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Entrevistas

Magela Demarco: “Mi hijo me hizo rever mis sueños y mis temas pendientes, y uno de ellos era ser escritora”

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Por Andrea Viveca Sanz

Enredada en la rueda de la vida, Magela Demarco se deja llevar por el oleaje de cada día y se entrega a escuchar el susurro de las aguas cotidianas, cargadas de mensajes.

Con certeza, se abraza a la espuma de sus sueños, que burbujean en su interior para convertirse en proyectos.

Sus letras se expanden en palabras que dan vida a historias que la conducen y la incluyen, para luego convertirse en mar, que lleva y trae la fertilidad de las emociones compartidas.

Inmersa en la realidad que la cuestiona, la escritora logra recortar con destreza situaciones que atrapa para transformarlas en ficciones.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora comparte sus vivencias en el mundo de los cuentos y presenta su último libro Un papá con delantal, publicado recientemente en España.

—Para presentarte, tres palabras que te definan.
—Solidaria, sensible y cabrona. Si bien no se puede abarcar en tres palabras como uno es, creo que estas tres me definen bastante. Por eso, en estos momentos que estamos atravesando en el país, la paso bastante mal al ver cada vez más gente durmiendo en las calles, cada vez más personas desesperadas porque perdieron el trabajo o porque no pueden pagar los impuestos. Vivo en Caballito, y ver que cada día van cerrando más negocios, que cada día hay una persona más en alguna esquina… Me angustia. Y ayudo, en lo que puedo. Claro que no puedo ayudar todos los días a todas las personas con las que me cruzo, porque no hay dinero ni ánimo que aguante. Y me angustia más ver que las políticas del Gobierno actual no solo generan esto, sino que buscan acentuarlo. No es un Gobierno que se preocupe por el otro, ni tenga empatía con el otro, con el pueblo trabajador. Sino todo lo contrario. De ahí que sea tan importante generar lazos de ayuda, de solidaridad, de unión frente a esta realidad salvaje. Y sí, soy cabrona. La realidad actual me angustia y me encabrona. La mentira, me enfurece, el individualismo también. El cagarse en el otro, me saca. Soy de esas que cuando ven a un hombre o a una mujer dejar la caquita de su perro/a en la vereda, salto como leche hervida y me pongo a gritarle que lo levante en medio de la calle. No tolero la falta de respeto.

—¿En qué momento sentiste que había en vos una semilla capaz de convertirte en escritora?
—Lo que siempre sentí es una felicidad inmensa al escribir historias. Eso lo traigo desde adolescente. Hay personas que disfrutan mirando fútbol, otras jugando al tenis, otras bailando, pintando, durmiendo. Yo disfruto escribiendo. Me pone alegre, me río de solo pensar en algunas ideas para mis cuentos. También escribo cuentos para grandes, y esos me divierten mucho porque son más ácidos, más de humor negro, más feministas. Creo que hay situaciones en la vida real que si no le das un toque de humor, son muy patéticas, muy incomprensibles. Los seres humanos somos bichos muy raros de comprender. Luego, cuando nació mi niño Tobías, dije: “Si lo que más me gusta es escribir cuentos, allá voy”. Tener un hijo me hizo tomar más en serio todavía esto de ser y hacer, es decir, que uno esté relacionado con el otro. Y yo quería ser ejemplo para Tobías. Paso de esas personas que se la pasan diciéndole al otro lo que tienen que hacer, pero en su vida ellas no lo hacen. A mí, mi hijo me hizo rever mis sueños y mis temas pendientes, y uno de ellos era ser escritora o publicar mis cuentos. De hecho, seguí periodismo porque me gustaba escribir –dentro de otras cosas por las que elegí esa profesión–. Porque en el momento que elegí la carrera, ser escritora no estaba dentro de las opciones que manejaba. No tomaba muy en serio mis “aptitudes” o no era muy consciente de todo lo que se movía dentro de mí cuando escribía. Lo hacía porque me encantaba y lo necesitaba hacer. La llegada de mi hijo me dio la palmadita en la espalda que me faltaba para dar ese salto e ir hacia lo que quería. Porque además, aprendemos con el ejemplo, no con las palabras. Y yo quería ser ejemplo para mi hijo. Quería que él tuviera una madre que se animaba a ir tras sus sueños. Y acá estoy. Y me considero escritora, porque me gusta escribir. Desde ese lugar relajado y accesible para todas y todos.

—¿Contanos qué mensaje te trajeron las olas para dar vida a tu primer libro infantil “Mi amigo el mar”?
—Amo el mar. Su olor, su vaivén, su fuerza. Me parece el mejor lugar para estar, descansar, equilibrarme y reponer energías. Hay personas a las que les ocurre esto cuando van a la montaña. Bueno, a mí esto me lo da el mar, y nada más que el mar. Yo siento que va limpiando el alma con sus olas, su olor, su murmullo constante y su vaivén. Casi todos los veranos voy a Villa Gesell. Junto con mi gordo, esperamos ansiosos que llegue el verano. Y hubo un verano (Tobías tenía tres años) en que el mar se le llevó un autito No lo pudimos rescatar. Desapareció. Y él rompió en llanto. Con mucha angustia. Entonces, se me ocurrió decirle que seguro había pasado porque el mar se lo iba a llevar a algún chico a quien su mamá no podía comprarle ninguno. Que él tenía muchos, y que después a la tarde íbamos al centro y comprábamos uno igual. Costó, pero finalmente paró de llorar y se tranquilizó. Internamente, creo que esa explicación era mi intento para que él pudiera entender antes que yo ciertas cuestiones del desapego, de no aferrarse estáticamente a las cosas, porque la vida es movimiento, es cambio. Es un fluir constante. Y hay que aprender a ser más flexibles y a fluir con la vida. Ese mismo ejercicio lo hicimos con los castillos de arena que construíamos y que el mar, a veces, se encargaba de derrumbar. Al principio se enojaba, pataleaba y decía que no iba a hacer “ningún castillo nunca más”. Hasta que al final entendió que los castillos de arena están para romperse. Y cuando terminó el verano dejó de encabronarse con el mar, y en cambio le gritaba sonriendo: “Chau mar” o “No importa, total hago otro”. Y también porque quería que desde pequeño aprendiera esto del compartir. Con el que menos tiene, con el que necesita ayuda. Porque siempre pienso que uno podría estar en ese otro lugar. Es fortuito el lugar donde nacemos. Y tranquilamente, nos podría haber tocado a nosotros estar en un lugar de mayor necesidad. Es más, la vida es una rueda, y por lo tanto, cambio constante.

