Una carta a su padre lo llevó, sin darse cuenta, a desandar los caminos de la literatura. Primero como una necesidad casi catárquica y luego, con el correr del tiempo y las letras, como una forma de expresión.
Luciano Olivera es autor de dos libros de relatos, Aspirinas y Caramelos y Largavistas, en los que narra vivencias de su infancia y adolescencia con el toque necesario de ficción y fantasía.
“Me dedico a la televisión. Soy productor”, se adelanta a contestar respecto de su profesión, pero a la vez asume que encontró en la literatura una actividad “supercompatible” con su trabajo y que le permite un crecimiento y una maduración.
En diálogo con ContArte Cultura, el escritor se anima a brindar detalles de su obra, describe la ruta que lo llevó a la publicación y confiesa que vive la literatura como una carrera de obstáculos que le permite reinventarse.
—¿Cómo te embarcaste en este mundo de la literatura?
—Mi inicio fue una casualidad absoluta. Escribí toda mi vida, pero nunca para libros, no literatura, sino por trabajo. Se me da fácil escribir, pero no me había propuesto hacerlo profesionalmente. Es más, siempre tuve mucho respeto por la gente que escribía libros y un día me encontré ahí.
—Hasta ahora tus textos se podrían llamar autoreferenciales…
—Centralmente sí, pero también hay bastante de ficción. En Aspirinas y Caramelos, mi primer libro, hay varios relatos que son claramente ficción, a tal punto que ni siquiera están escritos en primera persona. En Largavistas, que salió este año, si bien el personaje soy yo de chico y lo que cuenta en su gran mayoría son experiencias que viví por lo menos lo que recuerdo de algunas vivencias, también hay algunas circunstancias de ficción que voy poniendo en aquellos lugares en donde la memoria está medio en blanco, en esos lugares donde digo “acá no me acuerdo” o lo que recuerdo es sólo un disparador que no alcanza para convertirlo en una situación atractiva para el lector. Ahí es donde dejo volar un poco la imaginación. Pero sí, la raíz son experiencias personales, mi entorno, mi familia, los lugares donde yo he estado.
—¿Y todo tiene que ver con tu infancia?
—En Aspirinas y Caramelos hay algunas cosas que son más de la adolescencia. Se para en el momento de la muerte de mi viejo, cuando yo tenía 13 años, y hace un viaje hacia atrás y otro hacia adelante. Así abarca infancia y primera juventud. Largavistas sí es un viaje totalmente en mi infancia.
—¿Los escribiste pensando en un público en particular?
—Cuando los escribí no pensé para quién estaban dirigidos. No por una actitud presuntuosa, sino porque no me salió. Me puse a escribir lo que tenía ganas de escribir. De igual modo, la primera respuesta podría ser que es para adultos, la segunda, pero ahí nomás, es que cuando lo leen adolescentes o chicos lo entienden perfectamente y lo toman como un relato del que podrían ser protagonistas. Hoy existe un rescate vintage, Instagram es un rescate vintage de volver a las cámaras fotográficas de antes con las herramientas que tenemos ahora, y ese tipo de cosas son las que acercan a los más chicos bastante a lo que cuento de mi infancia de hace 35 o 40 años. Si se quiere, lo entienden de un modo claro y casi cercano. Sin estar escritos para chicos, son dos libros, sobre todo Largavistas, que tienen un abordaje que muchas veces me sorprende por las respuestas favorables que recibo de los lectores. Evidentemente funciona.
“Casi como por una cuestión de entrenamiento escribo todos los días.
Siento que si no escribo se me va la forma”
—¿Encontraste dificultades para hacer de las historias personales algo interesante para los otros?
—Tengo una teoría sobre eso. Primero es una situación similar a cuando te despertás de un sueño. Soñaste con algo que para vos fue fantástico y se lo contás a alguien entusiasmado, pero al mismo tiempo vos mismo, al contarlo, te das cuenta de que no tiene ninguna ilación, ningún interés, que es una pavada. Pero la contracara de eso es la “anécdota del asado”. En la sobremesa comenzás a contarla y el público se queda escuchando, interesado. Esa anécdota, cuando la podés llevar al papel, es literatura. Yo trato de pararme claramente en lo segundo. Entonces analizo y digo “esto yo lo puedo contar como una anécdota en un asado”. Ahí es donde mezclo un poco lo que realmente sucedió con lo que lo decora al contarlo. Las anécdotas en general son un cúmulo de exageraciones cada vez más grandes a medida que se reiteran. Trato de hacer un poco eso, tengo un nudo central y lo decoro con exageraciones, con ficción. Creo que la vida de uno puede no tener el más mínimo interés para nadie y uno tiene, si quiere hacer de eso un intento de obra literaria, el deber de ponerla atractiva para que alguien la lea. Y así, uno la cuenta del modo más atractivo que puede. Es un verdadero trabajo, porque en principio uno cree que tiene una buena historia, pero si no la adornas como corresponde puede no ser nada o acabarse en tres frases.
