Enredada en la rueda de la vida, Magela Demarco se deja llevar por el oleaje de cada día y se entrega a escuchar el susurro de las aguas cotidianas, cargadas de mensajes.
Con certeza, se abraza a la espuma de sus sueños, que burbujean en su interior para convertirse en proyectos.
Sus letras se expanden en palabras que dan vida a historias que la conducen y la incluyen, para luego convertirse en mar, que lleva y trae la fertilidad de las emociones compartidas.
Inmersa en la realidad que la cuestiona, la escritora logra recortar con destreza situaciones que atrapa para transformarlas en ficciones.
En diálogo con ContArte Cultura, la autora comparte sus vivencias en el mundo de los cuentos y presenta su último libro Un papá con delantal, publicado recientemente en España.
—Para presentarte, tres palabras que te definan.
—Solidaria, sensible y cabrona. Si bien no se puede abarcar en tres palabras como uno es, creo que estas tres me definen bastante. Por eso, en estos momentos que estamos atravesando en el país, la paso bastante mal al ver cada vez más gente durmiendo en las calles, cada vez más personas desesperadas porque perdieron el trabajo o porque no pueden pagar los impuestos. Vivo en Caballito, y ver que cada día van cerrando más negocios, que cada día hay una persona más en alguna esquina… Me angustia. Y ayudo, en lo que puedo. Claro que no puedo ayudar todos los días a todas las personas con las que me cruzo, porque no hay dinero ni ánimo que aguante. Y me angustia más ver que las políticas del Gobierno actual no solo generan esto, sino que buscan acentuarlo. No es un Gobierno que se preocupe por el otro, ni tenga empatía con el otro, con el pueblo trabajador. Sino todo lo contrario. De ahí que sea tan importante generar lazos de ayuda, de solidaridad, de unión frente a esta realidad salvaje. Y sí, soy cabrona. La realidad actual me angustia y me encabrona. La mentira, me enfurece, el individualismo también. El cagarse en el otro, me saca. Soy de esas que cuando ven a un hombre o a una mujer dejar la caquita de su perro/a en la vereda, salto como leche hervida y me pongo a gritarle que lo levante en medio de la calle. No tolero la falta de respeto.
—¿En qué momento sentiste que había en vos una semilla capaz de convertirte en escritora? —Lo que siempre sentí es una felicidad inmensa al escribir historias. Eso lo traigo desde adolescente. Hay personas que disfrutan mirando fútbol, otras jugando al tenis, otras bailando, pintando, durmiendo. Yo disfruto escribiendo. Me pone alegre, me río de solo pensar en algunas ideas para mis cuentos. También escribo cuentos para grandes, y esos me divierten mucho porque son más ácidos, más de humor negro, más feministas. Creo que hay situaciones en la vida real que si no le das un toque de humor, son muy patéticas, muy incomprensibles. Los seres humanos somos bichos muy raros de comprender. Luego, cuando nació mi niño Tobías, dije: “Si lo que más me gusta es escribir cuentos, allá voy”. Tener un hijo me hizo tomar más en serio todavía esto de ser y hacer, es decir, que uno esté relacionado con el otro. Y yo quería ser ejemplo para Tobías. Paso de esas personas que se la pasan diciéndole al otro lo que tienen que hacer, pero en su vida ellas no lo hacen. A mí, mi hijo me hizo rever mis sueños y mis temas pendientes, y uno de ellos era ser escritora o publicar mis cuentos. De hecho, seguí periodismo porque me gustaba escribir –dentro de otras cosas por las que elegí esa profesión–. Porque en el momento que elegí la carrera, ser escritora no estaba dentro de las opciones que manejaba. No tomaba muy en serio mis “aptitudes” o no era muy consciente de todo lo que se movía dentro de mí cuando escribía. Lo hacía porque me encantaba y lo necesitaba hacer. La llegada de mi hijo me dio la palmadita en la espalda que me faltaba para dar ese salto e ir hacia lo que quería. Porque además, aprendemos con el ejemplo, no con las palabras. Y yo quería ser ejemplo para mi hijo. Quería que él tuviera una madre que se animaba a ir tras sus sueños. Y acá estoy. Y me considero escritora, porque me gusta escribir. Desde ese lugar relajado y accesible para todas y todos.
