Literatura
Feria de Editores 2024: visitas internacionales y más de 330 editoriales
La Feria de Editores (FED) 2024 se llevará a cabo los días jueves 8, viernes 9, sábado 10 y domingo 11 de agosto, de 14 a 21 horas, en el C Complejo Art Media, de Avenida Corrientes 6271 de CABA, con entrada es libre y gratuita.
Allí, más de 330 editoriales de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela y España ofrecerán sus mejores títulos y novedades de narrativa, ensayo, poesía, música y cine, ciencias sociales y humanidades, periodismo, libros ilustrados y libros-álbum, novela gráfica, entre otros.
En esta edición habrá 15 charlas en las que participarán referentes nacionales e internacionales. Se destacan temáticas como: la decisión de escribir, la relación entre el lenguaje textual y el de la imágenes, el lugar del arte en un mundo colapsado, los cruces entre literatura y terapias alternativas, cómo forjar la lectura y cómo curar un catálogo literario.
También, el lugar del progresismo en un statu quo de derecha, cómo derribar mitos de la economía liberal desde el feminismo, cómo se narró la locura en distintos momentos, cómo narrar el deseo, y la escritura como denuncia, entre otros temas.
Las visitas internacionales de la FED 2024 son la escritora canadiense Marie-Pier Lafontaine, el escritor noruego Thomas Reinertsen Berg, la francosenegalesa Seynabou Sonko, la española Luna Miguel y la autora estadounidense Deborah Eisenberg. Entre las autoras y autores nacionales se destacan Luis Gusmán, Alejandra Kamiya, Yael Frankel, Paula Puebla, Natalia Kiako, Pablo Semán, Federico Falco, Santiago Craig, Romina Paula, Iosi Havilio, Virginia Cosin, Fernando Chulak, Mercedes Halfon, Laura Wittner, Fernando Krapp, Paula Guardia Bourdin, entre otros.
Algunas de las editoriales nacionales que se pueden encontrar en la FED son: Ediciones Godot, Sigilo, Ampersand, Caja negra, Entropía, Gourmet Musical, Eterna Cadencia, Mardulce, Pequeño Editor, Libros del zorro rojo, Calibroscopio, Blatt & Ríos, Chai, El cuenco de plata, Limonero, Alto Pogo, Corregidor, unaLuna, Marea, Gog & Magog, Asunto impreso, entre otras.
Del exterior estarán presentes, entre otras, Fósforo y Lote 42 (Brasil); Cuneta, Banda propia y La Pollera (Chile); Abisinia, Mirabilia y Caballito de acero (Colombia); Antílope, Gris Tormenta, Grano de Sal, Elefanta y Almadía (México); Arandurá (Paraguay); Colmena (Perú); La caída (Ecuador); Criatura, Hum y Estuario (Uruguay); Acirema (Venezuela); Barrett y Página Indómita (España).
Durante los cuatro días de feria en horarios pico, el tiempo de espera para ingresar no supera los 10 minutos, y para esos casos, la feria invita con café (de Manifiesto café) y magos haciendo magia de cerca. A los ingresantes se les entregará el mapa del recorrido de la FED.
La FED prepara también un libro para regalar a los visitantes durante los cuatro días de feria. El tema elegido para esta edición fue la violencia, y los autores son: María Sonia Cristoff, Diego Golombek, Betina González, Juan Mattio, Elena Medel, Luna Miguel, Diego Muzzio, Ricardo Romero y Andrea Toribio. Además, el libro está ilustrado por el equipo de Ilus.P – Programa de Ilustración Profesional Posgrado FADU, UBA – Codirigido por Florencia Capella, Martín Laksman y Laura Varsky. El libro se realiza con el apoyo del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA).
El jueves 8 y el viernes 9, de 11 a 14, la FED abrirá sus puertas exclusivamente para librerías y bibliotecas. Las librerías, con el Programa Librerías Aliadas, pueden comprar en los stands adheridos (habitualmente el 90%) con el 50% de descuento. Gracias a un convenio con OCA, pueden hacer sus compras durante jueves y viernes, y el sábado sus pedidos salen despachados desde la FED hacia sus librerías.
Una vez más, este año estará la posta para la donación de sangre del Hemocentro de Buenos Aires, organizada por Céspedes libros y un grupo de librerías. Para participar es necesario inscribirse: https://feriadeeditores.com.ar/colecta-de-sangre/
TerrazaFED: Este año estará habilitada la terraza del C Complejo Art Media durante el sábado y el domingo con actividades, entre las que estarán Cecilia Bona y Nacho Damiano; una actividad organizada por Blender en conjunto con la FED; y Nadia Rivero, Lule Gallo y Leandro Pannunzio cerrarán la jornada del sábado, a las 19, en un repaso por sus lecturas favoritas. Es un espacio grande a cielo abierto para sentarse, tomar algo y charlar sobre lecturas pasadas y futuras.
