

Historias Reflejadas
“Un cuento especial”
Un cuento especial
Atrapado en un colorín muy colorado, gritaba furioso un lápiz. De su punta alterada escapaban patadas rayadas, suspiros dibujados y letras rabiosas.
No era cualquier lápiz. ¡No! Este lápiz bailarín era capaz de enredarse en las travesuras más traviesas, y entre tropezones y tropiezos fue capaz de lanzarse sobre un papel que lo miraba, blanco del susto y que de tanto miedo se puso a llorar, o a llover, aunque este detalle ya no era importante. Fue en ese momento exacto cuando ocurrió el milagro. Porque juntos, entrelazados por la lluvia o por las lágrimas, lápiz y papel dieron nacimiento a un cuento pasado por agua.
No “había una vez” en este cuento tan mojado, porque se lo había llevado la inundación y se había hundido tan profundo que era difícil encontrarlo. Tanta agua acumuló el llanto que se convirtió en laguna, mientras el lápiz seguía dibujando animales que se perdían entre risas y cantos, entre sueños y leyendas, entre adivinanzas y enojos. Pelos, plumas y escamas se caían de a trazos cuando el lápiz danzaba. Todos eran uno en esa historia empapada que una abuela contaba en algún lugar del planeta. Y así, de abuela en abuela, llegó a las manos de una que era muy moderna, porque era capaz de guardar sus relatos en un disco, el propio, ya que se trataba de una abuela electrónica. Claro que por su condición ella no podía mojarse y así se complicaron las cosas, las del cuento mojado y las de la abuela, que con el agua empezó a desprender chispas y estas detuvieron el cuento que ya no podía contarse.
Atrapado en el colorín colorado, había una vez un cuento que un lápiz no pudo terminar de escribir.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Había una vez un lápiz” y “Había una vez un cuento”, de Adela Basch; “La abuela electrónica y algunos cuentos de su diskette”, de Silvia Schujer; y “Noches de laguna llena”, de Silvia Paglieta.

Historias Reflejadas
“Encuentro”

Encuentros
Hay historias que habitan detrás de los ojos, donde las miradas revelan lo que existe más allá de lo que se puede ver.
Sobre las pupilas brilla una revelación atrapada en un silencio.
Un diálogo mudo comienza a rodar entre dos seres dispuestos a contarse verdades ocultas.
Siempre es posible perderse en la aridez de un paisaje que bordea a las almas quietas.
Un aleteo de palabras inmóviles se entrelaza con los gestos de quienes se atreven a soltar las cargas para compartirlas.
El diálogo cae, imprevisible y sereno, y conquista el espacio. Todo resplandece en ese intercambio de sonidos vivientes.
Un murmullo apenas audible arrastra las miradas que se cruzan soltando penas. Los nudos de una existencia vacía se aflojan para soltarse.
El viento borra las huellas del camino y aquellos que se buscan logran aproximarse, aún entre las paredes de papel que encierran un mensaje que no llega.
Una voz formula las preguntas que no encuentran respuestas. Las letras flotan en el aire y se desparraman en emociones compartidas.
En la quietud de un silencio, alguien desea ser escuchado.
Habitar el mundo del otro, hundirse en sus raíces y florecer con él, eso es encontrarse.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia los siguientes cuentos: “Los bultos” del libro “La sombra del fondo y otros cuentos”, de Carlos Hugo Aparicio; “La carta”, de Viviana Rivero, del libro “Diez lugares mágicos de la Argentina, Historia y cuentos”, de Rivero y Lucía Gálvez; “Conversación en la terminal” del libro “Del cielo a casa”, de Hebe Uhart; y “Tiempo para vivir, tiempo de morir”, de Adolfo Argentino Golz, del libro “Cuentos regionales argentinos” (Corrientes-Chaco-Entre Ríos-Formosa-Misiones- Santa fe).
Historias Reflejadas
“Punto y aparte”

Punto y aparte
La vida se detiene en un punto oscuro, denso, pesado, imposible de atravesar.
El pasado se aquieta en los dobladillos de una memoria que no quiere recordar pero recuerda.
Sombras errantes dibujan figuras nuevas, perdidas en la fragilidad de algunos instantes.
Los pies inmóviles se resisten a avanzar sobre los escombros de lo que fuimos.
Nada es permanente. El presente se abre como un abanico incapaz de acariciar el aire que nos circunda y nos invita a una marcha ciega.
Todo se ramifica en los rincones de la existencia. Las emociones son fantasmas que buscan un refugio, espectros de ese ayer borroso que se escurre de nuestras manos.
Las palabras son puntadas que unen la trama de cada momento vivido, sin embargo, ya no hay trama porque tampoco hay palabras capaces de remendar lo descosido.
Es posible desandar el camino, enredarse en fotos viejas, derretidas por la insensatez de la nostalgia y atreverse a seguir.
Existe una distancia del tiempo, un paréntesis que nos separa de aquel punto siniestro que divide nuestras vidas.
Hay que saltar más allá del punto. En otro renglón de nuestra existencia, un arcoíris se impone a las tormentas.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Misión olvido”, de María Dueñas; “Como el arcoíris después de la tormenta”, de Sabrina Mercado; “Rosas colombianas”, de Ana María Bovo; y “El brillo de la estrella del sur”, de Elizabeth Haram.
Historias Reflejadas
“Las ramas del sueño”

Las ramas del sueño
Sobre los bordes del sueño asoman las voces de un pasado que extiende sus brazos y se duplica en un futuro incierto.
Pasos oscuros delimitan las siluetas de otro yo, que resbala en las noches por encima de los adoquines de una calle imaginada.
En los dobleces del tiempo alguien cree saberlo todo, porque mucho antes ya lo había sabido.
La sangre se escurre por los fragmentos de la memoria y se detiene en un mañana rojo que aún no sucedió.
Un laberinto de líneas infinitas se abre paso en la mente de aquel que abraza las horas, pálidas de ideas.
Hay una sentencia que atrapa y esconde las verdades en una pesadilla sin formas.
Los fantasmas se aventuran en la noche y narran una historia de historias, encadenadas en la sutileza de un recuerdo.
Adentro, el futuro se desparrama en estelas luminosas que replican lo que afuera se detiene en un instante lejano, silenciado en el mutismo de los genes que se entregan a la novedad.
Sin embargo, en un rincón distante, atravesado por las ramas del sueño, duerme aquello que aún no nos atrevimos a soñar…
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “El peatón de Ray Bradbury” y “El eclipse”, de Augusto Monterroso (libro Cuentos Clasificados 0); “La noche boca arriba”, de Julio Cortázar (libro Final de juego); “La mesa suspendida”, de Sara Bonfante (libro Arroyo de Cenizas, prosa selecta); y “Las hojas del ciprés”, de Jorge Luis Borges (libro Los conjurados).
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