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Beatriz Grinberg: “Es fundamental la investigación para aportar el marco donde se intenta contar una historia”

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Por Andrea Viveca Sanz

Convencida de que a través de la escritura es posible regresar a los espacios oscuros de la existencia para iluminarlos, Beatriz Grinberg se atreve al desafío y escucha las voces que la llaman desde algún rulo del tiempo para rescatarlas.

Con sus letras intenta reconstruir los fragmentos de un pasado sin memoria, para despertar los recuerdos dormidos, incapaces de evaporarse en las nubes de dolor, trozos de vida silenciadas por unas circunstancias ajenas a su voluntad.

Sus letras, cargadas de poesía, son capaces de disipar la oscuridad de aquellos que se perdieron y de impulsarlos hacia adelante para que a través del amor puedan llegar al lugar exacto en el que el sufrimiento se convierte en milagro.

En diálogo con ContArte Cultura, la escritora cordobesa cuenta su experiencia en el mundo literario y comparte con los lectores el secreto de aquellas palabras que la invitaron a escribir sus novelas.

—Si pudieras visitar ese espacio en el que se encuentran las raíces que sostienen a la escritora de hoy, ¿cuál sería ese espacio y qué recuerdos podrías traerte desde allí?
—Sin duda ese lugar, entrañable a mis afectos, se remonta a mi niñez, al patio de mi infancia. A las canciones que me cantaron, a los brazos que me acunaron, a los libros leídos bajo la sombra de glicinas o al calor de algún fuego encendido y, en un lugar particular a la danza clásica que despertó mis sentidos. Entre los recuerdos que dejaron su huella rescato la ternura, el regazo cariñoso de mi abuela materna, mis primeras confidencias en su cocina que olía a albaca; como si se pudiera tocar, acaricié su incondicional entrega.

—¿En qué momento sentiste que las historias comenzaron a buscarte para que las conviertas en palabras escritas?
—Creo que desde siempre. De muy pequeña escribía. En los actos escolares o cuando estaba triste. No me animaba a mostrar. Y ahora, de adulta, cuando una historia me atrapa o me encuentra, da vueltas y vueltas dentro mío, hasta que comienzo a articular las ideas que conforman una especie de eje. Luego investigo, analizo escenarios, el contexto histórico, construyo los personajes y finalmente salen las palabras. Como dictadas desde muy adentro. Luego las expreso, porque necesito compartirlas. 

—¿Cuáles son los frutos más jugosos que lograste cosechar del gran árbol de la literatura?
—En realidad todos son frutos jugosos para mí, ya sea porque cada uno de ellos fue producto de una inspiración, de un libro que me marcó, de una narrativa que me cautivó, de una película que me inspiró, de un gesto que habló más que las palabras, de una situación que observé; o de algo que viví y dejó un surco en mi corazón. Y, particularmente, un fruto valioso es el que me aportó cursar la maestría de Antropología: el respeto por las culturas y las distintas formas de interpretar el mundo.  

—¿Cómo definirías en tres palabras a tu espacio creativo?
—Introspección – investigación – imaginación

—¿De qué manera nace en tu interior la sombra de un personaje que luego tomará vida en tus escritos?
—Observando la realidad. Un gesto, una mirada, una frase, una interacción, son disparadores para ir construyendo el perfil de los personajes que después irán tomando vida propia. A medida que avanza la narración, me doy cuenta que se definen, ganan espacios y por allí, para mi sorpresa, un personaje que comenzó siendo secundario toma un rol inesperado y da un giro a la historia.   

—¿Qué necesitás para construir los espacios de ficción en los que se mueven tus personajes?
—Para mí es fundamental la investigación para aportar el marco donde se intenta contar una historia y la generación de empatía con los personajes, actores sociales que interactuarán en el escenario de ficción.

—Contanos cuál fue la semilla que dio origen a tu novela “Lazos Invisibles” y cuáles son los hilos fundamentales con los que tejiste la trama.
—La enfermedad, el fallecimiento de mi madre y la devastación que sentí cuando me tocó desarmar la casa familiar. Mi personaje central, una cordobesa en plena crisis personal, encuentra una reliquia que la remonta al pasado y, en busca de su identidad, realiza un viaje desde Jerusalem a Petra. De manera continua contrasta los laberintos del paisaje de afuera con el de adentro e interactuando con distintos personajes se reencuentra con emociones que creía dormidas. El hilo fundamental de la historia es la que en general me atraviesa: el dolor de la inmigración, la búsqueda de la identidad y la memoria. Y una nueva oportunidad. Elijo esto para mis personajes… porque elijo la vida.