—¿Contanos qué mensaje te trajeron las olas para dar vida a tu primer libro infantil “Mi amigo el mar”? —Amo el mar. Su olor, su vaivén, su fuerza. Me parece el mejor lugar para estar, descansar, equilibrarme y reponer energías. Hay personas a las que les ocurre esto cuando van a la montaña. Bueno, a mí esto me lo da el mar, y nada más que el mar. Yo siento que va limpiando el alma con sus olas, su olor, su murmullo constante y su vaivén. Casi todos los veranos voy a Villa Gesell. Junto con mi gordo, esperamos ansiosos que llegue el verano. Y hubo un verano (Tobías tenía tres años) en que el mar se le llevó un autito No lo pudimos rescatar. Desapareció. Y él rompió en llanto. Con mucha angustia. Entonces, se me ocurrió decirle que seguro había pasado porque el mar se lo iba a llevar a algún chico a quien su mamá no podía comprarle ninguno. Que él tenía muchos, y que después a la tarde íbamos al centro y comprábamos uno igual. Costó, pero finalmente paró de llorar y se tranquilizó. Internamente, creo que esa explicación era mi intento para que él pudiera entender antes que yo ciertas cuestiones del desapego, de no aferrarse estáticamente a las cosas, porque la vida es movimiento, es cambio. Es un fluir constante. Y hay que aprender a ser más flexibles y a fluir con la vida. Ese mismo ejercicio lo hicimos con los castillos de arena que construíamos y que el mar, a veces, se encargaba de derrumbar. Al principio se enojaba, pataleaba y decía que no iba a hacer “ningún castillo nunca más”. Hasta que al final entendió que los castillos de arena están para romperse. Y cuando terminó el verano dejó de encabronarse con el mar, y en cambio le gritaba sonriendo: “Chau mar” o “No importa, total hago otro”. Y también porque quería que desde pequeño aprendiera esto del compartir. Con el que menos tiene, con el que necesita ayuda. Porque siempre pienso que uno podría estar en ese otro lugar. Es fortuito el lugar donde nacemos. Y tranquilamente, nos podría haber tocado a nosotros estar en un lugar de mayor necesidad. Es más, la vida es una rueda, y por lo tanto, cambio constante.
—¿Qué te inspira a la hora de ponerte a escribir?
—Las vivencias de mi hijo, sus experiencias, sus inquietudes, sus alegrías, sus miedos, que muchas veces se los traspaso yo, aunque no quiera, como el miedo a la oscuridad, por ejemplo (vieron, tan grande y con miedo a la oscuridad, jajaja) … Pero también leer algunas noticias, escuchar algunas opiniones (a veces increíbles), ver alguna situación en la calle…
—Acaba de publicarse en España tu segundo libro “Un papá con delantal”, ¿qué nos podés contar acerca de esa nueva obra? —Se podría resumir así: una madre casada o en pareja, con dos hijos (una niña y un niño) contrata a un señor para que la ayuda en los quehaceres del hogar. En principio, me gustó esto de jugar con la idea de que sea un señor (que se llama Amador y en catalán es Salvador) a quien la mamá contrata para hacer las tareas del hogar, porque es algo que no pasa en la realidad, o al menos en Argentina, todas las personas que uno contrata para trabajar son mujeres. Y, a decir verdad, no son muchos los hombres que barren, pasan el trapo, hacen las camas, limpian los vidrios, lavan la ropa, ordenan la casa, hacen las tareas con las hijas y los hijos, los llevan al médico… A lo sumo hacen una cosa o dos cosas de todas esas, pero la mayoría las seguimos haciendo las mujeres, además de salir a trabajar, claro. Y elegí que fuera –y se llamara– Amador, porque se precisa de mucha entrega y amor diarios para realizar las tareas del hogar que permiten un mejor funcionamiento y organización de la familia. La historia, en clave de humor, está contada a través de los ojos de una niña, que nos invita a cuestionarnos la división de algunos roles arcaicos que todavía existen entre hombres y mujeres. Y a poder ver las diferentes formas en que las mujeres criamos a nuestros niños de nuestras niñas (y después nos quejamos). El hecho de que un hombre “se ponga el delantal” simboliza la distribución equitativa de las tareas del hogar, que son abundantes, llevan mucho tiempo y siempre quedan a cargo de nosotras. Los hombres no tienen que “ayudarnos” a las mujeres con las cosas de la casa. Es un error este concepto de la “ayuda”. ¡Ellos deben hacer su parte!, es decir la mitad: 50 y 50.