La FED 2023 en un minuto
Premio a la labor librera
Tiene como objetivo reconocer el trabajo de las librerías de todo el territorio argentino, que excede ampliamente la venta de libros. Comprende la difusión del pensamiento y de la literatura, su propuesta cultural como centro de reunión y su relación con la comunidad que la rodea.
Las librerías seleccionadas por el jurado como finalistas en 2024 son: La Sede, situada en Bariloche; Libro de Oro, de Tucumán; Los Confines, de Villa Ballester, provincia de Buenos Aires; Céspedes, Magia y Mandolina, de la Ciudad de Buenos Aires.
El premio se entregará el jueves 8 de agosto, a las 14, en la FED y consiste en $1.000.000 de pesos para comprar libros en la feria, con un 50% de descuento en los stands adheridos.
El jurado está compuesto por la escritora Betina González, el editor Maximiliano Papandrea, la periodista Ana Clara Pérez Cotten, el promotor cultural Federico Gori y la librera Tamara Cefaratti (de Vuelvo al sur, librería ganadora en 2023). En 2022, el premio lo recibió Musaraña Libros (Vicente López) y en 2021, El gran pez (Mar del Plata).
Programación completa 2024
JUEVES 08 DE AGOSTO
14 horas: entrega del Premio a la labor librera.
Las finalistas son: La Sede (Bariloche); Libro de Oro (Tucumán); Los Confines (V. Ballester, PBA); Céspedes, Magia y Mandolina (CABA).
15:30: Perspectivas curatoriales para un diálogo literario.
Con las editoras Cecilia Arbolave y Lucía Tennina, y el editor Pedro Meira Monteiro. Moderada por la editora Julieta Benedetto. Organizada por los sellos Lote 42 y Mandacaru.
17 horas: Escribir la urgencia. El lugar del arte en un mundo colapsado.
Son tiempos de aceleración y profundos cambios. ¿Qué lugar ocupa el arte en estos procesos? ¿Cuál es el rol de la cultura? ¿Cómo se atraviesan los duelos personales ante la caída de las estructuras?¿Cómo se escribe desde la urgencia de un mundo en destrucción? Estas son algunas de las preguntas que orientarán el intercambio.
Participan Sandra Santana y Madeleine Wolff. Modera: Santiago Craig.
Organizan las editoriales Mandrágora, Malba y REM.
19:30: Sobre la decisión de escribir.
Una conversación sobre los conflictos y los factores que llevan a los escritores a comenzar un proyecto de escritura.
Participan Nurit Kasztelan y Luis Gusmán. Modera la editora Leonora Djament.
Organizan las editoriales: 17 grises, Eterna Cadencia y Ampersand.
VIERNES 9 DE AGOSTO
14 horas: Una historia, dos lenguajes.
La artista gráfica Yael Frankel y la autora Alejandra Kamiya conversan sobre sus procesos creativos. Modera: Karina Micheletto. Organizan Limonero y Eterna Cadencia.
15:30: La economía feminista desarma cuatro mitos de la economía liberal.
Mitos como “No hay plata”, “La inflación es consecuencia del déficit fiscal”, “Estamos mal, pero vamos bien porque baja el dólar y suben los bonos”, “La estabilización traerá inversiones que generarán empleo” van a ser desarticulados en la charla.
Participarán la economista Candelaria Botto y el investigador Alejandro Gaggero.
Moderan la socióloga Flora Partenio y la economista Corina Rodríguez Enríquez.
Organizan las editoriales Siglo XXI y Madreselva.
17 horas: Narraciones del deseo.
Una charla donde la literatura se vuelve el espacio para ensayar tanto el amor como la muerte.
Participan la autora española Luna Miguel, Raquel Tejerina y Fernando Chulak. Modera Lucía de Leone y Valentina Zelaya. Organizan Beatriz Viterbo Editora y Concreto.
19:30: Editorial Entropía: 20 años (el catálogo por sus autores).
Participan autores del sello: Romina Paula, Iosi Havilio, Diego Muzzio, Leandro Ávalos Blacha, Carlos Ríos, Roque Larraquy, Virginia Cosin, Santiago Loza, Mercedes Halfon, Santiago Craig y Laura Wittner.
Presenta: Editorial Entropía.
SÁBADO 10 DE AGOSTO
14 horas: Las puertas de la percepción. Cruces entre literatura y terapias alternativas.
El término “droga” tiene una carga emotiva y moral que genera un clima de malestar. Sin embargo, las drogas tienen un largo antecedente en la literatura. En la charla cuatro escritores, periodistas y divulgadores conversarán sobre cómo las drogas psicoactivas y psicotrópicas aún son un espacio de resistencia y todavía pueden ayudar a pensar en una mejor forma de vivir juntos.
Participan Fernando Krapp, Damián Huergo y Fernando Pérez Morales. Moderan: Hernán Scholten y Denis Fernández.
Organizan las editoriales Marciana y Notanpuan.
15:30: ¿Por qué se puso de moda pegarle al progresismo?
Una puerta para pensar el lugar del progresismo en un momento de instalación de la derecha como nuevo statu quo.