—¿Qué te inspira a la hora de ponerte a escribir?
—Las vivencias de mi hijo, sus experiencias, sus inquietudes, sus alegrías, sus miedos, que muchas veces se los traspaso yo, aunque no quiera, como el miedo a la oscuridad, por ejemplo (vieron, tan grande y con miedo a la oscuridad, jajaja) … Pero también leer algunas noticias, escuchar algunas opiniones (a veces increíbles), ver alguna situación en la calle…

—Acaba de publicarse en España tu segundo libro “Un papá con delantal”, ¿qué nos podés contar acerca de esa nueva obra?
—Se podría resumir así: una madre casada o en pareja, con dos hijos (una niña y un niño) contrata a un señor para que la ayuda en los quehaceres del hogar. En principio, me gustó esto de jugar con la idea de que sea un señor (que se llama Amador y en catalán es Salvador) a quien la mamá contrata para hacer las tareas del hogar, porque es algo que no pasa en la realidad, o al menos en Argentina, todas las personas que uno contrata para trabajar son mujeres. Y, a decir verdad, no son muchos los hombres que barren, pasan el trapo, hacen las camas, limpian los vidrios, lavan la ropa, ordenan la casa, hacen las tareas con las hijas y los hijos, los llevan al médico… A lo sumo hacen una cosa o dos cosas de todas esas, pero la mayoría las seguimos haciendo las mujeres, además de salir a trabajar, claro. Y elegí que fuera –y se llamara– Amador, porque se precisa de mucha entrega y amor diarios para realizar las tareas del hogar que permiten un mejor funcionamiento y organización de la familia. La historia, en clave de humor, está contada a través de los ojos de una niña, que nos invita a cuestionarnos la división de algunos roles arcaicos que todavía existen entre hombres y mujeres. Y a poder ver las diferentes formas en que las mujeres criamos a nuestros niños de nuestras niñas (y después nos quejamos). El hecho de que un hombre “se ponga el delantal” simboliza la distribución equitativa de las tareas del hogar, que son abundantes, llevan mucho tiempo y siempre quedan a cargo de nosotras. Los hombres no tienen que “ayudarnos” a las mujeres con las cosas de la casa. Es un error este concepto de la “ayuda”. ¡Ellos deben hacer su parte!, es decir la mitad: 50 y 50.

—¿Cómo es el proceso de atravesar tus libros infantiles con temáticas que se asocian más al mundo de los adultos?
—Creo que todo libro “infantil” es para niñas, niños y grandes. Y todo adulto es una niña o un niño que ha acumulado muchos años. Con esto quiero decir que, todas y todos conservamos esa mirada, esas sensaciones, esas reacciones de cuando éramos pequeñas y pequeños. La famosa y el famoso niño y niña interior. Y por el otro lado (y con esto muchas y muchos me van a querer matar), creo que hay ciertos mensajes que vale la pena transmitir a las niñas y a los niños. Frente a la crisis de valores, de compromiso, de empatía, de solidaridad… en definitiva, frente a la falta de amor que estamos viviendo como sociedad y como humanidad, creo que hay mensajes para susurrar, soplar, “barriletear”, hacer volar y esparcir por los aires.

—¿Hay algún nuevo proyecto en el que estés trabajando?
—Sí, siempre hay proyectos nuevos, porque siempre están las ganas de escribir. Hay algunos que están buscando la editorial que los acoja.

—¿Cuál sería el sueño que te gustaría ver hecho realidad entre las páginas de un libro?
—Hay uno que todavía no comencé a escribir, pero que tengo muchísimas ganas de que se concrete. Tiene que ver con esto que hablaba antes, de poder ver al otro. Si se concreta, les cuento. =)


Magela Demarco

Tobías y Magela

Nació en el año 1976. Su infancia transcurrió entre las ciudades de Zárate, Campana y Buenos Aires. Creció escuchando cuentos e historias narradas que alimentaron su amor por los libros. Estudió Periodismo en la UCES. Trabajó nueve años para el diario Clarin.com. Luego en IntraMed, un portal de salud, realizando entrevistas a médicos. También para Unicef, como asistente de comunicación. Colaboró en revistas como G7 y Factor S, de Uruguay. Y más tarde fue encargada de prensa en Green Drinks Buenos Aires, una ONG que organiza charlas sobre sustentabilidad.

Escribe cuentos para manuales escolares. Obtuvo numerosas menciones en diferentes concursos y algunos de sus relatos para adultos fueron publicados en antologías.

Cuando nació su hijo Tobías empezó a escribir también para los más chicos.

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Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
Domicilio Legal: 135 nº 1472 Dto 2, La Plata, Provincia de Buenos Aires
Registro DNDA Nº 2022-106152549
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