por supuesto que, cuando uno escribe y empieza a editar, lo que quiere es seguir escribiendo, sin tener un final. Asimismo, lo siento como una carrera donde tenés que ir saltando obstáculos. Con el primer libro salté un obstáculo importante que era precisamente “el primer libro”. Con el segundo superé uno que sentí más fuerte aún, que fue descubrir que no se había agotado en el primero. Con el próximo, el obstáculo que debo saltar es mi propia capacidad para seguir produciendo sistemáticamente, ir descubriendo definitivamente al escritor, adquirir el nuevo oficio, y me gusta mucho porque me plantea el desafío de reinventarme, que a esta edad me resulta genial.
—¿En qué estás por estos días?
—Ahora estoy embarcado en dos proyectos, con la idea que uno salga en 2019 y el otro en 2020, pero eso se irá viendo. Son dos proyectos nuevos, uno más futbolero compuesto por relatos y cuentos cortos, y el otro una novela.
—¿Si hoy tuvieras que elegir, te quedás con el escritor o con el productor?
—Si me pienso a 25 años me veo en un escritorio escribiendo historias, si se quiere hasta por una cuestión física, de cansancio orgánico. Pero de acá a unos cuantos años más me veo haciendo las dos cosas. Son dos actividades supercompatibles y creo que produzco mejores ideas, para televisión o para otros productos, a partir de tener la cabeza muy abierta en mi tarea literaria y viceversa. No creo que compitan en ningún momento, sino que se retroalimentan.
—¿Qué creés que pensaría tu papá al verte hoy?
—Imagino que estaría orgulloso. Tanto de que estuviera escribiendo como de la productora, porque en definitiva era en el ambiente en el que él se movía. Era periodista y era escritor, aunque nunca publicó. Creo que me vería en un mundo bastante similar al de él y probablemente le gustaría verme ahí.
Luciano Olivera
Nació en Buenos Aires en el año 1968. Es productor, guionista y director de televisión. Creó y desarrolló formatos que le valieron numerosos premios. Dirigió Canal 7 y UBA TV, ejerce el periodismo, es docente y actualmente está al frente de Zoom In, su propia empresa de contenidos. Es autor de los libros de relatos y cuentos cortos Aspirinas y Caramelos y Largavistas, y también columnista en diversos medios digitales.
Entrevistas
“Vientos de libertad”, la gesta sanmartiniana en la nueva obra de Luis Carranza Torres
Por Andrea Viveca Sanz /
Edición: Walter Omar Buffarini
Cruzar las fronteras del tiempo y del espacio, animarse, como si existiera una continuidad, un rumor de páginas que necesitaran volver a leerse.
Con una trama que pone la mirada en los detalles, en los paisajes interiores de los protagonistas, en el pasado, pero también en el presente y en el futuro, Luis Carranza Torres avanza, cruza sus propias montañas y da vida a una historia que se ramifica, un entramado donde las pasiones y el amor son protagonistas.
“Vientos de libertad” es la nueva novela del escritor cordobés, quien con sus letras lleva al lector a épocas de la gesta sanmartiniana, para adentrarse en algo más de lo que cuenta la historia.
— ¿Qué te llevó a elegir este renglón de la historia para invitar a tus personajes de ficción a vivir los hechos reales?
— Me gustan los momentos bisagra de la historia, y este período en que transcurre la novela lo fue para nosotros. Nunca es en vano recordar que la Independencia argentina se sancionó, a diferencia de muchas otras, en el peor momento posible. Sin recursos, derrotados nuestros ejércitos en el Alto Perú, amenazados por los cuatro costados por los españoles, los portugueses y los indios. Nacimos, por tanto, en la esperanza, pero también por el coraje de no rendirse ante la adversidad. Eso es lo que busqué reflejar en la novela. Y es algo que sirve más allá del orgullo por nuestro pasado, en la vida diaria de cualquier persona. Se trata de la prehistoria, por así decirlo, de la Argentina que hoy conocemos. Cuando todavía ni nos llamábamos de esa forma. A la par de la evolución de los personajes, existe también la de una sociedad que busca ser de otra forma, liberándose de muchas cosas. A partir de esa declaración de independencia, se produce un gran sinceramiento colectivo de lo que queríamos ser, y de lo que podíamos lograr solo con dos cosas: un liderazgo apropiado y la capacidad de esfuerzo que nos caracteriza individualmente, pero articulada en conjunto. La gesta del cruce de los Andes muestra a lo que podemos llegar cuando hacemos bien las cosas.