—¿Cómo es el proceso de atravesar tus libros infantiles con temáticas que se asocian más al mundo de los adultos?
—Creo que todo libro “infantil” es para niñas, niños y grandes. Y todo adulto es una niña o un niño que ha acumulado muchos años. Con esto quiero decir que, todas y todos conservamos esa mirada, esas sensaciones, esas reacciones de cuando éramos pequeñas y pequeños. La famosa y el famoso niño y niña interior. Y por el otro lado (y con esto muchas y muchos me van a querer matar), creo que hay ciertos mensajes que vale la pena transmitir a las niñas y a los niños. Frente a la crisis de valores, de compromiso, de empatía, de solidaridad… en definitiva, frente a la falta de amor que estamos viviendo como sociedad y como humanidad, creo que hay mensajes para susurrar, soplar, “barriletear”, hacer volar y esparcir por los aires.
—¿Hay algún nuevo proyecto en el que estés trabajando?
—Sí, siempre hay proyectos nuevos, porque siempre están las ganas de escribir. Hay algunos que están buscando la editorial que los acoja.
—¿Cuál sería el sueño que te gustaría ver hecho realidad entre las páginas de un libro?
—Hay uno que todavía no comencé a escribir, pero que tengo muchísimas ganas de que se concrete. Tiene que ver con esto que hablaba antes, de poder ver al otro. Si se concreta, les cuento. =)
Magela Demarco
Tobías y Magela
Nació en el año 1976. Su infancia transcurrió entre las ciudades de Zárate, Campana y Buenos Aires. Creció escuchando cuentos e historias narradas que alimentaron su amor por los libros. Estudió Periodismo en la UCES. Trabajó nueve años para el diario Clarin.com. Luego en IntraMed, un portal de salud, realizando entrevistas a médicos. También para Unicef, como asistente de comunicación. Colaboró en revistas como G7 y Factor S, de Uruguay. Y más tarde fue encargada de prensa en Green Drinks Buenos Aires, una ONG que organiza charlas sobre sustentabilidad.
Escribe cuentos para manuales escolares. Obtuvo numerosas menciones en diferentes concursos y algunos de sus relatos para adultos fueron publicados en antologías.
Cuando nació su hijo Tobías empezó a escribir también para los más chicos.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Se escuchan voces. Son los susurros de la selva, cantos encima de cantos, plumas, hilos invisibles, gotas colgadas en el pico de una nube. Llueven palabras sobre la diversidad de las especies, se juntan, garúa, dan vida al mismo paisaje en el pico de un tucán.
“La leyenda del tucán” un cuento de la escritora Laura Roldán Devetach, es una historia de la selva, un recorte de las muchas voces que forman parte de ese ecosistema abundante y diverso.
En esta oportunidad y a partir de un proyecto colaborativo, la autora junto con ilustradores, traductores y diseñadores, presenta un libro bilingüe en versión digital.
En diálogo con Contarte Cultura, Laura cuenta cómo fue el proceso creativo de esta obra y quiénes colaboraron en ella.
—¿Cuál fue el punto de partida de este proyecto colaborativo en el que convergen distintas miradas para dar vida a tu cuento “La leyenda del tucán?
