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Historias Reflejadas

“Sin lluvia”

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Sin lluvia

Es una gota,
se alarga,
mueve sus brazos de tinta.
Se alarga la lágrima
al costado del ojo,
avanza sobre la gota que cuelga.
Corre la gota.
Corre la lágrima,
se unen.
Cambian de cara.
Cuelgan manchas que pintan el espacio.
Entre las pestañas
se deslizan lentamente.
Se estrellan contra la hoja,
otra vez.
Es una mancha el enojo,
y el miedo.
¿Cuál es la forma del enojo?
¿En qué manchas habitan los miedos?
Se balancean en el borde de la mirada.
Es otra mancha la tristeza.
¿De qué color es la pena?
Prenden y apagan
el miedo y la pena,
se refleja el enojo.
Son luces en un papel dibujado.
Parpadean.
Hay tormenta y no llueve.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Un papá intermitente”, de Magela Demarco, con ilustraciones de Caru Grossi; “Uno, dos, tres… ¡Juntos otra vez!, de Patricia Iglesias y Damián Zain; “¡Epa, ese miedo no es mío!, de Luciano Saracino y Alejandro O’Kif; y “Don enojo hace a su antojo”, de Mercedes Pérez Sabbi y Rodrigo Folgueira.

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Historias Reflejadas

“Tiempo de cosecha”

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Tiempo de cosecha

El tiempo se había detenido en una de sus innumerables vueltas. En aquella selva de pasiones y olvidos, la naturaleza contaba en ciclos las historias de cada especie. Unos a otros se acompañaban en una melodía perfecta en la que las noches se adherían a los días y las estaciones se hermanaban armoniosas una y otra vez, anunciando la vida y convocando a la muerte.

La niña sabía que tan solo una cortina apenas visible los separaba del mundo de los que habían partido. Es que en realidad para ella nunca lo habían hecho, porque sus ojos sabios aún los reconocían a través de la densa niebla que se empeñaba en separar lo evidente. El armonioso decir de cada uno de los seres que habitaban aquel espacio sin horas, resguardado de malicias, le llegaba justo para comunicar lo importante y para advertir acerca de los peligros. Y era la misma muerte la que ahora hablaba a través de ese árbol de ramas retorcidas y raíces firmes la que enredaba a todos con sus palabras vivas.

La niña pudo verla y escucharla. La mujer que habitaba más allá de las ramas, y que por momentos se desvanecía entre las raíces, tenía un claro mensaje para darles. Les tocaba a ellos resguardar cada uno de los tesoros que los rodeaban. Hubo un tiempo en el que la imprudencia y la codicia de los hombres devastaron esas tierras. También existió otro en el que las semillas volvieron a germinar y se abrieron paso atravesando la tristeza de cada partícula de tierra intentando un futuro. Hoy eran árboles capaces de recrear la vida y esos seres, recortados en un tiempo nuevo, estaban allí para protegerlos. La mujer que habitaba detrás de la vida se sumó al destino, alargó sus manos nudosas, afirmó sus pies enraizados con su árbol y dispersó sobre ellos nuevos brotes que multiplicarían la esencia de aquel pueblo detenido en alguna de las vueltas del tiempo, en la eternidad.

Andrea Viveca Sanz

Se reflejaron en este cuento “La mujer habitada” de Gioconda Belli, “Donde el corazón te lleve” de Susanna Tamaro, “Los días de la sombra” de Liliana Bodoc, “La ciudad de las Bestias” de Isabel Allende.

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“Desierto de palabras”

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Desierto de palabras

En el eco del pueblo las palabras susurradas se perdían con el viento. Hacía mucho tiempo que las voces se escondían debajo de las rocas. Alguien había dicho que no faltaba mucho para que todos los sonidos se apagaran para siempre.

Sin embargo, la vida todavía seguía murmurando cosas, que el aire se encargaba de cambiar de color. Y ellos, que temían a la oscuridad, no querían encerrarse con los fantasmas. Era justamente por eso que sorbían la vida de a poco, y de este modo evitaban que lo que se había convertido en un mero depósito de la muerte, no se convirtiera tan solo en una imagen congelada, en una fotografía eterna, carente de sensaciones.

Estaban convencidos de que si lograban conservar la conciencia lograrían la inmortalidad, y eso solo es posible si no se teme a la muerte. Porque los gritos ahogados en el desierto de sus vidas se entrelazaban en un túnel oscuro y largo que los trascendía. Un túnel que recreaba cada una de las circunstancias que se perdían en el tiempo de los relojes, ajenos a toda emoción, centinelas constantes de una muerte anunciada.

Tenían que construir futuros posibles, diseñar en sus mentes senderos bifurcados que incluyeran en sus pasos las posibles creaciones del universo de arena en el que estaban atrapados. Es que la esperanza estaba alojada, con sus infinitas dimensiones, en ese lugar que los abarcaba y los contenía: un libro, el universo creado.

 Andrea Viveca Sanz

En este cuento se reflejaron las siguientes historias: Laberinto, poema de Jorge Luis Borges, La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, El Túnel, de Ernesto Sábato, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

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“El silencio”

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El silencio

La historia colgaba de las ramas. Cada tanto, una brisa suave balanceaba las palabras. Era allí, en ese movimiento imperceptible que ocurría a pesar de los agujeros negros, donde la maravilla se manifestaba. Y aunque el agua y el fuego habían arrastrado los sonidos cotidianos, aunque el miedo y la culpa se enredaran una y otra vez, en los bordes de los cuerpos siguieron adelante. Todos sabían. El vacío de las voces tenía la textura de las cosas que no se nombran. Áspero y rugoso, lo que no se pronunciaba crecía y se desparramaba desde el fondo de las bocas cerradas.

Fue entonces, en un claro del camino, en un punto de ramificación del lenguaje, cuando descubrieron que el simple gesto de nombrar abría alas y ventanas.

Y una palabra llamó a la otra y esta otra a otra más. El murmullo creció y se multiplicó, como un rumor. Como si cada verbo fuera capaz de volar y con su vuelo pudiera mover una parte de la historia que colgaba de las ramas y del tiempo. Como si se tratara de un rugido en el centro de un silencio.

Andrea Viceca Sanz (@andreaviveca)

Se reflejan en esta historia los siguientes textos: “Los agujeros negros”, de Yolanda Reyes con ilustraciones de Daniel Rabanal; “Lo que Teo no dice”, de Gabi Casalins con ilustraciones de Laura Aguerrebehere; “Los dinosaurios son pura historia”, de Márgara Averbach con ilustraciones de Daniela López Casenave; y “Un rugido en la selva”, de María Fernanda Karageorgiu y Alejandra Karageorgiu.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
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