—Tengo la certeza de que tu profesión de productor te ayuda a la hora de agregar fantasía a las historias.
—Desde chico me acostumbre que mi único capital es mi cabeza. Para bien o para mal. Todos pensamos todo el día, pero en mi caso, mi deber es crear, para televisión, para radio, entonces eso hace que me sienta un tipo que está todo el tiempo creando. Por supuesto que después eso puede ser una porquería, pero mi mandato es estar todo el tiempo inventando, creando. Eso me sirve a la hora de escribir. El entrenamiento creativo sin duda que es básico, aunque todavía dependo mucho de lo que realmente me pasó y estoy verdaderamente explorando para no tener esa dependencia. Me gustaría poder ir despegándome de lo biográfico, que de todos modos para mi tiene un valor enorme. Me parece que la evolución de un escritor, el que yo quiero ser, va de la mano de poder prescindir completamente de lo que le pasó, o saber tomar sólo una parte y a partir de ahí inventar una historia entera. Ese es el desafío que me impongo para adelante.
—¿Qué o quién te llevó a publicar tu primer libro?
—La carta que dio origen a Aspirinas y Caramelos fue como un destapar la cabeza. A partir de ahí comencé a escribir bastante catárquicamente, y lo fui subiendo al blog que había inaugurado con ese primer texto y que fue creciendo con algunas cosas más. Así, un día llegaron unos amigos del sello editorial Aurelia Rivera, y me dijeron “¿Te das cuenta que estás escribiendo un libro?”, y yo les respondí “No, para nada, sólo son entradas en un blog”. Y ellos entonces me insistieron con que recopiladas bien podían ser un libro. No demoraron más de una semana para acercarme un maquetado, con uno de los textos impresos en el papel que debía ser, como para que yo viera de qué se trataba. Fue realmente muy bueno verlo, porque sinceramente no lo imaginaba. Pero cuando lo tuve materializado entendí que podía funcionar. A partir de ese momento acordamos que yo elegiría los textos que quería que estén y además aprovecharía a escribir algunas cosas más. Me embarqué de llenó y, pensando ya en la publicación, escribí mucho. Tanto que el sesenta por ciento del libro final son textos que no estaban en el blog.
—¿Y qué más pusiste en ese primer libro?
—Contiene algunos de los textos que escribía para Cancha Llena del Diario La Nación. Son historias que tienen que ver con el descenso de Independiente, el club del que soy hincha, como lo era mi papá. Son crónicas que yo le contaba a mi viejo después de cada partido que el Rojo jugaba en la B, y en las que le mentía para que no sintiera que habíamos descendido. Estaba escribiendo mucho en ese momento, así que tenía el entrenamiento.
—¿Y “Largavistas” surge como una necesidad del escritor?
—Si. A Aspirinas y Caramelos le había ido muy bien, con ediciones agotadas y varias reimpresiones, entonces ya sentí lo lindo que era que interesara lo que yo hacía. Conjuntamente con eso, me empecé a plantear cuánto me había quedado sin contar, y así empecé a escribir el germen de Largavistas, que sería una historia previa en donde contaba qué pasaba con la familia antes de la muerte de papá. Pero cuando tenía terminado el libro, o por lo menos eso creía, la editorial Planeta me ofreció reeditar Aspirinas y Caramelos. Eso me detuvo, ya que aprovechando la posibilidad agregué algunas cosas para lo que sería la edición definitiva de ese primer libro. Así, pasó un largo tiempo, que me permitió redondear Largavistas para finalmente publicarlo en abril de este año.
—Varios de tus textos tienen mucho que ver con Independiente ¿Con que escritor de los “futboleros” te identificás más?