—Con Diego Carballo, director de la EIB N° 905 de El Soberbio, Misiones, venimos trabajando hace tiempo creando materiales bilingües y este era un cuento que quedó pendiente cuando vino la pandemia. También hicimos otras cosas a distancia con nuestro banco de voces originarias. Con la presencialidad pude tomar contacto con gente que se interesó y sumó al proyecto. La idea era conseguir financiamiento para una edición en papel para distribuir gratis en las escuelas EIB de Misiones, pero como no lo conseguimos decidí hacer el libro digital. Se hizo a distancia porque estamos repartidos por la Argentina, salvo Fernanda Bragone, ilustradora con quien estamos en Buenos Aires.
—Y hablando de comienzos, ¿recordás de qué manera nació en tu imaginación el protagonista de esta historia sumergida en la selva misionera?
—Mientras escribía mi versión de esta leyenda de selva trabajaba dando capacitaciones en Misiones. Al atardecer terminaba mi jornada, preparaba el mate y me sentaba en un patio selvático frondoso a observar qué pasaba a mi alrededor, a pensar ideas y a tomar notas. Había mucha vegetación, bignonias florecidas; pájaros de muchas especies cantando, volando; palmeras y naranjos cargados de frutos. Observando el comportamiento de las aves fue tomando forma en un anotador.
—Justamente, el escenario de este cuento es la selva, un ecosistema diverso donde coexisten muchas voces, ¿cuál es tu vínculo con la selva y sus habitantes?
—Con la comunidad siento un vínculo importante, hace muchos años que trabajamos con Vicente Méndez, Marcos Méndez y don Germán Méndez, chamán de Chafaríz. Siento un gran aprecio por las familias y mucho respeto por su cultura y la naturaleza que los rodea. Aprendo tanto de ellos que en cada viaje traigo el corazón lleno. Trabajar en ese entorno es maravilloso. Los aromas, los colores, el canto de los pájaros, las chicharras… es un privilegio.
—¿Cuáles fueron los objetivos principales que se propusieron para llegar a este libro?
—Estamos trabajando en El Decenio Internacional De Las Lenguas Indígenas 2022-2032 para promover la lectura y la cultura en lenguas originarias.
—La particularidad de esta obra es su formato digital, ¿quiénes colaboraron en la edición y producción de esta versión?
—Tengo un enorme agradecimiento para estos amigos queridos: Mauricio Micheloud, diseñador de Córdoba quien está a cargo de la edición, y Fabiola Prulletti, editora e ilustradora de Mendoza quien diseñó la tapa.
—¿Cuál y cómo fue el trabajo que realizaron con Vicente Méndez, cacique de la Comunidad Chafariz, encargado de la traducción de tu texto?
—Lo invité a participar y le envié el texto tipeado, separado en párrafos ya pensados para la ilustración, por correo electrónico, para que hiciera su versión en lengua materna. Vicente trabajó desde Chafaríz, y revisó la versión y el texto con don Germán Méndez, Chamán de la comunidad, y con sus colegas auxiliares docentes indígenas. Fue un ida y vuelta de pruebas según nos permitía la conectividad, el clima de la selva y la señal de internet.
Vicente Méndez (cacique), José Cáseres (alumno de la comunidad), Diego Carballo (director) y Pamela Barboza (docente)
—También participó del proyecto Agustín Chamorro, de Aldea Caramelito, alumno Mbya Guaraní de la escuela, quien realizó la imagen de tapa. ¿Cómo llegó él a formar parte de este trabajo conjunto?
—Cuando iniciamos el trabajo pensamos con Diego Carballo, director de la escuela, que sería interesante que participara un alumno con sus dibujos. A Agustín le gusta dibujar, hizo varias escenas de pájaros en la selva y se ensamblaron para la tapa. En ese momento entró Fabiola Prulletti en el proyecto diseñando la tapa.
—Para terminar, ¿tenés algún agradecimiento que no puedas dejar pasar?
—Uno especial a editorial Sudamericana, por apoyarnos con la autorización del texto La leyenda del tucán, de la Colección Cuentamérica Naturaleza, Primera Sudamericana, Random House Mondadori S.A.
La biografía de Osvaldo Soriano, escrita por el periodista Ángel Berlanga, narra la vida del autor de “Cuarteles de invierno” y “No habrá más penas ni olvido”, que basándose en entrevistas, archivos privados y el relato de amigos, parientes, colegas y editores, muestra cómo Soriano, un apasionado hincha de San Lorenzo, hijo único de un funcionario y una ama de casa, se convirtió en una celebridad entrañable, un cronista brillante y un polemista de causas perdidas.