— ¿De qué manera trabajaste para poner en palabras los escenarios naturales que recreás en los distintos capítulos?
— Me esfuerzo por poner atención a los detalles, esos que le confieren autenticidad a la trama. Cuando se estructura la trama, uno también va buscando el escenario para plantear determinada escena. Aquí, en “Vientos de Libertad”, no las determinan tanto los actos exteriores sino la interioridad de los personajes, que el paisaje esté a tono con lo que le pasa por dentro a quién protagoniza la escena. Fue eso lo que busqué plasmar. Te diría que aun con la presencia de una referencia geográfica de tanto peso como los Andes, la cuestión pasa más por los lugares culturales o sociológicos de ese tiempo: los espacios de sociabilización como la Alameda o la Plaza Mayor, las conversaciones en el río de las lavanderas, las sala de recibir de las casas, el cuartel militar como preparación para el cruce. Es algo que no busqué, se dio naturalmente. La cordillera está, pero a la vez no está y hay otras todavía más inmensas que sortear. A veces los libros te llevan a eso. A pesar de que he estado en los Andes de norte a sur, desde la puna al estrecho y hecho andinismo en la zona del Tupungato cuando era jóven. O quizás por eso, la presencia no es tanto física como simbólica. Los lectores decidirán (risas).

— Además hay otros escenarios que muestran la vida doméstica de José de San Martín junto a Remedios de Escalada. ¿Por qué te interesó hacer foco en esas vivencias cotidianas?
— La relación entre José de San Martín y Remedios de Escalada ha sido muy bastardeada, por usar una palabra de la época. Con ella, sobre todo, siempre invisibilizada y desmerecida injustamente. Fue Remedios una mujer excepcional, tan valerosa, rebelde y libre como la sociedad de su época podía permitir, e incluso algo más. Asimismo, mostró un compromiso personal y propio con la causa emancipadora, aun desde antes de conocer al Libertador, con la misma firmeza de carácter que luego tuvo en el manejo de los asuntos patrimoniales de la pareja, ya que fue ella quien administró todo mientras San Martín hacía sus campañas, teniendo incluso la plena patria potestad de la hija de ambos. Por extraño y hasta paradójico que parezca, bien podemos decir que la Remedios histórica es muy diferente de aquella que la historiografía nos ha pintado. Por su parte, José de San Martín es bastante más de lo que usualmente tenemos en consideración. Era un hombre ilustrado, curioso de casi todo lo que se movía a su alrededor, que leía mucho, en inglés y francés además del castellano. Tocaba la guitarra, cantaba bastante bien, pintaba cuadros de paisajes, sobre todo de la cordillera, era un apasionado del ajedrez y gustaba de las nieves de limón -antecedente de nuestro actual helado de ese gusto-. Creo que la frase que el Libertador pone en la tumba de Remedios ilustra bastante respecto de la relación que tuvieron: “Esposa y amiga del general San Martín”. Recordemos que él valoraba la amistad en un grado superlativo dentro de su escala de valores. Tanto uno como otro fueron personas adelantadas a su tiempo. Y que se atraían por compartir esos valores, sintiendo admiración mutua. Es lo que quise reflejar en la historia en cuanto a ellos. La relación de igual a igual que, a juzgar por toda la documentación fidedigna, tuvieron en un gesto inaudito para la época. Parecen más un matrimonio de nuestros días que de aquellos de 1816.