—En principio, trato de quedarme con lo mío. Hay autores que me gustan, particularmente con Eduardo Saccheri soy amigo, trabajo con él, es un monstruo, un crack con una voz muy identificable, pero entiendo que cada uno tiene lo suyo. Si tuviéramos que hablar de influencias, la mía siempre fue Fantonarrosa. Me fascinó la facilidad que tenía el Negro para contar la vida cotidiana, más allá del fútbol. Le tengo una profunda admiración y cuando lo comencé a leer, sin saber que yo terminaría escribiendo, me planteaba que lindo sería poder escribir como él. Hay algo que Fontanarrosa hacía, algo en particular, que es el manejo del humor de una manera tan fina como brutal que admiré siempre, muchísimo. Cuando estoy en alguna situación medio endeble, busco algún libro de Fontanarrosa para leer de nuevo.
“Soy un lector voraz. No hay un día que pase en el que no lea.
Y a pesar de tener mis preferencias, leo de todo un poco”
—Tu primer público debe haber sido la familia ¿cómo reaccionaron?
—Recibieron los libros muy bien y diría que con orgullo. Tanto mamá, mis dos hermanas, mi hija… Respecto de alguna de las historias en particular, que como decía antes las decoro con ficción, a veces me dicen “de eso yo no me acuerdo”, pero sí reconocen el germen de la historia. Y en ese camino de charlar sobre personajes y situaciones, tuve una discusión divina con mi hermana mayor. En la tapa de Aspirinas y Caramelos hay un auto que era el que teníamos cuando éramos chicos y que es bastante protagonista de los textos. Un Fiat 800 gris con asientos rojos. Cuando mi hermana leyó los relatos me llamó y me dijo: “Che Luciano, el auto era un Fiat 850, celeste con los asientos grises”. Allí se inició el debate que finalizó cuando encontramos una de las fotos, que es la que está en la portada. Pero, más allá de la “disputa”, eso no hizo más que demostrarme que la memoria no deja de ser en parte un invento. Si mi hermana hubiera escrito la historia lo hubiera hecho distinto a mí, con las transformaciones propias de sus recuerdos.
—¿Recuperaste un poco a tu papá a través de estas historias?
—Yo me había enojado mucho con papá. Él se murió por fumar. Había tenido un preinfarto a los 49 años, le dijeron infinidad de veces que tenía que dejar el cigarrillo y nunca lo hizo. Entonces me enojé muchísimo con él por no cuidarse. Tanto que hasta lo había borrado. Creo que lo que aparece después, como texto emocional fuerte, tiene que ver con que era tanto el peso de aquella ausencia, y tanto el enojo y lo que yo tenía guardado, que cuando salió fue una liberación. Sin dudas que al poder escribir todo aquello me permitió recuperarlo. Los relatos también me ayudaron a contarlo, en algunos casos poniéndolo muy alto, pero en otros narrando sus debilidades, alguna de sus lejanías y sus cuestiones bien humanas. Y también pude charlar con él desde otra dimensión, ya de igual a igual, él con sus 49 años y yo con los míos. En cierto punto fue muy sanador, cerró el duelo y me permitió madurar.
—¿Cuál es tu meta dentro de la literatura?
—Soy un tipo que produce. Si me preguntan que soy, contesto “un productor”. Me siento más completo cuanto más produzco. Como comenté, vivo de mi cabeza, me siento con ideas, bastante activo, entonces mi meta pasa precisamente por producir. En el caso particular de la literatura es escribir. Por supuesto que, cuando uno escribe y empieza a editar, lo que quiere es seguir escribiendo, sin tener un final. Asimismo, lo siento como una carrera donde tenés que ir saltando obstáculos. Con el primer libro salté un obstáculo importante que era precisamente “el primer libro”. Con el segundo superé uno que sentí más fuerte aún, que fue descubrir que no se había agotado en el primero. Con el próximo, el obstáculo que debo saltar es mi propia capacidad para seguir produciendo sistemáticamente, ir descubriendo definitivamente al escritor, adquirir el nuevo oficio, y me gusta mucho porque me plantea el desafío de reinventarme, que a esta edad me resulta genial.
—¿En qué estás por estos días?
—Ahora estoy embarcado en dos proyectos, con la idea que uno salga en 2019 y el otro en 2020, pero eso se irá viendo. Son dos proyectos nuevos, uno más futbolero compuesto por relatos y cuentos cortos, y el otro una novela.
—¿Si hoy tuvieras que elegir, te quedás con el escritor o con el productor?
—Si me pienso a 25 años me veo en un escritorio escribiendo historias, si se quiere hasta por una cuestión física, de cansancio orgánico. Pero de acá a unos cuantos años más me veo haciendo las dos cosas. Son dos actividades supercompatibles y creo que produzco mejores ideas, para televisión o para otros productos, a partir de tener la cabeza muy abierta en mi tarea literaria y viceversa. No creo que compitan en ningún momento, sino que se retroalimentan.
