Historias Reflejadas
“Los caminos de la magia”
Los caminos de la magia
Los pasos hacia los reinos mágicos se pierden sobre una línea recta.
Un velo nos separa de múltiples mundos, vedados a los ojos de los incrédulos, atrapados entre páginas, construidos por letras que vuelven visible lo invisible.
Hay que seguir las huellas, olfatear los secretos escondidos en la profundidad de los senderos, degustar las imágenes que unos pocos logran saborear.
Una puerta se abre y desde el fondo emergen criaturas capaces de modificar la existencia. Debajo, en los ángulos de unas hojas antiguas, se ocultan verdades que guardan misterios.
Sobre las pupilas de unos ojos predispuestos, un milagro toma forma y se manifiesta. Puentes invisibles se expanden y conducen a los territorios fantásticos en los que todo es posible para comenzar.
Es necesario avanzar hacia los territorios mágicos, sumergirse en sus aromas, acariciar sus evidencias y aferrarse a las luces que desvanecen las sombras.
Aprehender las historias narradas, absorber sus silencios, amarrar nuestra mente a las delicias de un mundo inventado para comprender el nuestro, eso es atravesar los caminos de la magia.
Los pasos hacia los reinos mágicos se pierden sobre una línea recta. Sólo aquellos que estén atentos serán capaces de encontrar en las curvas los nombres que conducen hacia ellos.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Corazón de tinta”, de Cornelia Funke; “Shalko, príncipe de los Okis”, de Helena Okomski; “Los siete nombres”, de Clara Levin; y “La emperatriz de los etéreos”, de Laura Gallego García.
Historias Reflejadas
“El país de los sueños”

El país de los sueños
Adentro de un bostezo viajaba un sueño largo, muy largo. Tan largo que llegaba al otro lado del mundo. Y más allá, a un lugar donde todo era posible.
Un paisaje de colores cayó entre las pestañas, como un viento cargado de novedades. A un costado, justo a los pies de la cama, o tal vez un poco más acá, había un árbol de páginas abiertas, como si de pronto le hubieran crecido cuadernos. Y a los cuadernos, renglones. Y a los renglones, palabras que colgaban de las ramas y contaban una historia.
De pronto, la historia se precipitó sobre el suelo y fue semilla. A la semilla le nacieron brazos, como hojas. ¡Y raíces!
Fue entre esas raíces donde apareció una lombriz. Iba y venía la lombriz, y enredaba la historia. Y entonces se volvió un ovillo de sueños.
Cuando el barquero despertó pudo ver en su almohada un hombrecito de colores. En sus manos, un pájaro verde llevaba en el pico a una extraña hormiga cantora.
Minutos después, cruzaron a través de la ventana y nadaron por el río de la mañana hacia el país de los sueños.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia homenaje a Laura Devetach, los siguientes libros de la escritora: “El enigma del barquero”, “La hormiga que canta”, “La planta de Bartolo”, “Del otro lado del mundo” y “Lombriz que va, lombriz que viene”
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“Diversidad”

Diversidad
Buscaban encontrarse. Los unía un lenguaje invisible, de palabras blandas, que atravesaban los límites para abrir un camino.
Sus voces vibraron desde el silencio. Se miraron más allá de los ojos, del otro lado de los ojos, en esos lugares donde pocos llegaban a ver.
Fue en ese lugar donde se reconocieron, la soledad en un rincón, alargándose para atravesar la mirada. Un viento de colores recorrió sus cuerpos, como si lo que estaba lejos se hubiera vuelto cercano y formara parte de la misma lengua.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “El señor no tan”, de Javiera Gutiérrez ilustrado por Petra Steinmeyer; “Jirafa azul, rinoceronte verde”, de Márgara Averbach ilustrado por Roma; “El niño que no quería ser azul y la niña que no quería ser rosa”, de Patricia Fitti; y “Una jirafa verde”, de Lorena Méndez.
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“Identidad”

Identidad
Sus siluetas colgaban sobre los ladrillos y eran sombras. Los ojos escrutando el espacio conocido, restos de cal y de barro en los que ellos lograban encontrarse.
El pasado se infiltraba por los huecos del presente, una mancha oscura expandía la historia, las moscas aleteaban sobre las capas de vida y removían olores viejos, de sangre, donde se escondían las lágrimas.
Un río hablaba, como una exhalación de verdades guardadas, como el tiempo que fluía y era música sobre sus cuerpos cansados, tan sólo un retorno en el agua de la memoria.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes textos literarios: “Monoblock”, de Karina Sacerdote; “Paraguay”, de Martín Di Lisio; “El puente de las brujas”, de Juan Fernández Marauda; y “Era tan oscuro el monte”, de Natalia Rodríguez Simón.
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