—Lídice es un pueblo atravesado por la tragedia y el dolor, ¿cómo llegaste a elegirlo como escenario principal de tu segunda novela “Mi nombre es Lídice”? ¿Qué emociones emergen de las páginas de esa historia?
—El mismo día de la presentación de Lazos invisibles sentí que había un personaje de esa historia que me llamaba. Acudí a ese llamado y así fue como Lídice me encontró. En una audiencia de mediación en el Poder Judicial tomé los datos a una señora de tez blanca y ojos muy claros con apellido extraño a mis oídos. Una vez terminado el proceso, luego de unas audiencias, cuando la acompañé al ascensor le pregunté de dónde era originario su apellido. Me contó que su abuela y sus tías eran muy lindas, que cuando los nazis invadieron Praga el abuelo se escondía con ellas en los bosques para que no las violaran. Perturbado por la Segunda Guerra Mundial, se vino con toda la familia al Chaco, Argentina. Ese día comencé a investigar cómo los checos llegaron a nuestro país y de inmediato descubrí el memorial de Lídice. La historia me atravesó. Sentí que la tenía que contar. Que recordar a las víctimas de esa masacre era una forma de traerlos a la vida. De esas páginas emerge el sentimiento de que el amor es más fuerte que cualquier ideología, religión o pensamiento. Y que el destino, muchas veces, da una oportunidad que repara un sentido.

—¿Cómo fue tu experiencia de novelar hechos que te tocan de cerca en tu trabajo de mediadora?
—El rol de mediadora ha nutrido mucho mi experiencia personal y profesional. En el ejercicio de esa profesión, como en el de cualquiera otra que se acerque a las problemáticas humanas, uno tiene la posibilidad de ver al otro, de escuchar a otro. Uno es testigo de vida del otro. De alguna manera uno vive como mil vidas. Cuando se corre el telón, puede ingresar en la intimidad del otro y, a la manera de una visita breve y puntual, se encuentra con personas que poseen historias de vida, relaciones vinculares de vieja data, que cargan ideales, sueños y aspiraciones fracasadas, ansiedades, temores y esperanzas, que han urdido un nudo tan dramático que no lo pueden desatar, que provienen a veces de segmentos muy diferentes entre sí y al de uno mismo. La invariancia radica en que, a partir de la escucha activa, se ofrece la oportunidad de hacerle una invitación al individuo que tenemos enfrente para que sea protagonista de su propia historia, que pueda tomar el timón de controlar su vida, se apropie de su problema y de las circunstancias que le toca vivir, para que pueda cambiar lo único que le es posible cambiar: su propio universo. Lo que lo hace libre y responsable. Esas narrativas son fuente de inspiración para mí, están atravesadas por pautas culturales y procesos de pensamiento disímiles que cobran sentido en el mundo particular de cada uno.  Allí aprendo que no hay una única verdad.

—¿En qué lugar te gustaría guardar tu próximo sueño literario para que se convierta en un deseo cumplido?
—En el único lugar posible para que se transforme en historia narrada: en el corazón.


Beatriz Grinberg

Nació y vive en Córdoba. Es Licenciada en Ciencias Biológicas, Magister en Antropología por la Universidad Nacional de Córdoba e investigadora en áreas de la Antropología Sociocultural y Organizacional. Se entrenó en Mediación en EEUU, y es máster en Programación Neurolingüística (PNL) y Coach profesional. También se desempeña como coach ejecutivo y formadora de grupos humanos en empresas, universidades, fundaciones e instituciones. La interpretación de culturas y el conocimiento de otras civilizaciones la llevaron a indagar en los ejes fundamentales de la existencia humana: la identidad y la memoria. En su primer libro, “Situaciones familiares reveladas en mediación”, publicado en 2010, describe las causas que se reconocen en la familia contemporánea como ejes de un conflicto, que sistemas de valores o creencias se modifican, que situaciones son generadoras de violencia doméstica. En 2015 decidió escribir su primera novela “Lazos invisibles”. Un viaje en busca de las raíces de la protagonista provoca el reencuentro consigo, y una transformación personal. Su relato ¨El Encuentro” es parte de la antología “Historias que enamoran” 2016, en la que intervienen 10 autores argentinos y uruguayos. En 2018 lanzó “Mi nombre es Lídice”, un relato donde las historias individuales dan cuenta de la historia social.