—¿Qué creés que pensaría tu papá al verte hoy?
—Imagino que estaría orgulloso. Tanto de que estuviera escribiendo como de la productora, porque en definitiva era en el ambiente en el que él se movía. Era periodista y era escritor, aunque nunca publicó. Creo que me vería en un mundo bastante similar al de él y probablemente le gustaría verme ahí.
Luciano Olivera
Nació en Buenos Aires en el año 1968. Es productor, guionista y director de televisión. Creó y desarrolló formatos que le valieron numerosos premios. Dirigió Canal 7 y UBA TV, ejerce el periodismo, es docente y actualmente está al frente de Zoom In, su propia empresa de contenidos. Es autor de los libros de relatos y cuentos cortos Aspirinas y Caramelos y Largavistas, y también columnista en diversos medios digitales.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Es un viaje dentro de otros, un movimiento sutil, la música desperezándose en gotas de rocío, notas evaporadas sobre las aves del campo, es el vuelo hacia el espacio urbano, un recorrido temporal. Es antes y después. Es ahora y siempre, una melodía que llega desde lejos, de otras patrias, del mismo viento que corre y desparrama en el lugar justo y en el instante oportuno.
“Del Buen Ayre”, el próximo espectáculo y disco del dúo platense Aguirre–Rodríguez es un viaje por el tiempo y por distintos espacios, una relectura en modo actual de la música rural bonaerense.
Contarte Cultura charló con sus integrantes, Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez para que nos cuenten acerca de ese caminar que la canción propone.
—Porque los espacios y las cosas que forman parte de ellos suelen hablar de quienes los habitan, nos gustaría comenzar esta charla deteniéndonos en su lugar de trabajo, en el espacio creativo de su música y en los objetos que los rodean en este momento. Si pudieran elegir un rincón o un objeto, el que mejor los represente como dúo y nos cuente algo de ustedes, ¿Cuál sería?
—El lugar, nuestra casa, y el rincón nuestra sala, en la que se va gestando todo el resultado final de lo que hacemos como músicos. Creo que estos espacios hablan de nosotros y de nuestra manera de entender la realidad y el arte.
—Y desde ese espacio viajamos en el tiempo, ¿cómo y cuándo se encuentran Cynthia Aguirre y Alejandro Rodríguez en el camino de la música para dar comienzo al dúo Aguirre–Rodríguez?
—Nos encontramos en la escuela de arte de la ciudad de Berisso, hace muchísimos años, en situación de alumna y profesor, pero rápidamente comenzamos a compartir producciones por fuera de la escuela. Con los años volvimos a encontrarnos, ya específicamente en el terreno del tango con la orquesta Los inmigrantes en el año 2005. Cuando el tiempo de la orquesta se terminó, continuamos en dúo.
—¿Cómo fueron esos comienzos?
—Fue un muy hermoso comienzo, pero rápidamente el dúo se fundió dentro de un cuarteto que con el tiempo se convirtió en sexteto de tango. Me refiero a Tangor. Con esa agrupación trabajamos durante más de 10 años. Por otro lado, Cynthia participaba como invitada permanente en el grupo La Sonora, proyecto que venía caminando desde el año 1989.
—Como decías, con el correr de los años el tango se instaló entre ustedes, ¿qué cosas los llevaron a explorar en este género que nos representa?
—El tango siempre estuvo como lengua principal en nosotros. Como una especie de lengua madre. Rastrear el porqué de esto es complicado, creo que tiene que ver con nuestras historias personales y la idiosincrasia de nuestras familias de origen. Lo que es claro es que ha sido fundacional en nuestro vínculo con la música. Nuestra mirada como habitantes de este tiempo siempre nos llevó a buscar puentes entre el tango, otras músicas y otros conceptos artísticos.
—¿De qué manera llega el primer disco “Mundo Tango”, grabado en 2011?
—Ganamos un premio a la Producción Fonográfica del FNA (Fondo Nacional de las Artes) y generamos nuestro primer CD. En ese entonces, si bien el CD se llamó Mundo Tango, abarcamos otros lenguajes musicales, algunas cosas del folclore y canciones provenientes de la cantera del rock.
—Por estos días están en proceso de grabación de su segundo disco “Del Buen Ayre”, ¿qué recorridos espacio-temporales tuvieron que hacer para dar vida a los temas que forman parte de esta obra?
