

Literatura
Isabel Allende, su nuevo libro y su nuevo amor
Corre 2016 en Nueva York y la ciudad es declarada en estado de emergencia. El frío invierno y la cantidad de nieve caída se vuelven una pesadilla. Nadie puede moverse de su hogar. Lucía Maraz es una periodista chilena que vive una temporada como invitada en la Universidad de Nueva York. Pero pasará varios días encerrada por la tormenta. Lucía arrienda un pequeño departamento en el sótano de una antigua casona de ladrillos en Brooklyn. Su casero es su jefe de la universidad, Richard Bowmaster, quien habita el piso superior de la casona.
Lucía tenía “el carácter estoico de la gente de su país: estaba habituada a terremotos, inundaciones, tsunamis ocasionales y cataclismos políticos; si ninguna desgracia ocurría en un plazo prudente, se preocupaba”, se lee en Más allá del invierno, la nueva novela de la escritora Isabel Allende (75).
En cambio, Richard hace varios años “vivía en un entorno perfectamente controlado, sin sorpresas ni sobresaltos, pero no había olvidado del todo la fascinación de las pocas aventuras de su juventud…”, relata el ejemplar que llegará a librerías chilenas el próximo 20 de junio, editado por Plaza & Janés.
Lucía tenía 62 años y Richard, un año menos. Ambos enfrentaban la madurez en soledad, dedicados a sus labores profesionales. Ella venía saliendo de una desilusión amorosa, luego de su divorcio con Julián, quien le había sido infiel. Mientras que Richard se casó con “una joven voluptuosa”, y juntos vivieron en Brasil.
Los dos adultos deberán enfrentar el drama de Evelyn Ortega. La joven guatemalteca indocumentada se cruzó en sus vidas cuando en plena tormenta Richard tuvo que salir de urgencia en su auto. En una calle Evelyn asustada chocó el auto de Richard. Pocas horas más tarde ella termina en la casona ubicada en Brooklyn. Finalmente los tres, Lucía, Richard y Evelyn, no solo deberán superar juntos el paso de la tormenta, sino también una serie de desafíos que los obligará a salir a la carretera. La aventura arranca cuando un cadáver es encontrado en el automóvil que manejaba la joven migrante.
“El caso de Evelyn es como el de los muchos casos que me toca ver en la fundación que tengo, donde en diferentes programas ayudamos a los refugiados. Entonces no tuve que inventar al personaje, porque existe. Tal vez no igual, pero con otro nombre. Ella representa a los más vulnerados, los que no tienen derecho a nada, a los primeros que caen cuando hay un problema”, dice Isabel Allende, al teléfono desde California, donde vive hace más de 30 años. La conversación con La Tercera ocurrió antes de su viaje para presentar Más allá del invierno en la Feria del Libro de Madrid. De la novela se imprimieron 300 mil ejemplares para distribuirse en los países de habla hispana.
Ocurrió el lunes de la semana pasada en España. “Vestida con una casaca color mimosa y maquillada como para una boda”, describió el diario El País a la Premio Nacional de Literatura 2010, quien se presentó en la Casa América de Madrid. El títular de esa nota llamó la atención y fue replicado en la prensa de Latinoamérica: “Me he enamorado de nuevo a los 75. No hay amor sin riesgo”.
Mientras escribía su última novela, la autora más leída de la lengua española, con 67 millones de copias vendidas, encontró un nuevo amor. Su relación con Willie Gordon, tras 27 años de matrimonio, finalizó en 2015. Así es como Más allá del invierno está dedicada a Roger Cukras “por el amor inesperado”.