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Entrevistas

Cynthia Edul repasa “El punto de costura”, una obra donde lo familiar y lo laboral disparan y sostienen la historia

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Es un hilo más otro hilo. Y otro. Manos urdiendo la trama, el lenguaje de los dedos, un sonido que teje. 

Es una palabra encima del hilo, las voces cosidas, el acento en la aguja, un hilván que sostiene.

Es la tela y el hilo en la tela, la tijera y el silencio, texturas superpuestas, voces asomándose entre los puntos, una costura del verbo.

Es antes y después, todos los hilos y todas las palabras, la sintaxis de la trama.

“El punto de costura” es una obra que se introduce en el universo textil, una trama tejida con hilos personales que se expande más allá del escenario.

En diálogo con ContArte Cultura, Cynthia Edul, autora de los textos, directora y responsable de la lectura en la obra, tira de un hilo y de otros, indaga, cose y corta con su voz, con los sonidos que despiertan, texturas y nombres, en el punto de sus propias costuras.

—Sin dudas a lo largo de nuestras vidas existen hilos de historias que nos cosen por dentro, palabras en las telas de los cuerpos, costuras que nos definen. Para comenzar y a modo de presentación, si pudieras elegir la imagen de una “costura” que te represente, ¿cómo sería? ¿Qué hilos formarían parte de esa trama?

—Creo que la imagen textil que me representa es el Boro. En Japón es un tipo de costura como el patchwork que se hace con retazos y esas prendas se heredan de generación en generación. Cada generación sigue usando ese traje y las memorias de toda la familia se conservan en ese texto.

—Y porque hay hilos que permanecen a lo largo del tiempo, nos gustaría llegar a los orígenes, a tu propio primer punto de costura. ¿Qué vivencias personales te acercaron al mundo textil?

—En mi caso, mi familia paterna se dedicó a lo textil. Desde que llegaron de Siria se iniciaron en ese rubro, así que la tradición del trabajo familiar era ese. Y también el mandato de ese negocio pesaba mucho en mi familia. Yo me dediqué a la literatura, pero siempre estuve involucrada en el negocio familiar y en la pandemia me tuve que hacer cargo… no tuve opción. Entonces empecé a escribir sobre qué sentidos puede tener regresar a los oficios familiares, a la historia del trabajo familiar y recuperar mis experiencia con todo ese mundo.

—¿Cuáles fueron los disparadores para empezar a poner en palabras esas vivencias hasta llegar a dar vida a tu obra “El punto de costura”?

—El primer disparador, como comentaba antes, fue el regreso a los oficios familiares textiles en primera persona. A partir de ahí comencé a construir esa primera línea, que tenía que ver directamente con el motivo del regreso. Después empecé a tirar hilos que se relacionaban con la historia familiar: la historia del algodón, las historias de las hilanderas. Y a sumar otras como las historias de opresión y de resistencia a través del textil. Recuperando eso fui reencontrando las vivencias personales, a la luz de otras vivencias, históricas y sociales.

—Toda la escenografía da cuenta de ese universo donde una trama se superpone a la otra, la palabra y la imagen, el sonido y las texturas, ¿quiénes colaboraron en el proceso creativo del mundo textil sobre el escenario?

—La escenografía fue algo que fuimos construyendo con María Venancio y Nicolás Zuñiga, en un principio, y luego con Sebastián Francia. La idea era hilar texto, imagen y sonoridad, construyendo de alguna manera las mesas de costura. En una trabaja Guillermina Etkin y en otra yo, con un espacio que es la alfombra, el espacio textil tan sagrado para muchas religiones también. Y así, simplificando pero dándole sentido específico a cada función, fuimos construyendo ese espacio, que tiene en el centro al telar y la máquina de coser. Dos elementos que se vuelven centrales en el relato.

