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Entrevistas

Milo Russo: “Me siento un descubridor en zonas ya mapeadas, exponiendo bellezas que los demás pasan por alto”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las palabras corren por encima de las calles. Hay historias que despiertan sobre el asfalto, se detienen en las esquinas de un barrio real pero inventado, con los aromas de otros barrios, la realidad enredada en la ficción y el sonido de las letras recorriendo las veredas para invitar a los personajes a formar parte de ese universo desconocido.

Milo Ruso se define como contador de historias y creador de mundos, y es en ese camino en el que se encuentra cada vez que sus palabras se ponen en marcha para atravesar las barreras de esos mundos fantásticos y recorrerlos con su pluma.

En diálogo virtual con ContArte Cultura, el escritor nos invita a caminar sobre las calles de sus ficciones y juntos andar sus territorios desconocidos.

—Comencemos esta charla atravesando el mapa de un territorio inventado. Allí, dentro de esa geografía de ficción, se esconde una historia de la cual sos protagonista. ¿Con qué palabras que te definan elegirías empezar esa historia?
—Si fuera el personaje de una historia, entraría con una presentación que más o menos sería: “Un tipo inquieto que no sabe lo que quiere hasta que lo tiene”.  Soy esa especie de persona contemplativa, que medita en los atardeceres y viaja para dentro todo el rato. Me siento un descubridor en zonas ya mapeadas, reinventando paisajes y exponiendo bellezas que los demás pasan por alto. Quizás se deba a que ya de grande supe que quería ser escritor, luego de haber pasado por una educación técnica y empleos sumamente industriales en los cuales conviví más con números y dimensiones que con letras. Pero las pasiones tienen su propio calendario y llegan cuando tienen que llegar. Ni antes, ni después.

—Para continuar con los territorios que nos definen, ¿recordás qué lugares, personas u objetos despertaron tu gusto por la escritura?
—Mi abuelo paterno, Humberto, escribía poesía. Tengo un recuerdo muy temprano de haber escrito algunos poemas solamente para que él los lea. Una vez me regaló una versión preciosa y muy antigua del libro Corazón, que guardo como un tesoro. Por otro lado, Ricardo, mi abuelo materno era una persona llena de historias y que a la gente le encantaba escuchar. Nació en el barrio porteño de Flores en la década del ‘20 y lo conoció mucho antes de que la ciudad lo absorbiera. El viejo era un referente, iban a consultarle gente de la Junta de Estudios Históricos de San José de Flores para escribir sus ensayos. Así que quien dice Flores, también dice Ricardo. Me gusta pensar que a la hora de escribir tengo un poco de ambos.

—¿De qué manera trabajás para crear esos mundos imaginados?
—Soy de imaginar cosas nuevas en mundos ya existentes. Es una manera de traer un poco de magia a la realidad que vivimos a diario. O inventarles historias a lugares concretos, como un bar o una casona vieja. Cuando veo algo que me llama la atención, completo algo así como su biografía en mi fichero mental. A veces con datos que me detuve a investigar, pero casi siempre con versiones mías. Generalmente se quedan ahí, juntando polvo en algún rincón de mi memoria. Pero suelen surgir por su cuenta cuando una idea las llama. Yo tampoco tengo muy en claro este mecanismo, pero lo dejo fluir a gusto.

—¿Qué cosas disparan tu imaginación para comenzar a rodar una historia?
—Se puede escribir un relato a partir de una gesta heroica de la antigüedad y también se puede hacer una historia basada en un episodio ordinario de la rutina diaria. Mientras exista la creatividad (que yo considero un don innato) el tema siempre va a ser cómo contarla. De hecho, en mi primer blog, que todavía sigue en actividad, relato las grandes epopeyas y vicisitudes de un padre de treinta y tantos que se precipita en la vorágine de criar a sus dos hijas mientras teje una red de alianzas, conspiraciones y escándalos con la que es su mujer. ¿Me crees que tengo fanáticos que me piden más historias como esas? Es que me gusta rescatar elementos comunes y predecibles para darles otro enfoque. Siento que la imaginación, más que esperar a que se dispare, la trabajo hasta que la disparo yo.