— ¿Cómo se manifestaron en vos Sebastiana y Justo, los protagonistas de “Vientos de libertad”?
— Ambos son seres literarios por demás interesantes. Complejos, intrincados por dentro y por fuera, y hasta queribles aun en sus defectos. Él ya no puede ser en lo físico lo que sigue siendo en mente y alma: un soldado. Ella, un ser tan castigado por la vida, que termina por volverse una resentida con casi todos. Y el amor como prenda de unión, que da segundas oportunidades para ser feliz, pero también implica renuncias costosas. Si Justo tiene un brazo inútil, Nazarena lleva esas mutilaciones por dentro. Cada cual lidia con ellas como mejor puede, en tanto no deja de advertir que al otro le pasa igual. Para peor, ambos son terriblemente pasionales. En lo bueno y en lo malo. Particularmente, en el orgullo propio. Ninguno cede nada, a pesar de la atracción, del deseo o los fuertes sentimientos que se prodigan. Cada cual quiere lo mejor para el otro, pero a su modo. Y cuando se desilusionan, es en grande. Con todos estos ingredientes, creo que la historia de Nazarena y Justo termina siendo una de las más pasionales que he escrito. Pero también, de las más sufridas e implacables.
— ¿Hay algún personaje secundario que te gustaría destacar?
— La familia Buteler. La historia es verídica en sus líneas generales. Un irlandés que viene con el ejército inglés y se aquerencia al punto de no querer volver a su tierra y plantar raíces aquí. Algunos de los descendientes del Buteler histórico eran vecinos de mi familia en el campo, y de chico escuché alguna de las cosas que aparecen en la novela y me sirvió para darle forma a esa peculiar familia literaria. En cierto modo, es un homenaje a aquellas historias y a las personas que me las contaron. Así como a unos vecinos muy cercanos que tengo como parte de mi historia personal y considero, incluso hoy, como parte de mi familia ampliada. Además, “Vientos de Libertad” se trata de una de las novelas con más personajes secundarios que he escrito. Por lo mismo, se puede leer en varias líneas narrativas. Todas cruzadas por distintos tipos de amor: el de Goya y Tadeo, los esclavos de Nazarena, el apegado a las normas de Isabel y Eulogio, el pasional de Nazarena con Justo, el amor a la distancia entre Mariana y Tulio o el cómplice entre Remedios y José. A la par de eso, hay historias personales muy ricas en matices, como la de Goya, el mismo Tadeo, Mariana en Santiago de Chile o Isabel en Mendoza. Cada una por sus propias y muy particulares razones.

— Vemos que uno de los personajes, Eulogio, lleva un apellido conocido de otras obras tuyas: López de Madariaga. Y que Isabel es una devota lectora de Jane Austen, sin mencionar a la autora. ¿Qué podés contarnos sobre eso? ¿Hay otro texto, quizás implícito, detrás del texto impreso de la novela?
— Son guiños de complicidad para los lectores que me siguen desde siempre. Eulogio es mencionado, ya anciano, en “Palabras Silenciadas”. Es, en sus años mozos como se diría en la época de la novela, el antepasado de la familia que desarrollé en la saga de la Segunda Guerra Mundial que inició con “Mujeres de Invierno”. Antes de llevar a cabo todo por lo que su familia lo recuerda. En el caso de Isabel, sus lecturas son una suerte de homenaje a lo que he visto o me han contado que leen muchas de mis lectoras. Y para recordar que clásicos de Jane como “Orgullo y Prejuicio”, por los tabúes de la época en la sociedad inglesa, se publicaron de forma anónima, sin más datos que su escritora era una mujer. Cosas como estas encajan de maravilla para pintar con un detalle a la sociedad de entonces.
— Mientras todos ellos se preparaban para cruzar una frontera geográfica, vos ibas cruzando las barreras del tiempo para revivir aquellas escenas. ¿Qué fue lo que más te impactó de ese cruce temporal?