Para Berlanga, y queda claro en la biografía publicada por la editorial Sudamericana, Soriano es un personaje vital, clave y singularísimo de la literatura y el periodismo entre los 70 y los 90 (murió en 1997). La biografía deja ver en primer lugar el disfrute y el atractivo de leer a Soriano sobre muy diversos temas.
“Desde la segunda mitad de los 80, cuando empecé a leerlo en revistas como El Porteño y Crisis o en el diario Página/12 -fue una figura clave ahí-, fui juntando materiales: artículos, notas, entrevistas y grabaciones de radio y televisión”, cuenta a la agencia de noticias Télam el periodista.
En su relato, Berlanga recuerda que cuando encontró en una librería de usados el libro “Cuarteles de invierno”, la novela que Soriano escribió en el exilio, lo “encantó”. “Por esa época yo estudiaba arquitectura, pero venía desencantado, así que largué y me puse a estudiar periodismo”.
Berlanga tiene la influencia de Página/12, espacio en el que hoy trabaja. En particular de Soriano y Horacio Verbitsky, pero también de Miguel Briante, Antonio Dal Masetto y el mismo Jorge Lanata de aquella época. “Cuando Soriano murió, en 1997, tenía tantos materiales que propuse armar un número homenaje en La Maga -icónica revista cultural de los años 90-, para el que entrevisté a Juan Forn y Rodrigo Fresán“, rememora.
—¿De ahí aparece tu interés por escribir una biografía de Osvaldo Soriano?
—Tal cual. Entré al diario al año siguiente gracias a Forn, que en 2003 impulsó la reedición de la obra completa de Soriano en Seix Barral y me convocó para trabajar en ese proyecto, que incluyó prólogos y una suerte de collage de voces sobre la génesis de cada novela. Con ese envión encaré dos antologías, “Sorianescas: arqueros, ilusionistas y goleadores”, con los textos futboleros, publicada en 2006; “Cómicos, tiranos y leyendas”, textos periodísticos inéditos en libro, que aparecieron reunidos en 2012. A esa altura tenía ya una suerte de mapa esbozado de la recorrida de Soriano, con quién había compartido cada época. Las vigas centrales, digamos. Así que pensé que tenía las coordenadas para encarar un retrato más abarcador de su vida, profundizar en eso, investigar y entrevistar, articularlo y pulirlo, darle una forma, me llevó casi 10 años.
—¿Los temas populares en las novelas de Soriano, como tango, boxeo y militancia, pueden ser reflejo de una Argentina que ya fue?
—Los temas populares que aborda Soriano en sus novelas han evolucionado de diversas formas, hay una plena vigencia de los vasos comunicantes entre su narrativa y la actualidad. Los tironeos entre dos sectores del peronismo en los 70, medular en “No habrá más penas ni olvido”, pueden observarse, con variantes, en otras de su historia y eso es trasladable, por supuesto, a otras fuerzas políticas: la persecución, cancelación y celadas al boxeador y al cantante de tangos que llegan a Colonia Vela para la fiesta que organizan los militares en plena dictadura tuvo su reversión durante el macrismo, por caso, con otros artistas populares. El paisaje de disolución y desguace de “Una sombra ya pronto serás” es un escenario en el que la Argentina desemboca cada tanto; la manipulación de los próceres con una trastienda de negocios en tensión con las pasiones genuinas y patrióticas de algunos de esos próceres. Uno de los temas de “El ojo de la patria” es y será campo de disputa, en esa última novela, de 1992, armó además una suerte de telón de fondo con la identidad y ya en ese momento ponía en juego como normalidad el uso de caretas de famosos, las cirugías estéticas y la volatilidad de la pertenencia a un lugar o a un ideario.
—¿Cuál es la finalidad, si es que se puede pensar en ese sentido, de esta biografía?
