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Entrevistas

Lucía Moccia: “Prefiero que la música logre expresar todo lo que una situación me esté generando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Algo se suelta, las letras desprenden el sonido, crece la música sobre las palabras, precipitan, riegan la tierra reseca, son notas transmutadas, vientos sonoros, en el aire, en las manos que se abren, siembran, cosechan, se mimetizan con el paisaje.

Lucía Moccia es música, clown y actriz, su voz y la guitarra criolla son hilos que se proyectan en el paisaje, tejen otras realidades, más allá de las palabras.

En diálogo con ContArte Cultura la artista cordobesa radicada en la ciudad de La Plata cuenta sus vivencias en el camino del arte y nos habla sobre su obra.

—Para comenzar esta charla vamos a poner en tus manos una caja imaginaria donde permanece escondida la estrofa de una canción. Te pedimos que la abras, que te detengas en los detalles que percibís y que nos digas qué tienen que ver con vos esas palabras que ascienden y se sueltan.

“Desaprender lo que creo haber aprendido, confiar en las ideas, cuestionar el nido. Que tu arte se empobrece al compararse lo se…” Adrián Berra

—Esta estrofa, y particularmente la última frase, estuvo resonando en mi durante mucho tiempo. Me hizo un click porque muchas veces me encontré comparándome con otres artistas y así coartando mi creatividad. Desde que la escuché, la tarareo cada vez que me descubro de nuevo en esta situación, para recordar la importancia de algunas cosas. Creo que no somos ajenas a los mecanismos de comparación y competencia que genera el sistema capitalista. Estamos bombardeades de falsos exitismos, que buscan empobrecernos para hacernos llegar a un estereotipo de artista que, además de ser individual, se torna inalcanzable para las grandes mayorías. Cuando logré dejar de compararme con otres y encontrar en mí un camino único, como el que cada ser tiene para sí, entendí que la real satisfacción está en comprometerse con el propio camino artístico, indagar y trabajar mucho en ello. Tenemos que luchar diariamente contra estos fantasmas, externos e internos, pero creo que cuando nos volvemos genuines en nuestra expresión empezamos a estar mucho más segures de nosotres mismes y logramos compartirnos con mayor generosidad. Desde esta perspectiva encaro todas mis composiciones y así disfruto de sus procesos, aunque a veces puedan tener momentos frustrantes o no tan lindos. Si bien obviamente busco un criterio estético en las canciones, no es en lo que más me interesa indagar. Prefiero que la música logre expresar todo lo que una situación, vínculo, sentimiento, etc., me esté generando, hasta incluso que me divierta y que rompa mis propias estructuras; que logre expresar algo que también a otres les pueda hacer bien escuchar; que genere cosas, que nos mueva adentro.

—Si pudieras volver el tiempo atrás y detenerte en el instante o en los días en que sentiste que el arte sería parte de tu vida, ¿qué objetos simbólicos veríamos en la foto de ese momento?

—Disfraces, CD’s y casetes de María Elena Walsh, Joaquín Sabina, Estopa, Manu Chao e Ismael Serrano. Una escenografía armada de papel crepe, plantas y muñecos en la habitación de una niña, y algún grabadorcito de casete encendido por ahí.

—Distintas ramas del arte son parte de vos ya que transitás el camino de la música, pero también del teatro y la expresión corporal, ¿cuál es el punto de contacto de estas disciplinas que te permiten explorar las emociones desde el cuerpo y desde la voz?

—Encontré que el punto de contacto entre estas disciplinas se llama “Cuerpo escénico”, a partir de ahí se desprenden muchísimas cosas en relación a la percepción de las emociones en las que sigo investigando. Pero creo que las que hoy pueden sintetizar un poco de todo esto son: la mirada, la presencia y la proyección. La mirada de le artista hacia el público y hacia sus compañeres de escena, pero también la mirada del público hacia le artista, la percepción de esta es fundamental; la presencia es una de las mejores herramientas que creo que brindan el teatro y la expresión corporal para quienes venimos más del palo de la música, poder “estar” presentes en escena y habitar allí todo lo que sucede, ya sea emociones, estados corporales, sonidos, miradas… es verdaderamente un regalo porque nos permite conectarnos con el disfrute; la proyección es una herramienta del teatro, y también del canto, que se vincula mucho con la presencia, tiene que ver con “crecer” en escena, con ocupar todo el espacio y actuar en relación a él. Se nota mucho cuando une intérprete musical tiene en cuenta estas cuestiones, ayuda a que el público pueda entrar en su viaje y ahí es cuando la escena se completa.

—¿De qué manera vivís el proceso de componer tus canciones? ¿Qué cosas cotidianas se convierten en disparadores de un tema?

—Últimamente mis disparadores fueron la naturaleza, el silencio y el vacío. Creo que tiene que ver con estos años de pandemia, hay algo de la contemplación que se modificó. La eliminación de estímulos externos aportó mucho a eso. Las emociones fueron y siguen siendo otra gran fuente de inspiración. La acción catártica y la canalización de las mismas a través del arte es un proceso terapéutico que recomiendo enormemente transitar. Los vínculos son otra fuente, poder verlos con conciencia y desde la convicción de que todo lo que es afuera es adentro y viceversa. Por último, el trabajo diario, el regar cada día un poquito las obras como si fueran plantas, las que si no las regamos se mueren. “Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando” es una sabia frase de Pablo Picasso que me gusta compartir siempre que se habla acerca de la inspiración y los procesos creativos.

