

Literatura
Con lecturas, filmes y conciertos, arrancaron los homenajes por los 40 años de la muerte de Cortázar
Aunque no nació ni murió aquí y residió poco más de 30 de los 69 años en que se extendió su vida, la Ciudad de Buenos Aires fue uno de los territorios más entrañables para Julio Cortázar: a partir del lunes, cuando se conmemoraron los 40 años de su muerte, la geografía porteña aloja una programación en homenaje al autor de “Rayuela” que incluye proyecciones de películas, conciertos de jazz -su género musical predilecto- y lecturas que volverán a poner en valor la huella de su literatura en la cultura latinoamericana.
El “Año Cortázar” arrancó el lunes y se prolongará hasta el 12 de febrero de 2025 impulsado por el Ministerio de Cultura porteño, aunque habrá otras actividades por fuera de esa programación que también nutrirán la agenda de tributos. El ciclo abrió con una lectura de fragmentos de “Rayuela”, la obra más icónica del escritor, que con una prosa lúdica de estructura experimental proyectó la literatura en castellano hacia horizontes inexplorados que regaron la creatividad de varias generaciones.
Esa primera actividad tuvo lugar a las 19 en la Biblioteca Julio Cortázar Casa de la Lectura y la Escritura (Lavalleja 924) y estuvo a cargo del escritor Diego Paszkowski, quien leyó acompañado por jóvenes músicos de jazz que interpretaron obras de Frank Churchill, Charlie Parker, Bronislau Kaper, Sonny Rollins, entre otros.
El Centro Cultural Recoleta es otro de los espacios que aloja el homenaje. Por un lado, con una muestra especial que según adelantó la ministra de Cultura porteña, Gabriela Ricardes, se inaugurará a mitad de año y tomará varias salas de la sede, entre ellas la llamada precisamente Cronopios en honor al escritor. Antes, desde el jueves hasta el próximo domingo, ofrecerá un ciclo de cine gratuito que explorará distintos matices de la vida y la ficción del escritor bajo el título “Cortázar, imágenes de muchos mundos”. Las películas que se proyectarán serán “Esto lo estoy tocando mañana” de Karina Wroblewski y Silvia Vegierski (15 de febrero), “La cifra impar” de Manuel Antín (viernes 16) y “Circe”, también de Antín (sábado 17), en tanto que el domingo 18 habrá una película sorpresa.
En tanto, en el Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530) se realizará el viernes 23 a las 18 un encuentro literario gratuito y dirigido al público en general que incluye una lectura de fragmentos de “Historias de cronopios y de famas”, la obra publicada en 1962 que reúne de sesenta y cuatro relatos cortos en los que el sarcasmo y la ironía que esconden entre sus líneas reflexiones filosóficas a través de un lenguaje sencillo y claro.
Durante estos meses están previstas además distintas actividades en las bibliotecas y espacios culturales como lecturas, muestras y la digitalización de todas las primeras ediciones de sus libros. En esta misma línea, la Ciudad está preparando recorridas abiertas a todos el público sobre los lugares más vinculados a Cortázar y su obra, desde el Casco Histórico a su barrio de Agronomía o la Galería Güemes.
Como parte del “Año Cortázar”, también está prevista una jornada especial del Festival de Jazz de este año, que además de estar dedicado a él, tendrá un día con música netamente vinculada a su obra.
El programa anunciado es solo una parte de lo planificado para el “Año Cortázar”, ya que en las próximas semanas se irán anunciando otras actividades que abarcarán desde teatros a bibliotecas y museos o centros culturales.
Por su parte, también en el marco del 40 aniversario del fallecimiento del autor de “Rayuela”, hasta el próximo miércoles se exhibe en el Cine Gaumont el documental “Cortázar & Antín, cartas iluminadas”, de Cinthia Rajschmir, un trabajo estrenado en el Festival de La Habana y en el Bafici en 2019 que obtuvo premios en festivales como Trieste y Punta del Este. A partir de la correspondencia creativa entre el escritor y Manuel Antín, el filme reconstruye la amistad transoceánica que entablaron y aborda la complejidad del compendio estético del lenguaje cinematográfico en la década del 60.
La relación epistolar de la que da cuenta “Cortázar & Antín: cartas iluminadas” nació a finales de la década de 1950, cuando el realizador le escribió por primera vez y con registro formal a Cortázar y cierra con las cartas del final, en las que “se sacan chispas” por las diferencias que tuvieron al momento de la escritura de “Intimidad de los parques”, una de las tres películas que adaptó el cineasta sobre textos del escritor, junto con “La cifra impar” y “Circe”.
Por último, también se realizó este lunes el tour literario “Tras las huellas de Cortázar”, un recorrido peatonal por Buenos Aires que partirá del Teatro Colón y abarcará 10 puntos claves de la ciudad vinculados con el autor de “Los premios”, como Diagonal Norte, Plaza de Mayo, el Estadio Luna Park y la calle Florida.
La vida de Cortázar en Buenos Aires se puede dividir en varias etapas. Desde su llegada a la ciudad en 1918 a la edad de cuatro años, vivió en Banfield hasta 1932, cuando se trasladó a Villa del Parque. Durante este tiempo, pasaba la mayoría de sus días en la Capital Federal. En 1937 se mudó a Bolívar y luego a Chivilcoy para enseñar, regresando a Buenos Aires en los fines de semana. En 1944 comenzó a dar clases en Mendoza, antes de volver a Buenos Aires y luego mudarse a París en 1951. Realizó varias visitas a Buenos Aires, tanto con su esposa como solo, en distintas etapas de su vida.
“Tras las huellas de Cortázar”, organizado por la periodista y guía de turismo Mariana Iglesias, tuvo inicio desde el Teatro Colón (Cerrito 628) concluyendo en la Confitería London City.
Los puntos seleccionados para el tour literario tienen un significado especial, ya que son parte importante de la vida y obra porteña del escritor. Desde su llegada a Buenos Aires en 1918, cuando tenía cuatro años, hasta sus últimas visitas como escritor consagrado, Cortázar estuvo profundamente ligado a la ciudad y sus barrios.