—Durante 15 años, desde la publicación en 1982 de “No habrá más penas ni olvido”, Soriano fue el escritor más popular del país. Desde entonces, cada uno de los libros que fue publicando encabezó las listas de los más leídos en ficción y no ficción, porque publicó en vida siete novelas y cuatro recopilaciones de textos publicados en la prensa.
Una de las búsquedas de la biografía es recorrer su obra periodística porque es un personaje central en el oficio y acaso alcance con enumerar algunas estaciones de su viaje por los medios: Primera Plana y Panorama apenas llegado a Buenos Aires; La Opinión como redactor de deportes y cultura después; Sin Censura durante el exilio, donde denunció las dictaduras latinoamericanas; la revista Humor, donde inició su progresivo regreso a la Argentina; El Periodista, donde estuvo a cargo del armado del proyecto y la redacción (iba a ser el director pero se peleó con Cascioli unos días antes de la salida) y Página/12, donde tuvo un papel protagónico hasta su muerte, en la investigación surgen nítidas las ligazones entre la obra periodística y literaria.
Además motorizó muchas polémicas porque era un tipo de mucho temperamento: criticó duramente a Alfonsín por no recibir a Julio Cortázar y a Ernesto Sabato por aquel almuerzo con Videla al comienzo de la dictadura; también desplegó una diatriba intensa contra los editores por sus destratos a los escritores. Soriano es un personaje importante para la cultura durante las últimas tres décadas del siglo pasado.
—¿Hay una genealogía ‘soriana’ o ‘sorianesca’?
—Toma de muchos lados. Figuras predominantes en él parecen Roberto Arlt y Raymond Chandler, pero además de la cadencia de la novela negra talla en él también el continuará de la historieta y la rebeldía. También forma parte de un tridente ofensivo futbolero con Roberto Fontanarrosa y Juan Sasturain pero ya estaríamos hablando de parentescos, de contemporáneos, entonces también lo veo parte de una familia en la que están Dal Masetto, Briante, Dipy Di Paola y Guillermo Saccomanno. En cuanto a herederos no veo seguidores natos pero sí autores que lo disfrutaron y toman algunos elementos como Eduardo Sacheri y Horacio Convertini o Juan Forn en un estilo totalmente propio, con su música, que toma elementos potentes como el espacio de contratapa en Página, el formato de cuento a partir de historias de personajes fabulosos, la fluidez de su escritura y la búsqueda para llegarle al lector.
—¿Cuáles son las enseñanzas que deja de su labor periodística?
—Su recorrida en el oficio es muy amplia y variada y eso ya es algo a destacar: el oficio permite muchos registros. Era una preocupación de él no aburrir ni aburrirse. Por otra parte, hay una distinción jerárquica sobreentendida que coloca a la literatura por encima del periodismo y muchos textos para la prensa de Soriano discuten eso. Esto es muy generalizador, por supuesto, pero muchas de las contratapas de Soriano en Página disparan la pregunta: ¿esto es literatura o periodismo? Si bien a veces se toma en solfa el oficio y dice que inventó entrevistas enteras por ejemplo, pero lo desacraliza. Las “Historias de vida” que hacía para el suplemento cultural del diario La Opinión son extraordinarias, he leído entrevistas a escritores como Juan Carlos Onetti, Cortázar o David Viñas buenísimas. Y como cronista es fenomenal. Su obra periodística es muy disfrutable y valiosa.
—¿Cómo articula el fanatismo futbolero y la militancia política en su obra?