— La magnitud de lo que se hizo con muy pocos medios, pero usados muy inteligentemente. La libertad siempre tiene un precio e impone sacrificios. Ellos no dudaron en pagarlo, y por eso es que somos argentinos hoy en día. Tenemos una deuda con esos compatriotas que ya no están, es lo que quise reflejar en la trama de la historia. Otra de las cuestiones que me llamó la atención, y quise rescatar para dar cuerpo a la historia de la novela, es la tremenda preparación logística que implicó. No solo fue un cruce. Debieron llevar consigo todo lo que necesitaban para sobrevivir, desde la leña hasta el agua. Y combatir para apoderarse de las fortificaciones realistas que guardaban los pasos. Pero el éxito de todo dependía de mantener al adversario sin saber por dónde cruzarían. Que se revelara ese detalle hubiera ocasionado el desastre de toda la expedición, y esa es la idea movilizadora que estructura la historia.
— Has dedicado esta novela “a ese soldado argentino, sólo conocido por Dios” ¿Qué razones te movieron a poner esas palabras?
— Es una frase conocida en el mundo castrense. Refiere a aquellos que han caído en combate y no han podido ser identificados sus restos. Solo Dios sabe quién es y cómo sacrificó su vida. A veces ni tumba tienen. Hubo muchos en las guerras de la independencia, por no decir que fueron la mayoría de los caídos en esa época. Son los seres más anónimos de las batallas y guerras. Desde chico, cuando veía la llama votiva por el soldado desconocido de la Independencia a la entrada de la catedral de Buenos Aires, era algo, y lo sigue siendo hoy, que me sobrecoge. Cuando terminé de escribir la novela, supe que era a ellos que debía dedicarlo, para reconocerlos, tal como se hace en cualquier país que cuida sus valores cívicos.
— El viento siempre mueve cosas, ¿qué movilizaron en Luis Carranza Torres los vientos de la escritura de esta novela?
— La gratitud a aquellos que se sacrificaron para tener la libertad que, muchas veces hoy, usamos mal o, peor aún, nos resulta indiferente. Poder decidir nuestro destino es una gran cosa. No solo en lo individual, sino también como sociedad. Quise rescatar eso, pero también lo que entiendo como una paradoja curiosa y hasta cruel respecto del deber: hacer lo que entendemos correcto, implica muchas veces sacrificios muy personales. Y en el caso de los personajes de la novela, como el mismo José de San Martín lo habla con Eulogio, cumplir con el deber es alejarse de los que uno quiere y poner en riesgo de mil formas la propia existencia. Somos lo que somos colectivamente, entre otras cosas, por esos esfuerzos que se cuentan en la novela. No debemos nunca olvidarlo. Eso busqué transmitir, más allá de contar una historia vibrante en lo épico e intrincada y de suspenso también en cuanto a lo amoroso.
Entrevistas
En primera persona: Nair Libonatti, escritora
La artista uruguaya habla de ella misma, de cómo llegó a la escritura y de su obra
Sobre sí misma y su arte
Soy Nair Libonatti, mujer uruguaya de 69 años. Toda mi vida supe que podía escribir, sin embargo, al plasmar mis ideas en una hoja, el resultado no me era grato y terminaba rompiendo.
En el año 2019 una amiga me invitó a “algo” literario y fui. Resultó ser un taller y fue ahí donde comencé a escribir.
Pocos meses después llegó la pandemia, entonces, buscando recursos para mi nuevo despertar, entré en un grupo argentino de Facebook. En él compartíamos textos y comentábamos.
Un buen día me invitaron a participar en el Mundial de Escritura, al principio me parecía inalcanzable hasta que me animé y la experiencia resultó maravillosa.
Sobre su obra
He escrito algunos libros: “Historias del Caldero”, en conjunto con dos amigas, “Constelaciones”, libro que va por su segunda edición y “El Pata de Bolsa y otros relatos”. Estos dos últimos están presentes en la 49a Feria del Libro de Buenos Aires, en el stand de Uruguay.