Literatura
Se celebra en la Argentina el Día del Escritor

Este 13 de junio, como sucede cada años, se celebra en la Argentina el Día del Escritor. La conmemoración es en honor al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938), un artista que a través de sus variadas obras lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX.
Lugones nació en la localidad cordobesa de Villa María del Río Seco, se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel del Tigre y fue la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), la que estableció la fecha de su nacimiento para esta conmemoración.
Poeta, narrador, bibliotecario, pedagogo y ensayista, en su obra forjó de hecho una vanguardia literaria que rompió con la herencia hispanista y sentó así las bases de una literatura moderna, siempre en la búsqueda de una lengua propia para nuestro país.
Fue autor de una treintena de libros, entre ellos, “Los crepúsculos del jardín”, “Las fuerzas extrañas”, “Las horas doradas” y “La guerra gaucha”, que fue llevada al cine en 1942 por Lucas Demare.
Para Lugones el rol del escritor estaba unido al destino de su país y, por lo tanto, debía ser parte de su acción política. Admirador de las bibliotecas populares, dirigió hasta su muerte la Biblioteca Nacional de Maestros y contribuyó a diseñar una reforma para la educación secundaria argentina.
Al mismo tiempo, algunos de sus ensayos se constituyeron en hitos de la cultura argentina. Las conferencias que brindó en el teatro Odeón sobre el “Martín Fierro”, en las que comparaba al guacho con la épica homérica, tienen mucho que ver en su constitución como “libro nacional”.
Textos para escuchar
Amigos por el viento – Liliana Bodoc