—Soriano decía que el fútbol le gustaba tanto o más que la literatura, que su sueño fue ser centrodelantero de San Lorenzo, equipo del que era fanático. Un amor correspondido, por otra parte, porque él mismo es un emblema de San Lorenzo y la sala de prensa del Nuevo Gasómetro lleva su nombre. Escribió varias notas sobre el equipo y desde el exilio seguía su marcha, lo que implicó padecer el descenso y exaltarse con la vuelta a Primera: pedía que le mandaran revistas deportivas, llamaba por teléfono los domingos para enterarse de los resultados, un tipo con la camisa jugada ahí. En el oficio empezó como periodista deportivo y se sentía realmente a gusto en esa sección, pero progresivamente fue expandiéndose a otras áreas de su interés. Y uno de sus rasgos es entreverar áreas: ya como cronista en La Opinión pone en relación los resultados con los intereses políticos, los negocios, la violencia. Dal Masetto, que fue muy amigo suyo, me dijo algo de él que suelo repetir: “Cuando hablaba de algo que lo apasionaba era como si clavara una bandera”. Se apasionó por los libros, los gatos, San Lorenzo, el box, las computadoras, la historia y la política, entendiendo a la política como materia del devenir. Con “Las Memorias del Míster Peregrino Fernández”, su último personaje, venía contando una saga de aventuras situadas entre los años 30 y 50: internado en un geriátrico, el viejo entrenador repasa su carrera en Europa, Rusia, África y cuenta cómo conoció a Stalin, Mussolini, Sartre, Perón, Lumumba.
Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
A veces hay que atravesar el desierto, poner los pies en la arena que pesa, con los ojos puestos más allá, lejos, para conquistar el territorio de los deseos, en el punto de la libertad.
A veces hay castillos. Y princesas. Hay desiertos en la vida de las princesas. Y castillos derrumbados.
A veces, la ropa ajusta como si no fuera necesaria, como si pudiera apretar las palabras y comprimir los silencios.
A veces hay princesas que callan. Y otras que se disponen a hablar.
El nuevo libro de Verónica Chamorro es un viaje, un recorrido por un escenario caliente y seco donde la protagonista descubre sus propias fuerzas para volverse dueña de sus propios territorios.
Contarte Cultura charló con la escritora y editora nacida en Rafael Calzada, autora de otros libros como “Tobías y Perro”,” El gran partido” y “La piedra lunar”, para que nos cuente un poco de su obra y de ella misma.
—Nos gustaría empezar esta charla poniendo la mirada en una imagen, el desierto. Si pudieras hacer foco en algún elemento de ese espacio que te ayude a presentarte, ¿cuál elegirías y por qué?
—La vida escondida. El desierto a simple vista parece tan escaso de vida. Pero si uno permanece mirándolo en silencio el tiempo suficiente, la vida surge allí, donde antes parecía que no había nada. Y si uno permaneciera el tiempo suficiente viviendo allí, notaría que hasta las montañas cambian con el viento. Siento que esa mirada necesaria para descubrir la riqueza que se esconde en el desierto es parecida a la que necesitamos para escribir, cuando nos sentamos ante la página en blanco.
—Ya que hablamos de algo que te representa, ¿recordás cuándo y de qué manera se inició tu marcha en el camino de las letras?
—Desde chica me gustaba escribir. De adolescente, de hecho, solía escribir poesía y participar de concursos. Pero luego me enfoqué en acompañar la escritura de otros y olvidé la propia. Hasta que luego del nacimiento de mi hija mayor decidí apartarme del trabajo en editoriales y ser independiente, para poder acomodar los horarios a las exigencias de la maternidad. Y recién entonces logré hacerme un hueco para conectarme con la escritura y pensarla ya como un trabajo posible y no como un pasatiempo. Así nació Tobías y Perro, mi primera novela que publicó Edelvives.
—¿Qué cosas te conectaron y te conectan con la literatura infantil?
—Desde siempre, para mí los libros fueron un refugio. Un lugar seguro donde vivir mil vidas, ser otra persona, aventurarme a lo desconocido. Trabajar para brindarle esa misma posibilidad a otros chicos y chicas me entusiasma muchísimo. Integrar el arte de la ilustración para contar historias también me genera mucho placer. Dailan Kifki es el primer libro que recuerdo, con maravilla absoluta. Recuerdo la sensación de “ah, esto es leer”. Y luego vi cómo mi hija y mi hijo encontraban también su primer libro, ese que los convirtió realmente en lectores. Les había leído decenas antes, pero cada uno tuvo que descubrir su propia novela, que les despertó la misma reacción. Si alguno de mis libros generara la misma sensación en algún lector, sentiría felicidad absoluta.
—¿Cuál fue el punto de partida de la protagonista de “La princesa que conquistó el desierto”?