Al otro lado del teléfono Allende sonríe. Hablará del abogado que la tiene contenta y de sus planes en pareja. “Nos conocimos en junio del año pasado. El me escuchó en una entrevista por la radio y me escribió un mensaje a la oficina. Y al día siguiente me escribió de nuevo, al otro día también, y además me envío un ramo de flores… Y así estuvo un tiempo hasta que en octubre tuve que ir a Nueva York y lo conocí, y fue amor a primera vista. El tiene toda una vida de experiencias y mi vida, imagínate, es súper complicada. Pero cuando hay un corazón abierto uno corre el riesgo, ¡Qué vas a perder!”, expresa la autora de La casa de los espíritus.
En el transcurso del diálogo Allende pregunta por los candidatos presidenciales. “Me alegra que se haya aprobado el voto en el extranjero. Sin duda voy a votar. No sé por quién, hay tanto candidato que veré cómo se van definiendo. Ahora no sé qué cosa nueva puede estar ofreciendo Sebastián Piñera”, dice.
Otras aventuras
Lucía Maraz, la protagonista de la novela, y su hermano mayor, Enrique, crecieron en ausencia paterna. Fueron criados por su madre Lena. Los hermanos participaron en los movimientos sociales del Chile de los 60. Pero el Golpe de Estado de 1973 los separó para siempre. Lucía partió al exilio en Venezuela y de Enrique no se supo más tras haber sido acusado “de ser guerrillero”.
En tanto Richard Bowmaster, de origen alemán, tenía un carnet con el que compraba marihuana para uso medicinal. Con la yerba preparaba queques, ya que padecía de úlcera y dolores de cabeza. Y Evelyn, la más joven de los tres, tenía experiencias más radicales. La chica tímida, que cuidaba a un niño con parálisis cerebral de una familia neoyorquina, había sufrido la violencia de las pandillas criminales: su hermano Gregorio fue asesinado por los Maras. Ahora, a los tres personajes los unirá el ser extranjeros en Norteamérica.
Para Allende, el epígrafe de su libro guía la historia y la de su vida actual. La cita es de Albert Camus: “En medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible”.
¿Cuánto de su biografía hay en la novela?
El libro es autobiográfico con respecto al amor maduro, que es lo que me está pasando a mí ahora. Yo me separé de mi marido muy tarde y luego viene la pregunta lógica: ¿Uno es capaz de enamorarse en la vejez? Con respecto a la novela, yo soy mucho más vieja que la protagonista del libro (se ríe)… Pero lo cierto es que yo siempre he creído que el amor se da a cualquier edad si uno está abierto. Esta novela viene de la cita de Camus, que de alguna manera me dio la estructura del libro. La idea de que todos pasan el invierno real, y que también es el invierno metafórico de las vidas de estas tres personas de la novela, que están como detenidas en un momento invernal. Y bueno, luego hay una circunstancia que los saca de allí y los tres descubren que hay en ellos un verano invencible, que todos tenemos, que es la capacidad de alegría y de conectarse con el corazón.
¿Qué sabía de pandillas como los Maras?
Esas pandillas partieron en Los Angeles. Después fueron deportados y volvieron a El Salvador, Honduras, Guatemala y formaron allá nuevas pandillas, y ahora son una red internacional. Son más de 70 mil pandilleros que cometen las atrocidades más grandes, que incluyen violaciones, secuestros, asesinatos, y el liderazgo del narcotráfico. De todas ellas la peor es la MS-13, la Salvatrucha. Y conozco víctimas de esas pandillas, que reclutan a los muchachos. Nadie emigra por gusto. La gente se convierte en refugiado o exiliado porque viene escapando de algo. La gente llega a EEUU escapando de la pobreza, pero también del crimen, la violencia y la corrupción. Además, las mujeres son víctimas también por el solo hecho de ser mujeres.
¿Es más complejo con Donald Trump?
Lo que ha disminuido es el número de refugiados que quieren entrar. La deportación no resuelve el problema, sino la causa por el que se produce y eso está en los países de origen, donde hay una desigualdad tremenda.
Richard consume marihuana como uso medicinal ¿Qué opina de su legalización?