Julieta Díaz lee el cuento Amigos por el viento, de Liliana Bodoc.
A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.Así ocurrió el día que papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.
– Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
– Me parece bien – mentí.Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:
– No me lo estás deciendo muy convencida…
– Yo no tengo que estar convencida.
– ¿Y eso que significa? – preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.Me vi obligada a levantar los ojos del libro:
– Significa que es tu cumpleaños, y no el mío – respondí.
La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.– Se van a entender bien – dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.
La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. “Se me acaba de romper una copa”, inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías.Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Después pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.– Me voy a arreglar un poco – dijo mamá mirándose las manos. – Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
– ¿Qué te vas a poner? – le pregunté en un supremo esfuerzo de amor.
– El vestido azul.Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarían pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.– ¡Mamá! – grité pegada a la puerta del baño.
– ¿Qué pasa? – me respondió desde la ducha.
– ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.
– ¿Palabras que parecen ruidos? – repitió.
– Sí. – Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg…¡Ring!
– Por favor – dijo mamá -, están llamando.
No tuve más remedio que abrir la puerta.
– ¡Hola! – dijeron las rosas que traía Ricardo.
– ¡Hola! – dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.Yo mira a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas.– Podrían ir a escuchar música a tu habitación – sugirió la mujer que cumplía años, desesperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados.
Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:– ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?
Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.
– Cuatro años – contestó.
Pero mi rabia no se conformó con eso:
– ¿Y cómo fue? – volví a preguntar.
Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.– Fue… fue como un viento – dijo.
Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?
– ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? – pregunté.
– Sí, es ese.
– ¿Y también susurra…?
– Mi viento susurraba – dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
– Yo tampoco entendí. – Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.Pasó un silencio.
– Un viento tan fuerte que movió los edificios – dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces…
Pasó una respiración.
– A mí se me ensuciaron los ojos – dije.
Pasaron dos.
– A mí también.
– ¿Tu papá cerró las ventanas? – pregunté.
– Sí.
– Mi mamá también.
– ¿Por qué lo habrán hecho? – Juanjo parecía asustado.
– Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
– Si querés vamos a comer cocadas – le dije.
Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizá ya era tiempo de abrir las ventanas.
(Audio extraído del programa Calibroscopio del Canal Pakapaka)
Historias Reflejadas
“Más allá de la luna”

Más allá de la Luna
Alguien se había robado la luna. O una parte de ella. Justo ahora que la otra Luna se había ido sin avisar. En eso estaba el niño, que más tarde sería un grande, cuando pudo escuchar lo que los animales comentaban.
No importa lo que dijo la rana, ni el gato, ni los otros gatos del tejado. Ni siquiera es importante lo que susurró la paloma. Lo verdaderamente terrible es que, fuera por el motivo que fuera, la luna había desaparecido. ¿Cuántas lunas había? ¡Qué confusión!
Tal vez, pensaba el niño, a la luna le gustaba cambiar y como era muy coqueta había días en los que no se dejaba ver. En esas noches oscuras, cuando ella estaba sin estar, muchos artistas la pintaban en cielos dibujados para que nadie dejara de admirarla. “¿Y mi Luna?” se preguntaba.
Había que buscar las tres caras de la luna. ¡Además de la suya! ¿Sólo por coquetería a veces se escondía? Era necesario bucear en las noches, mirar un poco más allá para que la luna valiera la pena.
En medio de tanto enredo, el niño, que después fue un grande, hizo un descubrimiento que le permitió mirar el lado oculto de las cosas, las cercanas y las lejanas.
Cierta tarde, cuando sus preguntas se habían enmarañado en una tristeza inexplicable, una lágrima se convirtió en respuesta. Primero fue una idea y muy pronto su imaginación se puso en marcha. Fue justamente por eso que a partir de entonces la vida del niño se transformó. Había nacido un genio, de esos que inventan cosas para que las verdades se revelen.
Un tiempo después, aquel pequeño inventor miraba por la ventana con un gran catalejo todo lo que había más allá de la luna. A su lado otra Luna, que había estado jugando a las escondidas, movía la cola.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Galileo y el cataestrellas”, con textos de Carlos Pinto e ilustraciones de Leo Bolzicco; “Una luna junto a la laguna”, de Adela Basch con ilustraciones de Alberto Pez; “La mejor luna”, de Liliana Bodoc; y “El hombre que creía en la luna”, de Esteban Valentino.
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