Participan los autores Paula Puebla y Pablo Semán. Modera Leyla Bechara.
Organizan Siglo XXI y 17 grises.
17 horas: Deborah Eisenberg. La autora mítica en diálogo con Federico Falco.
La escritora estadounidense Deborah Eisenberg, autora de Taj Mahal, Relatos y La venganza de los dinosaurios tendrá una charla con el autor Federico Falco, quien la tradujo.
Organiza la editorial Chai.
19:30 Especias: una tentación que hizo historia.
De cómo, cuándo y por qué la economía global nació en frasco chico. Con el escritor noruego Thomas Reinertsen Berg, autor de El origen de las especias, y la Licenciada en Letras, cocinera y periodista Natalia Kiako.
Presenta: Ediciones Godot.
DOMINGO 11 DE AGOSTO
14 horas: Narrar la locura.
El ser humano le teme a la demencia, pero como todo aquello a lo que se teme, a la vez lo interpela. En esta charla se busca abrir las puertas de los manicomios a partir de dos proyectos literarios con más de un siglo de diferencia: Diez días en un manicomio, de Nellie Bly, y Locas, de Lucía Mazzinghi.
Participan la autora Lucía Mazzinghi y el editor Guido Arroyo. Modera la librera Carmela Pérez Morales. Organizan las editoriales Ninguna orilla y Alquimia.
15:30: Forjar la lectura. Perspectivas sobre la formación de un catálogo literario.
Los autores de tres títulos recién publicados como son Cecilia Fanti, Víctor Malumián y Jacobo Zanella expondrán su relación íntima con los libros. ¿Cómo suele manifestarse esa relación dentro y fuera de los libros? ¿Hacia dónde conduce una vida alrededor de la literatura? ¿Cómo se comparte esa curiosidad con los demás? ¿Qué diferencias hay entre un catálogo íntimo y un catálogo colectivo?
Modera: Mauro Libertella. Organizan las editoriales Gris Tormenta y Bastante.
17 horas: Este texto bastará para matarlo. La escritura como denuncia.
Serán parte la escritora canadiense Marie-Pier Lafontaine, autora de Perra y Armas para la rabia, y la comunicadora Paula Guardia Bourdin. Organiza Ediciones Godot.
19:30: Moverse entre lenguas.
La maravillosa urgencia de la ficción ante el cruce de tradiciones, culturas e identidades.
Con la participación de la autora francosenegalesa Seynabou Sonko y la autora, actriz y traductora Mónica Zwaig. Modera la escritora y librera Cecilia Fanti.
Organizan Sigilo y Blatt & Ríos.
Textos para escuchar
Borges y yo – Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges recita “Borges y yo“, su minicuento.
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, las etimologías, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar.
Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
Historias Reflejadas
“Tiempo de cosecha”
Tiempo de cosecha
El tiempo se había detenido en una de sus innumerables vueltas. En aquella selva de pasiones y olvidos, la naturaleza contaba en ciclos las historias de cada especie. Unos a otros se acompañaban en una melodía perfecta en la que las noches se adherían a los días y las estaciones se hermanaban armoniosas una y otra vez, anunciando la vida y convocando a la muerte.
La niña sabía que tan solo una cortina apenas visible los separaba del mundo de los que habían partido. Es que en realidad para ella nunca lo habían hecho, porque sus ojos sabios aún los reconocían a través de la densa niebla que se empeñaba en separar lo evidente. El armonioso decir de cada uno de los seres que habitaban aquel espacio sin horas, resguardado de malicias, le llegaba justo para comunicar lo importante y para advertir acerca de los peligros. Y era la misma muerte la que ahora hablaba a través de ese árbol de ramas retorcidas y raíces firmes la que enredaba a todos con sus palabras vivas.
La niña pudo verla y escucharla. La mujer que habitaba más allá de las ramas, y que por momentos se desvanecía entre las raíces, tenía un claro mensaje para darles. Les tocaba a ellos resguardar cada uno de los tesoros que los rodeaban. Hubo un tiempo en el que la imprudencia y la codicia de los hombres devastaron esas tierras. También existió otro en el que las semillas volvieron a germinar y se abrieron paso atravesando la tristeza de cada partícula de tierra intentando un futuro. Hoy eran árboles capaces de recrear la vida y esos seres, recortados en un tiempo nuevo, estaban allí para protegerlos. La mujer que habitaba detrás de la vida se sumó al destino, alargó sus manos nudosas, afirmó sus pies enraizados con su árbol y dispersó sobre ellos nuevos brotes que multiplicarían la esencia de aquel pueblo detenido en alguna de las vueltas del tiempo, en la eternidad.
Andrea Viveca Sanz
Se reflejaron en este cuento “La mujer habitada” de Gioconda Belli, “Donde el corazón te lleve” de Susanna Tamaro, “Los días de la sombra” de Liliana Bodoc, “La ciudad de las Bestias” de Isabel Allende.
Textos para escuchar
Casa tomada – Julio Cortazar
Julio Cartazar lee su cuento Casa tomada
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
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