—¿Cómo viviste la experiencia de revivir un repertorio de tango hecho por mujeres de los años ‘30 y ‘40?

—Fue bellísimo, primero porque el motor fue un viaje a Europa con mi familia. Antes de partir ya tenía organizadas varias fechas en las que decidí trabajar específicamente un repertorio de tango. Entonces, gracias a la ayuda de un familiar, comencé a tomar clases con Edgardo González, un gran guitarrista y docente. Al momento de elegir el repertorio, no me sentía identificada con ninguna letra por su impronta machista. Fue por esto que me puse a indagar en mujeres tangueras y encontré que muchas de ellas firmaban con seudónimos masculinos para poder presentar sus canciones, así que de algunas se perdieron los registros. Pero conocí a las grandes referentas de los años ‘30 y ‘40 que me influenciaron e inspiraron mucho: Rosita Quiroga, Azucena Maizani, Tita Merello, Ada Falcón, entre otras. No sólo por sus brillosas voces y talento sino también por sus historias de vida. Además, ese año descubrí una banda de tango hecho por mujeres, contemporánea a mí, llamada China Cruel (de la cual recomiendo escuchar todo su material porque no tiene desperdicio alguno). Las letras y músicas, escritas y compuestas por su directora Verónica Bellini, tocan temáticas actuales y desde una perspectiva netamente feminista. Con todo este combo fue que armé este espectáculo tanguero para viajar.

—¿Qué otros géneros musicales vivenciaste a lo largo de tu carrera?

—Vivencié varios géneros. De atrás para adelante les cuento que comencé tocando la flauta traversa en una banda de folklore tradicional. Luego llegó a mí el flamenco fusión y más tarde el flamenco más puro, que fueron mis grandes escuelas. Creo que el flamenco es uno de los géneros que más me ha influenciado por su pasión e interpretación y su función social. Pasé también por una banda de funk tocando la traversa que me influenció mucho. Además, candombe y murga uruguaya, sin contar el tango antes mencionado. En los últimos años me dediqué a conformar dúos y tríos del género canción, perfilando la búsqueda hacia la canción de autora que es a lo que me estoy dedicando ahora.

—¿Cuál creés que es el instrumento musical con el que te sentís identificada?

—La voz.

—¿Cómo llevaste adelante la producción de tu primer vídeo clip “Amiga mía” y quiénes colaboraron en ese proceso?

—“Amiga mía” fue un canto a la amistad literalmente. En plena pandemia, dónde decidí comenzar a “profesionalizar” mi arte, le escribí a una vieja amiga de la secundaria llamada Sol Janik, quien después de la escuela se había dedicado al cine. Gracias al primer confinamiento obligatorio pude apreciar los excelentes trabajos que Sol había realizado a lo largo de su carrera y recién estaba subiendo a YouTube. Fue entonces que ella aceptó con alegría mi propuesta de trabajar juntas. Sol vive en la Ciudad de Buenos Aires y mantuvimos largas charlas por medio de WhatsApp creando muy de a poco esta producción. Estábamos en pleno 2020 con todas las incertidumbres y angustias sociales y personales, nos fuimos acompañando en todas esas, con nuestros altibajos. Paralelamente, en la Acustisala (un estudio de grabación autogestiva) con Matías Fagés fuimos grabando la canción en la que participaron Josefina Merlino en guitarra y voces y Nataly Ayala en percusión y voces. Luego Pablo Formica fue quien hizo la mezcla y masterización. Finalmente, a finales de noviembre, ampliamos el grupo de amigas y las reunimos a todas en la casa de dos de ellas. Por un lado, las platenses en la puesta en escena y por otro las porteñas, Sol junto a dos amigas más de la secundaria se encargaron de la producción y el detrás de escena. En medio del rodaje se nos cortó la luz, ¡nos pasó de todo! Pero fue alta jornada y resultó maravillosa, llena de encuentro, frescura y amistad. Eso creo que es lo que más se ve reflejado en el video.

—Estás presentando tu primer EP “Abrir más”, que atraviesa géneros bien distintos, ¿qué líneas conectan musicalmente a los seis temas que lo constituyen?

—Las líneas que conectan los seis temas son la sonoridad de la (guitarra) electro criolla y mi voz. Por otro lado, que todas hablan de procesos profundos, de trasmutación vincular e interna. Por eso se llama “Abrir más”: abrir más el corazón a todo esto que es y que fue, por mucho más que vendrá.

—¿Cuáles son los proyectos de Lucía Moccia para el 2022?

—Quiero generar una obra que fusione el clown y la música. También durante este año estuve trabajando en la composición de algunas “micro-canciones” que me gustaría grabar en un tercer material discográfico en 2022. Y por último estoy realizando una investigación sobre el cuerpo escénico en intérpretes musicales que desprenderá para el año que viene varios talleres y experiencias de producción colectiva bien interesantes.

—¿Dónde pueden encontrarte aquellos que deseen conocer tu música? —Mi Instagram es @luciamocciamerchan, ahí hay algunos videítos que no están en otros lados y además pueden enterarse de las próximas fechas. También pueden escuchar mi música en Bandcamp, YouTube y Spotify, aunque el disco de “Tangos” está solamente en la primera.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
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