—También hay un trabajo muy interesante con la música, un paisaje sonoro que se une a la voz y al piano para crear texturas nuevas. ¿Cómo fue el trabajo con Guillermina para lograr esa fusión de sonidos que ayudan a narrar?

—Con Guillermina leíamos el texto y a partir de eso ella empezaba a componer sonoridades, canciones, tonos, que expresaran el sentido profundo que le provocaba lo que leía. Así que fuimos buscando parte por parte, investigando la sonoridad en cada momento. Además, teníamos una premisa que era usar los textiles como elementos sonoros: de ahí el telar, la máquina de coser, las telas, el costurero y la amplificación de esos sonidos que, como decía John Cage, “actúan”.

—Para concluir, detengámonos entonces en esos sonidos. Si pudieras elegir el que represente el espíritu de la obra, ¿cuál sería y por qué?

—Difícil pregunta, pero si tengo que elegir uno: la máquina de coser. Ese sonido mecánico y al mismo tiempo familiar, ese objeto con el que trabajaron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías. Hay está el espíritu de las mujeres costureras. Creo que ese representa muy bien el espíritu de la obra.

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Gabriela Margall: “Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

El fuego arrasa, incendia los nombres. Es la guerra sobre el amor, que resiste y se deja abrazar por las llamas. Hay una revolución en los cuerpos, una intuición de libertad, como si adentro y afuera se encontraran en una misma batalla.

Y es que los combates se dan primero en los cuerpos, en las ideas capaces de encender otras chispas y alimentar otras llamas.

Tres mujeres, tres historias atravesadas por el fuego y por la guerra. Tres deseos de libertad encerrados en aquello que no puede nombrarse, pero igual crece.

La trilogía de Gabriela Margall, que incluye sus novelas “Si encuentro tu nombre en el fuego”, “Con solo nombrarte” y “La viajera del sur” y fue publicada por Del Fondo Editorial, recorre los tiempos de las invasiones inglesas y de las guerras napoleónicas para sumergir a los lectores en tres historias de amor capaces de resistir cualquier batalla.

ContArte Cultura charló con la autora e historiadora para acercarnos al proceso de escritura de esta saga, cuyas protagonistas seguramente serán capaces de trascender las páginas que las contienen a través de cada lectura.

—La guerra y la libertad son dos temas que atraviesan tu trilogía. Entre las páginas se desatan revoluciones históricas pero también las personales. Vamos a detenernos ahí. Para comenzar esta charla y a modo de presentación, hagamos foco en esos movimientos personales que te llevaron a escribir a las protagonistas femeninas de estas novelas. Si pudieras elegir dos cosas de esas mujeres en las que te veas reflejada, ¿cuáles serían?

—No siempre construyo personajes porque me reflejo en ellos. Si hago una historia de las protagonistas, probablemente no haya muchas características similares. De hecho, me gusta trabajar con personajes y elementos que no tienen que ver conmigo, porque lo que me interesa es la reconstrucción de un período histórico y qué ocurría con los seres humanos dentro de ese tiempo. 

—Como todo tiene un comienzo y un final que suelen tocarse, nos gustaría llegar a ese punto de contacto: ¿Qué fue lo que te movilizó para escribir aquella primera novela “Si encuentro tu nombre en el fuego” y luego de tantos años llegar a la escritura de “La viajera del sur” para cerrar la historia de la familia Torres?

—Como decía antes, lo que me gusta es la reconstrucción de un período histórico. El fin del Virreinato del Río de la Plato, las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo y la guerra por la independencia de España, son períodos que están muy estudiados en la historia argentina. Tenemos mucha información, incluso sobre la actuación de las mujeres y otros sectores subalternos. Escribir esa historia, incluso desde la ficción, es una de mis cosas favoritas.

—En ese lapso de tiempo entre una y otra obra escribiste “Con solo nombrarte”, una novela ambientada en los escenarios de la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. ¿Cómo fue el proceso de reconstruir aquellos días y de darle continuidad a tu primera historia?

Si encuentro tu nombre en el fuego y Con solo nombrarte fueron concebidas juntas. Las dos salieron para los bicentenarios de la primera y segunda invasión inglesa y por eso nunca existió la urgencia de continuar la historia. Y tampoco hubo urgencia después, sino que fue un proceso de cambio y continuidad que se dio con los años. Necesitaba una vuelta a mis raíces y ahí estaban los libros esperando.