Sobre “Constelaciones” puedo decir que es un libro fuerte, con historias bastante movilizadoras, es un intento de visibilizar algunas circunstancias. “El Pata de Bolsa” es en tono más humorístico, un poco más distendido y coloquial.
Son libros de cuentos cortos, escritos individualmente y luego seleccionados para cada uno de los libros.
Su actualidad

Actualmente integro el taller “Ratones de biblioteca”, que funciona en la Casa de la Cultura de Minas, Uruguay, y algunas compañeras me acompañaron a la Feria del Libro de Buenos Aires.
Nair Libonatti junto a Andrea Viveca Sanz, de Contarte Cultura, en la 49º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Entrevistas
Aguirre–Rodríguez: “El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros”
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //
Es un viaje dentro de otros, un movimiento sutil, la música desperezándose en gotas de rocío, notas evaporadas sobre las aves del campo, es el vuelo hacia el espacio urbano, un recorrido temporal. Es antes y después. Es ahora y siempre, una melodía que llega desde lejos, de otras patrias, del mismo viento que corre y desparrama en el lugar justo y en el instante oportuno.
“Del Buen Ayre”, el próximo espectáculo y disco del dúo platense Aguirre–Rodríguez es un viaje por el tiempo y por distintos espacios, una relectura en modo actual de la música rural bonaerense.
Contarte Cultura charló con sus integrantes, Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez para que nos cuenten acerca de ese caminar que la canción propone.

—Porque los espacios y las cosas que forman parte de ellos suelen hablar de quienes los habitan, nos gustaría comenzar esta charla deteniéndonos en su lugar de trabajo, en el espacio creativo de su música y en los objetos que los rodean en este momento. Si pudieran elegir un rincón o un objeto, el que mejor los represente como dúo y nos cuente algo de ustedes, ¿Cuál sería?
—El lugar, nuestra casa, y el rincón nuestra sala, en la que se va gestando todo el resultado final de lo que hacemos como músicos. Creo que estos espacios hablan de nosotros y de nuestra manera de entender la realidad y el arte.
—Y desde ese espacio viajamos en el tiempo, ¿cómo y cuándo se encuentran Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez en el camino de la música para dar comienzo al dúo Aguirre–Rodríguez?
—Nos encontramos en la escuela de arte de la ciudad de Berisso, hace muchísimos años, en situación de alumna y profesor, pero rápidamente comenzamos a compartir producciones por fuera de la escuela. Con los años volvimos a encontrarnos, ya específicamente en el terreno del tango con la orquesta Los inmigrantes en el año 2005. Cuando el tiempo de la orquesta se terminó, continuamos en dúo.


—¿Cómo fueron esos comienzos?
—Fue un muy hermoso comienzo, pero rápidamente el dúo se fundió dentro de un cuarteto que con el tiempo se convirtió en sexteto de tango. Me refiero a Tangor. Con esa agrupación trabajamos durante más de 10 años. Por otro lado, Cynthia participaba como invitada permanente en el grupo La Sonora, proyecto que venía caminando desde el año 1989.
—Como decías, con el correr de los años el tango se instaló entre ustedes, ¿qué cosas los llevaron a explorar en este género que nos representa?
—El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros. Como una especie de lengua madre. Rastrear el porqué de esto es complicado, creo que tiene que ver con nuestras historias personales y la idiosincrasia de nuestras familias de origen. Lo que es claro es que ha sido fundacional en nuestro vínculo con la música. Nuestra mirada como habitantes de este tiempo siempre nos llevó a buscar puentes entre el tango, otras músicas y otros conceptos artísticos.
—¿De qué manera llega el primer disco “Mundo Tango”, grabado en 2011?
—Ganamos un premio a la Producción Fonográfica del FNA (Fondo Nacional de las Artes) y generamos nuestro primer CD. En ese entonces, si bien el CD se llamó Mundo Tango, abarcamos otros lenguajes musicales, algunas cosas del folclore y canciones provenientes de la cantera del rock.