En Mundo Tango nos referimos a una idea acerca del tango, como un estado del ser que no solo aparece en esta región del mundo (por algo el tango impacta como impacta en todo el globo). Aquí nos referimos más a la génesis de este género y la música de la provincia de Buenos Aires. Este nuevo trabajo propone un recorrido desde la música campera de principio de siglo XX (El Gardel Gaucho, pasando por compositores icónicos de ese lenguaje como Omar Moreno Palacios) para adentrarse en el tango clásico de la época de oro y llegar hasta composiciones actuales que revitalizan el género. También este trabajo, a diferencia del otro, está estructurado por un material que fue ampliamente mostrado y fogueado. Es música que hemos tocado mucho en vivo y está planteado desde esa impronta. Los arreglos, si es que los hay, fueron construyéndose a lo largo del tiempo y de las distintas actuaciones. Los músicos invitados jugaron en ese mismo tono también. Se les envió un cifrado y una grabación como referencia, pero el armado de los distintos temas se resolvió en el estudio, mientras Manzana Ibarrart (gran amigo y comandante del Estudio Sonosfera) montaba los mics y seteaba todo. Luego se eligieron las mejores tres tomas de cada tema. El resultado tiene un aroma a “trazos sueltos” que nos encanta en lo particular.
—Sin dudas se trata de un viaje a través de la música, ¿cuál es el aroma que elegirían para simbolizar a este álbum?
—El múltiple aroma de los viajes…si bien es un CD local en cuanto al repertorio, es bastante global en tanto a que lo que suena proviene de muchísimas fuentes y no solo de la tanguera. Lo hemos tocado tanto en tantos países diferentes, que para nosotros tendría ese olor a viaje, a aeropuerto, a trenes.
—El 3 de agosto estarán presentando este disco en La Salamanca, un reconocido espacio cultural platense, ¿qué podrán disfrutar esa noche quienes se acerquen a compartir su música?
—Haremos algunos de los temas de nuestro espectáculo Del Buen Ayre, como antesala al espectáculo Filogenia de Victoria Moran y el Dúo Puentes Reyes.
—Mencionás que ese día estarán acompañados por la cantante Victoria Morán, entonces la pregunta va para ella. Victoria, ¿Cómo nace “Filogenia”, ese recopilatorio de obras de música popular argentina? Contanos quiénes serán parte de ese recorrido el 3 de agosto y qué sentís al compartir noche con el Dúo Aguirre-Rodríguez.
9- Filogenia surge de la necesidad de contar nuestro ADN musical a través de las canciones que nos definen. Es una suerte de viaje musical hacia la fuente, hacia la memoria imperecedera que une un recuerdo con otro. Este espectáculo viene a despertarnos la fibra sensible con canciones que nos nombran, enlazando a Homero Manzi con Víctor Heredia, al Cuchi con Fito, a los que fuimos con los que somos. El compartir con compañeros y compañeras músicos y músicas siempre es una alegría, y en este caso será además una sorpresa para el dúo Puentes-Reyes y yo, porque jamás nos hemos cruzado en un escenario y esperamos anhelantes ese ida y vuelta mágico que siempre augura la música compartida.
—Para terminar, ¿cuál es el próximo destino de la música que los mueve?
—Tenemos por delante algunas fechas en nuestra ciudad, como el próximo 29 de agosto, día en el que estaremos compartiendo escenario junto al cantor Carlos Cabrera en el Café Metro. Octubre nos encuentra realizando nuestra segunda gira europea, con conciertos en países como Italia, Francia, España y Portugal. A nuestro regreso estaremos presentando oficialmente nuestro álbum Del Buen Ayre, con la participación de los músicos que fueron parte de la grabación.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Todo gira, se mueve en una circularidad compartida. Las emociones suben y bajan, cuelgan de nuestros cuerpos, se desprenden como hojas secas. Regresan, son brotes, transformados en otra cosa.
Celina Cocimano es terapeuta emocional y a partir de sus vivencias y de su trabajo de muchos años necesitó dejar huellas, sembrar palabras para que germinen a través de sus libros.
“El juego de las emociones de Uma”, su último libro, está dedicado a las infancias. A través del juego logra acercarse a los territorios del miedo, de la ansiedad o de la frustración para atravesarlos.
ContArte Cultura charló con ella para conocer las rutas que la llevaron a indagar en ese universo.