—Si hay un punto en común en esta trilogía es la presencia de mujeres fuertes, que se atreven a todo, algo que no era común en esos tiempos, ¿de qué manera trabajaste para darle vida a cada una de tus protagonistas?

—En las tres protagonistas lo que busqué fue “ir un poco más allá”. Las tres, Paula, Jimena, Julieta, tienen una base histórica, podemos establecer que sí, que algunas mujeres hicieron lo que hacen ellas (con algunos límites). Lo que busqué en las novelas fue que eso que hacían (el acceso a libros y organización de reuniones, la participación en batallas y el comercio y actuación como espías) quedase bien definido y con algunas licencias. Pero todo tiene un anclaje en la realidad.

—Más allá de los vínculos de sangre que las unen, qué  te parece que podría representar a tus tres protagonistas: Paula, Jimena y Julieta.

—Están en el mismo punto de vista político, las tres son parte de ese grupo que va a liderar el proceso de revolución e independencia de España. A veces se considera que solo son hombres los que tenían ideas políticas, pero basta leer las cartas de Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno para saber que ella tenía un conocimiento claro de la realidad política del momento.

—Y hablando de Julieta, ella es la que va a cruzar el océano para hacerse parte de otra guerra, ¿qué fue lo que más disfrutaste o padeciste al momento de “viajar” con ella hacia los tiempos napoleónicos.

—Mucho antes de que supiera qué historia iba a contar con Julieta, sabía que iba a ser una novela de viajes. Así que fue un proceso tranquilo.

—¿Cuál fue la batalla que más te costó escribir y por qué?

—La batalla por la Reconquista de Buenos Aires en Con solo nombrarte. Conocía bien la ciudad y las calles, pero las tropas de ambos bandos avanzaban y retrocedían, entraban en casas, había túneles, arroyos en la ciudad, no fue sencillo tener todo eso en la cabeza y traducirlo en una novela.

—Más allá de las guerras, cerca de ellas siempre late el amor, ¿de qué manera surgieron en vos las historias de amor de tus protagonistas?

—Siempre pienso en los protagonistas como una pareja, nacen así, y considero con atención qué es lo que los separa, porque es el centro de la novela, y cómo se va a resolver, si es que se resuelve.

—Con la trilogía completa, ¿qué sigue ahora en el universo Margall?

—Veremos. Hay varias cosas que tengo en mente y no me alcanza el tiempo para todas. La historia siempre está presente, aunque me gustaría probar con la épica fantástica.

—Para terminar, te invitamos a elegir tres telas o vestimentas que representen respectivamente a cada una de tus novelas.

Si encuentro tu nombre en el fuego: una mantilla de encaje.
Con solo nombrarte: un abanico.
La viajera del sur: un vestido verde oscuro.

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Verónica Sordelli: “Escribir fue la manera de leer mi vida”

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Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) /
Edición: Walter Omar Buffarini //

Las huellas de sus pies desaparecen, se hunden en la arena como si nada hubiera existido, después de los deseos. Son partículas de tiempo disolviéndose, nada. Cada paso los acerca y los aleja. Son un espejismo de sus propias palabras. No basta con pronunciar sus nombres, el viento se los lleva, los arrastra al vacío, donde alguna vez existieron castillos de arena.

“Castillos de arena”, la última novela de Verónica Sordelli, cuenta una historia que se pierde en las arenas del desierto, en un escenario que muta para dejar en los lectores un viento de preguntas que, poco a poco, van revelando los otros desiertos, los que habitan en el interior de sus protagonistas.

En diálogo con ContArte Cultura, la autora cuenta acerca de su propia ruta en el camino de la escritura, especialmente de su última obra, donde invita al lector a viajar a través de sus palabras.

—La arena, su liviandad, esa convergencia de partículas en movimiento y la textura al pisarla suelen llevarnos a distintos escenarios donde nuestros pies han dejado sus marcas. En tu novela el desierto es un gran protagonista, es por eso que para comenzar nos gustaría detenernos en las sensaciones que la arena haya despertado en vos, en sus huellas, que de alguna manera puedan ayudar a presentarte.