—En realidad, partí de una imagen: una princesa que atravesaba el desierto. La historia luego se fue acomodando a esta primera visualización, pensando de dónde venía, hacia dónde iba. No me alcanzaba con hacer una princesa empoderada, quería algo más. Quería narrar una historia en la que el proceso, el viaje, fuera más importante que alcanzar la meta. Que se alejara del concepto de amor romántico y que planteara la posibilidad de escuchar el propio deseo y darse permiso para cambiar de rumbo.
—¿Cómo llevaste adelante la construcción de los personajes (príncipe y princesa) que el desierto separa?
—La princesa estuvo clara desde el principio. A veces, al escribir, uno siente que los personajes hablan por sí solos, que basta con sentarse y ser una especie de médium. Eso pasó con la protagonista. Quería que estuviera relativamente cómoda en esa rutina de palacio, que algo le hiciera ruido, pero que aún no supiera bien qué no se ajustaba a ella. Y que pensara que el amor solucionaría todo hasta que el desierto la obligara a encontrarse consigo misma. El príncipe me costó más. Me daba un poco de pena que esperara a su amada y descubriera al final de la espera que ella ya no era la misma. Pero después me detuve a pensar qué hacía él mientras la princesa atravesaba sola el desierto. Si descansaba en “ella puede con todo” y no hacía nada por encontrarla, ¿por qué sentir pena? Así que trabajamos para poner las características del príncipe parte en palabras y parte en ilustraciones. En ese sentido, el trabajo de Carla Moneta para representarlo fue espectacular.
—¿Qué elementos narrativos te aportó el desierto como escenario de esta historia?
—Me llevó a cambiar completamente el tono de la narración. Comencé con un tono más liviano, más humorístico. Pero al llegar al desierto se vuelve más épico. El silencio del desierto obliga a minimizar los diálogos, aumentar el monólogo interno, jugar con la cadencia y el ritmo narrativo para acompañar el paisaje.
—Hay un desierto pero también hablaste de un viaje, un recorrido de la protagonista a través de sus propias dudas y limitaciones, ¿de qué manera viviste como autora ese viaje, que a la vez fue tu propio recorrido a lo largo de la trama?
—Hay algo de ese “yo puedo” de la princesa que me representa mucho. Avanzar, hacer, solucionar, seguir avanzando pese al cansancio o a los problemas. Tengo que admitir que en ese no rendirse hay mucho de mí y fue muy movilizante llevarlo a la historia. Después, a veces como escritores nos toca tomar decisiones que nos conmueven. Va a sonar exagerado, pero lloré cuando la hice dejar el oasis. Y volví a sentir mucha tristeza frente al príncipe, que no la mira realmente, no la reconoce. Él no charla con ella, no la escucha. Dialoga con la idea de la princesa que tiene en su mente, no con la mujer real. Ve lo que quiere ver, y ella se esfuerza por ocupar ese espacio y no lo logra. Creo que es algo habitual que esto pase en la vida real. No sé qué hubiera pasado si él realmente le daba lugar para ser ella misma. Eso quedará para otra historia.
—Para terminar y volviendo a la imagen del principio, ¿qué desiertos te gustaría conquistar con tu libro?
—El de la soledad, desde dos ángulos. Por un lado, hay muchas niñas, jóvenes, mujeres que sufren la exigencia de acomodarse a un estereotipo de género y a silenciar sus propios anhelos. Y eso es muy solitario. Si mi libro pudiera acompañar y desarmar un poquito esa sensación de “estoy sola en esto”, me sentiría más que satisfecha. Y por otro lado, mi generación está cruzada por la idea del amor romántico. El encontrar a otra persona que “complete”. La bendita media naranja. Pero estar con una misma es grandioso. Aprender a ser nuestra propia compañía, encontrar la dicha en eso, es todo un aprendizaje. Si hay una mujer que al leer este libro a algún niño o niña siente que algo de esta historia infantil le resuena en su interior durante la lectura, quisiera que mi historia la acompañe. Aunque nos haya enseñado que la soledad se parecía a un desierto, hay mucha, muchísima vida escondida en ella.