—Las emociones forman parte de nuestras vidas, van y vienen, se mueven y nos movemos con ellas. Por eso, para comenzar y a modo de presentación, nos gustaría que elijas al menos tres emociones que te atravesaron al momento de escribir tu último libro y que a cada una de ellas les otorgues un sabor o un aroma.
Frustración, sabor a cebolla
Ansiedad, aroma a menta
Alegría, aroma a vainilla
—Y ya instalados en esa imagen, vayamos a tus comienzos, ¿qué vivencias te llevaron a transitar el camino de la terapia emocional?
—La insatisfacción personal, haberme descubierto cómo estafadora de mi propia vida, creando personalidades adquiridas para moldearme al gusto de la mirada ajena, siempre con esa sed emocional de ser alguien para los demás, ser aceptada, reconocida, querida y encantar a todos. Mientras estudiaba para contadora, sentí un apagón emocional, la apatía era mi única compañera en esos tiempos, hasta que mi cuerpo también “habló” con un síntoma muy sentido. Empezaba a hacerme pis por las noches siendo ya grande, más adelante entendí que eso sucedía en cada hogar o lugar donde me sentía a gusto, de esa manera, “intentaba” aferrarme a algún territorio, sentirlo al menos, por momentos, un lugar donde era yo. Como los animales que marcan su territorio orinando sobre él. Eso era lo que faltaba para que mi vida se vistiera de insatisfacción y cambie totalmente de rumbo, mejor dicho, empiece a vivir y dejar de aparentar lo que mis vacíos necesitaban cubrir.
—Seguramente al ir recorriendo ese camino fue necesario dejar huellas y de esa manera llegaron los libros, ¿cómo vivís la experiencia de escribir para que las palabras sean instrumento de sanación?
—Mi primer libro, “Despierta”, nació como algo catártico de la etapa que comenté anteriormente. Aún no sabía qué era lo que estaba viviendo y, sinceramente, pensaba que me moría por esos tiempos, entonces empecé a escribir cómo fue ese tránsito a mí destrucción de las corazas hacia mi reconstrucción emocional. Después, al compartir mi vivencia con muchas personas, me di cuenta que varios pasamos por ciertos procesos similares, por lo que se me ocurrió darle forma de libro y agregar reflexiones y ejercicios terapéuticos y de autogestión emocional. Los otros 3 -“Diamantes”, “Rotas”, y “El juego de las emociones de Uma”-, fueron pensados basándose en las historias que atiendo y buscando dejarle una “biblioteca” de recursos emocionales a mi hija para cuando sea más grande y, a las personas, que encuentren en estos libros, escrito en palabras, el propio sentir descarnado y sin filtro de las emociones que abordo en cada uno de ellos y luego, ofrecerles dinámicas, reflexiones, ejercicios para que encuentren en ellos formas de transitar el campo emocional sin tanto dolor y con valentía.
—Si pudieras resumir en una palabra el espíritu de cada uno de tus libros, ¿cuáles serían?
Despierta: Integridad
Diamantes: Osadía
Rotas: Coraje
El juego de las emociones de Uma: Autenticidad
—Tu último libro, “El juego de las emociones de Uma”, transita los paisajes de la infancia con todas sus gamas de colores, ¿cuál o cuáles fueron los disparadores de esta historia?
—Mi hija, a los 8 años, comenzó a transitar por un tiempo la conocida “Crisis de ansiedad y angustia”. Yo me opuse a que esté medicada siendo tan pequeña, y desde mi saber en el campo emocional de los adultos, junto a una gran observación sobre ella y sus crisis, se me ocurrió trabajar juntas para buscar soluciones a su sentir. Buscamos opciones en el juego infantil, en la creatividad, desarrollando distintos escenarios, armando una rutina de ejercicios y, sobre todo, busqué acercarla a la autogestión emocional. Así fue que se me ocurrió compartir cada ejercicio que funcionó en ella en este cuento, que no solo tiene el fin de que los niños empiecen a desarrollar desde pequeña edad sus propias respuestas emocionales ante cierta situaciones, sino que es un libro que pide gran compromiso de los adultos que acompañan al niño, y esa compañía, con el estar, el hablar su idioma, mejorar la calidad del vínculo, validar sus emociones, respetarlos y comunicarse con ellos, es lo que hace casi la mayor magia del trabajo de fortalecimiento emocional.
—Y justamente, a partir de tus propias vivencias decidiste contar desde el juego y desde las imágenes. Explicanos cómo fue el proceso de elegir esas duplas emocionales sobre las que querías hablar.