Aquí ya hay varios Estados que tienen aceptado su uso medicinal que sirve, por ejemplo, para combatir el insomnio como para aplacar el dolor. Yo no fumo porque me hace pésimo, pero conozco a muchas personas que fuman y eso no te convierte en un adicto. Yo creo que la legalización permitiría el pago de impuestos y un mayor control. Creo que hay todo un mito con respecto a la marihuana, hay gente que le da terror la pura palabra. Mi ex marido me cuenta que en California cuando él tenía 10 años, la gente plantaba marihuana en el jardín y que era más fácil conseguir en el colegio un pito de marihuana que un cigarrillo. También está la satanización de la marihuana, de que es una droga que abre la puerta a otras drogas más fuertes. Y el problema de las drogas lo he vivido de cerca: los tres hijos de Willy eran drogadictos, dos de ellos murieron y el otro no tiene vida por la droga.
¿Se proyecta con su nueva pareja?
Bueno él ahora está planeando venir a vivirse conmigo a California (se ríe). Y no es que yo ande apurada, pero a la edad que tengo ¿Cuántos años más me quedan por vivir? No sé… Ahora él es abogado y trabaja a tiempo completo. El dice que puede hacer una parte del trabajo a distancia porque no va mucho a tribunales. Ya estuve con él en Chile. Se los presenté a mis viejos. Mi padrastro, el tío Ramón, tiene 101 años y mi madre 96 años. Y al tío Ramón le dije: “Le presento mi nuevo pololo”. Y me dijo: “¿Cómo? ¡Otro más!” (Se ríe). Pero le cayó bien a todo el mundo, lo llevé al desierto de Atacama. Fue una bella experiencia.
(Nota de Javier García en www.latercera.com)

Literatura
Se celebra en la Argentina el Día del Escritor

Este 13 de junio, como sucede cada años, se celebra en la Argentina el Día del Escritor. La conmemoración es en honor al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938), un artista que a través de sus variadas obras lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX.
Lugones nació en la localidad cordobesa de Villa María del Río Seco, se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel del Tigre y fue la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), la que estableció la fecha de su nacimiento para esta conmemoración.
Poeta, narrador, bibliotecario, pedagogo y ensayista, en su obra forjó de hecho una vanguardia literaria que rompió con la herencia hispanista y sentó así las bases de una literatura moderna, siempre en la búsqueda de una lengua propia para nuestro país.
Fue autor de una treintena de libros, entre ellos, “Los crepúsculos del jardín”, “Las fuerzas extrañas”, “Las horas doradas” y “La guerra gaucha”, que fue llevada al cine en 1942 por Lucas Demare.
Para Lugones el rol del escritor estaba unido al destino de su país y, por lo tanto, debía ser parte de su acción política. Admirador de las bibliotecas populares, dirigió hasta su muerte la Biblioteca Nacional de Maestros y contribuyó a diseñar una reforma para la educación secundaria argentina.
Al mismo tiempo, algunos de sus ensayos se constituyeron en hitos de la cultura argentina. Las conferencias que brindó en el teatro Odeón sobre el “Martín Fierro”, en las que comparaba al guacho con la épica homérica, tienen mucho que ver en su constitución como “libro nacional”.
Textos para escuchar
Amigos por el viento – Liliana Bodoc

Julieta Díaz lee el cuento Amigos por el viento, de Liliana Bodoc.
A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.Así ocurrió el día que papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.
– Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
– Me parece bien – mentí.Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:
– No me lo estás deciendo muy convencida…
– Yo no tengo que estar convencida.
– ¿Y eso que significa? – preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.Me vi obligada a levantar los ojos del libro:
– Significa que es tu cumpleaños, y no el mío – respondí.
La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.– Se van a entender bien – dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.
La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. “Se me acaba de romper una copa”, inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías.Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Después pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.– Me voy a arreglar un poco – dijo mamá mirándose las manos. – Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
– ¿Qué te vas a poner? – le pregunté en un supremo esfuerzo de amor.