—Soy de Necochea, la arena me acompaña desde mi infancia. Siempre fue la misma, soy yo la que con el paso de los años la fui viendo distinta, porque en cada etapa de mi vida despertó sensaciones diversas: una infancia construida de la misma manera que con la pala y los rastrillos se construyen los pozos esperando que desde su interior surja el mar. El asombro de no entender por qué sucedía y la alegría de que así fuera. Una adolescencia donde la arena representó los fogones con amigos, el primer beso de amor y tal vez la primera lágrima de desamor. Una adultez donde comencé a caminarla, y se la presenté a mis hijos y los ayudé a construir sus castillos y los escuché gritar de alegría y tuve que consolarlos cuando el mar, en cuestión de segundos, los desmoronaba. Miré muchas veces para atrás, no estaban solamente mis huellas, y lloré mucho despidiendo algunas que se fueron y agradecí recibiendo a aquellas que se sumaron. ¡Y si! ¡Así es la vida! Y como aquella niña siento el asombro de no saber porque sucede y la alegría de que así sea.

—Y en ese desplazamiento que significa viajar, vayamos a tus comienzos como escritora. ¿Recordás en qué momento de tu vida se despertó tu deseo de contar historias?

—Mi primera novela surgió de la necesidad de contar la historia de las playas de Quequén, una historia llena de naufragios, con uno de los hoteles más imponentes de Sudamérica. El momento exacto fue cuando una de las tantas mañanas que salí a trotar por la costa, sentí el privilegio de vivir en este maravilloso lugar. 

—Mirando hacia atrás, ¿qué hilos temáticos atraviesan todas tus obras?

—Escribir fue la manera de leer mi vida. En mis libros estoy. Entonces diría que el hilo rojo que une a mis novelas es la mujer. En algunos momentos de la historia, o de la cultura en la que vivió, no tuvo demasiado o ningún poder de decisión, en otros pudo hacerlo. Pero siempre luchó para ser fiel a sus pensamientos.

—Tu novela “Castillos de arena”, publicada por Del Fondo Editorial, es una historia de amor y de fusión de culturas, ¿cuál fue el disparador para su escritura?

—La importancia que tiene la religión en la cultura árabe y la maravillosa diferencia con el occidente me llevó a preguntarme: ¿Qué tenemos en común? Por encima de toda diferencia tenemos en común el amor. A partir de ahí comenzó la historia.

—¿Cómo viviste el proceso de cruzar el desierto para acercarte a una cultura tan diferente de la nuestra?

—Agradezco haber podido viajar en tres oportunidades a encontrarme con la cultura árabe. En cada una de ellas mi premisa fue no cuestionarla y respetarla. Fue lo que me ayudó a entender la importancia de los mandatos sociales y religiosos en sus vidas y como viven para cumplirlos. Fue también entender que somos distintos, ni mejores ni peores, solo distintos. Toda cultura se merece ser respetada, pero creo que para lograrlo hay que estudiarla, no desde los extremismos porque gente mala y buena hay en todas, sino desde la esencia del ser humano.

—¿Qué o quiénes te ayudaron a darle vida a Jayif, el protagonista de “Castillos de arena”?

—Jayif fue creado a partir del lugar que ocupaba en su cultura y con los mandatos que ella le imponía.

—Y si tuvieras que definir a Elena, tu otra protagonista, en una sola palabra, ¿cuál sería?

—Superación

—Al avanzar en la historia aparecen situaciones límite donde el dolor y la muerte envuelven a tus personajes, ¿qué fue lo que más te costó al momento de escribir esas escenas?

—Investigué y leí muchísimos testimonios. Lo más difícil fue aceptar que se trataba de situaciones reales.

—Un deseo sin spoilear… ¿hay vida después de la muerte?

—No lo sé, sólo puedo afirmar que la muerte es la no presencia física, pero siempre estaremos vivos en el recuerdo de aquellos que nos aman. Dicen que la vida es corta, pero también dicen que las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan.

—Para terminar, ¿qué aroma creés que representaría a tus “Castillos de arena” y por qué?

—Mi preferido: el perfume que siento cuando abrazo a una persona que amo. Porque el amor sana y salva.

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Propietaria/Directora: Andrea Viveca Sanz
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