—Busqué las que a su edad son dentro de todo fáciles de interpretar, como decimos los adultos: de “etiquetar”. Son parte de las emociones primarias y la dupla fue pensada para dejarles el mensaje de que no son ni buenas ni malas, simplemente son y cada una es mensajera de un sentir, una acción a llevar a cabo y una particular respuesta emocional. También al ponerlas en duplas, cuando ellos/as sientan, por ejemplo, tristeza además de procesarla en todo su ser, sepan que pueden aprender a transportarla en alegría, ir de la ansiedad a la calma. Es decir, que conozcan cuál es la emoción que se necesita para equilibrar una con otra.
—Las semillas del libro fueron plantadas, ¿creés que tus palabras ya comenzaron a germinar y son brotes en los lectores?
—Sorprendentemente sí. Como comenté, yo me dedico a adultos no a infanto, y este libro que se publicó en abril del 2024 ya se está imprimiendo la segunda edición. Lo han comprado mucho abuelas y abuelos para compartirlo con sus nietos, en colegios para abordar ciertas emociones en el aula ya que también hay un capítulo sobre el bullying. Y muchas madres me compartieron que sus hijos o hijas mientras que se les leía el cuento ya comenzaban a incorporar los ejercicios sugeridos, o que empezaban a identificar sus propias emociones, tenían armados sectores en su cuarto como se encuentran en algunos capítulos. Incluso los que son más grandes, según cómo se sentían, buscaban en la biblioteca el libro y se encerraban en su cuarto a leer exclusivamente el capítulo que contiene la emoción que estaban sintiendo en ese día o ese tiempo. También compartió nota de Revista junto a Unicef en el día internacional contra el Bullying de 2024.
—¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
—Tengo dos libros más en camino, uno para adultos sobre la depresión, y otro para infanto, más expansivo aún, con un viaje al campo emocional que sea para ellos y para sus padres o tutores también, digamos que será un libro revelador en muchos aspectos.
—Para terminar, te invitamos a elegir la textura que represente a tu libro “Las emociones de Uma”.
—La textura sería cálida, pomposa, con colores desde pasteles a fuertes, con ganas de descubrirla y sentirla, y con distintos aromas que vayan cambiando según cada paso de la mano o de los pies sobre ella.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Hay un rumor, un murmullo por encima y por debajo. La evidencia flota, va y viene. Pero el agua arrastra las palabras, se lleva las voces, esconde. No se ve lo que no se quiere ver. O lo que no se debe. La verdad se hunde, toca fondo. Es barro entre los dedos. Y mancha.
En “Aguas Turbias”, la última novela de Florencia Ghio editada por El Emporio, flotan varias verdades, como un rumor debajo de lo que se lee, van y vienen. Se convierten en imágenes, en sonidos y en aromas, mientras ella bucea para rescatarlas. Para que la verdad nunca se manche.
En diálogo con ContArte Cultura, la escritora cuenta cómo nació la obra y de qué manera descubrió a los protagonistas de esta historia.
—Vamos a comenzar esta charla haciendo foco en una palabra que flota entre las páginas de tu novela: justicia. A modo de presentación del libro y de sus protagonistas, si pudieras elegir una imagen o un objeto simbólico que represente esa justicia, ¿cuál elegirías y por qué?
—Elegiría la clásica estatua de la justicia pero con su balanza completamente inclinada hacia un lado y sus ojos vendados. Porque es un poco eso lo que se ve en esta novela, una justicia que es ciega, y también sorda, por eso el protagonista de mi libro, que dice ser el chivo expiatorio de un crimen que no cometió, tiene que venir desde un pueblo del sur y salir a clamar su inocencia por altoparlantes en un subte de Buenos Aires.
—Y a partir de esa imagen viajemos al principio. Sin dudas, siempre existe un germen que da vida a las cosas. Seguramente tu novela también es producto de ideas o situaciones que fueron semillas en la tierra de tu imaginación. ¿Recordás cómo y cuándo comenzaste a sembrar esta historia?
—Yo digo que en lo que va de mi carrera de escritora, en las dos novelas que escribí y en la que estoy escribiendo ahora, me pasó que no busqué las historias sino que las historias me buscaron a mí. Aguas Turbias está inspirado en un caso real, y surgió a partir de que viera por televisión a un joven que se había fabricado una máscara de chivo y andaba por los subtes suplicando que alguien lo escuchara. Había estado preso por el crimen de su madrastra que él juraba no haber cometido, y le aterraba la idea de que lo condenaran. Me impresionó el mecanismo, recurrir a su creatividad para escapar de ese infierno, eso me llevó a averiguar qué le había pasado y me inspiró para escribir la novela, en donde los personajes, lugares y la mayoría de los sucesos son ficticios, pero ese fue el puntapié inicial que me sumergió en esta novela.