—Por estos días están en proceso de grabación de su segundo disco “Del Buen Ayre”, ¿qué recorridos espacio-temporales tuvieron que hacer para dar vida a los temas que forman parte de esta obra?
En Mundo Tango nos referimos a una idea acerca del tango, como un estado del ser que no solo aparece en esta región del mundo (por algo el tango impacta como impacta en todo el globo). Aquí nos referimos más a la génesis de este género y la música de la provincia de Buenos Aires. Este nuevo trabajo propone un recorrido desde la música campera de principio de siglo XX (El Gardel Gaucho, pasando por compositores icónicos de ese lenguaje como Omar Moreno Palacios) para adentrarse en el tango clásico de la época de oro y llegar hasta composiciones actuales que revitalizan el género. También este trabajo, a diferencia del otro, está estructurado por un material que fue ampliamente mostrado y fogueado. Es música que hemos tocado mucho en vivo y está planteado desde esa impronta. Los arreglos, si es que los hay, fueron construyéndose a lo largo del tiempo y de las distintas actuaciones. Los músicos invitados jugaron en ese mismo tono también. Se les envió un cifrado y una grabación como referencia, pero el armado de los distintos temas se resolvió en el estudio, mientras Manzana Ibarrart (gran amigo y comandante del Estudio Sonosfera) montaba los mics y seteaba todo. Luego se eligieron las mejores tres tomas de cada tema. El resultado tiene un aroma a “trazos sueltos” que nos encanta en lo particular.
—Sin dudas se trata de un viaje a través de la música, ¿cuál es el aroma que elegirían para simbolizar a este álbum?
—El múltiple aroma de los viajes…si bien es un CD local en cuanto al repertorio, es bastante global en tanto a que lo que suena proviene de muchísimas fuentes y no solo de la tanguera. Lo hemos tocado tanto en tantos países diferentes, que para nosotros tendría ese olor a viaje, a aeropuerto, a trenes.
—El 3 de agosto estarán presentando este disco en La Salamanca, un reconocido espacio cultural platense, ¿qué podrán disfrutar esa noche quienes se acerquen a compartir su música?
—Haremos algunos de los temas de nuestro espectáculo Del Buen Ayre, como antesala al espectáculo Filogenia de Victoria Moran y el Dúo Puentes Reyes.

—Mencionás que ese día estarán acompañados por la cantante Victoria Morán, entonces la pregunta va para ella. Victoria, ¿Cómo nace “Filogenia”, ese recopilatorio de obras de música popular argentina? Contanos quiénes serán parte de ese recorrido el 3 de agosto y qué sentís al compartir noche con el Dúo Aguirre-Rodríguez.
9- Filogenia surge de la necesidad de contar nuestro ADN musical a través de las canciones que nos definen. Es una suerte de viaje musical hacia la fuente, hacia la memoria imperecedera que une un recuerdo con otro. Este espectáculo viene a despertarnos la fibra sensible con canciones que nos nombran, enlazando a Homero Manzi con Víctor Heredia, al Cuchi con Fito, a los que fuimos con los que somos. El compartir con compañeros y compañeras músicos y músicas siempre es una alegría, y en este caso será además una sorpresa para el dúo Puentes-Reyes y yo, porque jamás nos hemos cruzado en un escenario y esperamos anhelantes ese ida y vuelta mágico que siempre augura la música compartida.
—Para terminar, ¿cuál es el próximo destino de la música que los mueve?
—Tenemos por delante algunas fechas en nuestra ciudad, como el próximo 29 de agosto, día en el que estaremos compartiendo escenario junto al cantor Carlos Cabrera en el Café Metro. Octubre nos encuentra realizando nuestra segunda gira europea, con conciertos en países como Italia, Francia, España y Portugal. A nuestro regreso estaremos presentando oficialmente nuestro álbum Del Buen Ayre, con la participación de los músicos que fueron parte de la grabación.
Luciano Olivera
Debes iniciar sesión para publicar un comentario. Acceso