– El vestido azul.Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarían pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.– ¡Mamá! – grité pegada a la puerta del baño.
– ¿Qué pasa? – me respondió desde la ducha.
– ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.
– ¿Palabras que parecen ruidos? – repitió.
– Sí. – Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg…¡Ring!
– Por favor – dijo mamá -, están llamando.
No tuve más remedio que abrir la puerta.
– ¡Hola! – dijeron las rosas que traía Ricardo.
– ¡Hola! – dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.Yo mira a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas.– Podrían ir a escuchar música a tu habitación – sugirió la mujer que cumplía años, desesperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados.
Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:– ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?
Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.
– Cuatro años – contestó.
Pero mi rabia no se conformó con eso:
– ¿Y cómo fue? – volví a preguntar.
Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.– Fue… fue como un viento – dijo.
Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?
– ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? – pregunté.
– Sí, es ese.
– ¿Y también susurra…?
– Mi viento susurraba – dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
– Yo tampoco entendí. – Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.Pasó un silencio.
– Un viento tan fuerte que movió los edificios – dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces…
Pasó una respiración.
– A mí se me ensuciaron los ojos – dije.
Pasaron dos.
– A mí también.
– ¿Tu papá cerró las ventanas? – pregunté.
– Sí.
– Mi mamá también.
– ¿Por qué lo habrán hecho? – Juanjo parecía asustado.
– Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
– Si querés vamos a comer cocadas – le dije.
Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizá ya era tiempo de abrir las ventanas.
(Audio extraído del programa Calibroscopio del Canal Pakapaka)
Historias Reflejadas
“Más allá de la luna”

Más allá de la Luna
Alguien se había robado la luna. O una parte de ella. Justo ahora que la otra Luna se había ido sin avisar. En eso estaba el niño, que más tarde sería un grande, cuando pudo escuchar lo que los animales comentaban.
No importa lo que dijo la rana, ni el gato, ni los otros gatos del tejado. Ni siquiera es importante lo que susurró la paloma. Lo verdaderamente terrible es que, fuera por el motivo que fuera, la luna había desaparecido. ¿Cuántas lunas había? ¡Qué confusión!
Tal vez, pensaba el niño, a la luna le gustaba cambiar y como era muy coqueta había días en los que no se dejaba ver. En esas noches oscuras, cuando ella estaba sin estar, muchos artistas la pintaban en cielos dibujados para que nadie dejara de admirarla. “¿Y mi Luna?” se preguntaba.
Había que buscar las tres caras de la luna. ¡Además de la suya! ¿Sólo por coquetería a veces se escondía? Era necesario bucear en las noches, mirar un poco más allá para que la luna valiera la pena.
En medio de tanto enredo, el niño, que después fue un grande, hizo un descubrimiento que le permitió mirar el lado oculto de las cosas, las cercanas y las lejanas.
Cierta tarde, cuando sus preguntas se habían enmarañado en una tristeza inexplicable, una lágrima se convirtió en respuesta. Primero fue una idea y muy pronto su imaginación se puso en marcha. Fue justamente por eso que a partir de entonces la vida del niño se transformó. Había nacido un genio, de esos que inventan cosas para que las verdades se revelen.
Un tiempo después, aquel pequeño inventor miraba por la ventana con un gran catalejo todo lo que había más allá de la luna. A su lado otra Luna, que había estado jugando a las escondidas, movía la cola.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejan en esta historia: “Galileo y el cataestrellas”, con textos de Carlos Pinto e ilustraciones de Leo Bolzicco; “Una luna junto a la laguna”, de Adela Basch con ilustraciones de Alberto Pez; “La mejor luna”, de Liliana Bodoc; y “El hombre que creía en la luna”, de Esteban Valentino.
Debes iniciar sesión para publicar un comentario. Acceso