—Aleida, tu protagonista, es una mujer que lucha por sus ideales, va en busca de justicia pero también pelea contra sus propios monstruos. ¿Cómo viviste el proceso de construir ese mundo interior con tantos matices?
—Aleida San Martín es un personaje que rescaté de mi anterior novela El Ciudadano. Es una abogada honesta e idealista, de esas que estudió derecho porque ama la justicia. Al mismo tiempo, es una guerrera; logró superar una historia familiar traumática, para convertirse en una funcionaria pública que trata de rescatar a toda persona que atraviesa un infierno, porque ella sabe lo que es estar ahí y no quiere que nadie más lo tenga que vivir. Aguas Turbias la va a encontrar en un tramo de su vida en que está en caída libre, porque ahora, aun con las secuelas de sus anteriores traumas, tiene que luchar contra el acoso laboral, se siente muy sola, y todo eso le provocó una fuerte adicción al casino, que en esos momentos encuentra como su única vía de evasión. En estas condiciones se cruza a García Robledo en el subte y, conforme a su esencia, no puede quedar indiferente a su historia. Intuye que él no miente, pero ella no puede ejercer la profesión por ser funcionaria, y además vive en Buenos Aires, así que veremos si, en su estado, logra tomar decisiones tan difíciles para ayudar al chico de la máscara. Para el proceso de construcción de este personaje me ayudó mi especialización en violencia familiar y también hablé con psicólogas expertas en ludopatía.
—También el personaje de García Robledo, el chico de la máscara, tiene sus claroscuros, ¿qué fue lo primero que percibiste de este protagonista al momento de escribirlo?
—García Robledo es un muchacho que antes de pasar por ese infierno amaba la vida, pero luego de esto se ha decepcionado completamente de ella. Descree de las instituciones de su localidad pero, al igual que Aleida, es un guerrero que, en su caso, salió de su pueblo a buscar si al menos en alguna otra parte existía esa justicia que no lograba encontrar. El lector tendrá que averiguar si con toda esa lucha la logra despojar de la venda que tiene en sus ojos y cambiar la inclinación de esa balanza que parece desvencijada.
—Como ya comentaste, hay una cierta continuidad de “Aguas turbias” con “El ciudadano”, tu anterior novela, ¿qué hilos temáticos presentes en ambas historias te gustaría seguir sosteniendo en un futuro?
—Por el momento los casos judiciales reales o ficticios han sido fuentes de inspiración, no sé si quisiera mantener algún hilo temático en particular, pero sí escribir el tipo de literatura que a mí me gusta leer, aquella que no es puro entretenimiento sino que te deja reflexionando y retrata distintos tipos de realidades, algunas veces invisibilidades o desconocidas para quien no las transita, así como en El Ciudadano abordé, además de la violencia familiar y el funcionamiento de la justicia, la política migratoria argentina. Creo que esa también puede ser una de las funciones de la literatura y de la cultura en general. Como lectora, a los libros que solo me entretienen los olvido no bien termino la última página, en cambio el otro tipo de literatura es la que me ha marcado como persona, no solo la recuerdo sino que en determinados momentos de mi vida regreso a ella para releer, aunque más no sea algún párrafo.
—Como en todo policial, en esta novela hay un crimen alrededor del cual se teje la trama. ¿Cuáles son las emociones que te atraviesan al transitar esos escenarios con la palabra y con la imaginación?
—Creo que en Aguas Turbias, que tiene componentes del policial pero también es un drama y tiene romance, el lector va a atravesar una variada gama de emociones y estados de ánimo. Se me ocurren, por ejemplo, indignación, tristeza, intriga, alegría, entre otras.
—¿Seguirá la doctora Aleida San Martín presente en próximas historias?
—En la novela que estoy escribiendo ahora la doctora San Martín no es parte, pero no descarto que en algún momento vuelva.
—Para concluir, ¿cuál sería el color que elegirías para representar el espíritu de tu novela y por qué?
—Elijo el gris topo, por todo lo que acontece.- El lector tendrá que averiguar si ese color puede llegar a cambiar en algún momento de la novela.
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