—Contanos cuál fue el principal disparador de tu libro de relatos “A la vuelta de la esquina”.
A la vuelta de la esquina es una oda al barrio. Ese que descubrimos ya de adolescentes, en el que pateas las calles con amigos hasta altas horas de la noche, sin intenciones de llegar a ningún lado en concreto. Viví en Flores hasta que me casé y cada vez que vuelvo al barrio siempre está un poco más cambiado: aparece un edificio nuevo, cierra un bar o pusieron un estacionamiento donde antes había una canchita. Haberme dado cuenta que el barrio que conocí cambió, y que yo también cambié, hizo que necesitara dejar testimonio del cariño que tengo por esas calles antes de que se pierdan para siempre.

—¿Cuáles son los hilos temáticos que entrelazan esos relatos?
—Los cuentos de A la vuelta de la esquina tienen lugar en el barrio de Flores (y un poco más allá, también) y atraviesan la fantasía urbana, el misterio y el humor. Pero además sus personajes son redundantes, creando su propio universo existencial. Salen de sus cuentos para entrar en otros, lo que siempre me da la impresión de que hacen lo que tienen ganas. Hasta qué punto los hilos temáticos pasan por su ambientación o por los personajes, es algo que dejo en manos del lector.

—Imaginemos que antes de comenzar a escribir tenés la posibilidad de realizar un casting de personajes, ¿podrías nombrar cinco características que no deberían faltar en los protagonistas de tus cuentos o relatos?
—Primero y principal, todos los personajes tienen que estar irremediablemente rotos. Con serios trastornos o traumas. Que tengan situaciones no resueltas de su pasado, aunque no necesariamente trágicos. Me inclino por personajes que no cumplieron sus expectativas en la vida, que se encuentren haciendo lo mismo de siempre sólo por comodidad y no se atrevan al desafío del progreso. Y sobre todo realistas. Incluso aquellos de naturaleza más fantástica. Es mi receta para lograr personajes más empáticos.

—¿Qué nos podés contar de “Wendigo” el portal de ciencia ficción y fantasía que coordinás?
Wendigo empezó como un blog donde subía relatos que salían de algunos talleres de escritura que hice o que fueron presentados en certámenes literarios. Con el tiempo me fui dando cuenta que disfrutaba mucho del hecho de publicar historias en este formato; cuentos breves que se pueden leer fácilmente desde el celular y que duran entre 3 y 5 minutos de lectura. Tal es así que un día, sin darme cuenta, estaba escribiendo historias para publicar directamente en Wendigo, no para presentarlas en concursos. Hoy ya tomó su forma, en Wendigo se publican cuentos míos y también de otros autores invitados que tuve la suerte de conocer y aceptaron colaborar. Wendigo funciona así, como un portal colectivo. Cualquier autor que tenga ganas de sumar, es bienvenido. Me gusta decir que es un lugar más para expresarme y hacer llegar a cualquiera que lo desee una buena historia de fantasía, ciencia ficción o de terror. Ideal para leer en el colectivo, en el recreo o en un break en el trabajo.

—¿Hay alguna novela en camino?
—Por supuesto. Hace tiempo que estoy trabajando en una novela fantástica que parodia a los clásicos de la literatura de aventuras del estilo Melville, Verne, Salgari y otros. Se encuentra en la recta final de la corrección. Y algunos personajes de A la vuelta de la esquina merecen recorrer sus propios senderos. No veo la hora de empezar a trabajar con ellos.

—Para terminar, te invitamos a soltar un deseo en nuestro mapa del comienzo.
—¡Qué difícil! Si deseara solo una cosa, pediría que la trama que tiene lugar en este mapa vaya sobre rescatar los valores de la solidaridad, la tolerancia y más que nada la paciencia. Ese, creo yo, es el mejor mensaje que podemos dejar en el lector en estos días tan raros y confusos que estamos atravesando. Porque es fácil y muy tentador dejarse llevar por intereses individuales y a menudo nos olvidamos que nadie se salva solo.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
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